sábado, 26 de junio de 2021

Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – 27 de julio de 2021

 


Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?” Sus discípulos le contestaron: “Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ ” Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor.


Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos

 

Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Las situaciones de dolor en las que muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de tranquilidad y paz. Solamente cuando se ha estado desesperado, se entienden ciertas formas de reaccionar que es muy fácil juzgar desde fuera. Una cosa es ver los toros desde la barrera, y otra muy distinta, sentir el aguijón de la desesperación clavado en nuestra carne. Saber esto nos puede ayudar comprender a muchas personas que nos parece que han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.

Un buen amigo mío, sufrió en un momento de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. Él es una persona que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las fuentes del saber desde muy joven y se ha formado en las mejores universidades de Colombia y Francia. Resulta que estaba pasando por uno de esos momentos críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de hígado muy fuerte. Lo vi, con mis propios ojos, acostado en su cama, sosteniendo el polo positivo de una pila contra su hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre la boca. Un médico alternativo le había dicho que el dolor de hígado que tenía se debía a un desequilibrio en la energía de su cuerpo, producido por unas amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una persona ignorante o mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo por semejante situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en la vida en los que no vemos otras alternativas y nos agarramos a cualquier cosa que nos brinde alguna esperanza de salvación, aunque a los ojos de los demás parezcan cosas insensatas y absurdas. Seguramente conocemos a muchas personas que han despilfarrado fortunas enteras, tratando de solucionar algún problema de salud propio o de algún ser querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una chispa de esperanza, cuando los médicos tradicionales la han perdido totalmente y habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han ayudado a seres queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del alcohol o de la droga y para eso han tenido que hacer grandes sacrificios, incomprensibles para quienes no estamos metidos en la situación.

La mujer que nos presenta hoy el evangelio, en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo, padecía una enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘crónica’: “(...) desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba, ‘Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”. Efectivamente, cuenta el evangelio que “Al momento, el derrame de sangre se detuvo, sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad”. Llama la atención la reacción del Señor que, “dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la capa? Sus discípulos le dijeron: – Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad”. Diríamos que esta mujer representa un caso extremo de desesperación, como los que hemos mencionado al comienzo. Pone su confianza en algo que no parece sensato. ¿Cómo puede pensar que con tocar la capa de un profeta, por muy importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la suya? Ella creyó. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le dice: “– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad”. Pidamos al Señor que sepamos vivir una fe como la de esta mujer del evangelio. Que luchemos por nuestros sueños con su insistencia y tenacidad. Pero que no desperdiciemos nuestra fe en curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos engañar por tanto encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino que pongamos nuestra fe en el único que puede salvarnos, efectivamente, y darnos una salud eterna.

 

UNA «REVOLUCIÓN IGNORADA»

José Antonio Pagola

Jesús adoptó ante las mujeres una actitud tan sorprendente que desconcertó incluso a sus mismos discípulos. En aquella sociedad judía, dominada por los varones, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en su comunidad de seguidores. Si algo se desprende con claridad de su actuación es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

Sin embargo, los cristianos no hemos sido todavía capaces de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud de nuestro Maestro. El teólogo francés René Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.

Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista, y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En una Iglesia dirigida por varones no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que no se escuchan desde la jerarquía voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Los seguidores de Jesús hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino un comportamiento profundamente viciado por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder machista.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se llevará a cabo despertando la agresividad mutua y promoviendo entre los sexos una guerra. Jesús llama a una conversión que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a hombres y mujeres.

Las diferencias entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Y, para ello, los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

 

BASTA QUE TENGAS CONFIANZA!

Fray Marcos

Del final del c. 4 de Mc pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no solo no le daba solución, sino que la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: "La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor; se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad, más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser: el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario. Es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía es lo normal. Llamamos milagro a procesos que serían los más naturales: Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora; Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia; También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

Meditación

En el orden espiritual, es imprescindible la fe-confianza.

Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.

Tu lámpara está capacitada para iluminarse.

Toda la energía está a tu disposición.

Solo tienes que dejar que fluya la corriente.

Fray Marcos

 

sábado, 19 de junio de 2021

Domingo XII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 4, 35-41) – 20 de junio de 2021


Marcos 4,35-41 

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas. De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”

Palabra del Señor.

 

Reflexiones: 

Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos 


#microhomilía

#HernánQuezadaSJ

La cobardía brota del miedo, el miedo brota de la desconfianza ante aquello que se nos sale de control y nos amenaza, es decir, de las "tormentas". Hoy Jesús nos habla en medio de nuestras tormentas: ¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Aún no tienes fe?

A la fe no se llega de una vez por todas, sino que se trata de una ruta cotidiana que hay que recorrer. En cada tormenta hay que recordar que el Señor siempre llegará y apaciguará las olas y convertirá la tempestad una brisa suave. ¿Qué garantía tenemos de que Él llegará? Nuestra memoria, siempre hay que recordar que Él ha llegado, no nos ha abandonado y por tanto no nos abandonará. La memoria nos refuerza la fe, así nos vamos convirtiendo en hombres y mujeres valientes, capaces de mantener los ojos abiertos y recuperar la paz en medio de las más feroces tormentas. #FelizDomingo


¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Recibí hace unos meses el siguiente texto: “Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta. ¿Dios creó todo lo que existe? Un estudiante contestó valiente: Sí, lo hizo. ¿Dios creó todo?, preguntó nuevamente el profesor. Sí señor, respondió el joven. El profesor contestó, "Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo". El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un mito”.

Otro estudiante levantó su mano y dijo: ¿Puedo hacer una pregunta, profesor? Por supuesto, respondió el profesor. El joven se puso de pie y preguntó: ¿Profesor, existe el frío? ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío? El muchacho respondió: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos frío, en realidad es la ausencia de calor. "Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor".

Y, ¿existe la oscuridad? Continuó el estudiante. El profesor respondió: Por supuesto. El estudiante contestó: Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.

Finalmente, el joven preguntó al profesor: Señor, ¿existe el mal? El profesor respondió: Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, gracias a el vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal. A lo que el estudiante respondió: El mal no existe, señor, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó al mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz. Entonces el profesor, después de asentar con la cabeza, se quedó callado. El joven se llamaba Albert Einstein”.

La pregunta por el mal está y estará presente frente a nuestra fe vacilante. Los discípulos, ante la tormenta que los amenaza, se acercan a Jesús que duerme en la parte de atrás de la barca, apoyado sobre una almohada y lo despiertan con esta pregunta: “¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?” La respuesta de Jesús fue dar una orden al viento para que se calmara. Inmediatamente, confronta a sus discípulos y les pregunta: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Todavía no tienen fe?”. Eso mismo sentimos que nos pregunta el Señor cuando nos sentimos atenazados por el mal. Pero éste no es más que ausencia de Dios y la mejor forma de atacarlo es dejándonos llenar por esa luz que no conoce ocaso y que nos calienta el corazón.

 

CONFIAR

José Antonio Pagola

Apenas se oye hablar hoy de la «providencia de Dios». Es un lenguaje que ha ido cayendo en desuso o que se ha convertido en una forma piadosa de considerar ciertos acontecimientos. Sin embargo, creer en el amor providente de Dios es un rasgo básico del cristiano.

Todo brota de una convicción radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos a quienes crea, sino que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador. No estamos a merced del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la realidad está Dios, conduciendo nuestro ser hacia el bien.

Esta fe no libera de penas y trabajos, pero arraiga al creyente en una confianza total en Dios, que expulsa el miedo a caer definitivamente bajo las fuerzas del mal. Dios es el Señor último de nuestras vidas. De ahí la invitación de la primera carta de san Pedro: «Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien» (1 Pedro 5,7).

Esto no quiere decir que Dios «intervenga» en nuestra vida como intervienen otras personas o factores. La fe en la Providencia ha caído a veces en descrédito precisamente porque se la ha entendido en sentido intervencionista, como si Dios se entrometiera en nuestras cosas, forzando los acontecimientos o eliminando la libertad humana. No es así. Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la historia.

Por eso no se debe decir propiamente que Dios «guía» nuestra vida, sino que ofrece su gracia y su fuerza para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro bien. Así, la presencia providente de Dios no lleva a la pasividad o la inhibición, sino a la iniciativa y la creatividad.

No hemos de olvidar por otra parte que, si bien podemos captar signos del amor providente de Dios en experiencias concretas de nuestra vida, su acción permanece siempre inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece malo puede ser mañana fuente de bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas; no podemos comprender los acontecimientos en sus últimas consecuencias. Todo queda bajo el signo del amor de Dios, que no olvida a ninguna de sus criaturas.

Desde esta perspectiva adquiere toda su hondura la escena del lago de Tiberíades. En medio de la tormenta, los discípulos ven a Jesús dormido confiadamente en la barca. De su corazón lleno de miedo brota un grito: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Jesús, después de contagiar su propia calma al mar y al viento, les dice: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».

 

JESÚS DORMÍA CONFIADO EN MEDIO DE LA TORMENTA

Fray Marcos

Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Son todo simbolismo.

La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.

Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso les llevó a la tierra prometida. La otra orilla de mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.

La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es, en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.

Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía... Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación pos-pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su presencia.

¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad.

Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles nunca son malos.

¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar ni en Dios ni en él ni en ellos.

¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubri­miento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús.

A todos nosotros el evangelio nos invita hoy a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.

El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias.

Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no le veamos actuar. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado a medida.

No son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio, es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.

Meditación

¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo

si en tu vida no reflejas la suya.

Lo importante no es encontrar respuestas

sino vivir la Vida verdadera.

Lo que es Jesús, es lo que tú también eres.

Jesús ha desplegado todas sus posibilidades.

Tú tienes esa tarea aún por hacer.

Fray Marcos

domingo, 13 de junio de 2021

Domingo XI del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XI del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 4, 26-34) – 13 de junio de 2021

 


#microhomilía

Hernan Quezada SJ

El Reino de Dios ya está, pero es como semilla que sin que sepamos está germinando. Esta semilla fue plantada en el corazón de cada una y de cada uno de nosotros, va creciendo y va dando frutos. Lo que brotó de esa semilla "va siendo"; se abre paso en periodos de sequía, en terrenos pedregosos, nuestras lágrimas la riegan y la gracia de Dios permite que no muera y siga creciendo; cuando parece seca le hace brotar retoños, la poda de falsas "frondosidades". Lo que Dios plantó está destinado a dar fruto. Hoy este es el mensaje de la Palabra, no somos vacíos, dentro, más grande o más pequeño crece el reinado de Dios y nos damos cuenta por los frutos, pocos o abundantes, que compartimos y expresan cuidado, amor, justicia y paz de Dios. Demos gracias a Dios por lo que ha plantado y crece en nuestro corazón, siente como crece, facilita su crecimiento y sigue compartiendo los frutos.

#FelizDomingo

Lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El Evangelio de hoy nos recuerda algo fundamental para el proceso de construcción de una comunidad de fe: El crecimiento en la vida de comunión, como en todo lo que implica la vida espiritual de las personas, es un regalo de Dios, una gracia. El crecimiento comunitario es un don que es necesario pedir con humildad. Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, sostiene que "Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo"(Dietrich Bonhoeffer, Vida en Comunidad).

Hablando del Reino de Dios, que es lo que queremos hacer realidad cuando nos reunimos para construir la comunión fraterna, Jesús nos recuerda que se trata de algo que acontece aún durante nuestros momentos de descanso. El Reino de Dios crece, aunque los que han sembrado la semilla estén despiertos o dormidos: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra semilla en la tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que sea de noche o de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra produce por sí misma: primero el tallo, luego la espiga y más tarde los granos que llenan la espiga. Y cuando el grano ya está maduro, la recoge, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.

En este mismo sentido se expresa Pablo, para quien el constructor principal de la comunidad no es el dueño de ésta, ni el crecimiento puede ser atribuido a alguien en particular. Eso le da una característica muy propia a la comunidad cristiana, porque es de Dios y todos los miembros de una comunidad son sólo servidores unos de otros y del proyecto de comunión: “A fin de cuentas, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? implemente servidores, por medio de los cuales ustedes han llegado a la fe. Cada uno de nosotros hizo el trabajo que el Señor le señaló; yo sembré y Apolo regó, pero Dios es quien hizo crecer lo sembrado. De manera que ni el que siembra ni el que riega son nada, sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo sembrado. Los que siembran y los que riegan son iguales, aunque Dios pagará a cada uno según su trabajo. Somos compañeros de trabajo al servicio de Dios, y ustedes son un sembrado y una construcción que pertenece a Dios” (1 Corintios 3, 5-9).

Hay algunos superiores o responsables de las comunidades que sienten la obligación de responder por el crecimiento de la comunidad y de cada uno de los miembros. Esto los lleva a tomarse demasiado a pecho la santificación de sus súbditos, como si de ellos dependiera este crecimiento espiritual. Dicen que Dios le dijo una vez a un superior y a un ecónomo de una comunidad: “Ustedes encárguense de hacerlos felices; de hacerlos santos, me encargo yo...”.

Pidamos al Señor que en nuestras comunidades de fe, tengamos muy presente esta enseñanza que nos deja el evangelio de hoy. Que tengamos la humildad de reconocer que el que da el crecimiento es Él mismo y que nosotros sólo somos sus colaboradores.

NO TODO ES TRABAJAR

José Antonio Pagola

Pocas parábolas pueden provocar mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la productividad y la eficacia que esta pequeña parábola en la que Jesús compara el reino de Dios con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la intervención del sembrador.

Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va germinando y creciendo «ella sola», sin la intervención del agricultor y «sin que él sepa cómo».

Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.

La sociedad actual nos empuja con tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento que ya no percibimos hasta qué punto nos empobrecemos cuando todo se reduce a trabajar y ser eficaces.

De hecho, la «lógica de la eficacia» está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior y a ese «síndrome de inmanencia» (José María Rovira Belloso) donde Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.

La vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que hemos de acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también contemplativa. La vida adquiere una dimensión nueva y más profunda cuando acertamos a vivir la experiencia del amor gratuito, creativo y dinamizador de Dios.

Necesitamos aprender a vivir más atentos a todo lo que hay de regalo en la existencia; despertar en nuestro interior el agradecimiento y la alabanza; liberarnos de la pesada «lógica de la eficacia» y abrir en nuestra vida espacios para lo gratuito.

Hemos de agradecer a tantas personas que alegran nuestra vida, y no pasar de largo por tantos paisajes hechos solo para ser contemplados. Saborea la vida como gracia el que se deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada día, el que se deja agraciar y bendecir por Dios.

LA SEMILLA TIENE LA ENERGÍA PARA CRECER

Fray Marcos

Todos los exégetas están de acuerdo en que el “Reino de Dios” es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en que consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas, que nos van indicando distintas perspectivas para que vayamos intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión tan simple.

Podíamos decir que es un ámbito que abarca a la vez materia y espíritu. Todo el follón que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir qué significa ser cristiano. El Reino es, a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, terrena, que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa.

No debemos caer en la simplicidad ingenua de identificarlo con la Iglesia. Como dice el evangelio: “no está aquí ni está allí”. Tampoco está solamente dentro de cada uno de nosotros. Si está dentro, siempre se manifestará fuera. Esa ambivalencia de dentro y fuera, de divino y humano, es lo que nos impide poder encerrarlo en conceptos que no pueden expresar realidades aparentemente contradictorias. Para nuestra tranquilidad debemos recordar que no se trata de comprender sino de vivir y ese es otro cantar.

Las parábolas no se pueden expli­car. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y cómo se desarrolla. Si acaso, recordar que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuada para precisar la fuerza del Reino.

El crecimiento de la planta no es consecuencia de una acción externa sino consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban en ella. Este aspecto es muy importante por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a aceptar que no es algo estático sino un proceso que no tiene fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino que es Dios está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible.

Las dos parábolas tienen doble lectura. Se pueden aplicar a cada persona, en cuanto está en este mundo para evolucionar hasta la plenitud que debe alcanzar durante su vida. Y también se puede aplicar a las comunidades y a la humanidad en su conjunto. Hoy estamos muy familiarizados con el concepto de evolución y podemos entender que la obligación de todo ser humano es avanzar hacia una plenitud de humanidad.

Tampoco podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es, en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas. Se trata de desplegar una Vida y como tal, es imprevisible, porque es una respuesta interna imprevisible. No pretendas ninguna meta, simplemente camina.

En cada una de las dos parábolas se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de cada semilla. En el grano de trigo se quiere destacar su vitalidad, es decir, la potencia interna que tiene para desarrollarse por sí misma. En el grano de mostaza se quiere destacar la desproporción entre la pequeñez de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que, de una semilla apenas perceptible, surja en muy poco tiempo una planta de gran porte, donde pueden hacer su nido las aves.

Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si le hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno, solo espera una oportunidad.

No somos nosotros los que desarrollamos el Reino. Es el Reino quien se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás, olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer la desarraigamos, o la damos por perdida antes de que haya tenido tiempo de germinar.

Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecer como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. La vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos inmediatamente los frutos. Cada paso que demos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto. Si tomas conciencia de tu verdadero ser, estás en camino.

El Reino no es ninguna realidad distinta de Dios. Él está en nosotros como semilla que está sembrada en cada uno de nosotros. El Reino de Dios no es nada que podamos ver o tocar. Es una realidad espiri­tual más allá del tiempo y del espacio. Está a la vez en todas partes y siempre. Si está o no está en nosotros lo descubriremos, mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.

Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa Realidad. Creo que, aún hoy, nos empeñamos en identifi­car el Reino de Dios con situaciones externas. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismos.

Meditación

El Reino de los cielos no se parece a nada.

Solo tú puedes

descubrirlo y mantenerlo.

Dios en ti será siempre único e irrepetible.

La manera de manifestarlo será siempre original.

El Reino nunca será el fruto de una programación.

Fray Marcos

 

 

 

domingo, 6 de junio de 2021

X domingo de Tiempo Ordinario

 Domingo X de tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 3, 20-35) – 6 de junio de 2021

#microhomilía

#HernanQuezadaSJ

Autos, ropa, casa, gestos, son cosas que vemos y constituyen ante nuestra mirada apariencias. Hoy San Pablo nos recuerda que todas las apariencias tienen un carácter transitorio, así como aparecen, desaparecen. Nosotros buscamos y procuramos lo que no se ve, eso que es eterno, por ejemplo el amor.  El amor de Dios, es de esos amores eternos. Cuando nos sentimos avergonzados y nos envuelve el miedo nos escondemos, tratamos ocultarnos de Dios, pero Dios tiene la iniciativa de buscarnos, "¿Dónde estás?" y se queda aguardando nuestra respuesta, nuestros regreso.

Sabernos vinculados al amor de Dios nos vuelve valientes "no nos acobardamos", y nos hace sabernos llamados, como sus hijas e hijos a cumplir su voluntad, una voluntad que cada quien tiene que descubrir en sus circunstancias, pero que siempre tiene que ver con restablecer vínculos rotos y constituirnos una gran familia con vida digna y en abundancia.

Escuchemos pues, eeste domingo al Señor preguntarnos con nuestros nombre: ¿Dónde estás?, y respondamos. Comencemos a discernir, encontrar y cumplir su voluntad, aquí en dónde andamos. #felizdomingo 


¿QUÉ ES MÁS SANO?”

José Antonio Pagola

La cultura moderna exalta el valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.

Nunca ha estado la vida tan amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden a las personas crecer de manera sana.

Ya S. Freud, en su obra El malestar en la cultura, consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que tal vez pocos individuos sean conscientes. Puede incluso suceder que dentro de una sociedad enferma se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.

Algo de esto sucede con Jesús, de quien sus familiares piensan que «no está en sus cabales», mientras los letrados venidos de Jerusalén consideran que «tiene dentro a Belzebú».

En cualquier caso, hemos de afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo sano de las personas. Cuando, por el contrario, las conduce a su vaciamiento interior, la fragmentación, la cosificación o disolución como seres humanos, hemos de decir que esa sociedad es, al menos en parte, patógena.

Por eso hemos de ser lo suficientemente lúcidos como para preguntarnos si no estamos cayendo en neurosis colectivas y conductas poco sanas sin apenas ser conscientes de ello.

¿Qué es más sano, dejarnos arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de las personas o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en «la patología de la abundancia»?

¿Qué es más sano, seguir funcionando como «objetos» que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un «sistema de deseos y satisfacciones», o construir la existencia día a día dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que Carl G. Jung se atrevió a considerar la neurosis como «el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido».

¿Qué es más sano, llenar la vida de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión o cuidar las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la pareja, en el hogar y en la convivencia social?

¿Qué es más sano, reprimir la dimensión religiosa vaciando de trascendencia nuestra vida o vivir desde una actitud de confianza en ese Dios «amigo de la vida» que solo quiere y busca la plenitud del ser humano?

Fuente: Grupos de Jesús

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...