sábado, 27 de abril de 2024

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

 Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024
Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24


Quinto Domingo de Pascua: solo unidos a la vid verdadera, tendremos una vida auténtica y plena…

Evangelio según san Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.

Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos''.

Reflexión:

¿Cómo tener paz en mi comunidad?

Las lecturas de hoy nos dan la pauta de como tener una vida plena y en paz, que es el deseo de Dios para nosotros (humanidad), transmitido a través de Jesús, con la buena noticia que nos ha dado.

La realidad que vivimos, clama por ese anhelo de paz en “el mundo”, y en especial en nuestro país, que vive tanta violencia, inseguridad y miedo. Para alcanzar la plenitud y paz, al igual que Saulo (Pablo), tenemos que transformarnos personal y socialmente, de corazón y mente (metanoia); actitud que preparamos en tiempo de Cuaresma, y que ahora, en el tiempo de Pascua (vida nueva) habríamos de concretar.

La Palabra nos dice hoy:

·        La conversión al Señor, nos alcanza su paz …

·        Podemos vivir sin miedo al cambio, que es para bien

·        necesitamos ser valientes, para ser mejores personas

·        nuestra conversión, se concreta en la verdad

·        nuestra conversión, se refleja en buenas obras

·        amando al prójimo, como a uno mismo …

·        hay que permanecer unidos al Padre...

Al permanecer unidos a Jesús, a sus enseñanzas, dejándonos guiar por su Espíritu y poniendo a trabajar los dones recibidos, para hacer el bien, el bien común, daremos frutos del amor, que se reflejan una sana y fraterna convivencia entre las personas, lo que nos alcanzan la plenitud y paz que desea Dios para nosotros.

Transformarnos, para ser y hacer el bien, en obras concretas, nos da una paz interior, que podemos compartir; no podemos “solos”, tenemos que permanecer unidos a Jesús, camino, verdad y vida.

Resumiendo, como escribió San Ignacio de Loyola en a la Contemplación para alcanzar Amor: “el amor se debe poner más en obras que en palabras. El amor es comunicación, donde el amado le da al amante de lo que tiene y puede, y viceversa” (cfr. EE 231).

¿Cómo puedo transformar, para bien, mi persona?... ¿Cómo crear relaciones interpersonales fraternas?... ¿Cómo ser constructor de paz?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí.
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Profundizar)

 Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 15, 1-8) – Abril 28, 2024
Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 



Evangelio según san Juan 15, 1-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.

Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos''. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Permanecer, es un verbo que resulta a "la baja" en nuestro tiempo. Se antoja un verbo impronunciable, fuera de moda y hasta difícil de comprender. Permanecer es mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad, es quedarse, continuar, seguir, estar; es persistir, perpetuarse, resistir, conservar. Hasta suena molesto leer "no cambiar", pues suena que permanecer sería algo así como renunciar a movernos, a la novedad. Hoy la Palabra nos llama a permanecer. Para poder vivir plenamente necesitamos permanecer, permanecer en aquello que es fundamental. Si el sarmiento no permanece en la vida, se seca y se lo lleva el viento. Si no permanecemos en Cristo, nos secamos, no damos fruto y quedamos a merced del viento. Permanecer en Cristo, es permanecer en el amor, es que nuestras vidas sean y expresen el amor, no con palabras, sino con obras. Preguntémonos hoy, cómo estamos permaneciendo. ¿En qué y con quienes permaneces? ¿Cómo estás permaneciendo fiel a la llamada al amor? Pidamos a Dios que seamos de esas y de esos capaces de permanecer firmes y fieles, para poder en todo y con todos vivir en el amor. #FelizDomingo

Yo soy la vid y ustedes son las ramas” 

Desde el origen de los tiempos, los seres humanos hemos aprendido que unidos podemos sobrevivir más tiempo y tener una mejor calidad de vida. Estar separados y enfrentados, es el primer síntoma de la desaparición de una organización humana. Por eso los pueblos se han ido organizado de distintas formas y han creado estructuras, cada vez más amplias, de convivencia humana: tribus, pueblos, naciones, países, Estados...

Incluso, recientemente, los pueblos y las naciones, que lucharon en otras épocas con tanta convicción por su independencia, han ido caminando hacia estructuras de unión supranacional, dejando atrás diferencias que antiguamente parecían insalvables. Estas formas nuevas de organización social han tratado de respetar las identidades particulares de cada pueblo, es verdad, pero buscan la supervivencia particular en la posibilidad de la supervivencia común. “O vivimos todos, o aquí no vivirá nadie”, parecen decirse entre ellos. Claro que todavía hay demasiados pueblos y naciones, es decir, seres humanos de carne y hueso, pero sobretodo de hueso, que quedan por fuera de estos planes de unión de los poderosos de este mundo, y se ven, cada vez más, condenados a la desaparición.

En las Reducciones jesuíticas que se crearon en el siglo XVII al sur del continente americano, entre los indígenas que habitaban esas tierras, el mayor castigo que recibía una persona, era ser apartado de la comunidad, es decir, eclesialmente hablando, ser excomulgado. Ellos sabían, perfectamente, que, en esas selvas inhóspitas, era imposible vivir estando separados de la comunidad. El que recibía este castigo, prácticamente, estaba condenado a morir. Lo mismo sucedía en comunidades de la cuenca amazónica.

Este mismo principio de la supervivencia social, funciona en el ámbito de la vida en todas sus expresiones: los microorganismos, las plantas, los animales, la vida misma, se sostiene y crece, gracias a una dinámica de sinergias y alianzas. Sin el apoyo de unos a otros, ningún organismo vivo, puede seguir siendo tal. Esto es lo que quiere señalar la comparación que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy. No hay que ser un agricultor muy experto para saber que una rama, desprendida del tronco, no puede dar frutos. Todos sabemos, incluso, que si la rama se separa del tronco, se muere... Jesús señala así la cualidad que debe caracterizar a sus seguidores, si quieren participar de su vida, como Él participa de la vida de Dios: O nos mantenemos unidos a Jesús, o no podremos dar fruto, porque la vida de Dios se muere en nosotros.

Permanecer unido es estar con otro allí donde él está; participar con él de lo bueno y de lo malo; acompañarlo en todo momento y disfrutar de su cercanía. Jesús nos invita no sólo a estar unidos a él en los ratos de oración, más o menos generosos, o en las celebraciones en las que participamos con alguna regularidad. Nos invita a estar unidos a él en todo lo que hacemos; a buscar y hallar su presencia a cada instante, en cada paso que damos, en cada acción que emprendemos, en cada decisión que tomamos. Permanecer unidos a Él en la vida toda, en los momentos de pasión y en los tiempos de resurrección. Sólo así, como los pueblos, podremos seguir viviendo y no desaparecer...

 

CONTACTO VITAL
José Antonio Pagola

Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: «Permanecido en mí». Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él, no podrán subsistir.

Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá. 

Jesús emplea un lenguaje rotundo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada». Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada. 

Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que «sus palabras permanecerán en ellos». Que no las olviden. Que vivan de su evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida». 

El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y llamada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios. 

Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia. 

Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios de «segunda mano». Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con «las palabras de Jesús».

Es difícil imaginar una «nueva evangelización» sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.

 

LA VID TIENE VARIOS ELEMENTOS: RAÍZ, CEPA, SARMIENTOS Y HOJAS 

Estamos en el comienzo del capítulo 15 de Jn, incluido en el larguísimo discurso de despedida, que Jn pone en boca de Jesús, después de la cena. En esta parte del discurso, se habla de la comunidad y su misión en el mundo. Insiste en que la Vida de Dios debe atravesar a cada miembro para posibilitar el amor que se debe manifestar en obras. La división de los organismos vivos en partes siempre es inadecuada. Toda la vid es un único ser vivo. Para producir frutos necesita raíz, cepa y tallos y hojas.El simbolismo de la viña es muy frecuente en el AT. Pero no es tan frecuente la imagen de la vid. Además, el sentido que le da Juan es completamente original. 

El doble aspecto de una misma vivencia individual y una proyección a los demás es la clave de la experiencia pascual. La Vida de Dios, la de Jesús y la de los discípulos es la misma. Aunque no se nombra expresamente, la Vida sigue siendo el centro de todo el discurso.

Hay que tener en cuenta que la vid es una de las plantas que no produce fruto de provecho si no se poda severamente. Su capacidad de echar follaje es tan grande que, si no se le aplican fuertes correctivos, se le va toda la fuerza en tallos y hojas. La poda se realiza en dos etapas. La primera se hace antes de que brote y consiste en eliminar casi todos los sarmientos del año anterior, dejando solo los más vigorosos, y de estos, una parte mínima (dos o tres nudos). La segunda se hace sobre los pámpanos, eliminado todos los tallos que no llevan fruto e incluso desmochando los que lo llevan. 

Yo soy la vid verdadera. Detrás del símbolo de la vid, se esconde todo un mundo de sugerencias. Se trata de un ser vivo que se manifiesta a través de elementos distintos, pero unificados por una realidad que los trasciende, la vida. Una vez más es la Vida el centro del discurso. Todo el que se adhiere a Jesús forma parte de la misma vid. Forma una comunidad viva que fructifica. En el AT es frecuente que la viña sea improductiva. 

Mi Padre es el labrador. Como en el AT, es el Padre quien la ha plantado y la cuida. Pero hay que tener cuidado a la hora de interpretar este aspecto. Jesús nunca se propone como centro de su mensaje. Él predica el Reino que es Dios. Nunca se interpone entre Dios y el ser humano. Jesús nos dice que lo que Dios es para él, lo es también para cada uno de los hombres. No pensemos que Jesús es más que el Padre. La alusión al Padre labrador, expresa interés porque que todo sarmiento dé fruto. 

Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo elimina, y a todo el que produce fruto, lo poda, para que dé más fruto. Tenemos un juego de palabras muy curioso: “airei” no significa cortar ni arrancar sino abolir, quitar. “kathairei” no significa podar sino limpiar, purificar. Ni uno ni otro se utiliza para designar tareas agrarias. Al emplearlos nos fuerza a ira más allá del primer significado. El versículo siguiente nos saca de dudas: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he dado. “limpios” no tiene nada que ver con la pureza legal. Para Juan el único pecado es la opresión. Como ellos han salido de ese ámbito, se han liberado del pecado. 

No debemos entender estos versículos como si Dios actuara en nosotros desde fuera y mecánicamente. Para Jesús, Dios es la savia, la Vida que se comunica a toda la vid. Jesús es el primer sarmiento que vivió plenamente de esa savia divina. No debemos confundir al hombre Jesús con el Dios cristiano, sino como el primer cristiano que haciendo suya la misma Vida de Dios, nos ha indicado la manera de alcanzar la plenitud humana. El mensaje de Jesús consiste en que todos vivamos esa Vida divina.

Ni cada individuo, ni la comunidad deben considerarse entes estáticos. Están obligados a dar frutos. Sarmiento improductivo es el que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu. Incluso el que produce fruto tiene que seguir un proceso que no acaba nunca. Solo el don total y constante de sí mismo permitiría alcanzar la meta. El Espíritu es un dinamismo que no se detiene nunca. Sería la savia que está siempre fluyendo. El producir fruto no hace referencia a una moralidad sino a la Vida.

El sarmiento no tiene vida propia, necesita recibir la savia de la cepa. La ausencia de fruto delata la falta de unión con Jesús. La presencia de fruto manifiesta que la savia-Vida está llegando al sarmiento. Ni la Vid sin sarmientos puede producir frutos, ni los sarmientos separados de la cepa. Los frutos se alcanzan por la unidad de ambos. Esa unión con Jesús no es algo automático, ni ritual, ni externo. Exige la actualización constante por parte del discípulo. Cada individuo y cada comunidad tienen que estar constantemente eliminando todo aquello que le impida la identificación con Jesús

Existe una fuerte tendencia a equiparar el “producir fruto” con las buenas obras. En Jn no se hace ninguna distinción entre ser y obrar. Adherirse a Jesús es inseparable de producir el fruto que esa adhesión conlleva, pero los frutos no son directamente las obras, sino la Vida-amor, que necesariamente se manifestará en obras. De esta manera queda erradicado el peligro de creer que son las obras las que me llevan a la identificación con Jesús. Solo la Vida-Amor nos hace ser uno con Jesús y con Dios.

Porque sin mí, no podéis hacer nada. Por activa y por pasiva repite la misma idea. El sarmiento, que es una sola vida con la cepa, produce fruto y hace que la vid sea capaz de dar fruto. El que está separado no sirve para nada porque no tiene vida. Se trata de participar de la misma Vida de Jesús, que es la del Padre. Recordad: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el padre; del mismo modo, el que me coma vivirá por mí”. Estar unidos, comer a Jesús, es comprometerse con él y participar de su misma Vida. De la misma manera alejarse de Jesús es garantizarse la esterilidad y la muerte.

En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir fruto por haberos hecho discípulos míos. Queda claro que no pueden ser palabras pronunciadas por Jesús. Los discípulos no comenzaron a dar frutos hasta después de la experiencia pascual. Solo entonces descubrieron al verdadero Jesús y lo vivieron de verdad. No son palabras de Jesús, sino palabras de la comunidad. Si no hacemos esta composición de lugar, no habrá manera de dar auténtico sentido al evangelio de Juan. 

El domingo pasado se habló de un solo rebaño, hoy nos habla de una sola vid. Jesús y los discípulos constituyen una sola realidad viva. Ser vid significa estar unido, no solo a Jesús ya Dios, sino a los demás sarmientos. Si me separo de otro sarmiento, que está unido a la vid, me tengo que separar de la vid. Esa es la experiencia pascual que debe continuar en nosotros. Todos participamos de la misma Vida de Dios, que es la de Jesús. La Vida es una sola; al participar de ella formamos una unidad con todo.


sábado, 20 de abril de 2024

Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

 Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 21, 2024
Hechos 4, 8-12; Salmo 117; 1 Juan 3, 1-2

En este Cuarto Domingo de Pascua, la Palabra nos recuerda que somos hijos amados de Dios…

Evangelio según san Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.

Reflexión:

¿Cómo conocer al Buen Pastor?

Podemos contrastar, en la primera lectura, la actitud de “los jefes del pueblo y a los ancianos” que interrogaban a Pedro, “por hacer el bien… y con ello desechar al Salvador” (cfr. Hechos 4, 8-12), con la actitud de la Contemplación para alcanzar Amor, al final de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, dónde oramos para reconocer y agradecer a Dios, tanto bien recibido de su parte; esto muestra dos extremos: por una parte, nos quedemos en nuestras ideas cerradas y egoístas, que condenan y desprecian el bien, versus, reconocer que, lo que Dios Padre y Jesús, solo desean para nosotros es el bien, lo mejor, y lo demuestran con su entrega para salvarnos de todo aquello que nos separa de su deseo, de su voluntad.

Se nos puede ir la vida, sin caer en cuenta que, la Buena Noticia es que somos hijos amados del Padre, que nos cuida y que su deseo es que tengamos una “vida que valga la pena vivirse”. Lo que requiere que aprendamos a construir una sociedad unida, donde entre nosotros, nos echemos “una mano”, para que todos podamos “vivir”, como en familia, en fraternidad, sin egoísmos, ni soberbias.

No es utópico, es posible:

• sí reconocemos su voz y nos dejamos cuidar por Él …
• sí hacemos caso a sus enseñanzas y las ponemos en práctica …
• sí nos vamos “asemejando” a Jesús y al Padre …
• sí descubrimos y enfrentamos al “lobo” (el mal) que nos divide y nos hace huir …
• sí nos cuidamos unos a otros …
• sí evitamos desentendernos de quiénes “están en peligro” …
• sí nos unimos, como hermanos, como hijos del mismo Padre.

Como el Buen Pastor, Jesús, hay que saber dar la vida, por quien nos necesita: padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros, conocidos… “o por cualquier persona que esté en necesidad”.

¿Cómo puedo ser y hacer el bien?... ¿Cómo conocer mejor cuál es la voluntad del Padre?... ¿Cómo asemejarme a Jesús?

Alfredo Aguilar Pelayo
alfredo@ccrrsj.org
#RecursosParaVivirMejor
www.ccrrsj.org

Para profundizar, leer aquí.

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP


Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo B (Profundizar)

Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 21, 2024
Hechos 4, 8-12; Salmo 117; 1 Juan 3, 1-2 


Evangelio según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.

 


#Microhomilia
Hernán Quezada, SJ 
Las lecturas nos muestran a los seguidores de Jesús, como un grupo activo y valiente. ¿En qué se funda su valentía? 
La Palabra hoy nos lo responde: Están convencido que Jesús está vivo, no están solos, y están convencidos que son hijos amados de Dios. Así, la certeza de ser acompañados y de ser amados, funda la firmeza de la fe, que da origen a un valiente. Por el contrario, quien padece inseguridad, quizás es porque se siente solo y no amado. Si descubrimos que nuestro corazón está un poco o mucho asustado, será bueno escuchar en el Evangelio a Jesús recordarnos que nunca abandona ("Yo doy la vida...") y nunca olvida ("conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi").
La Palabra hoy nos hace una llamada a la reafirmar nuestra fe fundamental: Jesús es el buen pastor, no estamos solos y somos amados. Luego, desde esta certeza, habrá que reconocer otras compañías y otros amores que nos reflejan ese amor fundamental de Dios ¿quiénes? ¿dónde?
Vivamos el cotidiano de nuestras vidas con la certeza del cuidado y del amor de Dios, así seremos menos inseguros y más valientes. #FelizDomingo

“Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“Noche de luna llena en el desierto Samburu. Las Ilakir de Enkai (en lengua samburu, las estrellas que son los ojos de Dios) se han escondido. ¡Bienvenida la Hermana muerte! La fiebre me sube intensamente. No hay posibilidad de ir hasta el hospital de Wamba... Como de costumbre nuestro Toyota está dañado. Siento una intensidad grande, alegre ante la muerte. He vivido apasionada-mente el amor por la humanidad y por el proyecto de Jesús... Muero plenamente feliz... Cometí errores, hice sufrir personas... ¡Espero su perdón! Qué bueno morir como los más pobres y marginados... sin posibilidad de llegar al hospital... Qué bueno que nadie siga muriendo así. ¡Ojalá ustedes se comprometan a esto! ¡Un abrazo intenso de amor para todos y para todas!”
Estas fueron las últimas palabras que escribió, de su puño y letra, el P. Carlos Alberto Calderón, sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín, que se fue de misionero a Kenya a fines de 1994. Alcanzó a estar entre los Samburus, cerca de Barsaloi, algo más de un año. Después de unos meses de aprendizaje de la lengua, el kisamburu, y de acercamiento a esta nueva cultura que lo esperaba a sus 46 años de edad, cayó enfermo el 28 de febrero de 1996; esa noche escribió la carta de despedida que está más arriba. La fiebre le llegó a 39 grados. Dos días después fue trasladado a Wamba para ser atendido de una malaria cerebral. Ese mismo día la fiebre le subió a 42.2 grados y entró en coma. Al día siguiente, lo llevaron en una avioneta hasta Nairobi para tratarlo en una unidad de cuidados intensivos, pero el daño ya estaba hecho... Le detectaron una lesión cerebral muy severa. El lunes 25 de marzo, después de un común acuerdo para respetar el derecho a morir dignamente que Carlos Alberto había firmado y siempre había defendido, la familia le exige al médico que le desconecte todos los aparatos y no le prolongue artificialmente la vida. Así duró varios días más, debatiéndose entre la vida y la muerte. Por fin, el 5 de abril, Viernes Santo aquel año, nació definitivamente para la vida eterna, dejando entre sus familiares, amigos y conocidos, un testimonio transparente de entrega a Dios y a su pueblo.
Es curioso que en su última carta común, enviada a sus familiares y amigos en diciembre de 1995, decía: “De Nairobi, la capital de Kenya, estamos a 550 kms. (...) por carretera destapada en pésimo estado (...). A 85 kms. está Wamba, un pequeño caserío Samburu en donde un grupo italiano de solidaridad, en unión con la diócesis de Marsabit, construyó hace más de 20 años un gran hospital (...). Este hospital es un verdadero milagro de la solidaridad, aquella a la que algún escritor latinoamericano llamara ‘La ternura de los pueblos’. Si no fuera por este hospital, muchísima gente habría muerto y la población Samburu estaría diezmada, pues esta es una zona con alto riesgo de enfermedades como la Malaria, el polio, la tuberculosis, el paludismo cerebral, etc., y la asistencia en salud por parte del gobierno es pésima (...). Es precisamente en este hospital de Wamba a donde nosotros trasladamos los enfermos graves en el carro de la misión, casi el único vehículo que circula por estos lados. Allí también tenemos asistencia gratuita todos los sacerdotes, religiosas y laicos que trabajamos en la diócesis de Marsabit; les contamos esto para que se tranquilicen, pues ante algún eventual problema de salud podemos acudir a este hospital”.
Pienso en Carlos Alberto cuando leo este texto evangélico sobre el Buen Pastor: “El buen pastor da su vida por sus ovejas (...). Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. (...). El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad”. Carlos Alberto Calderón entregó su vida generosa y totalmente en la misión entre los Samburu en Kenya. Seguir al Buen Pastor es entregar la vida allí donde nos ha tocado vivir o donde Él nos envíe en misión... Porque, en último término, como dice un cantautor latinoamericano: “La vida no vale nada, si no es para perecer, porque otros puedan tener, lo que uno disfruta y ama...”.

VA CON NOSOTROS
José Antonio Pagola 
El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sintieron así los primeros cristianos. La figura de Jesús, buen pastor, se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario, dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de sus ovejas.
El «pastor bueno» se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandones nunca. No las olvides. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario, que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida, abandonando al rebaño: no le importan las ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupados por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importa sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. «El pastor bueno da la vida por sus ovejas». Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor, que no huye ante el peligro, sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, «pastor bueno», se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del Salmo 22: «El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida».
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas, o perdidos y desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades... corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?

JESÚS ES MODELO DE OVEJA QUE VA DELANTE GUIÁNDONOS
Fray Marcos
Se acabaron los relatos de apariciones, pero sigue el lenguaje simbólico. Los textos simbólicos son los más propicios para hablar de la trascendencia, pero también son los más propensos a la manipulación. Basta con que no hagamos el esfuerzo de comprensión que requieren y nos quedamos en la literalidad. Mientras más profunda es la enseñanza que pretenden transmitir, más difícil es ponerse en la piel del que escribe. Todo lenguaje sobre las realidades trascendentes tiene que ser simbólico si no quiere ser idolátrico.
Este texto está enmarcado en un contexto más amplio de polémica entre Jesús y los fariseos, después de la curación del ciego de nacimiento. Quien no entra por la puerta es ladrón y bandido. Quien no es dueño de las ovejas, sino asalariado, no está dispuesto a dar la vida por ellas. No se trata de una propuesta anodina sino de una denuncia en toda regla. Todo poder que no se pone al servicio de los demás es contrario a Dios. Hemos abandonado los relatos pascuales, pero no nos salimos del tema pascual, la Vida.
No es verosímil que Jesús se declarara pastor de nadie. Este evangelio se escribió setenta años después de morir Jesús y nos cuenta, no lo que dijo, sino lo que aquellos cristianos pensaban de Jesús. Ellos sí se sentían dirigidos por Jesús e intentaban seguir sus directrices. En el AT el título se aplicaba a Dios oa los dirigentes. En tiempo de Jesús, el pastor era, casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran miembros de la familia, incluso, cobijándolas bajo el mismo techo, llamándolas por su nombre propio. De ellas dependía el sustento de la familia.
El pastor modelo está en contraposición con el mercenario. El pastor, que es dueño de las ovejas, actúa por amor y no le importa arriesgar su propia persona para defenderlas de cualquier peligro. El mercenario actúa por dinero, las ovejas le traen sin cuidado. En (4 Esd 5,18) dice: “No nos abandones como pastor a su rebaño en poder de lobos dañinos”. La figura del lobo está en paralelo con la del ladrón y bandido, que arrebata y dispersa. Precisamente lo contrario de lo que hace Jesús, reúne las ovejas dispersas (Jn 11,52).
La imagen del pastor fue muy utilizada en el AT. Se aplicó a los dirigentes, muchas veces para llamar la atención de que no cumplían con su deber. Se aplicó al mismo Dios que, cansado de los malos pastores, terminaría por apacentar Él mismo a su rebaño. La única idea original de Jn es la de dar la vida por las ovejas. Seguramente es una interpretación de la vida y muerte de Jesús como servicio a los hombres. No se trata de un discurso de Jesús, sino de una manera de transmitir lo que aquellos cristianos pensaban sobre él.
Yo soy el 'buen' pastor. No se trata de resaltar el carácter de bondad o dulzura. La traducción oficial devalúa la expresión. “Bueno” en griego, sería (agathos). (Kalos) significa bello, ideal, excelente, único en su género. Denota perfección suma. No se dice solo de las personas (el vino en la boda de Caná (2,10). Pastores “buenos”, puede haber muchos. Pastor ideal solo puede haber uno. El tomar el evangelio que acabamos de oír como excusa para hablar de los obispos y de los sacerdotes no tiene ni pies ni cabeza. La tarea de los dirigentes no tiene nada que ver con lo que nos quiere decir el evangelio.
El buen pastor se entrega él mismo por las ovejas. La vida (psukhên) se identifica con la persona. En griego existen tres palabras para designar vida: “bios”, “zoê”) y “psukhê”. No significa lo mismo, y por eso pueden causar confusión. Psukhên significa persona, es decir, capacidad de sentimientos y afectos. “Tithesin” no significa dar, sino poner, o mejor, exponer, arriesgar. Como pastor excelente, Jesús pone su persona al servicio de los demás durante toda la vida. Jesús vive y se desvive por los demás.
Desvivirse: Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona (DRAE). Es exactamente lo que quiere decir aquí Juan de Jesús. La entrega de la vida física es la manifestación extrema de su continua entrega durante toda su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunicación plena de lo que él es. No se trata de que, por su muerte, se nos conceda algo venido de fuera. Se trata de que su vida, puesta al servicio de todos, prende y se desarrolla en nosotros.
Conozco a las mías y las mías me conocen. No se trata de un conocimiento a través de los sentidos o de la razón. En el AT el conocimiento y el amor van siempre juntos. Ese conocimiento mutuo es una relación íntima, por la participación del Espíritu. Esta reciprocidad nos lanza a años luz de la simple imagen de oveja y pastor. Este mutuo conocimiento-amor, lo compara con el que existe entre Jesús y el Padre. La comunidad de Jesús no es una filiación externa, sino una experiencia-vivencia de amor.
Tengo otras ovejas que no son de este atrio. Situa Juan su evangelio en el amplio contexto de la creación. De ahí se deduce la visión universalista de la misión de Jesús. Los supuestos privilegios del pueblo de Israel, desaparecerán. Ya en el prólogo habla de la “luz que ilumina a todo hombre”. Nada que ver con creernos elegidos o pensar en un Dios propiedad exclusiva nuestra. Todas las religiones han caído en esa trampa; la nuestra ha sido la más exagerada en esa reivindicación de una exclusividad de Dios.
Un solo rebaño, un solo pastor. La ausencia de conjunción "y" o preposición "con", entre los dos términos, indica que la relación entre Jesús y el rebaño no es de yuxtaposición ni de compañía. Jesús, como fuente de Vida, es el aglutinante que constituye la comunidad como tal. No puede ser encerrada en institución alguna. Su base es la naturaleza del hombre acabado por el Espíritu que da cohesión interior. Jesús no ha creado un corral donde meter sus ovejas; todos los hombres forman parte de su rebaño.
El dar Vida empalma con el tiempo de Pascua, porque la experiencia pascual es que Jesús les comunica Vida. Nosotros tenemos la posibilidad de hacer nuestra esa Vida. Se trata de la misma Vida de Dios. "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí". El que me viene, quiere decir el que me hace suyo, el que se identifica con mi manera de ser, de pensar, de actuar, de vivir. Si Jesús es pan de Vida, no es porque lo comemos sino porque nos dejamos comer.
En la medida que cada uno de nosotros hayamos hecho nuestra esa Vida, estaremos dispuestos a desvivirnos por los demás. El salir de sí mismo e ir a los demás, para potenciar sus Vidas, no depende de las circunstancias; es un movimiento que tiene su origen es esa misma Vida. El amor que nos pidió Jesús está reñido con cualquier clase de acepción de personas. No estamos acostumbrados a tener este detalle en cuenta, y así creemos que es amor lo que no es más que recíproco interés o simpatía visceral.


sábado, 13 de abril de 2024

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

 Tercer Domingo de Pascua  – Ciclo B (Lucas 24, 35-48) – Abril 14, 2024
Hechos 3, 13-14.17-19; Salmo 4; 1 Juan 2, 1-5 


La liturgia del Tercer Domingo de Pascua, es un llamado a abrirnos a la paz que nos trae la Resurrección:

Evangelio según san Lucas 24, 35-48

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?" Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto".

Reflexión:

¿Cómo ser promotor y testigo de Paz?

Al igual que les sucedió a los apóstoles, después de la muerte de Jesús, quienes tuvieron miedo y se “escondieron” por miedo a que ellos fueran “los siguientes en la lista” (y que, de hecho, así fue), nos puede pasar a nosotros, ante lo que estamos viviendo en la actualidad, con la polarización social e inseguridad desatada a lo largo y ancho del país.

De igual manera, como ellos, tenemos que estar atentos para reconocer la presencia del Resucitado entre nosotros, quien también hoy, nos dice: "La paz esté con ustedes".

Esta paz que nos desea Jesús Resucitado, no es mágica, ni se dará de manera espontánea; hay que ponernos a trabajar, “ser artesanos de paz”, ser testigos del amor fraterno que nos ha enseñado el mismo Jesús. Nos toca, a cada uno y como sociedad, reconocer que, nuestras “fallas” (pecados de obra u omisión) e “ignorancia” (falta de conocimiento), contribuyen a la falta de paz, armonía y justica en la sociedad, por lo que necesitamos “arrepentirnos y convertirnos, para que se les perdonen sus pecados , y así alcanzar la anhelada paz(cfr. Hechos 3, 13-14.17-19).  

La Buena Nueva de Jesús es, que es posible ser felices y tener vida abundante, en cuanto aprendamos a convivir y relacionarnos fraternalmente entre nosotros. Los “mandamientos”, guías de convivencia, que nos da Jesús, son muy simples: “El primero, ‘escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que estos” (cfr. Mc 12,28-31).

Como cristianos, seguidores de Jesús, tenemos que ‘poner en práctica’, ‘vivir’ y ‘cumplir’, los mandamientos, y así, nos “reconocerán que estamos unidos a él” (cfr. 1 Juan 2, 1-5). Necesitamos que se nos “abra el entendimiento”, para comprender el mensaje de Jesús, y como los apóstoles, salir y con valor, anunciar y dar testimonio de que “la paz” es posible si “pierdo el miedo” y trabajo para que sea una realidad.

Como ejemplo, el #DialogoNacionalPorLaPaz (https://dialogonacionalporlapaz.org.mx), es un movimiento formado por personas decididas a construir la paz en México; compuesto por jóvenes, mujeres, hombres, víctimas de la violencia, pueblos indígenas, trabajadores, adultos mayores y representantes de comunidades de todo el país, con el propósito común: fortalecer nuestras comunidades desde su propio corazón. En este movimiento participan iglesias, sociedad civil, víctimas, indígenas, migrantes, universidades, empresas y colectivos que se unen para identificar necesidades y recursos locales, desarrollando estrategias conjuntas desde los territorios y comunidades. Súmate al diálogo.

En San Luis Potosí, estamos tejiendo la red estatal por la paz, y hemos comenzado la segunda etapa con los Conversatorios de acción por la paz; para más información de cómo participar, visita la página,  www.dnp-slp.org.

¿Cómo reconocer en mi vida a Jesús Resucitado?... ¿Cómo enfrentar las adversidades de la vida, guiados por el Resucitado? ... ¿Qué hacer para contribuir a la paz que nos desea el Resucitado?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí. 
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo B (Profundizar)

Tercer Domingo de Pascua  – Ciclo B (Lucas 24, 35-48) – Abril 14, 2024
Hechos 3, 13-14.17-19; Salmo 4; 1 Juan 2, 1-5 


Evangelio según san Lucas 24, 35-48

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?" Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

De nuevo el miedo, de nuevo el miedo y las dudas interiores, impiden a los discípulos  ver que el Señor está con ellos. Pedro, en la primera lectura, señala como culpable de la acción homicida contra el Inocente a la Ignorancia y Juan, en la 2da lectura, convoca a la coherencia a quienes se van declarando seguidores de Jesús. No basta con enunciar la filiación, sino que esta debe expresarse en acciones, hay que vivir en la ley del Señor: el amor. 

Son estos relatos post pascuales que ilustran la realidad de nuestra vida: contra nosotros el miedo y la ignorancia, a favor de nosotros la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Pidamos al Señor este domingo que disipe nuestros miedos, para que lo podamos descubrir a nuestro lado. 

Pidamos que nos provoque inquietud por conocer más de Él para así más amarlo y mejor seguirlo, sólo así podremos decir con el salmista: "En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad."

#FelizDomingo 

“¿Por qué tienen esas dudas en su corazón?” 

Don Miguel de Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».

La novela se desarrolla en un pueblo legendario, Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones... No cree en la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba (...). Era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera, Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante... Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.

También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).


CON LAS VÍCTIMAS 

Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.
Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios.
La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios».

En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometieron los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el «Dios de las víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los seres humanos han hecho con su Hijo. Así lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis elevándolo a una cruz... pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos». Donde nosotros ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y liberación.
En la cruz, Dios todavía guarda silencio y calla. Ese silencio no es manifestación de su impotencia para salvar al Crucificado. Es expresión de su identificación con el que sufre. Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.

En la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar su fuerza creadora a favor del Crucificado. La última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las víctimas. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.

La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última palabra. Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.


NADA HISTÓRICO PUEDE SUCEDER A JESÚS MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar ya bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relaciones con todo lujo de detalles. Esto nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.
Podemos constatar con toda claridad que los relatos más tardíos son los que tienden a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida terrena de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad de Jesús resucitado para ser más convincentes. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: creer que lo real es solamente lo que se puede ver.

En Lucas, todas las apariciones y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece 'a los once ya todos los demás', de improviso, como había desaparecido después de partir del pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy clara la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene lógica. Los discípulos ya conocieron el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que pueda haber Vida más allá de la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; En Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.
Creían ver un fantasma. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerlo.

Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se refería al hortelano. ¿Qué nos quieren decir esta insistencia en que eran incapaces de reconocerlo? Nos están advirtiendo de que era Jesús, pero no era el mismo. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz y de que es Jesús el mismo que crucificaron quién se deja ver ahora. Se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el sentir de todos ellos. Esto da plena garantía a lo que nos trasmiten, aunque al envolverlo en una relación, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando, etc. Sería un absurdo completo que Jesús pudiera comer después de muerto y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real esa comida. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. La experiencia pascual de los seguidores sí fue real, pero no hay manera de comunicarla a los que no han tenido esa experiencia. El afán por demostrar lo indemostrable los lleva a estas incongruencias y medidas de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y lo reivindica. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. No es que se tengan que cumplir las Escrituras, es que hacen una relación, ad hoc, para que se cumplan.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos básicamente. Estas son las pistas que nos advierten para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en el medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.
Los discípulos estaban incapacitados para asumir la muerte de Jesús. Ni mientras vivía con ellos, ni después de muerto, podía asumir que el Mesías tuviera que padecer una muerte tan espantosa. Ni la idea de Dios que manejaban, ni la idea de Mesías que podía elaborar desde el AT, los podía llevar a aceptar la destrucción total del hombre Jesús. En ninguna parte del AT se dice que el Mesías tendría que morir y menos de esa manera. Todas las citas que se hacen en los evangelios para explicar su muerte están atraídas por los pelos.

En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Somos nosotros los que tenemos que resucitar, haciendo nuestra misma Vida que Jesús alcanzó mientras vivía y que se mantiene después de muerto. Esta es la intención de los evangelios al escribir lo que escribieron.
Para terminar, recuerda la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu, ni tienen que mandarlo, ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. Ese Espíritu no es un ser especial, sino la misma Vida que vivió y manifestó Jesús. Dios es Espíritu y está en todas partes sin posibilidad alguna de ausencia.

 


Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...