jueves, 29 de mayo de 2025

LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR – Ciclo C (Reflexión)

 LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR Ciclo C  (Lucas 24, 46-53) – junio 1, 2025 
Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Hebreos 9, 24-18; 10, 19-23


Hoy en la liturgia, recordamos como Jesús Resucitado, vuelve al Padre, una vez que a cumplido su misión terrenal y como a los apóstoles les encomienda su misión, la cual es ahora nuestra …

Evangelio según san Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.

Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.

Reflexión:

¿Me quedo mirando al cielo?

Jesús fue enviado a la tierra por el Padre, para que, con sus enseñanzas sobre el reinado de Dios en nuestra vida, nos salváramos y podamos tener una vida plena en este mundo y acceso a la vida eterna, que es conocerlos y permanecer con ellos (cfr. Jn 17,3).

La entrega de Jesús para cumplir su misión salvadora, nos ha dado ejemplo para que, seamos sus testigos y sigamos dando a conocer la Buena Noticia que nos trajo, “en todos rincones de la tierra”, lo que nos confirma que fuimos creados “a su imagen y semejanza” (Gen 1, 27).

Jesús, regresa al Padre, de quién procede y nos promete enviar al Espíritu Santo, que es su Espíritu (Ruah) y así permanecer siempre con nosotros y en nosotros. Con su presencia espiritual, tendremos, tanto luz  como valor, para continuar la misión salvadora de Jesús, que nos ha encomendado, siendo así, colaboradores y testigos.

Necesitamos entender mejor el mensaje de Jesús, interiorizarlo, asimilarlo y ponerlo en práctica; necesitamos esa fuerza interior para lograrlo y es precisamente el Espíritu, quién nos dará aquello que necesitamos. Es el Espíritu Santo quién nos clarifica y recuerda el mensaje de Jesús, para que hoy podamos continuar construyendo el Reino de Dios, aquí en la tierra.

Hoy, habremos también de hacer caso “a los hombres vestidos de blanco”, para no quedarnos “allí parados, mirando al cielo”, sino abrir el corazón al Espíritu Santo, presencia invisible del Resucitado, y poder abrir los ojos, para mirar a la gente y la creación; los oídos, para escuchar sus clamores; los brazos, para tender una mano de ayuda; activar los pies, para acercarnos a quien esté en necesidad … y así siendo “contemplativos en acción”, demos testimonio de como el Jesús Resucitado continúa presente en el Espíritu que nos impulsa a continuar la misión salvadora.

Así será como podremos vivir felices y llenos de gozo, y darle gloria a Dios, en esta tierra; ya después, no sabemos ni día ni hora, nos encontraremos con el Padre en su Casa,

 

¿Cómo esperar y recibir al Espíritu Santo?... ¿Cómo hacer realidad la salvación de Jesús?... ¿Cómo ponerme en acción, al modo de Jesús?  

 

Alfredo Aguilar Pelayo  
#RecursosParaVivirMejor  

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR – Ciclo C (Profundizar)

LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR Ciclo C  (Lucas 24, 46-53) – junio 1, 2025 
Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Hebreos 9, 24-18; 10, 19-23

 


Evangelio según san Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.

Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

"Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?" Los seguidores de Jesús siguen creyendo que será Jesús, como caudillo, quien habría de transformar la realidad que tanto les hace sufrir.

Los cristianos no somos espectadores, sino que, con Cristo y en Cristo, porque hemos recibido el Espíritu, somos protagonistas de la transformación y de la construcción del Reinado de Dios. Somos los testigos, los que con nuestra vida y acciones expresamos que somos de Cristo y que Cristo está con nosotros.

Pidamos hoy a Dios que nos dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo; que ilumine los ojos de nuestro corazón para comprender cuál es la esperanza a la que nos llama hoy, en las circunstancias concretas en las que estamos. Que nos dispongamos a actuar para transformar y construir un mundo distinto, comenzando por nosotros mismos, nuestras familias y entornos particulares.

#FelizDomingo

“Ustedes deben dar testimonio de estas cosas” 

En el libro de Jean Canfield y Mark Victor Hansen, Sopa de pollo para el alma, publicado en 1995, se cuenta una historia parecida a esta: Era una soleada tarde de domingo en una ciudad apartada de la capital del país. Un buen amigo mío salió con sus dos hijos a pasear un rato para aprovechar la belleza del paisaje y el aire fresco de la tarde. Llegaron a las afueras de la ciudad, donde estaba acampado un pequeño circo que ofrecía sus funciones con mucho éxito. Mi amigo le preguntó a sus hijos si querían disfrutar del espectáculo aquella tarde. Los niños, sin dudarlo, dieron un brinco de alegría y se dispusieron a gozar. Mi amigo se acercó a la ventanilla y preguntó: –¿Cuánto cuesta la entrada? – Diez mil pesos por usted y cinco mil por cada niño mayor de seis años – contestó el taquillero. – Los niños menores de seis años no pagan. ¿Cuántos años tienen ellos? – El abogado tiene tres y el médico siete, así que creo que son quince mil pesos – dijo mi amigo. – Mire señor – dijo el hombre de la ventanilla – ¿se ganó la lotería o algo parecido? Pudo haberse ahorrado cinco mil pesos. Me pudo haber dicho que el mayor tenía seis años; yo no hubiera notado la diferencia. – Sí, puede ser verdad – replicó mi amigo – pero los niños sí la hubieran notado.

Dar testimonio de las cosas de Dios en medio de este mundo, es la tarea que nos dejó el Señor antes de su Ascensión a los cielos: “Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendecía. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. (...)”.

En cada circunstancia de nuestra vida, tenemos que descubrir la mejor manera de dar testimonio del Señor. No siempre es fácil. Ya sea porque es más cómodo asumir actitudes distintas a las que se esperan de un seguidor del Señor, o porque nuestras limitaciones y nuestro pecado nos hacen incapaces para responder con amor, con perdón, con misericordia. Es especialmente difícil dar testimonio de las cosas de Dios delante de los que tenemos más cerca. Ellos nos conocen y saben muy bien dónde nos talla el zapato. En esos casos, tenemos que pedirle a Dios que nos regale su gracia para ser fieles.

Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado testimonio de las cosas de Dios, con su propia vida. A nosotros tal vez no se nos pida tanto. Pero, ciertamente, podemos escoger el camino fácil de pasar agachados cuando los demás esperan de nosotros un comportamiento coherente con nuestra vida cristiana, o asumir las consecuencias que trae el ser discípulos de un maestro que estuvo dispuesto a dar su vida por los demás, antes de apartarse del camino que Dios, su Padre, le señalaba.

El Señor nos dejó como sus representantes aquí en la tierra para continuar su obra en medio de nuestras familias y de la sociedad en la que vivimos. Pidámosle que en los momentos clave, seamos capaces de responder como él lo espera. Porque, aunque algunos no lo crean, la diferencia sí se nota...

BENDECIR 

Según el sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí «bendiciendo» a Dios.

La bendición es una práctica arraigada en casi todas las culturas como el mejor deseo que podemos despertar hacia otros. El judaísmo, el islam y el cristianismo le han dado siempre gran importancia. Y, aunque en nuestros días ha quedado reducida a un ritual casi en desuso, no son pocos los que subrayan su hondo contenido y la necesidad de recuperarla.

Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría... todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más deseamos el bien para todos, más posible es su manifestación.

Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y al mismo tiempo vivir condenando, rechazando, odiando.

Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque no somos nosotros la fuente de la bendición, sino solo sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso solo se puede bendecir en actitud agradecida a Dios.

La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a otro en el fondo de su ser. Los seguidores de Jesús somos portadores y testigos de la bendición de Jesús al mundo.

 

CELEBRAMOS UN RELATO SIMBÓLICO, NO UN ACONTECIMIENTO HISTÓRICO 

Hemos llegado al final del tiempo pascual. La Ascensión es una fiesta que resume todo lo celebrado desde la muerte de Jesús el Viernes Santo. Lucas, que es el único que relata la ascensión, nos da dos versiones muy distintas sin inmutarse: una al final del evangelio y otra al comienzo del los Hechos. Para comprenderlo, es necesario ponernos en su lugar.

El mundo dividido en tres estadios: el superior, habitado por la divinidad. El del medio era la realidad terrena y humanos. El tercer estadio es el inframundo donde mora el maligno. La encarnación era una bajada del Verbo, desde la altura a la tierra. Su misión era la salvarnos, por eso tuvo que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total.

No tiene sentido seguir hablando de bajada y subida. Si no intentamos cambiar la mente, estaremos transmitiendo conceptos que hoy no podemos comprender. Una cosa fue la predicación de Jesús y otra la vivencia de la comunidad, después de la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios, vivido y predicado, pero a los primeros cristianos les llevó tiempo encontrar la manera de trasmitir lo que había experimentado.

Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu apuntan a una misma realidad, pero no material sino vivencial, pascual: El final de Jesús no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen. Lo desdoblamos artificialmente para ir analizándolo por partes y poder digerirlo.

Una vez muerto, Jesús pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. En los discípulos sí sucedió algo. Su experiencia de resurrección sí fue constatable y la vivieron con una gran intensidad. Sin esa experiencia que fue un proceso que duró muchos años, no hubiera sido posible la religión cristiana.

Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, son tiempos teológicos, Kairós. Lucas, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos y a continuación la ascensión.

Solo Lucas al final de su evangelio y al comienzo de los “Hechos”, narra la ascensión. Si los dos relatos constituyeron al principio un solo libro, se duplicó el relato para dejar uno como final y otro como comienzo. Para él, el evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el relato de todo lo que hicieron los primeros seguidores.

Esa constatación de la presencia de Dios como Espíritu, primero en Jesús y luego en los discípulos, es la clave de todo el misterio pascual y la clave para entender la fiesta que estamos celebrando. Para visualizar esa presencia nos narra la venida del Espíritu.

La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Jesús participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo”. Las palabras son apuntes para que nosotros podamos entendernos, siempre que no las entendamos al pie de la letra.

Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta lo más alto, el Padre. No se trata de movimiento alguno, sino de toma de conciencia. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo de mí y poniendo todo al servicio de todos.

 


jueves, 22 de mayo de 2025

VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C (Reflexión)

 VI DOMINGO DE PASCUA Ciclo C  (Juan 14, 23-29) – mayo 25, 2025 
Hechos 15, 1-2. 22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21, 10-14.22-23



La liturgia de este sexto domingo de Pascua nos dice que no todo se ha dicho, ni todo lo hemos comprendido, pero, que vendrá el Espíritu Santo para ayudarnos a recordar lo que Jesús nos ha enseñado y profundizar en su significado …

Evangelio según san Juan 14, 23-29

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.

El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean".

 

Reflexión:

¿Cómo recibir al Espíritu Santo?

Conforme hemos vivido, nos hemos dado cuenta de que la vida y las relaciones interpersonales, siempre tienen dificultades y diferencias, que tenemos que enfrentar y resolver. Hoy la primera lectura (Hech 15, 1-2. 22-29) nos muestra que a través del diálogo y el discernimiento podemos alcanzar una solución adecuada y de bien para las partes. Así, en nuestra vida diaria (ordinaria), ante la diferencia habremos de considerar el diálogo, como camino propuesto para entendernos y continuar la vida; rompiendo tabúes y bloqueos que impiden continuar hacia el bien común, hacia la unidad.

Jesús, camino, verdad y vida, nos ha enseñado lo que necesitamos para salvarnos de aquello que nos rompe / divide, e impide tengamos una vida plena terrenal (con justicia, paz y bien), y tengamos acceso a la gloria de Dios, que es su presencia, en todo y en todos. (cfr. Apoc 21, 10-14.22-23)

Amar a Jesús es, nos dice el evangelio:

·        Cumplir su palabra, ponerla en práctica,

·        Aceptar que Él es el enviado del Padre (verdaderamente)

·        Dejar que Él y el Padre, vivan en nuestro corazón,

·       Recibamos al Espíritu Santo.

Y es precisamente, el Espíritu Santo el que nos da la luz (claridad), para recordar, entender y aceptar que las enseñanzas de Jesús son nuestra salvación, porque nos permitirá elegir lo es realmente de bien, para nosotros mismos, los demás y la creación.

El deseo de Dios Padre, como dice Jesús en el evangelio, es que tengamos paz, su PAZ, la cual es más que ausencia de guerra (pleito o discusión) o “tranquilidad forzada o falsa” (por miedo al poder opresor, ej. pax romana, con pan y circo); la PAZ que nos da Jesús es, la armonía interior que nos permite, desde sus valores y enseñanzas, elegir como responder a lo que nos presenta la vida, en nuestra realidad.

En el Espíritu Santo, es como tenemos presente siempre, en nosotros, al Resucitado; es el Espíritu Santo el que nos da fortaleza y valor para “no tener miedo” y continuar la obra redentora de Dios, que es amor.

 

¿Cómo tener valor de actuar, reflejando la imagen de Jesús?... ¿Cómo prepararme para recibir al Espíritu Santo?... ¿Cómo hacer realidad la Paz de Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C (Profundizar)

 VI DOMINGO DE PASCUA Ciclo C  (Juan 14, 23-29) – mayo 25, 2025 
Hechos 15, 1-2. 22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21, 10-14.22-23

 


Evangelio según san Juan 14, 23-29

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.

El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Escuchemos en el Evangelio a Jesús decirnos hoy: "Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde". Y ¿Cuáles son las razones para estar tranquilos y ser valientes? 

Jesús y el Padre, han hecho morada en quienes le aman y guardan su palabra. "Guardar su palabra" consiste en apropiarse, creer y hacer acción todo lo que se nos ha revelado, todo lo que se nos ha revelado en Jesús: Dios es con nosotros, Dios nos ama, Dios sana, incluye, perdona; Dios comparte y se comparte; y todos nosotros estamos llamados a hacer lo mismo. Haciendo y amando lo que Jesús hizo, tendremos paz, no cualquier paz, sino esa paz que es la única que nos hace profundamente libres y valientes, capaces de superarlo todo; porque tenemos el Espíritu Santo, que cada día nos enseña y nos recuerda, en la intimidad del corazón, lo que el Señor nos revela e invita hoy, ante las circunstancias que tenemos.

#FelizDomingo

“No se angustien ni tengan miedo” 

UnHace algunos años escuché esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.

Jesulín tenía la costumbre de recoger a algunos amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se hayan detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista. Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Después los tres iban corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; a mi no me vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por un lado "Soy el mejor" y por el otro decía "Soy el primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido perdido'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tienes todo lo que necesitas; llevas dinero, comida, libros, cuadernos, esferos, lápices, colores, plastilina... Llevas de todo y no te falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por eso no hace falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más... Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a la casa de Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la hora en que salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las palabras mágicas que le decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron Jesulín y su papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras mágicas: El papá mago le decía a Jesulín: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».

Cuando hemos sentido una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia de su resurrección.

 

NO DA LO MISMO

El pluralismo es un hecho innegable. Se puede incluso afirmar que es uno de los rasgos más característicos de la sociedad moderna. Se ha fraccionado en mil pedazos aquel mundo monolítico de hace unos años. Hoy conviven entre nosotros toda clase de posicionamientos, ideas o valores.

Este pluralismo no es solo un dato. Es uno de los pocos dogmas de nuestra cultura. Hoy todo puede ser discutido. Todo menos el derecho de cada uno a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa. Ciertamente, este pluralismo nos puede estimular a la búsqueda responsable, al diálogo y a la confrontación de posturas. Pero nos puede llevar también a graves retrocesos.

De hecho, no pocos están cayendo en un relativismo total. Todo da lo mismo. Como dice el sociólogo francés G. Lipovetsky, «vivimos en la hora de los feelings». Ya no existe verdad ni mentira, belleza ni fealdad. Nada es bueno ni malo. Se vive de impresiones, y cada uno piensa lo que quiere y hace lo que le apetece.

En este clima de relativismo se está llegando a situaciones realmente decadentes. Se defienden las creencias más peregrinas sin el mínimo rigor. Se pretende resolver con cuatro tópicos las cuestiones más vitales del ser humano. Algo quiere decir A. Finkielkraut cuando afirma que «la barbarie se está apoderando de la cultura».

La pregunta es inevitable. ¿Se puede llamar «progreso» a todo esto? ¿Es bueno para la persona y para la humanidad poblar la mente de cualquier idea o llenar el corazón de cualquier creencia, renunciando a una búsqueda honesta de mayor verdad, bondad y sentido de la existencia?

El cristiano está llamado hoy a vivir su fe en actitud de búsqueda responsable y compartida. No da igual pensar cualquier cosa de la vida. Hemos de seguir buscando la verdad última del ser humano, que está muy lejos de quedar explicada satisfactoriamente a partir de teorías científicas, sistemas sicológicos o visiones ideológicas.

El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona. No da lo mismo abortar que acoger la vida, ni es igual «hacer el amor» de cualquier manera que amar de verdad al otro. No es lo mismo ignorar a los necesitados o trabajar por sus derechos. Lo primero es malo y daña al ser humano. Lo segundo está cargado de esperanza y promesa.

También en medio del actual pluralismo siguen resonando las palabras de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará».

DIOS NO ES UN SER QUE AMA, SINO EL AMOR

Hoy podemos ver las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. La Realidad que soy, es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado, sino el fundamento de mi ser. Cada frase que hemos leído tiene en el evangelio su contraria.

El que cumple mis palabras ese me ama. Y: el que me ama cumplirá mi palabra. Si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Voy a prepararles sitio. Aquí dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno. Os conviene que me vaya, si no, el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré.

Les había advertido: no he venido a traer paz. Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Yo y el Padre somos uno. Ahora nos dice: El Padre es más que yo. Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros. Ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Las diferencias son siempre aparentes.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia en cada instante.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me alejan de Él más que acercarme. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Habrá que superar la idea de Dios como una entidad separada.

Os irá enseñando todo. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica. Por eso dijo: "os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros."

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús.

La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se descubre directamente. Es fruto de la unidad.

El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos.” Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él, no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada, Dios es siempre un Dios escondido. "Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera" (Pascal).

 

jueves, 15 de mayo de 2025

V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C (Reflexión)

V DOMINGO DE PASCUA Ciclo C  (Juan 13, 31-33.34-45) – mayo 18, 2025
Hechos 14, 21-27; Salmo 144; Apocalipsis 21, 1-5


Este quinto domingo de Pascua, recordamos en el evangelio, el momento durante la última cena, cuando el Señor les confía a sus discípulos el nuevo mandamiento del amor, el cual es distintivo de los seguidores del Resucitado…

Evangelio según san Juan 13, 31-33.34-45

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos".

 

Reflexión:

¿Cómo es el amor de Jesús?

En los inicios de la iglesia, después de la Resurrección, los apóstoles extendieron sin cesar la Buena Nueva, por todo el mundo conocido (entonces), anunciando a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios y el Redentor de la humanidad. Enseñaban la fe en Jesucristo, el arrepentimiento de los pecados, el bautismo y la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo; predicaban las enseñanzas de Jesús y daban testimonio, curando a los enfermos, siempre dando crédito a que “todo lo había hecho Dios, por medio de ellos” (cfr. Hech 14, 21-27)

El amor es el principio fundamental del reino de Dios y un atributo central de Jesús.  Todas las enseñanzas de Jesús nos llevan al amor, cuyas características son: “… es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue” (1 Cor 13,4-8a).

Jesús mostró el amor perfecto a través de su vida, con sus enseñanzas, su entrega y sacrificio por amor a nosotros... Hoy podemos profundizar sobre lo que significa la palabra amor y lo que implica para poder ser mejores cristianos (seguidores y testigos de Jesús).

Comencemos recordando las cuatro acepciones del griego, sobre los tipos de amor, para comprender mejor:

·        Eros (Eρως): amor pasional y romántico,

·        Storge (στοργή) amor natural, entre padres e hijos, familiar,

·        Philia (φιλία) amor de amistad y compañerismo y

·        Ágape (ἀγάπη) amor incondicional y desinteresado. 

Es el amor “ágape”, del que hablamos cuando nos referimos al amor que Jesús nos mostró y del que nos recuerda el evangelio (Jn 13, 31-33.34-45) de hoy: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.

El amor al que estamos llamados es concreto, como lo dice San Ignacio de Loyola, en la Contemplación para Alcanzar Amor (de los Ejercicios Espirituales): “Primero conviene advertir en dos cosas: La 1ª es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La 2ª el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro".

Por lo tanto, para ser un buen cristiano (seguidor de Jesucristo), tendremos que ser como Él,  amar como Él nos ha enseñado, y para lograrlo, tengo que conocerlo, aprender de Él, y hacer la voluntad del Padre… porque "El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor" (1 Jn 4,8)

 

¿Cómo amar a los demás, como Jesús nos ama?... ¿Cómo puedo ser testimonio vivo del amor de Dios?... ¿Cómo ser libre para amar?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-5P-250518

V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C (Profundizar)

 V DOMINGO DE PASCUA Ciclo C  (Juan 13, 31-33.34-45) – mayo 11, 2025 
Hechos 14, 21-27; Salmo 144; Apocalipsis 21, 1-5



Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Nuestra moral, es decir la llamada de Dios que tenemos cada una y cada uno de nosotros, no es una colección de "no": no hagas, no digas, no veas, no comas, no pienses. Quien vive desde este esquema moral, vive temeroso y doblado por el peso de esta moral de prohibiciones.

La moral cristiana, hoy nos lo recuerda Jesús en el Evangelio, está fundada en un SÍ, en una sola llamada: ¡Ama! "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. Así de simple y así de desafiante es nuestra llamada, hay que vivir amando, y porque amamos no lastimamos, no rompemos, no arrebatamos. El cristiano camina desafiado por el amor, está de pie y con la cabeza alta buscando responder a la llamada del Amor.

Las preguntas hoy, son sobre el amor: ¿Amé? ¿En dónde he sido miserable con el amor? ¿A quién, cómo, en dónde, puedo amar más?

Que resuene en nuestro corazón, en este tiempo pascual el texto del Apocalipsis: "Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas", esa es una promesa de Dios, desde su amor, amando, podremos comenzar de nuevo.

#FelizDomingo 

“Si se aman (...), todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”

Cuentan que un agricultor sembraba todos los años maíz en sus campos. Después de muchos años, logró conseguir la mejor semilla de maíz que se podía obtener. Mientras los cultivos de sus vecinos deban cinco mazorcas por uno, el suyo daba cincuenta mazorcas por un grano. El hombre se preocupaba por dejar cada año una buena cantidad de semilla para volver a sembrar y para regalarle a todos sus vecinos, que se alegraban con esta generosidad del agricultor. Cuando alguien le preguntó por qué hacía eso, él respondió: «Si mis vecinos tienen también buen maíz, mis maizales serán cada vez mejores; pero si el maíz de ellos es malo, también mi maizal empeorará». Nadie entendió la respuesta, de modo que él añadió: «Los insectos y los vientos que llevan el polen de unos sembrados a otros y fecundan las cosechas para que produzcan su fruto, no tienen en cuenta si los sembrados son míos o de mis vecinos… Mis sembrados crecerán lo que los sembrados de mis vecinos crezcan».

Cuando Jesús se despidió de sus discípulos, les dejó un mandamiento nuevo: “Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”. Esta es la señal por la que los cristianos deberíamos ser reconocidos. No deberíamos preocuparnos tanto por las insignias externas, por las prácticas piadosas, sino por la calidad de nuestras relaciones. Cuando amamos a alguien, le hacemos el bien, le ayudamos a ser mejor, a vivir en plenitud esta existencia que Dios nos ha regalado para compartirla como hermanos.

Tal vez esta es la tarea más importante que tenemos delante. Crear relaciones que nos ayuden a crecer. La competitividad que nos impone una sociedad como la que hemos organizado, nos obliga constantemente a buscar nuestro propio bienestar en detrimento del bienestar de los demás. Parecería que la relación entre nuestro crecimiento y el crecimiento de los demás fuera inversamente proporcional. Pero desde la lógica de Dios, las cosas son al contrario. Cuanto más crezcan aquellos que están a nuestro lado, más creceremos también nosotros. Si estuviéramos convencidos de esta verdad y si la hiciéramos la norma de nuestra vida, otra cosa sería este mundo. El Señor resucitado estaría más presente entre nosotros y nuestro testimonio se iría extendiendo a lo largo y ancho del mundo.

Dios es como el agricultor de la historia. El reparte sus dones a todos y quiere que todos crezcan y lleguen a la plenitud. Y así quiere que seamos los que nos llamamos seguidores suyos. Jesús vivió así su existencia y quiere que sus discípulos vivamos de la misma manera. No solo con el sentido egoísta de buscar nuestro interés ayudando a los demás, sino convencidos de que es la mejor manera de hacerlo presente en medio de nuestras familias, de la Iglesia y de la sociedad.


COMUNIDAD DE AMISTAD 

Jesús comparte con sus discípulos los últimos momentos antes de volver al misterio del Padre. El relato de Juan recoge cuidadosamente su testamento: lo que Jesús quiere dejar grabado para siempre en sus corazones: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».

El evangelista Juan tiene su atención puesta en la comunidad cristiana. No está pensando en los de fuera. Cuando falte Jesús, en su comunidad se tendrán que querer como «amigos», porque así los ha querido Jesús: «Vosotros sois mis amigos»; «ya no os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos». La comunidad de Jesús será una comunidad de amistad. 

Esta imagen de la comunidad cristiana como «comunidad de amigos» quedó pronto olvidada. Durante muchos siglos, los cristianos se han visto a sí mismos como una «familia» donde algunos son «padres» (el papa, los obispos, los sacerdotes, los abades...); otros son «hijos» fieles, y todos han de vivir como «hermanos». 

Entender así la comunidad cristiana estimula la fraternidad, pero tiene sus riesgos. En la «familia cristiana» se tiende a subrayar el lugar que le corresponde a cada uno. Se destaca lo que nos diferencia, no lo que nos une; se da mucha importancia a la autoridad, el orden, la unidad, la subordinación. Y se corre el riesgo de promover la dependencia, el infantilismo y la irresponsabilidad de muchos.

Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es superior a otro. Se respetan las diferencias, pero se cuida la cercanía y la relación.

Entre amigos es más fácil sentirse responsable y colaborar. Y no es tan difícil estar abiertos a los extraños y diferentes, los que necesitan acogida y amistad. De una comunidad de amigos es difícil marcharse. De una comunidad fría, rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan apenas lo sienten.


EL AMOR EN LA COMUNIDAD ES SOLO EL PRIMER 
PASO PARA QUE EL AMOR LLEGUE A TODOS 

Para poder El domingo pasado nos hablaba de ser “unum” con Dios, con Jesús y con los demás. Hoy nos invita a manifestar esa unidad con nuestras obras. Si descubres esa unidad, no necesitas preceptos ni mandamientos para manifestarla. Si no la descubres, lo que hagas será solo una programación que ni te enriquece ni enriquece a los demás.

“Que os améis unos a otros” se ha entendido a veces como un amor a los nuestros. Eso se quedaría en egoísmo amplificado. Algunas formulaciones del NT pueden dar pie a esta interpretación. Amar solo a los nuestros iría en contra del mensaje de Jesús. El texto nos invita a amar como Jesús amó. Está claro que él amó a todos sin distinción.

Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico es cero. No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la dinámica del amor-ágape. Esto es imposible, si primero no experimentamos ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora. No se trata de una programación sino de una vivencia que se manifiesta en la entrega.

El Amor-Dios no se puede ver, pero se manifiesta en las obras. Es la seña de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo, opuesto al antiguo, ‘el amar a Dios’. Queda establecida la diferencia entre las dos Alianzas. La antigua basada en una relación externa con Dios. La nueva, basada en una relación de amor servicio a los demás.

Jesús no propone como ideal el amar a Dios, ni el amor a él mismo. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada ni nosotros le podemos dar nada. Dios es puro don. Se trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los demás es pura farsa.

Jesús se presenta como “el Hijo de Hombre” (modelo de ser humano). Es la cumbre de las posibilidades de plenitud humanas. Amar es la única manera de ser plenamente humano. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, sino que vive el amor y dice: ¡Imitadme!

En esto conocerán que sois discípulos míos. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ritos, o normas. El distintivo será el amor manifestado. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús propone una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo imita, haciéndose hijo suyo y hermano de todos los seres humano sin excepción.

La pregunta que debo hacerme hoy es: ¿Amo de verdad a los demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita. La última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos, será que no os amáis los unos a los otros.

El amor del que habla el evangelio no es un precepto que puede imponerse, sino la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser. Si llegáramos a tomar conciencia de lo que somos, el amor sería espontáneo y nadie podría dejar de amar. La Realidad en la que todos estamos identificados es lo que llamamos Dios y su ágape nos saca de nuestra individualidad y nos integra en el Todo.

 

Domingo XVI de Tiempo Ordinario – (Reflexión)

  Domingo XVI de Tiempo Ordinario – Ciclo C ( Lucas 10, 38-42 ) – julio 20, 2025  Génesis 18,1-10; Salmo 14; Col 1, 24-28 En este domin...