Evangelio según
san Juan 14, 23-29
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama, cumplirá mi
palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.
El
que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es
mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con
ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi
nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he
dicho.
La
paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la
paz ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me
amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean".
UnHace algunos años escuché esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.
Jesulín tenía la costumbre de recoger a algunos amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se hayan detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista. Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...
Después los tres iban corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; a mi no me vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por un lado "Soy el mejor" y por el otro decía "Soy el primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido perdido'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tienes todo lo que necesitas; llevas dinero, comida, libros, cuadernos, esferos, lápices, colores, plastilina... Llevas de todo y no te falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por eso no hace falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más... Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...
Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a la casa de Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la hora en que salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las palabras mágicas que le decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron Jesulín y su papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras mágicas: El papá mago le decía a Jesulín: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».
Cuando hemos sentido una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia de su resurrección.
El pluralismo es un
hecho innegable. Se puede incluso afirmar que es uno de los rasgos más
característicos de la sociedad moderna. Se ha fraccionado en mil pedazos aquel
mundo monolítico de hace unos años. Hoy conviven entre nosotros toda clase de
posicionamientos, ideas o valores.
Este pluralismo no
es solo un dato. Es uno de los pocos dogmas de nuestra cultura. Hoy todo puede
ser discutido. Todo menos el derecho de cada uno a pensar como le parezca y a
ser respetado en lo que piensa. Ciertamente, este pluralismo nos puede estimular
a la búsqueda responsable, al diálogo y a la confrontación de posturas. Pero
nos puede llevar también a graves retrocesos.
De hecho, no pocos
están cayendo en un relativismo total. Todo da lo mismo. Como dice el sociólogo
francés G. Lipovetsky, «vivimos en la hora de los feelings». Ya no existe
verdad ni mentira, belleza ni fealdad. Nada es bueno ni malo. Se vive de
impresiones, y cada uno piensa lo que quiere y hace lo que le apetece.
En este clima de
relativismo se está llegando a situaciones realmente decadentes. Se defienden
las creencias más peregrinas sin el mínimo rigor. Se pretende resolver con
cuatro tópicos las cuestiones más vitales del ser humano. Algo quiere decir A.
Finkielkraut cuando afirma que «la barbarie se está apoderando de la cultura».
La pregunta es
inevitable. ¿Se puede llamar «progreso» a todo esto? ¿Es bueno para la persona
y para la humanidad poblar la mente de cualquier idea o llenar el corazón de
cualquier creencia, renunciando a una búsqueda honesta de mayor verdad, bondad
y sentido de la existencia?
El cristiano está
llamado hoy a vivir su fe en actitud de búsqueda responsable y compartida. No
da igual pensar cualquier cosa de la vida. Hemos de seguir buscando la verdad
última del ser humano, que está muy lejos de quedar explicada
satisfactoriamente a partir de teorías científicas, sistemas sicológicos o
visiones ideológicas.
El cristiano está
llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin
escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual
dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona. No
da lo mismo abortar que acoger la vida, ni es igual «hacer el amor» de
cualquier manera que amar de verdad al otro. No es lo mismo ignorar a los
necesitados o trabajar por sus derechos. Lo primero es malo y daña al ser
humano. Lo segundo está cargado de esperanza y promesa.
También en medio del actual pluralismo siguen resonando las palabras de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará».
Hoy podemos ver las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. La Realidad que soy, es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado, sino el fundamento de mi ser. Cada frase que hemos leído tiene en el evangelio su contraria.
El que cumple mis
palabras ese me ama. Y: el que me ama cumplirá mi palabra. Si alguno me ama le
amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Voy a
prepararles sitio. Aquí dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno.
Os conviene que me vaya, si no, el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me
voy os lo enviaré.
Les había advertido:
no he venido a traer paz. Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Yo y
el Padre somos uno. Ahora nos dice: El Padre es más que yo. Unos versículos
antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros.
Ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Las diferencias
son siempre aparentes.
Insisto, una cosa es
el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene
que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí
desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios
pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace
posible mi existencia en cada instante.
El hecho de que no
llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda
reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me alejan de
Él más que acercarme. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el
hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Habrá que superar la idea de
Dios como una entidad separada.
Os irá enseñando
todo. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al
Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la
divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica.
Por eso dijo: "os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no
vendrá a vosotros."
El Espíritu no
añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de
Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la
Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como
vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los
discípulos durante la vida de Jesús.
La paz de la que
habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no
solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería
el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor
que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se descubre
directamente. Es fruto de la unidad.
El Padre es mayor
que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de
una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser
humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno
de tantos.” Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en
Jesús.
Dios se revela y se
vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él, no es demostrable.
Está en el hombre sin añadir nada, Dios es siempre un Dios escondido.
"Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera"
(Pascal).
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