sábado, 25 de junio de 2022

Domingo XIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 9, 51-62) –26 de junio de 2022 

Lucas 9, 51-62

Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.

Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.

A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

¿Qué hace Dios ante la crisis que vivimos? Llamarnos. Dios nos llama a la auténtica libertad, esa que nos libera de yugos y esclavitudes, pero que no se queda en nosotros mismos, sino que nos hace servidores por amor, esa libertad que no se deja arrastrar por el "desorden egoísta del hombre", absolutamente contrario al Espíritu de Dios. 

Cristo nos llama a todo hombre y mujer a recibirlo e ir con él. La llamada se rechaza, se posterga, se condiciona o se acepta.

Jesús llama en lo concreto de nuestras vidas a no vivir pretextando nuestro pasado, nuestras heridas; nos llama a empuñar el arado sin titubeos y exclamar con confianza y valentía: "Enséñanos, Señor el camino de la vida".

Esta semana, Joaquín y Javier, nuestros hermanos jesuitas, nos han dado ejemplo de esa libertad, que no posterga ni condiciona la entrega por amor, que empuña el arado sin mira para atrás. Su testimonio nos recuerda, que el único camino para seguir es escuchar de día y de noche las instrucciones del Señor, la guía del Espíritu; es hacer con nuestros yugos hogueras en que ardan nuestras seguridades viejas, nuestros desordenes egoístas existenciales y escuchar su envío:  ¡Tú ve y anuncia el Reino de Dios!

#FelizDomingo #jesuitas #joaquinyjavier #paz #Justicia 

“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Un hijo y su padre estaban caminando por las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: "¡AAAhhh!” Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña: "¡AAAhhh!” Con curiosidad, el niño grito: "¿Quién eres tu?" Recibió de respuesta: "¿Quién eres tu?" Enojado con la contestación, gritó: "¡Cobarde!" Recibió de respuesta: "¡Cobarde!" Miró a su padre y le preguntó: "¿Qué sucede?" El padre sonrió y dijo: "Hijo mío, presta atención". Y entonces el padre grito a la montaña: "¡Te admiro!" La voz respondió: "¡Te admiro!" De nuevo el hombre grito: "¡Eres un campeón!" La voz respondió: "¡Eres un campeón!" El niño estaba asombrado, pero no entendía. Luego el padre explicó: "La gente lo llama ECO, pero en realidad es la VIDA. Te devuelve todo lo que dices o haces... Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas más competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia. Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te dará de regreso exactamente aquello que tu le has dado". Tu vida no es una coincidencia. Es un reflejo de ti.

En su último viaje a Jerusalén, Jesús pasó por unos pueblos que estaban enfrentados con los judíos. Los samaritanos eran considerados infieles: “los judíos no tienen trato con los samaritanos” (Juan 4,9). Jesús, envió mensajeros para conseguirle alojamiento. “Pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén”. Este rechazo hizo que dos de los discípulos más cercanos a Jesús tuvieran una reacción que no es extraña del todo a nuestro mundo: “Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: –Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea”.

Los criterios de estos dos discípulos estaban muy lejos de ser los que guiaron a Jesús en sus decisiones importantes. Muchas veces nuestras reacciones ante un mal recibido, es devolverlo mejorado y aumentado. Pagamos con la misma moneda. Creemos que una injusticia se puede subsanar con otra injusticia. Un fuego no puede apagarse echándole más gasolina. Pienso en las reacciones de muchos países del mundo ante la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Pienso en los grupos que buscan la justicia social con la violencia de las armas, el secuestro, el narcotráfico. Pienso en los poderosos que se ‘defienden’ de los violentos creando y patrocinando otros grupos armados al margen de la ley. Pienso en lo que pasa en las relaciones entre las parejas, entre los compañeros de trabajo o de estudio.

Por todo esto, no resulta fácil seguir a un Señor que nos invita a responder al mal haciendo el bien. Sus exigencias parecen sobrepasar nuestras posibilidades. Las tres imágenes que presenta en seguida el Evangelio de hoy, refuerzan esta dificultad: Ante el que dice que lo seguirá a dondequiera que vaya, la respuesta de Jesús fue:  “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Al que responde al llamado diciendo que lo deje ir primero a enterrar a su padre, el Señor le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Cuando el tercer hombre le dice a Jesús: “Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa”, él le responde: “El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios”. El seguimiento no es fácil. El eco de la vida nos devolverá lo que hagamos o digamos.

 

UN CRISTIANISMO DE SEGUIMIENTO

José Antonio Pagola

En tiempos de crisis es grande la tentación de buscar seguridad, volver a posiciones fáciles y llamar de nuevo a las puertas de una religión que nos «proteja» de tanto problema y conflicto.

Hemos de revisar nuestro cristianismo para ver si en la Iglesia actual vivimos motivados por la pasión de seguir a Jesús o andamos buscando «seguridad religiosa». Según el conocido teólogo alemán Johann Baptist Metz, este es el desafío más grave al que nos enfrentamos a los cristianos en Europa: decidirnos entre una «religión burguesa» o un «cristianismo de seguimiento».

Seguir a Jesús no significa huir hacia un pasado ya muerto, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Como ha dicho alguien con ingenio, se trata de vivir hoy «con el aire de Jesús» y no «al viento que más sopla».

Este seguimiento no consiste en buscar novedades ni en promover grupos de selectos, sino en hacer de Jesús el eje único de nuestras comunidades, poniéndonos decididamente al servicio de lo que él llamó reino de Dios.

Por eso, seguir a Jesús implica casi siempre caminar «a contracorriente», en actitud de rebeldía frente a costumbres, modas o corrientes de opinión que no concuerdan con el espíritu del Evangelio.

Y esto exige no solo no dejarnos domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino incluso contradecir a los propios amigos y familiares cuando nos inviten a seguir caminos contrarios al Evangelio.

Por eso, seguir a Jesús exige estar dispuesto a la conflictividad ya la cruz. Estar dispuesto a compartir su suerte. Aceptar el riesgo de una vida crucificada como la suya, sabiendo que nos espera resurrección. ¿No seremos capaces de escuchar hoy la llamada siempre viva de Jesús a seguirlo?

 

MARGINAR, EXCLUIR O ELIMINAR AL OTRO NUNCA SERÁ CRISTIANO

Fray Marcos

Todos los evangelios proponen la subida de Jesús a Jerusalén como un marco teológico, pero Lucas le da un énfasis especial. Comienza con las frases programáticas que hemos leído hoy y termina con la expulsión de los vendedores del templo. En la trayectoria geográfica se esconde la trayectoria espiritual: Subida al Padre a través de la muerte. “Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”. La frase es un resumen de la vida de Jesús. Deja claro lo que va a pasar. Por desagradable que pueda parecer, es aceptado por Jesús.

Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos, que no perdían la ocasión de humillarlos y despreciarlos. No es de extrañar que ellos a su vez, tomaran la revancha cuando pudieran. Si los enviados hubieran propuesto bien el mensaje de Jesús y hubieran comunicado las verdaderas intenciones de Jesús al subir a Jerusalén, les hubieran aceptado con los brazos abiertos. Nada más de acuerdo con sus intereses querrían esperar los samaritanos. Alguien que fuera capaz de criticar tan duramente lo que se cocía en el templo, tenía que tener toda su aprobación. Pero seguramente les hicieron pensar en una subida “para hacerse cargo del reino”, que era lo que los discípulos esperaban.

Los Zebedeos piensan en un nuevo Elías, que había mandado bajar fuego del cielo que consumió a los emisarios del rey. Pretenden que Jesús haga honor a su condición de profeta poderoso. Otra tentación constante del hombre, poner a Dios de su parte contra todo aquel que le lleve la contraria. Jesús les “increpó” (el mismo verbo que emplea para expulsar demonios). A través de la historia, nos hemos comportado como Santiago y Juan. Siempre que ha tenido el poder suficiente, la Iglesia ha respondido con violencia contra todo el que no aceptaa sus normas. Ni siquiera ha aceptado la libertad religiosa, que es un derecho básico de todo ser humano, hasta que ha perdido la capacidad de imponer su absolutismo.

Ni la Iglesia como institución ni cada uno de nosotros como individuos hemos hecho puñetero caso de la propuesta de Jesús. Primero contra los judíos, a quienes hemos machacado todo lo que hemos podido durante veinte siglos. Luego a los herejes que hemos seguido quemando vivos hasta hace cuatro días. Más tarde contra los musulmanes a quienes hemos hecho la guerra de todas las maneras posibles. La quema de brujas que ha masacrado a una infinidad de personas inocentes. Y por fin la persecución de todo aquello que discrepa de la doctrina oficial que sigue todavía provocando numerosas víctimas.

Se trata de responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Si de verdad aceptamos el espíritu de Jesús, la primera consecuencia sería la tolerancia. Jesús no impone nada, simplemente propone la buena noticia del Reino y deja en libertad para aceptarla o rechazarla. Su mensaje solo puede interesar a los que sienten que están oprimidos por realidades que no les dejan ser ellos mismos. Toda falta de identificación con el otro, supone una falta de identificación con el Dios de Jesús. Lo que nos separa de los demás, nos separa de Dios.

¿Dónde ha quedado la propuesta de Jesús de amar a los enemigos? No solo no hemos amado a los enemigos sino que hemos odiado y perseguido a los amigos, solo por no pensar o actuar como exigían las directrices oficiales. Aún hoy vivimos la oposición y el rechazo más radical entre los que creen que nada debe cambiar y los que piensan que el evangelio está sin estrenar y debemos hacer un esfuerzo por descubrir su esencia y vivirlo. Es verdad que si hoy seguimos hablando de Jesús es gracias a muchas personas que, a pesar de todas las contradicciones eclesiales, se han atrevido a vivir el espíritu de Jesús.

Esa exigencia no es un capricho de Dios, sino que la pide la misma naturaleza de la oferta de salvación que nos hace Jesús. Nuestra condición de criaturas, y por lo tanto limitados, es la que nos obliga, una vez tomada un camino, a tener que abandonar todos los demás. La renuncia a aquello que me gusta, dejar de ser renuncia si lo hago con conocimiento y libertad, para convertirse en elección de lo mejor. No siempre, lo que me causa más placer, lo que menos me cuesta, lo que más me agrada, lo que me pide el ADN, es lo mejor para alcanzar la plenitud del ser humano. La vida es por naturaleza lucha y superación. Si desaparece la tensión interna es que ha llegado la muerte.

En las frases siguientes, Lucas presenta el seguimiento de Jesús como una renuncia. La utilización de este concepto es la mejor señal de que no hemos entendido nada. No se trata de renunciar, sino de elegir lo que de verdad es bueno para mi auténtico ser. Dios quiere nuestra plenitud. Tenemos que superar la idea de un Dios, que para ser Él más, tiene que humillar al hombre. No, la causa de Dios es la causa del hombre. Dios está identificado con su criatura; por lo tanto la mayor gloria de Dios es que la criatura llegue a su plenitud. No tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas; tenemos que amar a Dios en todas las cosas. Pero si las cosas ocupan el lugar de Dios, me estoy apartando de mi verdadero meta.

La 1ª máxima: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros nido, pero el Hijo de Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. En el ambiente de itinerancia en el que se desarrolla esta parte del evangelio, no se hace evidente en la pobreza, sino en la disponibilidad. El que quiera seguir a Jesús tiene que estar completamente libre de trabas. Ni siquiera la seguridad de un hogar debe evitar estar dispuesto siempre para la marcha. No son las posesiones o las relaciones sociales lo que impiden el seguimiento sino el estar apegado a cualquier cosa que te impida ser realmente tú mismo.

La 2ª: “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos”. Es también radical, pero no debemos entenderla en sentido literal. Lo que le pide Jesús al aspirante no es no enterrar a su padre, que había muerto, sino que le dejara cumplir con el precepto de atender a su padre anciano hasta que muriera. Jesús antepone las exigencias del Reino a la obligación prescrita por la Ley de atender a los padres en su ancianidad. La Ley debe ser superada por una disponibilidad total hacia todos, no solo hacia los seres queridos. La enigmática respuesta de Jesús da a entender que él había pasado a la vida, pero que los que se quedaron en casa de su familia, permanecieron en la muerte espiritual.

La 3ª: “El que echa mano al arado y sigue mirando hacia atrás, no vale para el Reino de Dios”. Despedirse de su familia no debemos entenderlo como “decirles adiós”. En aquella sociedad despedirse significaba dedicar días o semanas a celebrar la separación. El significado es muy parecido al de la anterior, pero aqui se quiere resaltar la apertura integral a todos los seres humanos. Ya no hay particularismos, ni siquiera existe “mi familia”. Ahora toda la humanidad es mi familia. El círculo familiar suele ser la excusa donde camuflo un egoísmo amplificado que me impide darme a todos. El mal uso que se ha hecho de esta frase, sobre todo en ambientes de vocación, nos obliga a repensarla profundamente.

sábado, 18 de junio de 2022

Domingo XII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 9, 18-24)

 Domingo XII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 9, 18-24) – 19 de junio de 2022

 


Lucas 9, 18-24

Un día en que Jesús estaba orando solo, y sus discípulos estaban con él, les preguntó:

—¿Quién dice la gente que soy yo?

Ellos contestaron:

—Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy? —les preguntó.

Y Pedro le respondió:

—Eres el Mesías de Dios.

Pero Jesús les encargó mucho que no dijeran esto a nadie. Y les dijo:

—El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.

Después les dijo a todos:

—Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará.

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 La “cruz” es una dimensión inevitable de nuestras vidas, es decir, experimentamos cansancio, frustración, crisis, enfermedad, sufrimiento y otras tantas situaciones que llegan y nos lastiman. El mundo nos quiere hacer creer que esta dimensión de dificultad de nuestra vida se puede evitar “narcotizándonos”, centrando toda nuestra atención en encontrarnos y cuidarnos a nosotros mismos, viviendo autorreferenciados, obsesionados con que nada nos moleste; ingenuamente creemos que basta con no reconocer la realidad para que desaparezca. Hoy Jesús nos expresa la única fórmula posible para seguir: toma tu cruz y sígueme. Esto no quiere decir que se regocija de nuestros dolores y menos que Él nos los ha enviado como prueba o castigo, se refiere a que esta cruz inevitable del día a día hay que reconocerla “tomarla” e ir con Él, para seguir haciendo lo que Él hacia: incluir, perdonar, sanar y compartir. Siguiendo a Jesús, la cruz no nos arrebatará la paz, el dolor no hará de nuestra vida una vida triste, porque de Dios recibiéremos fuerza y gracia.  ¿Cuál es tu cruz del día a día?

#felizdomingo

 

¿CREEMOS EN JESÚS?

José Antonio Pagola

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesárea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?».

Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.

No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?

Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el «Mesías de Dios», el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Lo confesamos también «Hijo de Dios». Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?

Llamamos a Jesús «Salvador» porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es esta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es esta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?

Confesamos a Jesús como nuestro único «Señor». No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?

La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

 

¿QUIÉN ES JESÚS PARA MÍ?

Fray Marcos

Los tres sinópticos relatan el mismo episodio, aunque con diferencias notables. Se plantea abiertamente el significado del mesianismo de Jesús. Tema que no quedó resuelto hasta después de la experiencia pascual. No se trata, pues de un relato estrictamente histórico, sino de un planteamiento teológico del tema más importante y complicado de todo el NT. Ni para ellos fue fácil aceptar el verdadero mesianismo, ni lo es para nosotros, pues seguimos sin aceptar que el ser cristiano lleva consigo renunciar al ego y darse a los demás.

Jesús estaba orando, como siempre que va a decir o hacer algo importante. El evangelio dice que el único que estaba orando era Jesús solo, aunque los discípulos estaban allí. Sin tener en cuenta esa oración de Jesús nada de lo que fue y predicó puede explicarse. La forma en que Jesús habla de Dios, se inspira en su experiencia personal. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Jesús experimentó que Dios lo era todo para él y él debía ser todo para los demás. Tomó conciencia de la fidelidad de Dios-amor y respondió vitalmente a esta toma de conciencia. Al atreverse a llamar a Dios "Abba" (Papá), Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el Absoluto.

Para Jesús, como para cualquier ser humano, la base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. "Intimior intimo meo". Descubrir su fundamento en Dios, es fuente de una inesperada plenitud. La experiencia de Dios será la revelación de la más alta humanidad.

Jesús de Nazaret nunca se presenta como absoluto. Para él lo único absoluto era Dios. Él se consideró siempre como un ser humano más. La opinión de la gente indica ya una alta consideración de la persona de Jesús, pero está lejos de acertar. La opinión de Pedro, parece acertada; pero "el Ungido", era la manera de designar al Mesías que el pueblo esperaba. Un Mesías nacionalista que traería la salvación política, económica y religiosa. Esa opinión no debe ser divulgada porque es también falsa. A continuación se nos propone la verdadera figura del Mesías que la primera comunidad pascual había descubierto con tanta dificultad.

El Mesías se convierte en "Hijo de hombre", el modelo de hombre, el ser humano que vive su plenitud. No es el triunfador, el poderoso, el que está por encima de los demás, sino el que aguanta, el que sufre, el que tiene que padecer las iras y rencores de los suyos, el humillado y despreciado, precisamente por no renunciar a ser "humano". Y todo esto hasta el extremo, hasta perder la vida por mantener esa actitud. El que quiera adherirse al Mesías, no tiene más remedio que emprender el mismo camino. Exige el negarse a sí mismo.

La frase de Jesús "el que quiera salvar su vida la perderá"; no es una exageración, sino una verdad básica. Hacer que todo gire en torno a nuestro falso "yo", es potenciar en nosotros aquello que tiene un valor relativo. No podemos dejar de ser egoístas si no superamos el apego a un "ego". En la medida en que ponga como objetivo último salvar mi vida, seré egoísta y por lo tanto me deshago como persona. En la medida en que sea capaz de desprenderme de todo apego, incluido el apego a la vida, a favor de los demás, estaré amando de verdad, y por lo tanto creciendo como ser humano. Mi Vida con mayúscula se potenciará, y la vida con minúscula, cobra entonces su auténtico sentido.

La pregunta que se hicieron aquellos primeros cristianos tenemos que hacérnosla nosotros hoy. ¿Quién es Jesús? La mejor prueba de que no es fácil responder, es la falsa alternativa, que se planteó en el siglo pasado, entre el Jesús histórico o el Cristo de la fe. Los discípulos compartieron su vida con el Jesús de Nazaret y aceptaron a aquel ser humano que les proporcionó una paz, una alegría y una seguridad increíbles; pero mientras vivieron con él, no fueron capaces de ir más allá de lo que veían. Solamente a través de la experiencia pascual se adentraron en el verdadero significado de aquella persona fuera de serie.

Al morir Jesús, se preguntaron si con la muerte de su líder se había acabado todo. Solo entonces empezaron a trascender la figura aparente de Jesús y descubrieron lo que se escondía detrás de aquella realidad visible. Fueron dándose cuenta de que allí había algo más que un simple ser humano. Entonces fueron conscientes de que el verdadero UNGIDO ya se encontraba en el Jesús de Nazaret. Este Mesías, descubierto en pascua, no coincide con el que esperaban los judíos y los propios discípulos, antes de esa experiencia. Ahora se trata de Jesús el Cristo, Jesucristo, genial integración del Jesús histórico y el Cristo de la fe.

Cristo no es una idea abstracta surgida en la primera comunidad de seguidores, sino la realidad de Jesús visto con los rayos X de la experiencia pascual. Cristo ni se puede identificar con Jesús ni se puede separar de él. Durante tres años, sus seguidores convivieron con él sin enterarse de quién era en realidad; pero una vez que desapareció su figura sensible, fueron capaces de descubrir lo que en aquella figura humana se escondía. No se puede separar el valor de una moneda, de la cantidad y la forma del metal que la constituye. La moneda tiene tal valor, precisamente porque tiene tal forma, tal tamaño y un determinado metal precioso. Todo lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad.

¿Quién es Jesús para nosotros hoy? No se trata de dar una respuesta teórica ni una cristología aquilatada que responda a todas las cuestiones formales relativas a la persona de Jesús. Mucho menos, dogmas que definan su naturaleza divina. Lo tenemos crudo, porque los evangelios nos hablan de Jesucristo desde la experiencia pascual, y es muy difícil descubrir al Jesús de Nazaret que ellos conocieron y del que partieron para llegar a Cristo. Los cristianos de hoy empezamos la casa por el tejado y cuando nos damos cuenta, resulta que carecemos de muros y sobre todo de cimientos. Sin experiencia pascual no hay cristiano.

Debemos darnos cuenta de lo lejos que estamos del encarnar en nuestra vida ese valor supremo, que Jesús encarnó. Somos cristianísimos para tener a Dios de nuestra parte y nos saque las castañas del fuego. Echemos una ojeada a nuestras oraciones y descubriremos la idea que tenemos del Mesías. La misma que Pedro propuso y rechazó Jesús. Lo hemos colocado a la derecha de Dios; le hemos dado plenitud de poder y gloria; le hemos hecho juez de vivos y muertos; para, a renglón seguido, decir que el que cumpla con lo que dijo se sentará con él a juzgar a los infieles. Estas cosas las dice el NT, en contra de la misma actitud de Jesús. Un ejemplo más de lo difícil que fue aceptar su mensaje.

Una cosa es llamarse cristiano y otra serlo. No es nada fácil darse cuenta de que la plenitud humana está en el desarrollo de una capacidad de salir de sí, de identificarse con los demás. No es nada fácil salir de la dinámica del hedonismo que nos empuja a dar satisfacción a los sentidos, a buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta. Mantener estas actitudes hedonistas y llamarse cristiano, es una contradicción. Pero tampoco debemos caer en la trampa del masoquismo. Dios quiere para cada uno de nosotros lo mejor. Quiere que disfrutemos de todo lo que nos rodea, de las personas y de las cosas. Todo es positivo, siempre que tengamos claro que lo primero es el bien integral del hombre.

No es fácil entender bien lo que hoy nos dice el evangelio. No se trata de machacar una parte de nuestro ser para salvar otra. Se trata de descubrir un fallo en nuestra percepción de nosotros mismos, es decir, que con frecuencia creemos ser los que no somos y vivimos engañados. Se trata de liberarnos de todo aquello que nos ata a lo caduco y nos impide elevarnos a la plenitud que nuestro verdadero ser exige. La liberación llega cuando hemos establecido una auténtica escala de valores y somos capaces de dar a cada faceta de nuestra compleja vida, la importancia que tiene, ni más ni menos.

 

Meditación-contemplación

Lo que Jesús es y significa, no se puede meter en conceptos,

porque está más allá de los sentidos y de la razón.

Si experimentas lo que hay de Dios en ti,

podrás vislumbrar lo que Jesús vivió y manifestó.

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Más allá de nuestro "yo" físico, psíquico y mental,

se encuentra nuestro auténtico ser,

que es lo divino que hay en cada uno de nosotros

y que está siempre ahí como la única realidad verdadera.

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Para alcanzar ese verdadero ser y verdadera Vida,

es necesario no quedar enganchado en lo terreno.

"Perder" lo caduco, lo contingente, lo limitado

es el único camino para alcanzar lo absoluto.

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sábado, 11 de junio de 2022

Domingo de la Santísima Trinidad – Ciclo C

 Domingo de la Santísima Trinidad – Ciclo C (Juan 16, 12-15) – 12 de junio de 2022

 


Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Decía mi profesora de teología +Barbara Andrade, al referirse a la Santísima Trinidad, que ésta, formaba una suerte de “casita trinitaria”, en la que vivíamos. Esta ”casita”, consistía en el Padre y en el Hijo, como pilares, y entre ellos el Espíritu Santo, que ella señalaba como amor, indestructible, ilimitado, de verdad, entre el Padre y el Hijo, que constituía el techo, de la “casita trinitaria”.

San Ignacio de Loyola, nos invitaba a contemplar cómo la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, miraban la creación y ante lo que encontraban, decidían un plan de redención con un “Hagamos redención” pronunciado por el Hijo. Así, decidía Él, descender, encarnarse, hacerse con nosotros y hacernos, tomando la imagen de Bárbara, vivir a toda humanidad dentro de esta “casita trinitaria”.

La imagen me gusta, me ayuda a entender que no vivimos en la intemperie, sino que vivimos en Dios, que es comunidad de amor de la que también hemos sido invitados, convocados a formar parte. En esta, nuestra “casita trinitaria” experimentamos sabiduría, paciencia, virtud y esperanza, que no brotan de nosotros, sino que la Trinidad nos la regala como don. El Espíritu Santo, nos va guiando a la verdad, a habitar para siempre y totalmente en el amor de Dios, en nuestro hogar trinitario de amor.

#FelizDomingo

“Tengo mucho más que decirles”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En una de las capillas de Vila Kostka, la casa de Ejercicios de los jesuitas cerca de Sao Pablo, Brasil, hay un inmenso mural inspirado en uno de los más famosos íconos de la Iglesia Oriental. El cuadro original, atribuido a Andrei Rublev, es de mediados del siglo XV y se conserva en Moscú. Representa un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré: “El Señor se apareció a Abraham en el bosque de encinas de Mambré, mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda de campaña, como a mediodía. Abraham levantó la vista y vio que tres hombres estaban de pie frente a él. Al verlos, se levantó rápidamente a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente y dijo: – Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida” (Génesis 18, 1-3). Uno de estos tres hombres fue el que le reveló a Abraham la promesa de Dios, que dio origen a nuestra fe: “El año próximo volveré a visitarte, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo. Mientras tanto, Sara estaba escuchando toda la conversación a espaldas de Abraham, a la entrada de la tienda. (...) Sara no pudo aguantar la risa y pensó: ¿cómo voy a tener este gusto, ahora que mi esposo y yo estamos tan viejos?” (Génesis 18, 10.12).

La característica de esta obra es que cada uno de los personajes mira en una dirección distinta. Comunica una teología trinitaria que podría ayudarnos a mejorar nuestra relación con Dios, uno y trino: El que representa al Padre, está mirando al Hijo. Con esta mirada se expresa el hecho de que Dios Padre nos regala al Hijo, para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida (Cfr. Juan 14, 6). Por eso Jesús dice: “Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Juan 17, 28). El Hijo, es la manifestación de Dios Padre para nosotros, tal como el mismo Jesús lo expresa a Felipe, en el Evangelio según san Juan: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9).

Por su parte, el hombre que representa al Espíritu Santo, está mirando hacia un lado. Avizora el mundo, invitándonos a descubrir a Dios en la creación. Esta mirada expresa, además, la llamada a caminar siempre más allá de nuestras fronteras, para responder a la misión. El Espíritu es el que nos conducirá a la verdad plena: “Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Juan 16, 12-14).

Por último, el personaje que representa al Hijo, no le quita la mirada a quien contempla el cuadro. En cualquier lugar en el que uno se coloque en esta capilla, se siente mirado directamente a los ojos por Jesús. Él es el mediador entre Dios y su pueblo. Es el verdadero Pontífice (Puente) entre los seres humanos y Dios: “Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Timoteo 2, 5).

Digámosle hoy a Dios, como le dijo Abraham aquel mediodía: “Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida”. Sintamos la mirada de Jesús, que nos habla del amor de Dios Padre y nos recuerda la misión a la que nos envía el Espíritu Santo. Ojalá que esto no nos de risa, como le dio a Sara, sino que Dios encuentre en nosotros una fe pronta y generosa.

 

EL CRISTIANO ANTE DIOS

José Antonio Pagola

No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre?

Jesús nos enseña dos actitudes básicas.

En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado?

En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colaborar en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo?

En primer lugar vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

 

CON RELACIÓN A NOSOTROS TRINIDAD ES UNIDAD

Fray Marcos

De Dios no sabemos ni podemos saber nada, ni falta que nos hace. Tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se fortalece cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios. Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos pensadores hicieron un esfuerzo para “explicar” el evangelio desde su filosofía. Ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo.

El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de “sustancia”, “naturaleza”, “persona” etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todo discurso sobre Dios tiene que ir encaminado a la vivencia, no a la razón.

Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. Incluso en la teología más tradicional y escolástica, la distinción de las tres “personas”, se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.

Cuando se habla de la importancia que tiene la Trinidad en la vida cristiana, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como UNO. Debemos superar la idea de que crea el Padre, salva el Hijo y santifica el Espíritu. En esta manera de hablar se apropia a cada persona una tarea, pero todo en nosotros es obra del único Dios.

Lo que experimentaron aquellos cristianos es que Dios podía ser a la vez: Dios que es origen, principio, (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Nos están hablando de Dios que no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo importante en esta fiesta sería purificar nuestra idea de Dios y ajustarla a la idea que de Él transmitió Jesús. Aquí sí que tenemos tarea por hacer. Como cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos es ridículo. A Dios no podemos comprenderle, no porque sea complicado, sino porque es absolutamente simple y nuestra manera de conocer es dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar a Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podamos analizar.

El entender a Dios como Padre nos conduce al “poder de la omnipotencia” y la capacidad de hacer lo que se le antoje. Los “poderosos” han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir, intentar ser más, ser grande, tener poder. Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, pues Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.

Un Dios que premia y castiga es verdaderamente útil para la autoridad que quiere mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Justifican ese sometimiento porque machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que cumplen unos mandamientos que Él nunca dio. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.

Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque somos buenos sino porque Él es bondad. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser. En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios, el AMOR es su esencia.

Un dios que está instalado en el cielo puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con insistencia. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. El Dios de Jesús está identificado con cada uno de nosotros. Siendo ágape no puede admitir intermediarios. Este Dios identificado con todos no es útil para ningún poder o institución. Pero debemos tomar conciencia de que ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que, siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí “Verdad” no es conocimiento sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser auténticos.

Un Dios condicionado a lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. Y me dicen: ¿Cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó? Confunden el amor de Dios, que es unión, con el amor humano, que es relación.

Lo que acabamos de leer del evangelio de Jn, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu dentro de cada uno de ellos y haciéndose presente en la comunidad por el servicio a todos. Ellos saben que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que, haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Jesús, con su entrega total, intentó hacer partícipes a sus seguidores de esa vivencia.

 

 

sábado, 4 de junio de 2022

Domingo de Pentecostés – Ciclo C

 Domingo de Pentecostés – Ciclo C (Juan 20, 19-23) – 5 de junio de 2022

 


Juan 20, 19-23

Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo:
—¡Paz a ustedes!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez:
—¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.
Y sopló sobre ellos, y les dijo:
—Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.
Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

"Esperar lo que ya se posee no es tener esperanza, porque, ¿cómo se puede esperar lo que ya se posee?, En cambio, si esperamos algo que todavia no poseemos, tenemos que esperarlo con paciencia". (Romanos 8,22-27)

¿Qué nos hace falta? ¿Qué necesitamos y no tenemos en nuestra vida? Hoy la Palabra nos llama a mantener la esperanza. 

El Espíritu ya descendió de lo alto, lo hemos recibido en la creación y en nuestros corazones; hemos recibido sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. En cada una y en cada uno, el Espíritu se expresa de manera única y nos hace participes de la transformación del mundo, constructores de esperanza. Pero, quizás hace tiempo que creemos que necesitamos lo que queremos, o que somos lo que nos dijeron que debemos ser. Quizás nos ha ganado un "realismo" que nos hace ya no creer, ya no esperar, y en entonces nos sumergimos en ruidos y lamentos que ya no nos dejan escuchar al Espíritu y llegamos a creer que somos miserables.

Hoy domingo de Pentecostés clamemos desde lo más profundo de nuestras entrañas: Ven, Dios Espíritu Santo, dame luz, consuelo, fuego en mi corazón; inspírame, lávame, cura mis heridas, doblega mi soberbia, calienta y fecunda mi alma.

Que el Resucitado nos regale su paz.

#FelizDomingo

“Reciban el Espíritu Santo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

He oído que la experiencia de fe en las personas tiene cuatro etapas: La primera es la que viven los niños. Ellos creen lo que les dice su mamá, su papá o su profesor. Las personas mayores son las que les dan seguridad y sentido. Solos, no se sienten capaces de afrontar los peligros que constantemente los acechan. No se imaginan la vida sin tener estas personas a su lado. Una segunda etapa en el camino de la fe es la que viven los jóvenes, que creen en lo que ven hacer a sus mayores y no en lo que les dicen. Exigen coherencia, resultados. No se fían de las palabras que se lleva el viento. Necesitan pruebas, al estilo de Tomás, que necesitaba ver las heridas en las manos, en los pies y en el costado del Señor. La tercera etapa es la de los adultos, que creen solamente en lo que ellos mismos hacen y no en lo que les dicen los demás o en lo que ven hacer a los otros. Las personas adultas se van haciendo autónomas, se rigen por sus propios principios. Un adulto sabe que lo que él mismo no hace, nadie lo hará por él. La cuarta etapa que vivimos en nuestro camino de fe, es la del anciano, que cree en Dios, sin más. Ha vivido muchas experiencias y se ha ido desengañando de infinidad de seguridades pasajeras que tuvo a lo largo de su existencia. Confió en sus estudios, en su trabajo, en sus amistades, en las posesiones que tuvo. Pero, poco a poco, se ha dado cuenta de que todo esto no eran más que vanidades. Sabe que se acerca el momento definitivo del encuentro con el único Señor de su vida.

Lo que está detrás de todo esto es la experiencia del despojo que vamos viviendo cada día y que se acentúa a medida que pasan los años. Un anciano ya no tiene papá ni mamá. Ya no tiene profesores. Ya no tiene modelos de referencia en otros adultos. Ya no se tiene ni siquiera a sí mismo. Se siente sin fuerzas. No tiene otra alternativa que sentirse en las manos de Dios como el niño de pecho se siente en manos de su madre. La vida nos va despojando, poco a poco, de nuestras seguridades, hasta que nos piden entregar la misma vida. Dicen que una vez en un velorio de un señor que había sido muy rico, los que acompañaban a la familia del difunto discutían sobre lo que había dejado este señor. Hacían cuentas y no lograban calcular la herencia que había dejado a sus descendientes. Hasta que vino un hombre sabio y le dijo a los que conversaban sobre esto: «Yo sé exactamente cuánto dejó este señor». «¿Cuánto dejó?» Preguntaron todos, intrigados de que tuviera el dato exacto. Y el hombre dijo: «Lo dejó TODO. Nadie se lleva nada de este mundo».

Hay que reconocer que esta visión de las cosas es un poco pesimista. Según esto, sólo los ancianos llegan a tener una fe auténtica. Sin embargo, creo que tiene mucho de verdad. Vamos a tientas, poniendo nuestra fe en miles de cosas que no son Dios. Y muy lentamente, nos vamos abriendo a una confianza plena en la acción del Señor en nuestras vidas. La celebración de hoy es un excelente momento para preguntarnos por nuestra fe. Para preguntarnos por aquello en que hemos puesto nuestra confianza. ¿Dónde están nuestras seguridades? El resucitado sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”. La pregunta que tenemos que hacernos hoy es si creemos, efectivamente, que hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo y si lo seguimos recibiendo cada día a través de los sacramentos, como el regalo más precioso que nos dejó el Señor. No deberíamos esperar a estar ya al borde de la muerte para vivir una fe que sea capaz de soltarse de todo para dejarse llevar por Dios. Para creer en el Espíritu Santo que el Señor nos regaló.

 

ACOGER LA VIDA

José Antonio Pagola

Hablar del «Espíritu Santo» es hablar de lo que podemos experimentar de Dios en nosotros. El «Espíritu» es Dios actúa en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo, el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen último está en Dios, fuente de toda vida.

Esta acción de Dios en nosotros se produce casi siempre de forma discreta, silenciosa y callada; el mismo creyente solo intuye una presencia casi imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría desbordante y la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna.

El signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es «dador de vida»: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado. De Dios siempre estamos recibiendo «nueva energía para la vida» (Jürgen Moltmann).

Esta acción recreadora de Dios no se reduce solo a «experiencias íntimas del alma». Penetra en todos los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y reaviva nuestra capacidad de amar. Por decirlo quizás, el Espíritu conduce a la persona a vivirlo todo de forma diferente: desde una verdad más honda, desde una confianza más grande, desde un amor más desinteresado.

Para bastantes, la experiencia fundamental es el amor de Dios, y lo dicen con una frase sencilla: «Dios me ama». Esa experiencia les devuelve su dignidad indestructible, les da fuerza para levantarse de la humillación o el desaliento, les ayuda a encontrarse con lo mejor de sí mismos.

Otros no pronuncian la palabra «Dios», pero experimentan una «confianza fundamental» que les hace amar la vida a pesar de todo, enfrentarse a los problemas con ánimo, buscar siempre lo bueno para todos. Nadie vive privado del Espíritu de Dios. En todos está él atrayendo nuestro ser hacia la vida. Acogemos al «Espíritu Santo» cuando acogemos la vida. Este es uno de los mensajes más básicos de la fiesta cristiana de Pentecostés.

 

EL ESPÍRITU NO TIENE QUE VENIR DE NINGUNA PARTE

Fray Marcos

Rematamos el tiempo pascual con tres fiestas. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo.

Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapado de Dios-Espíritu. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.

El relato de los Hechos que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lucas nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad, no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los simbolos que habia utilizado ya el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.

El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lucas narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, convertida en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. Juan habla de su venida el día de Pascua.

No es facil superar errores. No es un personaje distinto del Padre y del Hijo, que anda por ahí haciendo las suyas. Se trata del Dios UNO más allá de toda imagen. No es un don que nos regala el Padre o el Hijo sino Dios como DON absoluto que hace posible todo lo que podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir una fuerza de oraciones y ruegos, sino el fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.

Es difícil interpretar la palabra “Espíritu” en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es imposible precisar a qué se refiere en cada caso. El significado predominante es una fuerza invisible pero eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que superan sus posibilidades. El significado primero era el espacio entre el cielo y la tierra, de donde los animales sorben la vida y nos abre una perspectiva muy interesante.

Los evangelios dejan muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: "concebido por el Espíritu Santo." "Nacido del Espíritu". "Desciende sobre él el Espíritu". "Ungido con la fuerza del Espíritu". “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no descubrimos lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.

Hoy se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu. De esa fuerza, nace la comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misión. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.

La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.

No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un número reducido de personas, a las que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos debemos proponer como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser cuando reducimos nuestras expectativas a logros puramente biológicos, psicológicos, intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos el campo de posibilidades.

La experiencia del Espíritu es de cada persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir, a todos los seguidores de Jesús. La trampa de autorizar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado para justificar privilegios, control y poder.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fueran fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de imposiciones y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada una de las diferentes cualidades y aptitudes. La uniformidad pretendida no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confianza en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

En la celebración de la eucaristía deberíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender cómo hemos ido devaluando la presencia del Espíritu en la celebración de la eucaristía. Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hizo sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder especial, que ha llegado a ser mágico, a las palabras que hoy llamamos “consagración”.

La primera lectura nos invita a una reflexión muy sencilla: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender hoy todos los hombres? Mucho me temo que no, porque no nos dejamos por el Espíritu, sino por nuestras programas ideológicos. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.

 

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...