Hernán Quezada, SJ Cuando hacemos el mal, pocas veces tenemos conciencia de ello; creemos que nos hemos apropiado de lo que nos merecemos, que estamos haciendo lo que debemos o lo que necesitamos. Somos tentados con cosas que parecen no malas: -di a esta piedra que se convierta en pan, -te daré poder y gloria si te arrodillas ante mí, -tírate desde aquí, pues a ti no te puede pasar nada. Podríamos traducirlas en sáciate, controla y tú eres especial, en síntesis, tener un corazón soberbio.
En cuaresma, somos invitados a mirar con detenimiento nuestra vida para darnos cuenta y poder convertirnos; liberarnos de engaños y ataduras, que resultan de caer en tentaciones.
¿Con qué has saciado "tu hambre"? ¿de qué tienes "hambre"? aceptación, seguridad, poder, control, etc.
¿A cambió de qué has doblado tus rodillas, creyendo que con ello tienes todo? ¿Ante qué vives arrodillado?
¿Cuándo te has puesto en riesgos innecesarios, poniendo "a prueba" a Dios? ¿Cuándo crees que Dios trabaja para ti?
#FelizDomingo
“... El Espíritu Santo lo llevó al desierto”
A nadie se le ocurre que una foto de una persona pueda equipararse a esa misma persona de carne y hueso. La foto nos muestra un momento fijo, quieto, inmóvil de esa persona. Incluso, si la foto queda movida nos parece que quedó mala. Sabemos que la foto no es la persona, porque no está, como la vida misma, en movimiento. Sin embargo, a través de ella podemos conocer algunos rasgos de esa persona. Evidentemente, estos rasgos no son toda la persona, pero sí nos dan algunas pistas para saber cómo es. Incluso, sirviéndonos de la foto, podríamos llegar a reconocerla.
El texto evangélico de las tentaciones que nos presenta hoy san Lucas es como una foto; inmóvil, quieta, fija, pero reveladora de un aspecto muy importante de la vida de Jesús. Nos muestra algunos rasgos de su rostro humano y divino, aunque no logra comunicarnos el movimiento de la vida real de Jesús de Nazaret, con respecto a las tentaciones. En general hay acuerdo entre los estudiosos de la Biblia que los pasajes evangélicos que hablan de las tentaciones, no se refieren a un momento aislado y separado de la existencia de Jesús. Se trata más bien de mostrar que Jesús sintió la experiencia de la tentación, compartiendo con esto nuestra condición humana, desde que tuvo conciencia, hasta el momento definitivo de su muerte en la cruz.
Niko Kazantzakis, novelista griego, escribió hace algunos años un libro que tituló La última tentación, novela que fue llevada a la pantalla en 1988 por el famoso director cinematográfico, Martín Scorsese, con el título de La última tentación de Cristo. Tanto la novela, como la película, muy polémica, por cierto, presentan a Jesús siendo tentado a lo largo de toda su vida, haciendo énfasis en la última tentación, que propiamente no fue casarse con María Magdalena, como casi todo el mundo interpreta de una manera superficial, sino negarse a morir en la cruz. En este sentido, podemos decir que la oración en el huerto de Getsemaní, tal como nos la presentan los evangelistas, fue un momento crucial de tentación, casi a las puertas de su pasión: “Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tu” (Marcos 14, 36). Por otra parte, no podemos negar que algunas de las Siete Palabras que Jesús pronunció desde la cruz y que recordamos de manera particular en la Semana Santa, son reflejo de esta realidad que atravesó toda su vida. Es lo que el mismo Lucas expresa al final de este pasaje con esta afirmación: “Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de él por algún tiempo”.
Todo esto significa que Jesús fue tentado muchas veces y de muy diversas formas; san Lucas nos presenta aquí los deseos de aprovechar sus capacidades para su propio beneficio: “Si de veras eres Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan”; deseos de tener poder: “Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países. Porque yo lo he recibido, y se lo daré al que quiera dárselo. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo”; y, por último, deseos de tener fama, haciendo cosas espectaculares para llamar la atención: “Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí; porque la Escritura dice: ‘Dios mandará que sus ángeles te cuiden y te protejan. Te levantarán con sus manos, para que no tropiece con piedra alguna”.
Llama la atención el uso que hace Jesús de la Escritura para defenderse de la tentación; tanto es así, que el tentador recurre a la autoridad del Salmo 91 (versículo 12) para presentar la última tentación de esta serie. Pero Jesús vuelve a defenderse citando otro texto de la misma Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios” (Deuteronomio 6, 16). Nuestra vida, como la de Jesús, no es una fotografía. Las tentaciones del egoísmo, del poder y de la fama, están siempre presentes, para no señalar sino las que aparecen aquí mencionadas. El Señor nos invita a recurrir a su Palabra para contrarrestar la fuerza del mal en nuestro interior. Sabiendo, por lo demás, que se trata de una realidad que no ocupa solo un momento de nuestra vida, sino que la atraviesa de principio a fin.
LUCIDEZ Y FIDELIDAD
No le resultó fácil a Jesús mantenerse fiel a la misión recibida de su
Padre sin desviarse de su voluntad. Los evangelios recuerdan su lucha interior
y las pruebas que tuvo que superar, junto a sus discípulos, a lo largo de su
vida.
Los maestros de la ley lo acosaban con preguntas capciosas para someterlo
al orden establecido, olvidando al Espíritu, que lo impulsaba a curar incluso
en sábado. Los fariseos le pedían que dejara de aliviar el sufrimiento de la
gente y realizara algo más espectacular, «un signo del cielo», de proporciones
cósmicas, con el que Dios lo confirmara ante todos.
Las tentaciones le venían incluso de sus discípulos más queridos.
Santiago y Juan le pedían que se olvidara de los últimos y pensara más en
reservarles a ellos los puestos de más honor y poder. Pedro le reprende porque
pone en riesgo su vida y puede terminar ejecutado.
Sufría Jesús y sufrían también sus discípulos. Nada era fácil ni claro.
Todos tenían que buscar la voluntad del Padre superando pruebas y tentaciones
de diverso género. Pocas horas antes de ser detenido por las fuerzas de
seguridad del templo, Jesús les dice así: «Vosotros sois los que habéis
perseverado conmigo en mis pruebas» (Lucas 22,28).
El episodio conocido como las «tentaciones de Jesús» es un relato en el
que se reagrupan y resumen las tentaciones que hubo de superar Jesús a lo largo
de su vida. Aunque vive movido por el Espíritu recibido en el Jordán, nada le
dispensa de sentirse atraído hacia formas falsas de mesianismo.
¿Ha de pensar en su propio interés o escuchar la voluntad del Padre? ¿Ha
de imponer su poder de Mesías o ponerse al servicio de quienes lo necesitan?
¿Ha de buscar su propia gloria o manifestar la compasión de Dios hacia los que
sufren? ¿Ha de evitar riesgos y eludir la crucifixión o entregarse a su misión
confiando en el Padre?
El relato de las tentaciones de Jesús fue recogido en los evangelios para
alertar a sus seguidores. Hemos de ser lúcidos. El Espíritu de Jesús está vivo
en su Iglesia, pero los cristianos no estamos libres de falsear una y otra vez
nuestra identidad cayendo en múltiples tentaciones.
Para seguir a Jesús con fidelidad hemos de identificar las tentaciones
que tenemos los cristianos de hoy: la jerarquía y el pueblo; los dirigentes
religiosos y los fieles. Una Iglesia que no es consciente de sus tentaciones
pronto falseará su identidad y su misión. ¿No nos está sucediendo algo de esto?
¿No necesitamos más lucidez y vigilancia para no caer en la infidelidad?
RETÍRATE AL DESIERTO
Debemos superar el enfoque maniqueo de la cuaresma. Sin embargo, el sentido profundo de la cuaresma debemos mantenerlo e incluso potenciarlo. En efecto, en ninguna época de la historia el ser humano se había dejado llevar tan masivamente por el hedonismo. A escala mundial el hombre se ha convertido en productor-consumidor.
¿Queremos consumir más o nos interesa ser cada día más humanos? En teoría
no hay problema para responder, pero en la práctica, nos dejamos llevar por el
hedonismo, aún a costa de menor humanidad. Aquí está la razón de la cuaresma.
Debemos pararnos a pensar hacia dónde nos dirigimos. Alcanzar plenitud de
humanidad exige esfuerzo.
Lo que llamamos mal no tiene ningún misterio; es inherente a nuestra
condición de criaturas. La voluntad solo es atraída por el bien, pero la razón
puede presentar a la voluntad un objeto como bueno, siendo en realidad malo.
Todos buscamos el bien, pero nos encontramos con lo malo, no porque lo
busquemos sino por ignorancia.
El mal es consecuencia del conocimiento limitado. Sin él, la capacidad de
elección sería imposible y no habría mal. Si el conocimiento fuera perfecto,
también sería imposible el mal. Si la voluntad va tras el mal, es siempre por
ignorancia.
No es casual que sean tres tentaciones. Se trata de un resumen de las
relaciones que puede desarrollar un ser humano. La tentación consiste en entrar
en una relación equivocada con nosotros mismos. La relación con los demás
depende de la relación con nosotros.
1ª tentación: Si eres Hijo de Dios... Si tú has hecho
en todo momento la voluntad de Dios, también Él hará lo que tú quieres. Es la
tentación de hacer la voluntad de Dios para que Él haga lo que yo quiero; es lo
que estamos haciendo todos, todos los días. Jesús no es fiel a Dios porque es
Hijo, sino que es Hijo porque es fiel.
No solo de pan... El pan es necesario, pero no es lo más importante.
Nuestro hedonismo demuestra que aún no hemos aceptado esta propuesta. Dar al
cuerpo lo que me pide es lo primero y esencial. El antídoto es el ayuno.
Privarnos de lo que es bueno para el cuerpo, es la mejor manera de no ceder a
lo que es malo.
2ª Si me adoras, todo será tuyo. El poder es la idolatría
suprema y lleva siempre consigo la opresión, único pecado. Si descubro mi ser
profundo, no me importará desprenderme de mi falso yo y buscaré el servicio. El
antídoto es la limosna. Para superar la tentación de dominio, debemos dar a
todos de lo que tenemos y somos.
3ª Tírate de aquí abajo. Realiza un acto verdaderamente
espectacular, que todo el mundo vea lo grande que eres. Todos te ensalzarán y
tu vana-gloria llegará al límite. La respuesta: deja a Dios ser Dios. Acepta tu
condición de criatura y desde esa condición alcanza la verdadera plenitud. Dios
no puede darte nada porque ya te lo ha dado todo.
Para llegar a tu verdadero ser, hay que atravesar tu propio desierto.
Libérate de todo lo que crees ser para llegar a lo que eres de verdad. Mantente
en el silencio, hasta que se derrumbe el muro que te separa de ti mismo. No
confíes en milagros, nadie desde fuera de ti podrá llevarte hasta el fondo de
tu ser y suplir el propio esfuerzo de encontrarte.