domingo, 25 de junio de 2023

XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 10, 26-33) 25 de junio de 2023

 


Evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.

No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.

¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.

A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos".

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

La falsedad, la violencia y sobre todo el no experimentarnos amados, dignos, aceptados puede rompernos el corazón y hacernos vivir asustados, empequeñecidos, avergonzados. 

Tres veces insiste Jesús en el Evangelio de hoy que no hay que tener miedo, y nos presenta tres anuncios que han de ayudar a levantarnos, a ser valientes y a vivir de nuevo: No hay nada oculto, ni nada secreto que no llegue a saberse; los violentos no son capaces de matar el alma, y finalmente: ustedes valen mucho, “hasta los cabellos de su cabeza están contados”, es una imagen que quiere enfatizar lo importante y amados que somos para Dios; toda la dignidad y valía que para Él tenemos y que nada, ni nadie puede arrebatarnos. ¿Cómo andas de miedos? ¿Te sientes amada, amado; digna, digno? ¿A qué te invita hoy el Señor?

#FelizDomingo

 

APRENDER A CONFIAR EN DIOS

José Antonio Pagola

Estoy convencido de que la experiencia de Dios, tal como la ofrece y comunica Jesús, infunde siempre una paz inconfundible en nuestro corazón, lleno de inquietudes, miedos e inseguridades. Esta paz es casi siempre el mejor signo de que hemos escuchado desde el fondo de nuestro ser su llamada: «No tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones». ¿Cómo acercarnos a ese Dios?

Tal vez, lo primero es detenernos a experimentar a Dios solo como amor. Todo lo que nace de él es amor. De él solo nos llega vida, paz y bien. Yo me puedo apartar de él y olvidar su amor, pero él no cambia. El cambio se produce solo en mí. Él nunca deja de amarme.

Hay algo todavía más conmovedor. Dios me ama incondicionalmente, tal como soy. No tengo que ganarme su amor. No tengo que conquistar su corazón. No tengo que cambiar ni ser mejor para ser amado por él. Más bien, sabiendo que me ama así, puedo cambiar, crecer y ser bueno.

Ahora puedo pensar en mi vida: ¿qué me pide Dios?, ¿qué espera de mí? Solo que aprenda a amar. No sé en qué circunstancias me puedo encontrar y qué decisiones tendré que tomar, pero Dios solo espera de mí que ame a las personas y busque su bien, que me ame a mí mismo y me trate bien, que ame la vida y me esfuerce por hacerla más digna y humana para todos. Que sea sensible al amor.

Hay algo que no he de olvidar. Nunca estaré solo. Todos «vivimos, nos movemos y existimos» en Dios. Él será siempre esa presencia comprensiva y exigente que necesito, esa mano fuerte que me sostendrá en la debilidad, esa luz que me guiará por sus caminos. Él me invitará siempre a caminar diciendo «sí» a la vida. Un día, cuando termine mi peregrinación por este mundo, conoceré junto a Dios la paz y el descanso, la vida y la libertad.

 

NADIE PUEDE DETERIORAR TU VERDADERO SER

Fray Marcos

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso los matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan todas las actitudes vitales a las que se tuvo que enfrentar.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Esto es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto es defensor de la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de la verdadera humanidad. Éste es el que nos traiciona y nos lleva a desafíos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados ​​por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos promete un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o que, si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que Dios hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestra verdadera riqueza es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no depende de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo es utilizado por todo aquel que finge someter a otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, si no también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional. Creo que todas las religiones han tratado de manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnimodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplegado, mejor dicho, lo está desplegando constantemente, por lo tanto, no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos; ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Y descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo sepa. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser lo suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte es lo que necesita que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individuo, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

 

sábado, 17 de junio de 2023

XI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 9, 36-10,8) 18 de junio de 2023

 


Evangelio según san Mateo 9,36-10,8

En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

“Como ovejas sin pastor”, es una imagen que describe la realidad en la que muchas veces nos encontramos: perdidos, enredados, en peligro, enfrentados, abandonados. Dios ante esta realidad no es ajeno, ni mucho menos causa, como en nuestras más retorcidas fantasías podríamos imaginar. Dios se compadece, salva, actúa. ¿Cómo actúa? Llamándonos y enviándonos a rescatar, organizar, salvar, proteger y pacificar, especialmente con el encargo, de buscar a las ovejas que están o se sienten más perdidas. Lo sorprendente es que cuando vamos, cuándo respondemos a su envío nos encontramos, nos sabemos cuidados, acompañados, salvados, sanados; nos sabemos amados por este pastor que nos salva y nos envía, que enviándonos nos salva. #FelizDomingo

Hoy quiero mencionar a Javier y Joaquín, mis dos hermanos jesuitas que el próximo martes 20 cumplirán un año de que fueron asesinados, junto a Pedro Palma en el altar del templo de Cerocahui. Ellos dos fueron siempre pastores, “ovejas” del Buen Pastor, y así murieron pastoreando al Pueblo de Dios. Pidamos que intercedan por la justicia y la paz que tanto necesitamos. Pidamos por más hombres y mujeres como ellos, capaces del seguimiento radical que vive aquella y aquel que son “pastores”.


Como ovejas que no tienen pastor

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

“Todos los días del año, sin importar el sol o la lluvia, lo veía pasar junto a mi casa. Varias veces al día..., como el que nada o mucho tiene que hacer. De color ajado, descolorido y con mugre acumulada desde las últimas lluvias. De lomo esquelético y vientre abultado –vivero de parásitos– siempre deambulando en soledad desconfiada. Sobre un fondo de miedo, en su mirar indiferente, dejaba traslucir destellos de tierna bondad y hambre de caricias. Ciertamente era, y es, un marginado del amor. Me estoy refiriendo a uno de los perros callejeros del barrio. Por no tener, ni dueño tenía. Nadie lo llamaba. En tercera persona lo conocíamos despectivamente por «El Pulgas». Su pedegree..., como el de tantos otros. Madre callejera que paría por hambre. Concebía, insensible a la emoción, mientras roía un sucio hueso adobado en polvo o barro, según las estaciones. Paría sin orgullo. Amamantaba hasta donde sus lacios senos respondían –era bien poco– transmitiendo en herencia fatal, su endémica parasitosis. «El Pulgas» nunca supo de ternuras acariciantes. Su única tenue y, ya olvidada, experiencia de relación amorosa –época de amamantamiento– fue abortada por exigencias de la supervivencia. Cada uno, madre e hijo –con dolor traumatizante para «El Pulgas»– cogió por su lado a buscar vida.

En cierta ocasión creyó encontrar la seguridad de un hogar. Su esperanza se quebró pronto, cuando descubrió que –a cambio de unas recortadas sobras de comida– le exigían acabar con un nido de ratas sobrevivientes de un envenenamiento colectivo. Salió de la casa apaleado, intoxicado y casi sin fuerzas. Las hierbas y el instinto de conservación sirvieron de médico y medicina. Al principio, todos se apartaban de él con gesto de asco. La lluvia de piedras y crueles patadas de la chiquillería, le enseñaron a apartarse él mismo con el rabo humillado entre las patas.

Un día dejé de verlo. Me contaron, no sé si será cierto, que habían venido los de la higiene y amarrado lo habían llevado a la perrera a compartir sus mugres y frustraciones con otros perros contaminados. Me dice quien lo ha visto –no me constar y de pronto no deja de ser un chisme más– que está desconocido. Más solitario que nunca. Que aúlla como los coyotes –lamento hecho aria trágica– y que pasa asomado a los barrotes de la jaula atisbando en busca de lo único que le pertenecía: un residuo de libertad. Nota: Cualquier semejanza de «El Pulgas» con el «El Batea», el «Mano fina», «El Camote», «El Mico» o «El Marcado», chiquillos de mi barrio, es pura coincidencia” (Luis Arocena Pildain, Hora de Dios, hora del pobre: Vida Nueva, No. 1464, 1985, p. 183).

“Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban angustiados y desvalidos, como ovejas que no tienen pastor”. Es comprensible que Jesús dijera, enseguida, a sus discípulos: “Ciertamente, la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla”. Y, diciendo y haciendo: llamó a sus doce discípulos, dándoles “autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias”. Y san Mateo nos presenta la lista de los primeros escogidos para llevar adelante esta tarea... Hoy tu y yo estamos también en esta lista. Todos somos servidores de la misión de Cristo en esta tierra. Si te encuentras en tu camino con un ser humano que ha vivido una experiencia parecida a la de «El Pulgas», no voltees la cara para mirar a otro lado; escucha a Jesús que nos dice “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios. Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo”.

INTRODUCIR VIDA EN LA SOCIEDAD ACTUAL

José Antonio Pagola

El reino de Dios no es solo una salvación que comienza después de la muerte. Es una irrupción de gracia y de vida ya en nuestra existencia actual. Más aún. El signo más claro de que el reino está cerca es precisamente esta corriente de vida que comienza a abrirse paso en la tierra. «Id y proclamé que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». Hoy más que nunca deberíamos escuchar a los creyentes la invitación de Jesús a poner nueva vida en la sociedad.

Se está abriendo un abismo inquietante entre el progreso técnico y nuestro desarrollo espiritual. Se diría que el hombre no tiene fuerza espiritual para animar y dar sentido a su incesante progreso. Los resultados son palpables. A bastantes se les ve empobrecidos por su dinero y por las cosas que creen poseer. El cansancio de la vida y el aburrimiento se apoderan de muchos. La «contaminación interior» está ensuciando lo mejor de no pocas personas. Hay hombres y mujeres que viven perdidos, sin poder encontrar un sentido a su vida. Hay personas que viven corriendo, sumergidas en una nerviosa e intensa actividad, vaciándose por dentro, sin saber exactamente lo que quieren.

¿No estamos de nuevo ante hombres y mujeres «enfermos» que necesitan ser curados, «muertos» que necesitan resurrección, «poseídos» que esperan ser liberados de tantos demonios que les impiden vivir como seres humanos? Hay personas que, en el fondo, quieren volver a vivir. Quieren curarse y resucitar. Volver a reír y disfrutar de la vida, enfrentarse a cada día con alegría.

Y solo hay un camino: aprender a amar. Y aprender de nuevas cosas que exige el amor y que no están muy de moda: sencillez, acogida, amistad, solidaridad, atención gratuita al otro, fidelidad... Entre nosotros sigue faltando amor. Alguien lo tiene que despertar. A los hombres de hoy no los va a salvar ni el confort ni la electrónica, sino el amor. Si en nosotros hay capacidad de amar, la tenemos que contagiar. Se nos ha dado gratis y gratis lo tenemos que regalar de muchas maneras a quienes encontremos en nuestro camino.

 

NO VEO A JESÚS HACIENDO DISTINCIONES ENTRE SUS SEGUIDORES

Fray Marcos

En la nueva comunidad todos tienen su puesto y su valor.

Las lecturas de hoy tienen una gran variedad de temas: la elección, la salvación de Dios, el sacerdocio de los fieles, la salvación de Cristo, la penuria de la gente, la compasión, la vocación, la misión, la evangelización, el servicio , la curación, la gratuidad... Dios salva y quiere que su salvación llegue a todos a través de los ya salvados. PEro, ¿Qué salvación ofrece Jesús en el evangelio? él podría ser el resumen del mensaje de este domingo.

El relato del Éxodo fue para los israelitas la cima de su experiencia religiosa. Su Dios les había salvado de la esclavitud. En el desierto les libró de la sed, del hambre, de las serpientes. Después, en la tierra de Canaán sintieron la presencia de Dios cada vez que vencían a los enemigos o superaban una desgracia. La experiencia de salvación de los israelitas no fue más que una interpretación de acontecimientos favorables. Cuando los acontecimientos eran adversos, los interpretaban como castigo del mismo Dios.

En tiempo de Jesús se sintieron liberados del demonio, de las enfermedades, de sus pecados. ¿Qué nos libera hoy? ¿De qué nos tienen que salvar? Para la mayoría de los cristianos, salvarse es evitar la condenación, una idea negativa que resulta un poco ingenua. La salvación debe ser algo positivo y no de mínimos, sino de máximos. Podía ser “Plenificación”, alcanzar la plenitud de ser a la que estamos destinados. Esa plenitud tenía que dar sentido a mi vida, de la misma manera que el punto de destino da sentido a todos los pasos que doy para llegar a él.

Dios no tiene que hacer ningún acto para salvarme, porque me ha salvado de una vez por todas y desde siempre. Tal como se entiende normalmente la salvación, da la impresión de que a Dios le salió mal la creación y ahora sólo con parches y remiendos puede llevar a feliz término su obra. ¿No os parece un poco ridícula esta idea? La Biblia nos dice con toda claridad al final del relato de la creación que vio Dios todo lo que había hecho, y era bueno. Dios no tiene que cambiar, somos nosotros los que debemos cambiar.

Estamos en un error cuando pretendemos que Dios nos libere de nuestra condición de criaturas, de nuestra contingencia, de nuestras limitaciones, de la muerte. Todo eso es consecuencia de nuestra condición de criaturas, y por lo tanto es intrínseco a nuestro ser. Dios no puede evitarlo. La salvación hay que buscarla en otra parte. En una ocasión Jesús dijo "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti único Dios verdadero ya tu enviado Jesucristo." La salvación es pues, toma de conciencia, descubrimiento de una realidad que ya está ahí. El tesoro escondido en el campo.

Cuando habla de los doce no quiere decir que los apóstoles resultaron exactamente doce, con nombres y apellidos, sino el nuevo Israel. También las doce tribus son un mito: El dios sol rodeado de los signos del zodiaco. Tomar hoy los doce como número de personas investigadas por Jesús de un poder especial es seguir leyendo los evangelios de una manera fundamentalista. No sabemos en qué momento aparece la idea de “apóstol” (enviado), pero es impensable que antes de la separación del judaísmo hubiera un grupo especial que llevaran ese nombre.

Ni los apóstoles ni sus “sucesores” fueron el fundamento de la nueva comunidad. Es la comunidad la que necesita de representantes que sepan dar testimonio de Jesús siendo seguidores más fieles al Maestro. No podemos seguir manteniendo la idea de que lo importante en nuestra Iglesia es la jerarquía. La obligación de “proclamar” el evangelio es de todos los que forman la comunidad, no de unas personas separadas y elegidas especialmente para esa tarea. El Vaticano II habló alto y claro sobre la misión de los laicos en la Iglesia, pero no hemos sido capaces de llevar a cabo esta inquietud al horrible de la comunidad.

No debemos despistar a la gente, haciéndoles creer que la tarea de predicar no va con ellos. Tampoco debemos dar a entender que no tiene importancia la existencia de personas especialmente preparadas para dirigir y marcar pautas en esa tarea. Pero no se habla hoy de la vocación de cada persona sobre la base de sus aptitudes o preparación personal, sino de una misión a la que todos estamos llamados. No se trata de la vocación a ministerios especiales, (sacerdotes, obispos) sino de la consecuencia lógica del ser de cristiano: llevar a todos la salvación que él recibió.

No importa el lugar que ocupa en la comunidad sino que desempeña su tarea como seguidor de Jesús con actitud de servicio. “Proclamar” no significa ir por ahí dando voces, o realizando acciones espectaculares con poderes divinos. Se trata de ayudar al que tengo cerca en todo lo que pueda. La misión no consiste en predicar y hacer prosélitos, sino en ayudar a los hombres a soportar sus penurias, pero dejándoles en libertad para que sigan siendo ellos mismos. Solo donde se libera a las personas, se está anunciando el evangelio. Jesús nos pone en guardia cuando dice: “Vosotros, que recorréis tierra y cielo para conseguir un prosélito...”

La misión no debe ser un gran esfuerzo por acrecentar el número de los que pertenecen a la Iglesia, sino el aumentar el número de los que son objeto de nuestro cuidado. Lo que nos quiere decir el evangelio es que el seguidor de Jesús tiene que considerar a todo hombre como perteneciente a la comunidad, porque todos tienen que ser el objetivo de su servicio. Sólo la búsqueda del bien de los demás, o por lo menos la disminución de sus carencias, debe ser el motivo de nuestra predicación, sea de palabra o de obra.

Una comunidad no es cristiana si no está abierta a todos los hombres. Decir que 'fuera de la Iglesia no hay salvación' es dar por supuesto que es un coto cerrado que no tiene nada que ver con los que se niegan a entrar en él. A la comunidad cristiana pertenecen todos los hombres. Si dejamos fuera a uno solo, se cambiaron en un gueto y dejarían de ser la comunidad de Jesús. La Iglesia debe estar volcada sobre los demás, no replegada sobre sí misma.

Termina el evangelio de hoy con una frase tajante: “Gratis tuvieron recibido, papá gratis”. Sólo cuando doy lo que he recibido, lleno de sentido el don que se me ha regalado. Cuando quiero acaparar lo que soy y lo que tengo, lo convierto en algo estéril para mí y para los demás. Es fácil darse cuenta de que no estamos por esa labor. La gratuidad tenía que ser la característica de toda acción comunitaria. Si en mi servicio a los demás busco cualquier clase de interés, estoy fuera del evangelio. Aunque ese interés sea ir al cielo, ser más bueno, obedecer a Dios, etc.

 

sábado, 10 de junio de 2023

X Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 X Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 9, 9-13) 11 de junio de 2023

 


Estamos en el Tiempo Ordinario litúrgico, el cual, nos va guiando para conocer a Jesús, su mensaje y llevarlo a nuestra vida:  

Evangelio según san Juan 3,16-18

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores."

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Complicamos tanto a Dios, construimos un dios distorsionado que existe para exigir y vigilar lo que nosotros queremos imponer a los demás. Sufrimos y hacemos sufrir cuando rendimos culto a ese dios distorsionado.

Hoy la Palabra es contundente para hablarnos de lo que Dios quiere: "Yo quiero amor y no sacrificios", "yo quiero misericordia..." Dios quiere que esperemos contra toda esperanza. Dios cumple sus promesas, Dios salva; no pide que le llevemos ofrendas, sino que nos ofrezcamos a nosotros mismos.

La Palabra hoy es también llamada, somos llamados a hacer lo que Él hace: ser misericordiosos y cumplir nuestras promesas. Nada más desafiante que vivir en el amor; pero nada como ello nos garantiza la experiencia de Mateo de escuchar a Dios llamarnos por nuestro nombre y levantarnos llenos de libertad y sentido para siempre. ¿Cómo estás amando? ¿vives el cotidiano de tu vida en el amor? ¿cumples tus promesas? ¿qué invitación recibes hoy? #FelizDomingo

Reflexiones sobre el Cuerpo y Sangre de Cristo (jueves 8 de junio)

“Yo soy el pan vivo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Había una vez un pan malo que, tan pronto salió del horno, fue colocado, contra su voluntad, en la vitrina de la panadería junto a otros muchos panes. Poco a poco los clientes se fueron llevando todos los panes y sólo quedó el pan malo que siempre que trataban de agarrarlo, gritaba y protestaba para que no lo tocaran. De pronto, llegó una señora a comprar pan y, como no encontró más, se llevó el pan malo que refunfuñó disgustado: – “¿A dónde cree que me lleva?” La señora le dijo: –“Pues te llevo a mi casa, donde hay cuatro niños que te esperan para poder ir a la escuela a estudiar todo el día”. El pan malo no tuvo más remedio que dejarse llevar, pero siguió refunfuñando para sus adentros... Tan pronto estuvo en medio de la mesa del comedor de la familia y se sintió amenazado por los cuatro niños, comenzó a gritar: –“¡No tienen derecho a hacerme daño! ¡Yo no quiero que me partan, ni estoy dispuesto a que me coman! ¡No lo voy a aceptar de ninguna manera!”.

Los niños, estupefactos, se contentaron esa mañana con el café con leche y algunas galletas que había del día anterior... Dejaron el pan malo sobre la mesa y se fueron a la escuela sin discutir más con el... Pasaron los días y la señora terminó tirando el pan malo a la basura, porque se puso tieso y nadie se lo quería comer...

Había, en cambio, otro pan bueno que tan pronto salió del horno, crujiente y tierno, se sintió feliz de que se lo llevaran de primero para la casa de una familia numerosa. Cuando lo colocaron sobre la mesa, sabiendo que lo iban a partir y que se lo iban a comer, agradeció a Dios porque podía darle vida a los niños que iban a estudiar a la escuela. Tuvo miedo y le dolió cada uno de los embates del cuchillo que lo fue rebanando poco a poco; luego, cuando sentía cada mordisco, sufría, pero sabía que los niños lo necesitaban para jugar, para estudiar, para reír toda la mañana. Así que se ofreció con generosidad hasta el final, sin dejar sentir el dolor que lo embargaba.

Esta historia la suelo contar a los niños y niñas cuando hacen su primera comunión; a partir de este sencillo cuento, converso con ellos sobre el valor de la entrega, del sacrificio por los demás, de la entrega generosa de Dios a través de su Hijo en la Eucaristía. Los niños, como los que escuchaban al Señor, se preguntan aterrados: ¿cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo? 

Leyendo a santo Tomás de Aquino, podemos entender un poco mejor el sentido de la fiesta de hoy y de los textos bíblicos que nos propone la Iglesia para la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (...) Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión (...)”.

Participar de la vida del Señor, por haber comido su carne y haber bebido su sangre, es participar de su vida divina, que no es otra cosa que una vida entregada, por amor, hasta la muerte. Por eso, “el que come de este pan, vivirá para siempre”, porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para el mundo, como el pan generoso que se hizo risa y alegría en los niños del cuento.

PAN Y VINO

José Antonio Pagola

Empobreceríamos gravemente el contenido de la eucaristía si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia. Es cierto que la eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente si olvidamos la unión con Cristo, que se nos da como alimento.

Algo parecido hemos de decir de la presencia de Cristo en la eucaristía. Se ha subrayado, y con razón, esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestras vidas.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descubierto, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otro son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se destruirán para los creyentes en «pan de vida» y «cáliz de salvación». Ahí encontramos los cristianos esa «verdadera comida» y «verdadera bebida» que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna.

 

LA EUCARISTÍA ES EL SIGNO DEL VERDADERO AMOR QUE SE MANIFIESTA EN LA ENTREGA

Fray Marcos

La eucaristía es una realidad muy compleja que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podríamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), sacrificio, presencia, recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su riqueza. Vamos a intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como al dedo lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión debe estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa solo con la intención de comulgar es sencillamente una trampa alejada de lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Juan en el discurso del pan de vida. Juan hace referencia al alimento, pero alimentarse es creer en él, identificarse con él.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre física de Jesús. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero descubrió en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, una vida totalmente entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos (sacerdocio de los fieles).

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando necesito el signo del amor es cuando me siento separado de Dios. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don total de sí mismo, que se ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades. Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía sin dañarnos con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me quedó en el rito.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced vosotros también esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto sois que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desaparecer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromiso es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Es más tajante aún el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo en beneficio de todos. Eso que los tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructuras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros personales odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego" que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, de la unidad, de la Presencia. Si la celebración no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Conformarnos con asistir a Misa sin celebrar la eucaristía es un engaño total.

Hoy me siento incapaz de comunicaros la enorme cantidad de cosas que me gustaría trasmitiros. Me gustaría poder hablar horas y horas con cada uno de vosotros para sacaros de todos los dispares que se han dicho sobre este sacramento. Muchas veces os dijo que de las realidades trascendentes no se puede hablar con propiedad. Pero tampoco es que un lenguaje exagerado y excesivo, en vez de aproximarnos a la verdad, nos aleja de ella. Es lo que ha pasado con este sacramento admirable.

Hemos oído cientos de veces que la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Jesús no instituyó nada. Ni siquiera podemos tener seguridad de lo que realmente hizo y menos aún del sentido que pudo dar él a los gestos que realizó.

La eucaristía fue el resultado de un proceso que pudo durar muchos años. En el que influyeron en multitud de realidades. Para mí la influencia fundamental debemos buscarla en la cena pascual y en las comidas realizadas por Jesús durante su vida.

Los exégetas nos cuentan que probablemente comenzaron por ser una comida fraterna en la que se dio gracias a Dios por los dones recibidos. La clave era el compartir y descubrir en esa actitud la presencia de Jesús vivo en la comunidad. Tanto el que compartía lo que tenía, como el que podía comer gracias a la generosidad de los demás, sentía esa presencia que los tenían unidos. Al crecer las comunidades fue inviable esa comida compartida y se transformó en el rito que prevaleció hasta nuestros días.

Hoy todos estamos de acuerdo en que, para renovar el sacramento de la eucaristía, es preciso tener en cuenta la tradición. Pero mientras unos se paran en el concilio de Trento, otros queremos llegar hasta los orígenes y descubrir allí el sentido de sacramento.

La primera es una mala opción porque Trento no elaboró ​​una doctrina sobre este sacramento. Se limitó a responder a las dos cuestiones puestas en entredicho por la reforma protestante: la presencia real y el sacrificio. La reacción del concilio fue violenta y con demasiado resentimiento para que pudiera ser ecuánime. En Trento dio comienzo la contrarreforma, que fue más nefasta para la Iglesia que la misma reforma. Sus exageraciones han marcado la doctrina durante los siglos posteriores y aún no nos hemos librado de su influencia.

Con relación a la presencia, se mezcló la metafísica con la realidad física y nos metió por un callejón del que no hemos salido todavía. Los conceptos de sustancia y accidente son metafísicos y no tienen nada que ver con la realidad física.

Con relación al sacramento como sacrificio, también se exageró el lenguaje, llegando a conclusiones descabelladas.

Me pregunto, ¿cómo dos aspectos que no se tuvieron en cuenta para nada durante los cinco primeros siglos, pueden ser lo esencial del sacramento?

Las exageraciones del concilio han marcado la pauta de toda la doctrina del sacramento durante los últimos cinco siglos. Aun hoy para la inmensa mayoría de los fieles el sacramento consiste en el sacrificio de Cristo y en la presencia real.

La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica. Es algo que hacemos, que desplegamos, dentro de la comunidad. Del mismo modo la presencia real estática distorsiona la dinámica del sacramento y lo convierte en cosa. Aun cuando se comulgue fuera de la misa, no tiene sentido si no se hace referencia a lo que se exalta en la eucaristía, de la que procede el pan consagrado que comemos.

 

 

sábado, 3 de junio de 2023

La Santísima Trinidad – Ciclo A

 La Santísima Trinidad – Ciclo A (Juan 3, 16-18) 4 de junio de 2023

 


Evangelio según san Juan 3,16-18

"Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Este domingo, día de la Santísima Trinidad, no puedo dejar de pensar en la ilustración que hacía la teóloga Bárbara Andrade, de "La Casita Trinitaria". Esta "casita" tiene de pilares de un lado al Padre y del otro al Hijo, y el Espíritu, forma el "techo" que une ambos. Esta "casita" es puro amor, y en ella habitamos y encontramos protección. 

Hoy la Palabra nos resalta sin titubeos, sin medias tintas, que Dios es compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel. Es el Dios del amor y la paz; es el Dios que busca que vivamos, que no vino para condenarnos, sino para salvarnos.

Sacudamos de nuestra mente las falsas imágenes de Dios, reconozcamos que somos llamados a habitar en esta "casita" de su amor y digamos desde el fondo del corazón: ¡tómame como cosa tuya Señor!

#FelizDomingo

Acertijo o Misterio”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace ya muchos años, viajé con algunos compañeros jesuitas a una zona rural del municipio de Marulanda, Caldas, para tener una misión entre los campesinos de la zona. Para los que no conocen, Caldas está en la región central del país, pero con una orografía muy cerrada. Hay muchos pueblos, pero la comunicación entre ellos no es fácil, porque las montañas son monumentales... Pasar de una cima a la otra, atravesando las hondas quebradas, es una proeza digna de titanes.

Llegamos a la escuelita de la vereda y nos encontramos con un grupo de niños que no tenían ninguna instrucción religiosa y que no conocían nada, más allá de lo que dejan ver estas colosales montañas que los rodean por todas partes. Nos tocaba prepararlos para la primera comunión, que tendríamos el último día de la misión. Cuando me senté con uno de mis compañeros a pensar sobre la mejor forma de llegar a los niños, nos pareció que debíamos comenzar por lo más sencillo: enseñarles a darse la bendición, pues ni siquiera esto sabían. Ustedes no alcanzan a imaginarse el enredo que se nos formó cuando tratamos de explicarles que Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo... Los niños nos miraban con una cara de admiración, como quien se asoma a un abismo insondable, como los que teníamos a nuestro alrededor.

Es un lugar común decir que es muy difícil predicar sobre la Santísima Trinidad; pero yo creo que la dificultad no está sólo en el que predica, sino también en el feligrés que se sienta en la banca a escuchar un acertijo que no acaba de entender nunca... “Tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, decían nuestros abuelos... La mejor explicación de este misterio de la Santísima Trinidad la leí en san Agustín, que solía decir: "Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu del Amor.

En último término, de lo que se trata es del misterio del amor en el cual estamos insertos: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. El amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 231).

Tal vez a los niños de aquella lejana vereda de Marulanda lo único que les quedó claro fue que Dios nos había enviado hasta allí para acompañarlos en su crecimiento en la fe y para expresarles su amor hacia ellos. Y esto mismo los pudo impulsar a amar un poco más a este Dios misterioso y a sus hermanos y hermanas, en quienes se quedó viviendo para siempre.

 

EL CRISTIANO ANTE DIOS

José Antonio Pagola

No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para revivir una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataron; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacia él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colabora en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quieren ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animado por el Espíritu Santo? En primer lugar vivir animado por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay mas importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

 

LO ÚNICO CIERTO SOBRE DIOS ES LO QUE NO SE DICE

Fray Marcos

Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios, celebramos que Dios es una fiesta todos los días, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta y está dispuesto a participar en ella. La Trinidad tiene que liberarnos del Dios Poder y empaparnos del Dios Amor. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y solo amor. Solamente en la medida que amemos, conoceremos a Dios.

Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que quiere decir. La Trinidad nos enseña que sólo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debería ser un espejo que en todo momento reflejase el misterio de la Trinidad. Pero para llegar al Dios de Jesús, tenemos que superar el falso dios. Sí, el falso dios en quien todos hemos creído y en gran medida, seguimos creyendo los cristianos:

• El dios interesado por su gloria, incluso cuando hace algo para sacarnos de la miseria.

• El dios todopoderoso que si no elimina el mal es porque no le da la gana.

• El dios que salva a uno de una enfermedad o peligro si alguien reza por él, pero que deja hundido en la miseria al que no tiene valedor alguno.

• El dios ofendido que exige la muerte de su hijo para poder perdonar al ser humano.

• El dios que premia a los que hacen lo que él quiere, pero condena a los que no.

• El dios celoso de la moral sexual, pero que no le preocupa mucho la injusticia.

• El dios que nos exige amar al enemigo pero que a los suyos los manda al infierno.

Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar trazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pueden aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.

La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra experiencia cristiana. Una profunda vivencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación del misterio trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar errores en las formulaciones formales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano.

Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregne el cosmos, irrumpe como Vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de demostrar la existencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.

No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separadas cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el Dios UNO. Es urgente tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios. En teología, se llama "apropiación", (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas. Ni el Padre solo crea ni el Hijo solo salva ni el Espíritu Santo santifica por su cuenta; Todo es "obra" de Dios.

Nada de lo que podemos pensar o decir sobre Dios es adecuado a su ser. Cualquier definición o cualquier calificación que atribuyamos a Dios son incorrectos. Todo lo que sabemos racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Con frecuencia, los ateos están más cerca del verdadero Dios que los creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en todos los ídolos.

Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: "Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate". Las primeras líneas del "Tao" rezan: El Tao que puede ser impulsado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre.

De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de "ama", "perdonó", "salvará", nos equivocamos, porque en Dios los verbos no se conjugan; no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene "acciones". Dios todo lo que hace los es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano y en Dios el AMOR, es algo muy distinto.

Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimento que Dios es amor, sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. Nuestro amor es una cualidad, que podemos tener o no tener. En Dios es su esencia, es decir, no puede no tenerlo, porque dejaría de ser.

Vivir la experiencia de Dios Trino, sería convivir. Estamos hechos para el encuentro y la comunicación. Sería experimentarlo:

1) Como Dios, ser absoluto.

2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro.

3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de mi ser.

Acercarse a Dios es descubrir la Trinidad. La experiencia del Dios cristiano nos empujaría a ser como Él, Padre, Hijo y Espíritu a la vez. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad. Debemos empezar por descubrir a Dios en nosotros, como parte de nuestro ser. Pero no se agota ahí. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Pero no se agota ahí. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.

Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva para los que se dicen creyentes y los que se proclaman ateos es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera nuestro teísmo interesado.

Después de darle muchas vueltas a un tema, llegó a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo.

El Dios revelado por Jesús, es amor. Pero ¡ojo! No es un ser que ama sino el amor mismo. En Dios el amor no es una cualidad como en nosotros, sino su esencia. Si dejara de amar un solo instante a un solo ser, dejaría de existir. Esto es la esencia del evangelio. La mejor noticia que podría recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe. Porque Dios ES amor, está incapacitado para condenar. Sólo puede salvar. No confíes en esa salvación de Dios, es estar ya condenado.

Meditación-contemplación

Dios es amor, pero ese amor no responde a nuestra idea del amor.

Dios es: El que ama, el amado y el amor. Los tres a la vez.

Este modo de hablar es incomprensible para nosotros.

La mente solo entiende un sujeto que ama, un objeto amado y el amor mismo.

..........................

La creación no es más que la manifestación de ese Dios.

En toda criatura queda reflejada su manera de ser.

En todo ser creado está el amante, el amado y el amor.

El hombre tiene la capacidad de entrar intuitivamente en esa dinámica.

..................

No puede haber meta más alta, que dejarse arrastrar por ese torbellino.

Es Vida en el sentido más profundo de lo que podemos entender.

Vida que me lleva más allá de mí mismo y colmaría mi ser.

Vida que colmaría mi ansia de felicidad.

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...