sábado, 26 de agosto de 2023

XXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 13-20) – 27 de agosto de 2023

 


Evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan, el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".

Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

¿Quién dices que soy yo?

Tenemos el riesgo de vivir nuestra vida de fe desde respuestas elaboradas, respuestas de otros; podemos vivir de conceptos que no podemos explicar porque no entendemos, tenemos miedo a cuestionarnos ideas y preferimos vivir aferrados porque nos dan seguridad. 

El cristiano maduro ha acogido todo lo recibido a lo largo de su historia, pero es capaz de dar cuenta de su propia experiencia de fe, del Dios que ha experimentado en su vida, de su propia experiencia con Jesús. Imaginemos pues a Jesús acercarse a nosotros y preguntarnos sobre lo que se dice de él, pero sobre todo, preguntarnos a cada una y cada uno de nosotros lo que con palabras y obras decimos de él. ¿Qué responderías?¿cómo tu vida expresa lo que crees?¿puedes dar cuenta de todo lo que afirmas y crees, con palabras y aciones? 

La vida de fe que se funda en la experiencia y el encuentro personal con Jesús es luminosa y atrayente, porque refleja el amor con que ha sido salvado y amado por Él.

#FelizDomingo

 

“¿Quién dicen que soy?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta una vocecita de unos cinco años... La persona que llama pregunta: – Por favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? – No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice la niña...

Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos... Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.

Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como social.

La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros dicen...”

Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el cielo nos regala por su bondad.

La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada...

 

NUESTRA IMAGEN DE JESÚS

José Antonio Pagola

La pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», sigue pidiendo todavía una respuesta a los creyentes de nuestro tiempo. No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología personal y el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación religiosa que hemos recibido.

Y, sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno tiene importancia decisiva para nuestra vida, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir la fe. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe. De ahí la importancia de evitar posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a él.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree». En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque, naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.

Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que, probablemente, nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.

Ya en una época muy temprana de su vida se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo trivial y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática. , sin eco alguno en su ser.

Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Marcel Légaut escribió esta frase dura, pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

 

DESCUBRIRÁS QUIÉN ES JESÚS SOLO SI VIVES LO QUE HAY DE DIVINO EN TI

Fray Marcos

Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejante, no lo que entendieron mientras vivieron con él sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocupen por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia, sino que se la da.

Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos para poder manifestar una fórmula de la fe primitiva. Mejor sería decir que la diferencia estaría entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la experiencia pascual. Mientras vivieron con él le mostraron una gran admiración y estimación, pero no se dieron cuenta de toda la novedad que aportaba.

A los discípulos les costó Dios y ayuda a dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, al mesianismo de Jesús. Solo después de la experiencia pascual consiguieron dar ese paso.
De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos hablar adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros conceptos. De lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad, porque escapa a nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en su humanidad y aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos en pensar lo divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es divino. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.

La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas de los evangelios. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de Él.

No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas racionales no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.
Dar por completas y definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha llevado a la ruina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad humana de Jesús en la que queda reflejada su divinidad. Nuestra tarea será descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta ¿quién es Jesús? Y tú, ¿quién dice que soy yo? Si creemos que lo importante es la respuesta teórica racional, como ya está dada, todos quedaremos en paz. Eso es lo que nos tiene bloqueados e impide que de verdad resolvamos el problema de lo que Jesús es.

Desde el punto de vista doctrinal, la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o limitamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre ya la vez divina. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra vivencia de Dios comprenderemos lo que fue Jesús.

El conocimiento racional de Jesús no me va a servir para conocer lo que de verdad importa. Lo que es Jesús no se puede apreciar por los sentidos ni será consecuencia de ningún razonamiento discursivo. Lo que es Jesús ni se puede pensar ni se puede expresar con palabras porque es lo que hay de Dios en él ya Dios no se le puede pensar ni decir. Todo lo que podemos decir de lo trascendente será siempre símbolo y metáfora. Al conocimiento de Jesús solo se puede llegar descubriendo lo que hay de Dios en mí. Aquí está el motivo por el que fracasamos a la hora de hablar de Jesús.

Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una Intención: Vestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles.

Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro ya la comunidad. Los textos no se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro o su sucesor, cuando hablan expresando el común sentimiento de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.

A Jesús nunca le pudo pasar por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje fue purificar la religión judía de todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino. Entonces se considerarán el verdadero Israel y rechazarán la religión tradicional.

 

sábado, 19 de agosto de 2023

XX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 15, 21-28) – 20 de agosto de 2023

 


Evangelio según san Mateo 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". Él les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel".

Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hace unos días generó mucha sorpresa el Papa Francisco, al afirmar en Portugal, con mucho énfasis, que las puertas de la Iglesia están abiertas para todos, todos, todos. En su afirmación no hay novedad, esto queda claro en la Palabra hoy. Aquellos que se creían con exclusividad para pertenecer, van descubriendo que la Iglesia es comunidad, abierta incluso para quienes buscan misericordia o para quienes nos incomodan o no nos caen bien.

El Evangelio hoy va muy lejos, nos muestra a Jesús teniendo una actitud de exclusión: "sólo he venido a las ovejas descarriadas de Jerusalén". Pero aquella mujer pagana, que está siendo ignorada y excluida, no se da por vencida ante la actitud del mismísimo Jesús. La enseñanza de Jesús hoy, no es que viviremos sin equivocarnos, sin caer en errores como el de excluir; su enseñanza, su llamada es a reconocer y cambiar de opinión, y entonces tener lo que realmente expresa Jesús en este relato: humildad. Sólo los grandes hombres y mujeres son capaces de la humildad. Quien prefiere no reconocer que se equivoco, se encamina a ser soberbio y miserable.

¿A qué te invita hoy el Señor? ¿qué asuntos te cuesta reconocer como temas en que te has equivocado? ¿Te cuesta reconocer y cambiar de opinión? ¿eres humilde?  #FelizDomingo

 

¡Mujer, qué grande es tu fe!

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El jesuita brasileño João Batista Libânio, fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos...

Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería republicano”.

Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.

Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor, ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a nadie le dicen perro como piropo... Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.

Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.

Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.

 

PEDIR CON FE

José Antonio Pagola

La oración de petición ha sido objeto de una fuerte crítica a lo largo de estos años. El hombre ilustrado de la época moderna no acierta a ponerse en actitud de súplica ante Dios, pues sabe que Dios no va a alterar el curso natural de los acontecimientos para atender sus deseos.

La naturaleza es «una máquina» que funciona según unas leyes naturales, y el hombre es el único ser que puede actuar y transformar, solo en parte, el mundo y la historia con su intervención.

Entonces la oración de petición queda arrinconada para cultivar otras formas de oración como la alabanza, la acción de gracias o la adoración, que se pueden armonizar mejor con el pensamiento moderno.

Otras veces la súplica de la criatura a su Creador queda sustituida por la meditación o la inmersión del alma en Dios, misterio último de la existencia y fuente de toda vida.

Sin embargo, la oración de súplica, tan controvertida por sus posibles malentendidos, es decisiva para expresar y vivir desde la fe nuestra dependencia creatural ante Dios.

No es extraño que el mismo Jesús alabe la fe grande de una mujer sencilla que sabe suplicar de manera insistente su ayuda. A Dios se le puede invocar desde cualquier situación. Desde la felicidad y desde la adversidad; desde el bienestar y desde el sufrimiento.

El hombre o la mujer que eleva a Dios su petición no se dirige a un Ser apático o indiferente al sufrimiento de sus criaturas, sino a un Dios que puede salir de su ocultamiento y manifestar su cercanía a los que le suplican.

Pues de eso se trata. No de utilizar a Dios para conseguir nuestros objetivos, sino de buscar y pedir la cercanía de Dios en aquella situación. Y la experiencia de la cercanía de Dios no depende primariamente de que se cumplan nuestros deseos.

El creyente puede experimentar de muchas maneras la cercanía de Dios, independientemente de cómo se resuelva nuestro problema. Recordemos la sabia advertencia de san Agustín: «Dios escucha tu llamada si le buscas a él. No te escucha si, a través de él, buscas otra cosa».

No es este el tiempo del cumplimiento definitivo. El mal no está vencido de manera total. El orante experimenta la contradicción entre la desgracia que padece y la salvación definitiva prometida por Dios. Por eso toda súplica y petición concreta a Dios queda siempre envuelta en esa gran súplica que nos enseñó el mismo Jesús: «Venga a nosotros tu reino», el reino de la salvación y de la vida definitiva.

 

UN AUTÉNTICO DIÁLOGO QUE ENRIQUECE A JESÚS YA LA MUJER

Fray Marcos

Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunidad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se resolvió hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.

Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretenden mantener: judío=creyente y extranjero=pagano o ateo.

El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un evento más bien anodino. Quiere dejar claro que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que los paganos vivan unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad.

Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía, que son considerados como familia. A esta diferencia se aferra a la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judío arrastraba. Jesús tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero vemos un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer pagana.

En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado al Señor les traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia.

Gracias a que, para Jesús la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que solo puede uno estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo ser humano, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia cotidiana.

Jesús toma en serio a la mujer, no como los discípulos. El texto oficial quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice 'atiéndela'. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los suyos.

Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que en este relato resalta de Jesús es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo.

Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le pillé la confianza absoluta que en él tenía la mujer; otro valor femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en la mujer. Jesús descubre su "ánima" y la integra.

La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido. La profunda relación entre ambas impide delimitar donde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho, le dice socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre. Curar a la madre supone curar a la hija. La enfermedad de la hija nos hace pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, se soluciona el problema.

Hoy sabemos que la salud psicológica depende de unas relaciones adecuadas con los demás y con nosotros mismos. Debemos aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo, en el ambiente familiar, una relación inadecuada entre padres e hijos es la causa de las tensiones y el rechazo del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres, por no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño y comprensión podría evitar muchísimas personalidades enfermizas.

El texto nos enseña que ser cristiano es acercarse al otro, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Nosotros no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Por creernos superiores a los demás, nos sigue costando demasiado aceptar a “otro” como es y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido, independientemente de su estado. También en este punto está la lección sin aprender.

Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de sus dos mil años de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por pensar y actuar de esa manera. Debemos reconocer que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo al que no piensa o actúa como nosotros. Debemos tratar a todos como Dios nos trata.

sábado, 12 de agosto de 2023

XIX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

XIX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 14, 22-33) – 13 de agosto de 2023

 


Evangelio según san Mateo 14, 22-33

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa, y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron, y decían: "¡Es un fantasma!" Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: "Tranquilícense y no teman. Soy yo".

Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: "¡Sálvame, Señor!" Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: "Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios".

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Nuestra “barca” en que transitamos el mar de la vida, algunas veces se ve sacudida por las olas, tenemos el viento en contra. Como los discípulos nos asustamos y gritamos; y ahí, llega, va a nuestro encuentro Jesús, que no grita, dice: “¡Ánimo, soy yo, no tengas miedo! Dudamos, no creemos, pedimos pruebas; y él, de nuevo nos llama y nosotros vamos, pero el miedo nos hunde de nuevo; gritamos: ¡Señor, sálvame, sálvanos! Él extiende su mano y nos agarra. 

El miedo y la falta de fe nos hunde, nuestros gritos desconfiados nos impiden escuchar su voz. La primera lectura nos da una pista para sobrevivir mejor a nuestras angustias ante la tormenta, las sacudidas, los vientos en contra: el Señor está, llega, como “brisa tenue”; hay que sentirla. Él llega, Él está, confiemos y exclamemos Señor, sálvame, sálvanos; sintamos su presencia y su acción que de nuevo nos “agarrará” con su mano. ¿Vientos en contra? ¿A qué te sientes invitada, invitado?

#FelizDomingo

“¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Es frecuente que sólo nos acordemos de Dios en tiempos de crisis y dificultad. Cuando navegamos por aguas tranquilas y nuestra vida transcurre sin particulares sobresaltos, podemos ir perdiendo la referencia fundamental al Señor. Podríamos decir, utilizando el lenguaje de san Ignacio de Loyola para referirse a los estados del alma, que en tiempos de desolación buscamos con más insistencia a Dios; y que en tiempos de consolación nos olvidamos de él, como la fuente de toda gracia.

Juan Casiano (ca. 360-435), uno de los padres de la Iglesia, cuyos escritos marcaron definitivamente el monaquismo de Occidente, nos presenta, en una de sus obras, algunas causas por las cuales las personas vivimos momentos de desolación. En primer lugar, dice Casiano, "de nuestro descuido procede, cuando andando nosotros indiferentes, tibios y empleados en pensamientos inútiles y vanos, nos dejamos llevar de la pereza, y con esto somos ocasión de que la tierra de nuestro corazón produzca abrojos y espinas, y creciendo éstas, claro está que habemos de hallarnos estériles, indevotos, sin oración y sin frutos espirituales" (Conlationes IV,3).

La segunda causa por la cual Dios permite que tengamos estas experiencias de abandono, según Casiano, es “para que desamparados un poco de la mano del Señor (...) comprendamos que aquello fue don de Dios, y que la quietud, que puestos en esta tribulación le pedimos, únicamente la podemos esperar de su divina gracia, por cuyo medio habíamos alcanzado aquel primer estado de paz, de que ahora nos sentimos privados” (Conlationes IV,4).

Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, explicará esto mismo diciendo que Dios permite que vivamos momentos de desolación “por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE, 322).

Pedro, junto con los demás discípulos, vive un momento de crisis profunda, cuando en medio de la noche, y sintiendo que “las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra”, ve a Jesús caminando sobre las aguas; dice san Mateo que los discípulos “se asustaron, y gritaron llenos de miedo: – ¡Es un fantasma!”. La respuesta de Jesús los tranquilizó: “– ¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!” Pedro, entonces, con la seguridad que le daban estas palabras, dice: “– Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua”. A lo que Jesús, ni corto ni perezoso, le respondió: “­– Ven”. Entonces, “Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: – ¡Sálvame, Señor! Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: – ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?”

Como Pedro, cuando caminamos sobre aguas tranquilas guiados y conducidos por el Señor, tenemos la tentación de sentirnos dueños de lo que hacemos y nos olvidamos de aquel que hace posible nuestra existencia. De manera que, “para que en cosa ajena no pongamos nido”, es precisamente en las crisis y en los momentos de turbulencia, cuando reconocemos la verdadera fuente de nuestra seguridad y, como los discípulos, después de la tormenta, nos postramos en tierra para decirle al Señor: “–¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!”

ANTES DE HUNDIRNOS

José Antonio Pagola

Es sorprendente la actualidad que cobra en tiempos estos de crisis religiosa el relato de la tempestad en el lago de Galilea. Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos de Jesús se encuentran solos, «lejos de tierra firme», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por fuerzas adversas; «el viento es contrario», todo se vuelve en contra; es «noche cerrada», las tinieblas impiden ver el horizonte.

Así viven no pocos creyentes el momento actual. No hay seguridad ni certezas religiosas; todo se ha vuelto oscuro y dudoso. La religión está soportada a toda clase de sospechas y sospechas. Se habla del cristianismo como una «religión terminal» que pertenece al pasado; se dice que estamos entrando en una «era poscristiana» (E. Poulat). En algunos nace el interrogante: ¿no será la religión un sueño irreal, un mito ingenioso llamado a desaparecer? Este es el grito de los discípulos al atisbar a Jesús en medio de la tempestad: «Es un fantasma».

La reacción de Jesús es inmediata: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Animado por estas palabras, Pedro hace a Jesús una petición inaudita: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien real, pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él andando, no sobre tierra firme, sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos seguros, sino en la debilidad de la fe.
Así vive el creyente su adhesión a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No sabemos si Cristo es un fantasma o alguien vivo y real, resucitado por el Padre para nuestra salvación. No tenemos argumentos científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia que se puede caminar por la vida sostenida por la fe en él y en su palabra.

No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijarnos solo en la fuerza del mal, dejarnos paralizar por el miedo y hundirnos en la desesperanza.

Pedro y reaccionó, antes de hundirse del todo, grita: «Señor, sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor, sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?».

 

BUSCAR SEGURIDADES EXTERNAS ES ARRUINAR LA FE-CONFIANZA

Fray Marcos

Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunas exégetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real. La primera lectura nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro recibe una lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les dice que Dios no se puede medir en conceptos y que es siempre más de lo que creen. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él.

Además de Mt, lo narra Mc y Jn. Los tres lo colocan después de la multiplicación de los paneles. En Mc y Mt, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo griego deja entrever cierta imposición. En Jn, la iniciativa es de los discípulos. Los tres presentando a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coincidió en señalar el miedo de los discípulos; Mt y Mc dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo.

El monte es el lugar de la divinidad. Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para superar esa tentación, Jesús se pone a orar. Orar es darse cuenta de lo que hay de Dios en él para poder vivirlo. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así la idea simplista que tenemos de que él era Dios sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación.

Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo. Esperan encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar ser rey. En realidad, se encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice que solo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, manifiesta que domina sobre las fuerzas del mal.

En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús.

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Jn, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente. Pero Jesús no les abandona y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía y muestra de cariño les hacen descubrir el verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en la boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia.

El episodio de Pedro merece una mención especial ya que tiene mucha miga. Pedro siente una inmensa curiosidad al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; que es lo mismo que decir: haz que yo participe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ¡ven!

En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que no han comprendido las claves del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera ni a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarle. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, una primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Podríamos decir si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creacion tuya. Si lo buscas fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús nos está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo. La gran tentación ha sido siempre que se manifestará de forma precisa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro.

Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro ídolo, o atrevernos a buscar el verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma, mantener el ídolo que hemos pulido y alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones que están mejor preparadas. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las falsas seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.

El ser humano ha buscado siempre el Dios todopoderoso que hace y deshace un capricho, que empleará esa omnipotencia en favor suyo, si cumple determinadas condiciones. Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra meta en las seguridades externas. Las seguridades, que con tanto ahínco busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios.

 


sábado, 5 de agosto de 2023

XVIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XVIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 17, 1-9) – 6 de agosto de 2023

 


Evangelio según san Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: "Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

En el Evangelio de Mateo Dios habla a Jesús en el bautismo: "Tu eres mi hijo amado"; luego en la transfiguración vuelve a hablar, pero el mensaje va a los otros: "Este es mi Hijo amado" y tiene una llamada: "Óiganlo". Los otros, lo han visto transfigurarse, resplandecer, su luz ha iluminado su oscuridad y  les surgen las ganas de quedarse para siempre en ese instante luminoso.

Recordemos nuestros propios momentos luminosos que han disipado nuestras oscuridades, instantes en que en el amor del Padre y el Hijo nos hemos sentido acogidos, presentes, seguros, amados. Son momentos, etapas en que por tanta luz y tanto amor hubiéramos querido quedarnos para siempre inmóviles, pero el amor de Dios en Jesús nos alcanza, su amor nos levanta, y luego hay que "bajar de la montaña", descender al cotidiano de la vida; ahí hemos de seguir escuchando a Cristo y experimentando que en Él vivimos para siempre amados. Sólo así podremos seguir siendo sus testigos y enfrentando con esperanza las oscuridades. 

#FelizDomingo

 

“Levántense; no tengan miedo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Tengo ante mí en estos días la imagen de dos parejas enamoradas: una de ellas se casa pronto y la otra cumple sus bodas de oro matrimoniales a mediados del año. Los primeros están experimentando el goce mágico de una pasión enamorada que los llena de entusiasmo para comenzar a caminar juntos; los segundos disfrutan del amor fiel y de la mutua compañía en la cima del camino, contemplando, sin acabar de creérselo, la distancia que han recorrido. Para ambas parejas el paisaje es muy distinto. Contemplan el mismo camino desde extremos, aparentemente, opuestos. Sin embargo, el amor que los sostiene tiene la misma raíz. Las dos parejas escuchan la misma palabra que les dice: “Levántense; no tengan miedo”. Esta raíz es la promesa que han recibido y que se va haciendo historia en el diario caminar del amor de Dios en ellos.

¿Quién sería capaz de embarcarse en un proyecto tan complejo como el matrimonio si antes no experimentara, de alguna forma, las mieles luminosas del paraíso que van a construir paso a paso? ¿Quién sería capaz de entrar en un seminario o en una casa de formación religiosa para consagrarse plena y definitivamente al seguimiento y al anuncio del Señor, sin estar, en cierto modo, borrachos de amor hacia Aquél que nos invita y por la misión a la que nos envía? No podríamos comenzar una tarea que abarque la totalidad de nuestra existencia, si nos quedáramos mirando solamente los inconvenientes y las contingencias del proceso, olvidando levantar la vista, por lo menos de vez en cuando, hacia el destino final que nos espera.

Pedro, Santiago y Juan, subieron con el Señor a un cerro muy alto y allí, como un relámpago en medio de una noche cerrada, se reveló para ellos el misterio último de la vida de Jesús. Pudieron contemplar al Señor transfigurado, recordando el brazo fuerte y extendido del Dios de Moisés, que era incapaz de soportar la esclavitud de su pueblo en Egipto y, al mismo tiempo, sintieron la brisa suave que refrescó el rostro del profeta Elías en el monte Horeb. “Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto vieron a Moisés y Elías conversando con Jesús”. Ellos pensaron que habían llegado al final del camino y le propusieron al Señor que harían tres tiendas para quedarse allí para siempre. Sin embargo, el camino hacia el calvario apenas comenzaba y todavía tenían que acabar de subir a Jerusalén para asumir las dificultades y sufrimientos que les esperaban en la Ciudad Santa.

El sentido que tiene este evangelio, es mostrarnos, precisamente, el final del camino, la promesa hacia la cual dirigimos nuestros pasos. El Señor nos concede muchas veces probar un poco las delicias del paraíso, en medio de las vicisitudes de nuestra existencia, para fortalecernos y animarnos a construir el amor fiel de la entrega total. El peligro que tiene la pareja que comienza su camino de amor es pensar que todo él será un jardín de rosas y no se decidan a construir día a día y paso a paso, una relación fiel que los lleve a vivir en plenitud. Y el riesgo que corren los que están a punto de llegar a sus bodas de oro es que olviden que algún día su corazón vibró apasionadamente y que lo que han ido edificando a lo largo de tantos años es exactamente lo que el Señor llama un amor que llega hasta el extremo.

 

EL VERDADERO LO QUE REALMENTE ERA JESÚS ESTÁ MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS,

PERO ESTABA SIEMPRE ALLÍ

Fray Marcos

Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato en la primera comunidad, debe ser muy antiguo, porque Marcos ya lo narra completamente elaborado. Una vez que descubrieron lo que Jesús era en la experiencia Pascual, trataron de encontrar la manera de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo adornaron con imágenes tomadas de la Escritura. Así disimulaban la ceguera que les había impedido descubrir quién era Jesús.

La manera de construir el relato quiere demostrar que, lo que descubrieron de Jesús después de su muerte ya estaba en él durante su vida, solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad.

Una vez que la exégesis ha demostrado que no se trata de un hecho real, nos vemos obligados a afrontar su explicación de forma completamente diferente a como se había hecho a través de los siglos. Al tratarse de un relato simbólico, debemos buscar el significado más allá de la literalidad de las expresiones. Esta nueva perspectiva nos dispensa de aceptar una puesta en escena por parte de Jesús que ni está de acuerdo con su estilo ni tiene ningún sentido como un intento de preparar a sus discípulos más cercanos para el mal trago de la pasión y muerte.

Esos símbolos están tomados de las teofanías del AT. Estas manifestaciones de la divinidad son experiencias personales que no se pueden meter en palabras ni conceptos. Por eso utilizan relatos mitológicos con los que intentan expresar lo inexpresable. Los primeros seguidores de Jesús intentaron, por todos los medios, convencer a los demás judíos de que Jesús era el Mesías. Para ello, el mejor camino era conectarle directamente con todo el AT. Si Jesús actuaba de acuerdo con lo dicho por sus Escrituras, sería una prueba de autenticidad.

Partiendo de que es un relato simbólico, nuestra tarea es desentrañar esos símbolos para descubrir lo que en realidad nos quieren comunicar. Sin tener en cuenta el lenguaje del AT no podemos dar un paso para explicar el significado de cada frase, incluso de cada palabra del relato. Todo son símbolos y como tales debemos desentrañarlos. El hecho de que todos sean símbolos, no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir. Al contrario, el lenguaje bíblico nos lleva a una verdad distinta, pero más profunda.

Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús, que, de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que les costó dios y ayuda entender el mensaje de su Maestro.

La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara referencia al Sinaí donde Moisés experimentó la mayor teofanía de todo el AT. La nube fue signo de que Dios los acompañaba, sobre todo en el desierto. La nube trae agua, sombra, vida. Los acompañaba de día y de noche: de día les daba sombra, de noche era luminosa. los vestidos blancos son signo de la divinidad. La luz, la voz y el miedo acompañaban siempre a toda manifestación de Dios a su pueblo.

Moisés y Elías, además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Significa que Jesús no se sacó su mensaje de la manga, sino que está en total acuerdo con las Escrituras. Lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús.

¡Qué bien se está aquí! Es una expresión muy significativa. Pretende hacernos ver que para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando en ese momento, que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Eso no puede pasarte. Ahora se encuentra a sus anchas disfrutando de la gloria que está manifestando su Maestro y de la que están participando. El mismo afán de gloria que a todos nos acecha.

Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria” y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa, manifiesta su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel a los tres personajes que está contemplando, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro.

¡Escuchadlo! En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías (la Ley y los profetas) llevaban mucho tiempo escuchándolos. Llega el momento de escucharle a él. El AT es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos han inculcado sobre Jesús. Escuchar es la actitud del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es oír sus mensajes y aprenderlos de memoria sino obedecerle. La Palabra, que no solo oímos sino que escuchamos, nos compromete seriamente y nos arranca de nosotros mismos.

Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos único. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar. No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida.

No contéis a nadie... Es la referencia más clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos, ni estaban buscando, ni habían descubierto. No sólo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración.

 

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...