domingo, 29 de agosto de 2021

Domingo XXII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 7,1-8.14-15.21-23) – 29 de agosto de 2021

 

Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.

Palabra del Señor


Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos

#microhomilía

#HernanQuezadaSJ

Escuchen y pongan en práctica, cumplan los mandamientos del Señor, nos anuncia Moisés en la 1a lectura. Y ¿En qué consisten estos mandamientos?, no pocas veces creemos que se trata de asuntos de forma y tradición, mandatos que se traducen en costumbres y ritos que nos mantengan "limpios", creemos que se trata de"externalidades" y no de "interioridades.

Hoy la llamada es clara en la Palabra:

Procedan honradamente, obren con justicia, sean sinceros y no desprestigien a nadie. No acepten sobornos. Pongan en práctica la palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos. La religión pura e intachable consiste en visitar a los que están solos y desamparado; en consolar en las tribulaciones y guardarse de este mundo corrompido.

Hoy somos llamado a examinar la conciencia: ¿De qué está lleno tu corazón? ¿Qué sale de tu corazón? ¿Tus palabras se van transformando en acciones?

La ley del Señor no nos aplasta, nos hace libres; no nos intimida, nos hace valientes; la ley del Señor nos hace hombres y mujeres sabios y prudentes. #FelizDomingo


“¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Albert Einstein solía decir: “Es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto”. Los prejuicios son muy fuertes, como lo demuestra la experiencia de un grupo de científicos que colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro acomodaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los bananos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de los bananos. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.

Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido.  Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aun cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los bananos. Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería: "No sé, las cosas siempre se han hecho así aquí..." ¿Será que esto nos suena conocido? ¿Por qué estamos haciendo las cosas de una manera, si a lo mejor las podemos hacer de otra?

Cuando los fariseos y los maestros de la ley se dieron cuenta de que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, le preguntan a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados sino que comen con las manos impuras?” Jesús, entonces, contestó: “Bien habló el profeta Isaías acerca de lo hipócritas que son ustedes, cuando escribió: ‘Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí. De nada sirve que me rindan culto: sus enseñanzas son mandatos de hombres’. Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres”.

A partir de esta reflexión, el Señor recuerda a los que cuestionan el cambio de las costumbres humanas que “Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro. (...) Porque de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre”. Entre nosotros también pueden aparecer preguntas como las de los fariseos y los maestros de la ley. Muchas cosas las hacemos como las hacemos, porque así se han hecho siempre. Como los monos del experimento, repetimos las costumbres sin preguntarnos por qué lo hacemos así. Jesús nos quiere libres para saber reconocer cuál es el verdadero origen del mal en el mundo y no achacarlo a las costumbres humanas, que siempre pueden cambiar.

 

INDIFERENCIA PROGRESIVA

José Antonio Pagola

La crisis religiosa se va decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario no se puede hablar propiamente de ateísmo, ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la postura de muchos es una indiferencia religiosa donde ya no hay preguntas ni dudas ni crisis.

No es fácil describir esta indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa. Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una «atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda diluida.

Hay diversos tipos de indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus conciencias. Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.

En algunos, la indiferencia es fruto de un conflicto religioso vivido a veces en secreto; han sufrido miedos o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios, pues les hace daño; se defienden olvidándolo.

La indiferencia de otros es más bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy viven de manera diferente en un ambiente urbano; se casaron con alguien poco sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; se han separado de su primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia. No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de hecho su vida se va alejando de él.

Hay todavía otro tipo de indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una «tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».

 

EL PECADO ES CONSECUENCIA DE UNA ACTITUD INTERNA DESHUMANIZADORA

Fray Marcos

Retomamos el evangelio de Marcos. Después de la multiplicación de los panes. Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en la parte más alejada de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de vigilar el cumplimiento de las normas de purificación. No se trata de una transgresión esporádica de los discípulos de Jesús. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.

El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone de parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera; solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley.

La Ley y la tradición como norma, pero sin darle el valor absoluto que le daban los fariseos. Hoy sabemos que Dios no ha dado directamente ninguna norma. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia personal sancionada por la aceptación de un pueblo. Las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el s. XIII a. de C., pero se pusieron por escrito a partir del VII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús.

Las normas que podemos meter en conceptos son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto, que fue adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas pueden no servir para resolver situaciones nuevas.

En todas las religiones las normas se dan en nombre de Dios. Esto tiene consecuencias desastrosas si no se entiende bien. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. La voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que puedo llegar a ser y aun no soy, es la voluntad de Dios. Dios es un ser simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él.

El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho puñetero caso. Esto no deja de tener su sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte.

Lo que critica Jesús no es la Ley sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. Para ellos todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene como fin el bien del hombre. No podemos poner por delante a Dios, porque el único bien es el hombre.

Las normas de la religión son normas en las que se recoge lo mejor de la experiencia humana, que buscan el bien del hombre. Los diez mandamientos intentan posibilitar la convivencia de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Todos los de la segunda tabla van encaminados a hacer posible una convivencia, sin destruirse unos a otros.

La segunda enseñanza es consecuencia de ésta: No hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro. Tampoco tiene sentido la distinción entre ser humano puro y ser humano impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone una persona cuando busca su propio interés a costa de los demás.

Las tradiciones son la riqueza de un pueblo. Hay que valorarlas y respetarlas. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros hubiéramos alcanzado el nivel de humanidad que tenemos. No podemos dar valor absoluto a ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia mayor humanidad. En el instante en que nos impida ser más humanos, debemos abandonarla. “Dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones humanas”.

Todo el que dé leyes en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti está inscrito en tu mismo ser y en él tienes que descubrirlo. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando.

Todo lo que nos enseñó Jesús fue manifestación de su ser más profundo. “Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”. Esa experiencia original hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto no porque ayude a ser humano. En la medida que hoy seguimos en esta postura “farisaica”, nos apartamos del evangelio.

El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu espíritu. La trampa está en confiar más en la práctica externa que en la actitud interna.

Meditación-contemplación

Todo culto que no proceda del corazón,

y no lleve a descubrir la cercanía de Dios, es inútil.

Los ritos, ceremonias, sacramentos y oraciones

son útiles en la medida que me llevan al interior de mí mismo,

y me hagan descubrir lo que Dios es en mí.

Fray Marcos

 

 

sábado, 21 de agosto de 2021

Domingo XXI del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXI del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 55. 60-69) – 22 de agosto de 2021

 


Juan 6, 55. 60-69

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”

Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos   

#microhomilía

HernanQuezada SJ

Hoy la Palabra nos recuerda que somos en relación. Nuestras relaciones nos construyen, nos destruyen, nos van definiendo; muestran quienes somos y lo que amamos.

Josué en la 1a lectura pide definción ante la relación con Dios: "...a quién quieren sevir". Y el pueblo expresa su memoria y su lealtad a Dios.

San Pablo llama a la relación entre nosotros basada en el respeto y el amor. Hay una expresión en el texto que hoy puede causarnos incomodidad: "sometimiento o docilidad", hay que entenderla en una cultura que permitía el repudio de la esposa, a esta cultura, Pablo expresa que en las relaciones hay que reconocer complementación, compromiso, responsabilidad y fidelidad; todo fundado en el amor que se expresa como unión.

Finalmente en el Evangelio de Juan, Jesús mismo, ante la experiencia de ruptura, también pregnta por la calidad y la lealtad de la relación: "¿También ustedes quieren dejarme?"

-"Señor, ¿a quién iremos?-, responde Pedro. Ya no se trata de voluntad, sino necesidad de Cristo. Ya no es opción, es relación sin la que no es posible la plenitud.

Vamos a preguntarnos sobre nuestras relaciones, con Dios, con los demás y con Jesús. ¿En qué condición están? ¿En qué están sostenidas? ¿En el amor, el respeto, el reconocimiento de complementariedad (necesidad)? ¿A qué nos invita el Señor? #FelizDomingo 

“¿También ustedes quieren irse?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Entre los años 73 y 71 antes de Cristo se desarrolló una lucha entre un inmenso ejército de esclavos, liderados por Espartaco, contra el Imperio romano, que ha sido reseñada por la historia como la Guerra de los Esclavos, o la Guerra de los Gladiadores. No son muchos los datos que se conservan de la vida de Espartaco. Sabemos que era originario de la Tracia y que militó en las tropas auxiliares romanas. Su deserción le llevó a la esclavitud, siendo destinado a ser gladiador debido a su fuerza física. En el año 73 a.C. está en una escuela de gladiadores en Capua donde unos 200 gladiadores organizaron un complot durante el verano. Los conspiradores fueron descubiertos pero un grupo de 70 consiguió alejarse de la ciudad bajo la dirección de Espartaco y algunos más.

Poco a poco, Espartaco logró organizar un ejército formado por unos 100.000 hombres y se dirigió al norte de la península con el fin de abandonar Italia y recuperar la libertad. Entre los propios esclavos empezaron a surgir desacuerdos, lo que favoreció que las tropas romanas obtuvieran algunas victorias. Espartaco y sus seguidores alcanzaron la Galia Cisalpina pero en ese momento regresaron a Roma. En Lucania el ejército esclavo fue cercado por las tropas del pretor Marco Licinio Craso ya que la posibilidad de pasar a Sicilia fracasó porque los piratas contratados para el transporte traicionaron a Espartaco. En el año 71 a.C. se produjo el último enfrentamiento en Silaro, después del cual murieron crucificados unos 60.000 esclavos, entre ellos Espartaco.

En el año 1960 se produjo una película que recoge esta historia de luchas y fracasos bajo la dirección de Stanley Kubrick y con Kirk Douglas como protagonista. En 1961, la cinta ganó cuatro premios Oscar de la Academia. La última parte de la película presenta la lucha encarnizada entre dos fuerzas desiguales: Un ejército romano muy bien organizado y un ejército de esclavos luchando con pasión por su libertad, pero sin los recursos necesarios para triunfar. Finalmente, el ejército romano busca entre los prisioneros de guerra al jefe de esta rebelión. Delante de los esclavos vencidos, un oficial romano pregunta: “¿Quién de ustedes es Espartaco?” Cuando Espartaco está a punto de levantarse para dar la cara al enemigo, aparece la mítica secuencia donde los esclavos que han sobrevivido comienzan a ponerse en pie para repetir, uno a uno, "Yo soy Espartaco", con el fin de proteger a su líder.

Cuando Jesús propuso su proyecto a sus seguidores, muchos se sintieron desanimados y se dijeron: “Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?” Y por esto, “muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él. Jesús les preguntó a los doce discípulos: ¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le contestó: – Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. La invitación de Jesús no es fácil y muchas veces tendremos deseos de volver atrás. En los momentos más difíciles de nuestra propia vida, necesitaremos llenarnos de valor para responder, como Pedro, “Señor, ¿a quién podemos ir? Tu tienes palabras de vida eterna”; o, como los compañeros de luchas de Espartaco, levantarnos para decir ante el mundo, “Yo soy Espartaco”, y dar la cara por nuestro Señor.

 

¿A quién acudiremos?

José Antonio Pagola

 

Quien se acerca a Jesús, con frecuencia tiene la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.

Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales. Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.

Sin embargo, a lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido a veces a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a la gente a vivir con libertad el amor de los hijos de Dios.

Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bienintencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados sin lograr encontrarse con él.

No nos ha de extrañar la interpelación del escritor francés Jean Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».

Si muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia conocieran directamente los evangelios, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».

 

Estoy ante la alternativa: o la vida espiritual o el fácil hedonismo

Fray Marcos

Llegamos al final del c. 6 de Juan. Llega la hora del desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que estamos. ¿Qué resultado tiene hoy la oferta de Jesús?

Este modo de hablar es inaceptable. Son inaceptables estas propuestas, para ellos y para nosotros, pues contradicen nuestras apetencias más íntimas. Quieren llevarnos más allá de lo razonable. Todo aquel que se deje guiar por el sentido común, se escandalizará. Lo que nos pide Jesús es salir del egoísmo y entregarse a los demás. Se trata de sustituir a Dios por el hombre. ¿Cómo podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás? ¿No es el primer deber de todo ser humano dar “gloria” a Dios?

La incapacidad de comprender es consecuencia de entender desde la carne. No se trata de despreciar y machacar la carne. Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene ninguna salida el mensaje de Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero sentido de la vida fisiológica y terrena, para un ser humano, el verdadero sentido de la carne está en la trascen­dencia; es decir desplegar las posibilidades más sublimes que el ser humano tiene por ser más que simple biología. La vida terrena no puede ser meta para el hombre.

El espíritu es el que da Vida, la carne no sirve para nada. Aquí, carne y espíritu no se refieren a dos realidades concretas y opuestas, sino a dos maneras de afrontar la existencia. Solo la actitud espiritual puede dar sentido a una vida humana. Vivir desde las exigencias de la carne cercena la meta del ser humano. En teoría no se entiende y en la práctica tampoco, ¿quién cree que la carne no vale para nada? ¿Por qué luchamos? ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Cuánto tiempo dedicamos al cuerpo y cuánto al Espíritu?

Después de repetir por activa y por pasiva que había que comer su carne, ahora nos dice que la carne no vale para nada. Estas palabras nos obligan a hacer un esfuerzo para poder comprender el mensaje. No es ninguna contradicción. Se trata de descubrir que el valor de la “carne” le viene de estar informada por el espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo. Sin el espíritu, la carne no es nada. Queda claro el sentido que da Juan a la encarnación.

Las propuestas que os he hecho son Espíritu y son Vida. Las palabras no tienen valor por sí mismas, debemos descubrir en ellas el Espíritu. La referencia al Espíritu es clave para entender a Jesús. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. “Dios es espíritu, y hay que acercarse a Él en espíritu y en verdad”. Todo el capítulo viene diciendo que él es el pan… Ahora nos dice que son sus palabras las que dan la Vida. La única propuesta que llevará a plenitud al hombre es la de Jesús.

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. En este proceso de alejamiento entre Jesús y los que le siguen se da el último paso, el abandono. Hasta ahora los que le criticaban eran los judíos, ahora son los discípulos los que deciden abandonarle. Recordemos que todo el capítulo se ha planteado como un proceso de iniciación. Al final, hay que tomar una decisión.

¿También vosotros queréis marcharos? Jesús no busca la aprobación general. Tanto los políticos como los medios lo condicionan todo a la audiencia. Lo importante es vender. Jesús acepta el reto que su doctrina provoca. Está dispuesto a quedarse solo antes que ceder en la radicalidad de su mensaje. La pregunta manifiesta una profunda amargura. Pero también deja muy clara la convicción que tiene en lo que está proponiendo.

¿Con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican Vida definitiva. Pedro da la única respuesta adecuada: “Nosotros creemos”. Los que escuchan a Jesús se sienten más seguros con el cumplimiento de la Ley. A la hora de comer eran cinco mil. Quedan doce. Pronto demostrarían que ellos tampoco lo entendieron hasta la experiencia pascual. Queda claro que el fundamento de la comunidad son los doce, y que Pedro es la cabeza.

También en los sinópticos, Jesús empieza siendo aclamado por la multitud, pero termina siendo abandonado por todos. Si hoy nos declaramos cristianos dos mil millones de personas se debe a que no se exige la radicalidad de su mensaje y seguimos en el engaño de lo que puede darnos, no en la conciencia de lo que nos exige. Si descubriéramos que la médula del mensaje de Jesús es que tenemos que dejarnos comer, ¿cuántos quedarían?

Juan intenta aclarar las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: La adhesión a Jesús y la asimilación de su propuesta de amor. Su ‘exigencia’ es una dedicación al bien del hombre a través de la entrega personal. El mesianismo triunfal queda definitivamente excluido. En contra de lo que se nos sigue diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina ni la promete a los que le sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición personal.

Hoy seguimos ignorando la propuesta de Jesús. En su nombre seguimos ofreciendo unas seguridades derivadas del cumplimiento de unas normas. No se invita a los fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús, porque no se les presenta dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salirnos con la nuestra. No nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios anhelos de salvación que no van más allá de la sola carne.

No es casualidad que en el evangelio se hable de Vida al tratar de expresar la realidad espiritual que descubrió Jesús más allá de la vida. El paralelismo nos puede llevar a comprender que no existe una VIDA separada de la materia; ni en el orden espiritual ni en el biológico la vida puede andar por ahí separada de la materia sensible. Dios es Vida, pero no significa que está en algún lugar del universo y desde allí nos hace partícipes de ella.

A la hora de definir la vida biológica, tenemos que recurrir a su manifestación. Nunca nos encontramos con la vida, sino con un ser vivo. Lo mismo en el orden espiritual, nunca nos encontraremos con el Espíritu pero sí un ser atravesado por el Espíritu. ¿Cómo lo sabremos? Solo a través de sus relaciones con los demás. Si es capaz de descentrarse y descubrir en los demás aquello que le identifica con ellos, tiene Vida espiritual.

Meditación

Jesús manifiesta, en su vida, esa Vida plena y definitiva.

La experiencia pascual llevó a los discípulos a hacer suya esa Vida.

No fue fácil superar el apego a las seguridades de su religión.

Nosotros, con una religión tan anclada en la Ley como la judía,

tenemos que arriesgarnos si no queremos caminar hacia la nada.

Fray Marcos

 

sábado, 14 de agosto de 2021

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María – Ciclo B

 Solemnidad de la Asunción de la Virgen María – Ciclo B (Lucas 1, 39-56) – 15 de agosto de 2021

 


Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Entonces dijo María:
“Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre
y su misericordia llega de generación en generación
a los que lo temen.

Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero,
destronó a los potentados
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes

y a los ricos los despidió sin nada.

Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,

como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia
para siempre’’.

María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor.

Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos  


#microhomilía

HernanQuezadaSJ

Hoy celebramos la Asunción de María, de ésta que es para nosotros modelo de seguimiento, intercesora y anuncio.

Dios comunica su plan a María y ella da un sí confiado, humilde y leal, que la compromete toda; no escapa de la crisis y el dolor, de quedarse al píe de la cruz con el corazón traspasado. María nos "primerea" en esto del seguimiento, se vuelve compañera del camino, madre y regazo para todas y todos los amigos de Jesús. Su Asunción es anuncio de lo que viene para quien ha dado el sí, lo cumple y lo mantiene, llegará al Encuentro con el Padre, será colocada con Él por la eternidad. Que María nos inspire para mantener firme la esperanza en la crisis, para ser anuncio y compañía, para ser fieles y atrevidos anuncios de que Dios es misericordia y justicia. Que nos ayude a permanecer. #FelizDomingo

 

“¡Dichosa tú por haber creído!(...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El Misal de la comunidad que yo utilizo, tiene como introducción al evangelio de hoy, las siguientes palabras: “El Magnificat es un cántico resurreccional, porque anuncia que Dios destroza los planes destructores de los que oprimen al mundo y explotan a la humanidad. La fe en la Asunción de María es esencialmente un compromiso a favor del cambio radical de una estructuras empecatadas”. Estas pistas para interpretar el texto bíblico, bien orientadas en mi opinión, nos sugieren que este cántico de María, ubicado en el contexto de la visita que hace a su prima Isabel, es un reflejo del proyecto que Dios tiene sobre toda la humanidad y del cual María se hace mensajera.

Este pasaje nos habla de una María humilde, servicial, disponible para ayudar a quien lo necesita. Todas estas características son señales de su fe. Por eso Isabel, llena del Espíritu Santo dijo, a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se movió de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tu por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”

La respuesta de María es un canto de alabanza al Dios de la vida que ha venido a proponernos un nuevo orden en el que los humildes serán dichosos y puestos en lo alto, los orgullosos verán frustrados sus planes, los reyes serán derribados de sus tronos y despedidos con las manos vacías los que lo tienen todo, mientras lo hambrientos serán saciados. Este nuevo orden señala el destino hacia el cual caminamos con pasos vacilantes en medio de las vicisitudes de esta historia. María nos señala el rumbo y camina, junto a su Hijo, delante de toda la Iglesia.

Soñar con un mundo distinto que, efectivamente, responda a los planes de Dios sobre la humanidad, es una necesidad vital para los seres humanos. Recuerdo muy bien una canción que solíamos entonar de pequeños: “Había una vez, un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado... todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés...”. La fiesta de hoy es una invitación a mirar hacia el futuro con esperanza y con la confianza puesta en Dios que nos ha llamado a participar de su vida divina en plenitud. Cosa que no podemos esperar alcanzar después de esta vida, sino que tenemos que comenzar a construir desde esta. Es bueno recordar aquellas palabras de Gustavo Flaubert: “Si nos acostumbramos a mirar al cielo, nos nacerán alas”.

Pidamos, entonces, que la fe en la Asunción de la Virgen María se traduzca en nosotros en un compromiso a favor del cambio radical de una estructuras empecatadas en medio de las cuales vivimos y con las cuales nos podemos acostumbrar. Que la Virgen María, que le enseñó a Jesús a soñar en un mundo nuevo, nos anime a nosotros en la lucha por la construcción de una sociedad, de una familia, de una humanidad más parecida al sueño de Dios.

 

RASGOS DE MARÍA

José Antonio Pagola

La visita de María a Isabel permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús, antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.

María, que ha llegado aprisa desde Nazaret, se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos a lo largo de los siglos a partir de advocaciones y títulos alejados de los evangelios.

María, «la madre de mi Señor»

Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es antes que nada la Madre de nuestro Señor. De ahí arranca toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».

María, la creyente

Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.

María, la evangelizadora

María ofrece a todos la salvación de Dios, que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.

María, portadora de alegría

El saludo de María comunica la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate... el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

 

MARÍA PUDO IDENTIFICARSE TOTALMENTE CON DIOS PORQUE LO DIVINO ESTABA EN ELLA DESDE EL PRINCIPIO

Fray Marcos

No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental que tenemos sobre María se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos confundirlas.

De María real, con garantías de historici­dad, no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los doce primeros años de su vida. El padre en aquel tiempo se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo.

De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender, existirán los mitos.

En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divini­dad. Hay aspectos de Dios que, solo a través de las categorías femeninas, podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas.

El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.

La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le estaba arrebatando.

Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar.

La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas.

Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir en lo hondo de todo ser, la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todo y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad.

La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad hacia la que tiende es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también el mismo Dios.

Lo que queremos expresar en esta fiesta, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente también en el cuerpo, a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa.

El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total. Esa plenitud consiste en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la misma para todos. “Cielos” significa lo divino.

Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados al cielo pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han abandonado esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá como continuación del más acá nos ha metido en un callejón sin salida; y muchos se encuentran muy a gusto en él.

Cuando hablamos de Jesús y de María, debemos hacer una distinción. Por ser seres humanos históricos y reales, sí podemos hablar de ellos con propiedad desde la perspectiva terrena. Pero cuando tratamos de expresar lo divino que hay en ellos, nos encontramos con el mismo problema de Dios. No podemos hablar de esa conexión con lo divino si no es por medio de metáforas y signos.

 

 

domingo, 8 de agosto de 2021

Domingo XIX del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XIX del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 41-51) – 8 de agosto de 2021

 



Juan 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”

Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida’’.

Palabra del Señor,

 Reflexiones: Papa Francisco   Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ 


PALABRAS DEL SANTO PADRE

Papa Francisco 

Frente a la invitación de Jesús a nutrirnos con su Cuerpo y su Sangre, podremos sentir la necesidad de discutir y de resistir, como hicieron las personas que el Evangelio de hoy nos dice que escuchaban a Jesús pero sin comprender ese nuevo lenguaje. Esto sucede también a nosotros cuando nos cuesta mucho modelar nuestra existencia sobre la de Jesús, y actuar según sus criterios y no según los criterios del mundo. En cambio, cuando aceptamos nutrirnos con este Alimento, podemos entrar en plena sintonía con Cristo, con sus sentimientos y con sus comportamientos. Por esto es muy importante ir a misa y comulgar: porque recibir la comunión es recibir este Cristo vivo, que nos transforma dentro y nos prepara para el cielo. ÁNGELUS 19 de agosto de 2018

 

#Microhomilia

Hernán Quezada SJ

 Hoy la Palabra nos muestra a Elías totalmente desesperanzado, derrotado, cansado, vacío; al grado de clamar por su muerte. Pero Dios ante su clamor no le quita la vida, lo alimenta y le devuelve las fuerzas para seguir hasta llegar a Él. Varias veces Dios alimenta, en el Antiguo Testamento, a su pueblo para rescatarlo de la muerte.

Jesús también alimenta a su pueblo, con pan, con peces; pero Jesús sabe del hambre espiritual, esa capaz de hacernos perder la esperanza y derrotarnos. Para saciar esta hambre Jesús mismo se vuelve alimento. Los alimentados por Cristo buscan escapar de la amargura, los enfados, la ira, los insultos, la maldad, buscan ser buenos y comprensivos, son también alimento para el mundo.

Busquemos alimentarnos del Pan de la vida, en la Eucaristía, La Palabra y la oración, dispongámonos a ser transformados e invitados por este Alimento. #FelizDomingo 

“Nadie puede venir a mi si no lo trae el Padre”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Una de las experiencias más dolorosas en la vida es la de sentirse perdidos. Tal vez recordemos en nuestra propia historia personal, alguna situación en la que nos hayamos sentido despistados, abandonados, extraviados... No sólo metafóricamente perdidos sino, efectivamente, sin saber dónde está el norte, dónde están nuestras seguridades, nuestro rumbo, las personas que amamos y necesitamos para tener tranquilidad. No hay cosa que asuste más a un niño que sentirse perdido. ¿Cuántas veces no nos hemos perdido siendo niños? Nos soltamos un momento de la mano de la mamá o del papá y, de repente, nos damos cuenta de que estamos solos y asustados. No conocemos a nadie en medio de la plaza del pueblo, abarrotada de gente; nos sentimos solos en el mercado por el que van y vienen compradores y vendedores sin concierto; nos asustan, en el gran almacén, las aglomeraciones anónimas que nos ignoran... ¡Menudo susto nos llevamos! Se nos perdió el puerto seguro, el ancla que nos mantenía atados a la historia, al pasado, al futuro y, sobre todo, al presente. Nos sentimos dando vueltas alrededor de lo mismo. Quedamos como volador sin palo, según el decir popular.

Cuando nos sentimos así, comenzamos a buscar desesperadamente un rastro de la persona o de alguna cosa que nos devuelva la tranquilidad y la seguridad. Pero, normalmente, existe una relación proporcional entre nuestra desesperación y la oscuridad que vamos sintiendo en nuestro reducido horizonte. Se cierran las ventanas de los sentidos y, a veces, no percibimos ni lo que es evidente ante nuestros ojos; de tal manera nos embotamos que ni siquiera oímos los llamados que nos hacen a través de los altavoces... Los minutos parecen horas y las horas, siglos... Tratamos de mantener la calma, pero no podemos; nos gana la confusión y perdemos del todo la paz interior. ¿Dónde buscar? ¿A quién pedir ayuda? ¿Cómo resolver esta situación? ¿Dónde se nos perdió el rastro?

Cuando un niño se pierde, tal vez lo peor que puede hacer es ponerse a buscar por sí mismo una salida del laberinto en el que se encuentra. Creo que le iría mejor si se tranquilizara y se dejara buscar por los mayores que, con mucha seguridad, estarán escudriñando por todas partes, con preocupación, tras su rastro. No parece una postura muy proactiva, pero si el niño se mueve mucho de sitio, es factible que termine jugando a las escondidas con los que lo están buscando. Por eso, lo más sencillo parece ser que el niño deje de buscar y más bien ‘se deje encontrar’. Esa persona que lo ama y lo extraña, no descansará hasta encontrarlo, para llevarlo a un lugar tranquilo donde pueda reposar y recuperarse del susto que ha tenido.

De estas cosas estaba hablando Jesús cuando dijo: “Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre, que me ha enviado”. Cuando nos perdemos por los caminos de nuestras vidas, no es fácil que volvamos a recuperar el rastro de Dios por nuestra propia iniciativa. Entre más buscamos y entre más desesperados estamos, se va haciendo más difícil encontrar la salida de nuestro propio laberinto interior. Por eso, sin llamar a una pasividad resignada, es importante recordar que el camino que nos conduce hasta Dios supone una cierta actividad pasiva de dejarse encontrar por aquel que nos ama y que no descansará hasta encontrarnos, para llevarnos a un lugar tranquilo, junto a Él.

 

domingo, 1 de agosto de 2021

Domingo XVIII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XVIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 24-35) – 1 de agosto de 2021


Juan 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.

Ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Entonces la gente le preguntó a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.

Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.

Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

 

Palabra del Señor,

 Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ  José Luis Sicre SJ

 

#microhomilía

#HernanQuezadaSJ

El alimento es imprescindible en nuestra vida, de él depende nuestra fortaleza o nuestra debilidad, nuestra salud y nuestra enfermedad.

Hoy la Palabra nos habla del alimento espiritual. Podemos tener las barrigas llenas, pero un gran vacío existencial que nos mantiene desnutridos, enfermos y débiles del alma. Tratamos de llenar ese vacío con tantas cosas, experiencias o personas, incluso reclamamos esclavitudes (como los israelitas) o apegos que sin libertad, ni salud, ni nutrición, nos daban la sensación de estar "llenos". Esa hambre, desnutrición vacío existencial sólo puede ser resuelto si nos alimentamos de "pan verdadero", de Cristo.  Es decir, vivir a su modo, con una vida recta, pura y fundada en la verdad. vivir una vida libre y sin simulaciones, en cada circunstancia que se nos presenta saber amar, liberar, incluir, perdonar y sanar. Vivir así, nos llenará y nos hará recobrar de nuevo, la plenitud y la saciedad. #FelizDomingo


“Ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En alguna parte leí la historia de un joven que se quejaba siempre porque su mamá le daba más comida a sus hermanos y nunca estaba satisfecho con lo que le servían a él en el plato. La mamá trataba de ser muy justa en la repartición de las porciones, pero, por alguna razón desconocida, el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le sirvieran menos. Ya desesperada por esta queja constante, la señora decidió un día dejarle una doble ración de todo lo que les iba a ofrecer en la cena de ese día, de manera que el joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el joven ese día llegó tarde a cenar y todos comieron antes de que él llegara. Al momento de recibir su ración doble, que le habían guardado en el horno, la expresión del muchacho por poco hace desmayar a la mamá: Si esto me dieron a mí, ¡cómo le habrán dado a los demás!, fue lo único que acertó a decir el joven insatisfecho...

Los seres humanos sufrimos de una especie de insatisfacción crónica. Vivimos aquejados por lo que algunos llaman el síndrome de las más verdes praderas; es decir, cuando salimos de paseo al campo, miramos a nuestro alrededor y nos parece que el sitio en el que estamos no cumple nuestras expectativas como para sentarnos a comer; en cambio, la ladera del frente se ve más despejada de palos y piedras, y el pasto parece de un verdor especial... de modo que caminamos hasta allá en busca del sueño prometido; pero cuando llegamos, volvemos la mirada atrás y nos parece que donde estábamos no había tanta boñiga ni tanto chamizo como en el nuevo sitio y, entonces, volvemos sobre nuestros pasos o seguimos buscando otra pradera más alejada que se ve como mejor para nuestro propósito de sentarnos a almorzar... Lo cierto es que, cansados de tanto caminar, nos terminamos sentando en cualquier parte, convencidos, eso sí, de que estamos en el peor de los sitios que visitamos y que cualquiera de los anteriores estaría mejor que el que terminamos escogiendo por pura y llana necesidad de dejar, por fin, de dar vueltas alrededor de un sueño que no existe.

La felicidad no parece ser algo alcanzable en esta vida mortal; la realización plena como que no existe en este mundo de sinsabores permanentes; nos queda el consuelo de que vamos probando pequeñas muestras de esa felicidad tan esquiva y de esa realización tan inalcanzable a las que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser insaciable.

Jesús percibe que la comida que recibieron muchos de sus oyentes los había llenado, pero no los había saciado, estrictamente hablando. Una cosa es tener lleno el estómago y otra muy distinta sentir saciado el corazón... “Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les de vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”. Sólo entonces, sus oyentes piden ese pan que El les promete: “Señor, danos siempre ese pan”. En la medida en que creamos en las palabras de Jesús, sabremos de la auténtica satisfacción que nos ofrece: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed”, ni andaremos, como el joven del principio, lamentándonos porque nos tocó menos que a los demás.

 

Eucaristía e inmortalidad

Jose Luis Sicre SJ

¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente de su importancia? Hablando de otro tema: ¿Qué piensas de la otra vida? ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin remedio? ¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe mesopotámico, a realizar un peligroso viaje para conseguir la planta de la inmortalidad, o piensas que es una tarea absurda e imposible? A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.(continua en este enlace)

 

 

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...