domingo, 26 de septiembre de 2021

Domingo XXVI del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXVI del tiempo ordinario – Ciclo B (Mc. 9, 38-43.45.47-48) – 26 de septiembre de 2021

 


Marcos 9,38-43, 45, 47-48

En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.

Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.

Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.

Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga’’.

Palabra del Señor.

 Reflexiones: 

#microhomilía

Hernán Quesada SJ

¿Para qué vivimos? ¿para quién vivimos? ¿Cómo vivimos? Son tres preguntas que parecen oportunas a partir de la llamada radical a la acción que nos hace la Palabra hoy. La vida adorando a lo que no es Dios y provocando la injusticia no la quiere Dios. Estamos en un punto donde somos llamado no solo a darnos cuenta, sino a tomar acciones, a deshacernos de aquello que nos quita la vida y quita la vida a los demás. No se trata de la mano, el pie o el ojo, sino de eso que nos aleja de la vida buena y justa, de lo que nos hace vivir mal.

¿Cómo estás viviendo? ¿Qué te sientes llamada, llamado, a dejar, arrancar de tu vida para vivir y hacer La Paz? La tarea no es en solitario, Dios nos da su Espíritu y no acompaña en este re-comenzar, siempre en comunidad.

“El que no está contra nosotros, está a nuestro favor”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Alguna vez le oí a Monseñor Oscar Urbina, actual Arzobispo de Villavicencio y ex presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, hablando de los grupos evangélicos que van invadiendo nuestros barrios, la siguiente afirmación tomada de la Escritura: “(...) si este asunto es cosa de los hombres, pasará; pero si es cosa de Dios, no podrán ustedes vencerlos. Tengan cuidado, no se vayan a encontrar luchando contra Dios” (Hechos de los Apóstoles 5, 38-39).

Los discípulos eran perseguidos por anunciar la resurrección del Señor y las autoridades judías les habían prohibido terminantemente que enseñaran nada sobre Jesús. Cuando les reclaman no haber hecho caso a las órdenes emanadas de la Sinagoga, “Pedro y los demás apóstoles contestaron: –Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, el mismo a quien ustedes mataron colgándolo de la cruz. Dios lo ha levantado y lo ha puesto a su derecha y lo ha hecho Guía y Salvador, para que la nación de Israel vuelva a Dios y reciba el perdón de sus pecados. De esto somos testigos nosotros y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen” (Hechos 5, 29-32).

La respuesta de los discípulos hizo que las autoridades judías reaccionaran con fuerza: “Cuando oyeron esto, se enfurecieron y quisieron matarlos. Pero entre aquellas autoridades había un fariseo llamado Gamalilel, que era un maestro de la ley muy respetado por el pueblo. Este se puso de pie y mandó que por un momento sacaran de allí a los apóstoles. Luego dijo a las demás autoridades: –Israelitas, tengan cuidado con lo que va a ha hacer con estos hombres. Recuerden que hace algún tiempo se levantó Teudas, alegando ser un hombre importante, y unos cuatrocientos hombres lo siguieron. Pero a este lo mataron, y sus seguidores se dispersaron, y allí se acabó todo. Más tarde, en los días del censo, se levantó Judas, el de Galilea, y logró que algunos lo siguieran; pero también lo mataron, y todos sus seguidores se dispersaron. En este caso, yo les aconsejo que dejen a estos hombres y que no se metan con ellos. Porque si este asunto es cosa de los hombres, pasará; pero si es cosa de Dios, no podrán ustedes vencerlos. Tengan cuidado, no se vayan a encontrar luchando contra Dios” (Hechos 5, 33-39).

Cuando Juan le dice a Jesús que han visto a uno que expulsaba demonios en su nombre y se lo habían tratado de impedir “porque no es de los nuestros”, Jesús le contestó: “–No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. Cualquiera que les dé a ustedes un vaso de agua por ser ustedes de Cristo, les aseguro que tendrá su premio”. Esta afirmación de Jesús, recogida en el evangelio según san Marcos, el más antiguo y el más breve, que hemos venido leyendo este año, parece ir en contravía con aquella otra, citada por Mateo y Lucas en sus evangelios, que dice: “El que no está a mi favor, está en contra mía; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12, 30 y Lucas 11, 23). Esta frase aparece en el contexto de las acusaciones que le hacen los fariseos a Jesús de hacer milagros con el poder de Belcebú, el jefe de los demonios.

La frase de Marcos que nos presenta el evangelio de hoy pone el énfasis en los que no están contra nosotros, que están a nuestro favor... Mateo y Lucas insisten más en los que no están a nuestro favor, que están en contra nuestra... Parece un trabalenguas, pero no lo es. Todo el que hace el bien, aunque no lo haga en nombre nuestro, no está contra nosotros, está a nuestro favor. Y los que están en contra nuestra, son los que no obran el bien y, por tanto, no están a nuestro favor. Monseñor Urbina, siguiendo a Gamaliel y, sobre todo, al buen Jesús, nos da una auténtica lección de tolerancia, tan necesaria en estos días, cuando disentir y opinar distinto se pueden convertir en algo peligroso.

 

LUCHAMOS POR LA MISMA CAUSA

José Antonio Pagola

Con frecuencia, los cristianos no terminamos de superar una mentalidad de religión privilegiada que nos impide apreciar todo el bien que se promueve en ámbitos alejados de la fe. Casi inconscientemente tendemos a pensar que somos nosotros los únicos portadores de la verdad, y que el Espíritu de Dios solo actúa a través de nosotros.

Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios solo se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia.

Y sin embargo no es así. El reino de Dios se extiende más allá de la institución eclesial. No crece solo entre los cristianos, sino entre todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que hacen crecer en el mundo la fraternidad. Según Jesús, todo aquel que «echa demonios en su nombre» está evangelizando. Todo hombre, grupo o partido capaz de «echar demonios» de nuestra sociedad y de colaborar en la construcción de un mundo mejor está, de alguna manera, abriendo camino al reino de Dios.

Es fácil que también a nosotros, como a los discípulos, nos parezca que no son de los nuestros, porque no entran en nuestras iglesias ni asisten a nuestros cultos. Sin embargo, según Jesús, «el que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Todos los que, de alguna manera, luchan por la causa del hombre están con nosotros. «Secretamente, quizá, pero realmente, no hay un solo combate por la justicia –por equívoco que sea su trasfondo político– que no esté silenciosamente en relación con el reino de Dios, aunque los cristianos no lo quieran saber. Donde se lucha por los humillados, los aplastados, los débiles, los abandonados, allí se combate en realidad con Dios por su reino, se sepa o no, él lo sabe» (Georges Crespy).

Los cristianos hemos de valorar con gozo todos los logros humanos, grandes o pequeños, y todos los triunfos de la justicia que se alcanzan en el campo político, económico o social, por modestos que nos puedan parecer. Los políticos que luchan por una sociedad más justa, los periodistas que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los obreros que logran una mayor solidaridad, los educadores que se desviven por educar para la responsabilidad, aunque no parezcan siempre ser de los nuestros, «están a favor nuestro», pues están trabajando por un mundo más humano.

Lejos de creernos portadores únicos de salvación, los cristianos hemos de acoger con gozo esa corriente de salvación que se abre camino en la historia de los hombres, no solo en la Iglesia, sino también junto a ella y más allá de sus instituciones. Dios está actuando en el mundo.

 

TODO GUETO ES UN EGOÍSMO AMPLIFICADO

Fray Marcos

El texto de hoy es continuación inmediata del que leímos el domingo pasado. Es Juan el que, sin hacer mucho caso a lo que acaba de decir Jesús, salta con una cuestión al margen de lo que se viene tratando en el evangelio. Este texto tiene un significado aún más profundo si recordamos que, en este mismo capítulo (Mc 9,14-29), justo antes del episodio que hemos leído el domingo pasado, se cuenta que los discípulos no pudieron expulsar un demonio.

Una vez más, Jesús tiene que corregir su afán de superioridad. Siguen empeñados en ser ellos los que controlen el naciente movimiento en torno a Jesús. Con el pretexto de celo, buscan afianzar privilegios. Seguramente se trata de un problema, planteado ya en la primitiva comunidad donde se escribe el evangelio. El resto de lo que hemos leído no es un discurso, sino una colección de dichos que pueden remontarse a Jesús.

No es de los nuestros. El texto griego dice: “porque no nos sigue a nosotros”. Este pequeño matiz podría abrirnos una perspectiva nueva en la interpretación. Solo pronunciar esta frase, supone alguna clase de exclusión y una falta de compresión del evangelio. Todo lo que nos hace diferentes como individuos es accidental y anecdótico. Unirnos a un grupo con la intención de ser superiores y más fuertes es un egoísmo amplificado.

Muchas veces me habéis oído hablar de las contradicciones del evangelio; pues hoy lo vemos con toda claridad. (Mt 12,30) dice exactamente lo contrario de lo que acabamos de oír a Mc: “El que no está con nosotros está en contra nuestra, y el que con nosotros no recoge, desparrama.” En Lucas encontramos las dos fórmulas, (10,50) y (11,23); así que no hay manera de desempatar. No hay contradicción, solo son contextos distintos.

La contradicción es aparente. El mensaje del Jesús no se puede meter en conceptos. La razón necesita crear opuestos para poder explicar la realidad. Solo se puede entender lo que es el frío en contraposición con lo que es el calor. Se entenderá lo que es el color blanco, solo cuando se tenga la idea de negro. La luz solo se puede comprender si tenemos en cuenta la oscuridad. Para poder afirmar algo como verdadero, tenemos que considerar lo opuesto como falso. En el orden espiritual las contradicciones quedan superadas en la unidad.

El que no está conmigo está contra mí, se refiere a que la pertenencia al Reino. Es una opción personal, no es lo natural, no viene dada por el ADN. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por descubrirlo y entrar en él. Recordad las frases del evangelio: “El reino de los cielos padece violencia y solo los esforzados lo arrebatan”; y “estrecha y angosta es la senda que lleva a la vida y pocos dan con ella”. Para entrar en el reino hay que nacer de nuevo.

El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Quiere decir que del Reino no se excluye a nadie. Todo el que busca el bien del hombre, está a favor del Reino, que predica Jesús. Solo queda fuera el egoísta que rechaza al otro. La posesión diabólica era el paradigma de toda opresión. Expulsar demonios era el paradigma de toda liberación. Jesús anuncia un Dios que es amor y que no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores.

La pretensión de exclusividad ha hecho polvo las mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos. Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera verdad definiti­va es la mejor manera de entrar en el integrismo, fanatismo e intransigen­cia. Monopolizar a Dios es negarlo. Poner límites a su amor es ridiculizarlo. Nuestra religión ha ido más lejos que ninguna otra en esa pretensión de verdades absolutas y excluyentes. Recordad: fuera de la Iglesia no hay salvación. Fuera de la Iglesia hay salvación. A veces, más que dentro de ella.

En una ocasión en que no los recibieron en Samaría, Santiago y Juan dicen a Jesús: ¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que les destruya? Jesús les dice: no sabéis de qué espíritu sois. Seguimos sin enterarnos del espíritu de Jesús. Seguimos pretendiendo defender a Dios, sin darnos cuenta de que estamos defendiendo nuestros intereses. No se trata de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar en ellos lo que hay de bueno.

Entre el episodio de la primera lectura y el que nos narra el evangelio hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica. Desde que se escribió el evangelio hasta hoy han pasado veinte siglos, y aún no nos hemos movido ni un milímetro. Seguimos esgrimiendo el “no es de los nuestros”. Todo aquel que se atreve a disentir, todo el que piense o actúe de modo diferente sigue excluido. Incluso arremetemos contra todo el que se atreve a pensar.

El espíritu de Jesús va mucho más allá de lo que abarca el cristianismo oficial. Se ha acuñado una frase, “patrimonio de la humanidad”, que se podía aplicar a Jesús. Jesús no es propiedad de la Iglesia. El mensaje de Jesús no se puede encerrar en ninguna iglesia. Jesús intentó que todas las religiones descubriesen que el único objetivo de todas ellas es hacer seres cada vez más humanos. Cualquier religión que no tenga esa meta es simplemente falsa.

De la misma manera que la mente racional potenció el yo para garantizar la subsistencia biológica, el ser humano ha ido creando guetos que potencian ese objetivo de seguridad. Desde la familia a la nación, todas las instituciones tienen como objetivo que nos sintamos más seguros. La socialización ha sido un medio para el progreso humano y debe seguir siéndolo, pero se convierte en el mayor enemigo del hombre si se utiliza para ir contra los demás.

Para los seres humanos ha sido mucho más nefasta la idolatría teísta que el ateísmo. Las mayores barbaridades de la historia se han cometido en nombre de dios. Es un ídolo el dios que hace diferencia entre buenos y malos; el dios que depende de lo nosotros hagamos para estar de nuestra parte o en contra nuestra. Ese dios nos tranquiliza, porque si él hace eso, está justificado que nosotros estemos a favor de los nuestros y en contra de los que no lo son.

Que en el evangelio de Marcos, la causa de Jesús no coincida con la causa del grupo, es un toque de atención para nosotros. Jesús no es monopolio de nadie. Todo el que está a favor del hombre está con Jesús. Todo el que trabaja por la justicia, por la paz, por la libertad, es cristiano. Nada de lo que hace a los hombres más humanos es ajeno a Jesús. Es inquietante que todas las religiones hayan sido causa de las mayores divisiones y guerras.

Meditación

Aunque alguien se empeñe en estar en contra nuestra,

nosotros nunca debemos estar contra nadie.

Mi actitud no debe depender de la actitud el otro.

Si aún me cuesta aceptar al otro tal cual es,

es señal de que aún no he comprendido el evangelio.

Estoy esperando que cambie él para sentirme yo bien.

Fray Marcos

 

sábado, 18 de septiembre de 2021

Domingo XXV del tiempo ordinario – Ciclo B

 

Domingo XXV del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 9, 30-37) – 19 de septiembre de 2021

 


 

Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.

Palabra del Señor.

 

#microhomilía

Hernán Quezada, SJ.

Quien es cristiano, sabe que siempre hay alguien que mira por él, se sabe cuidado y amado, por ello es amante de la paz, compasivo, dócil, misericordioso y da buenos frutos. Estos hombres y mujeres son imparciales y sinceros, siembran paz y cosechan justicia. Atienden al llamado de ser el último de todos y el servidor de todos.

Pero no desaparece, a pesar de querer todo lo anterior, la tentación de las luchas, los conflictos y las pasiones en guerra dentro de nosotros. Esto sucede cuando comenzamos a codiciar lo que no podemos tener y ambicionamos lo que no podemos alcanzar, cuando confundidos pedimos a Dios lo que no necesitamos.

Hay que estar alertas no hacia un enemigo que llega de fuera, sino a la confusión dentro de nuestro corazón. Con la certeza del salmista: "El Señor es quién me ayuda" hay que discernir lo que deseamos, reconocer nuestras pasiones y mirar nuestras acciones y frutos. ¿Qué deseas? ¿Estás construyendo paz? ¿A qué te invita hoy el Señor con su Palabra?

#felizdomingo 

“Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos (...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Esopo, el conocido fabulista griego, cuenta que “una Caña y un Olivo disputaban sobre sus respectivas fuerzas, y éste con socarronería le dijo a la otra: –«Hablas de resistir y de poder, cuando el más débil soplo de viento te bambolea y humilla. Aprende de mí, que ni aun muevo mis ramas cuando tu te doblegas.»– La mísera Caña calló a estas razones, y se armó de paciencia hasta que viniese el huracán más próximo. En efecto, llegado aquel, la Caña se dobló como antes, mientras el Olivo cayó tronchado en tierra. –«¿Qué es lo mejor ahora, replicó la ofendida levantándose, ceder o resistir?».

De una manera muy parecida, la Madre Laura Montoya, religiosa colombiana fundadora de las misioneras que conocemos como Lauritas y que es la primera santa colombiana canonizada recientemente, dice en su autobiografía que tituló Historia de las Misericordias de Dios en un alma: “Una pequeña diferencia hay entre el profeta de Nínive y esta pobre Laura y es que yo siempre he tenido el valor del junco. Observe Padre mío, que las rocas se oponen a la corriente y cualquier día viene una ola y las derrumba; mientras que el junco, ante la borrasca, se inclina y las olas pasan por encima sin hacerle daño, puesto que pasada la borrasca vuelve a erguirse hermoso y dócil”.

De muchas formas Jesús nos dijo, por activa y por pasiva, lo que el profesor Maturana, filósofo de nuestro fútbol local, suele argüir cuando fracasa en un partido: “Perder es ganar un poco”. Los discípulos, que se demoraron más de lo conveniente en entender esta dinámica de la salvación que nos ofrece Dios en Jesús, discutían, mientras el maestro les hablaba de su pasión, sobre quién de ellos era el más importante; de manera que Jesús tiene que decirles: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos”. Cosa que todavía hoy no hemos podido entender. Casi, como los discípulos, habría que decir de nosotros y de nuestra sociedad que “no entendían lo que les decía, y tenían miedo de preguntarle”.

Nuestros criterios están en contradicción con los criterios de Jesús y no nos inquieta ni poquito seguir funcionando en una sociedad, en una familia y en una Iglesia en la que ser el primero no es hacerse servidor y último. ¡Ni más faltaba! dirán algunos. Ni siquiera se nos ocurre que esto puede tener aplicaciones prácticas en nuestras relaciones cotidianas. Seguimos apegados a las estructuras de poder y de mando que vino a renovar el Señor con su palabra y, sobre todo, con su ejemplo de vida. Por eso, “puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo: –El que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no solamente a mí me recibe, sino también a aquel que me envió”.

De una manera práctica, en nuestra vida ordinaria, en nuestras discusiones sobre quién es el más importante, debería guiarnos aquello que el P. Javier González, SJ, le recomendaba a Luis Fernando Múnera, SJ, cuando era un joven maestrillo: “Piensa en lo que pierdes cuando ganas algo; y piensa en lo que ganas cuando pierdes algo”. Siguiendo las enseñanzas de Jesús, tenemos la certeza de que a veces es mejor perder como la Caña frente al Olivo de Esopo, o como el junco frente a la piedra de la Madre Laura...

 

IMPORTANTES

José Antonio Pagola

Ciertamente, nuestros criterios no coinciden con los de Jesús. ¿A quién de nosotros se le ocurre hoy pensar que los hombres y mujeres más importantes son aquellos que viven al servicio de los demás?

Para nosotros, importante es el hombre de prestigio, seguro de sí mismo, que ha alcanzado el éxito en algún campo de la vida, que ha logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudido por las gentes. Esas personas cuyo rostro podemos ver constantemente en la televisión: líderes políticos, «premios Nobel», cantantes de moda, deportistas excepcionales... ¿Quién puede ser más importante que ellos?

Según el criterio de Jesús, sencillamente esos miles y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, a quienes nadie hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio desinteresado a los demás. Personas que no viven para su éxito personal. Gentes que no piensan solo en satisfacer egoístamente sus deseos, sino que se preocupan de la felicidad de otros.

Según Jesús, hay una grandeza en la vida de estas personas que no aciertan a ser felices sin la felicidad de los demás. Su vida es un misterio de entrega y desinterés. Saben poner su vida a disposición de otros. Actúan movidos por su bondad. La solidaridad anima su trabajo, su quehacer diario, sus relaciones, su convivencia.

No viven solo para trabajar ni para disfrutar. Su vida no se reduce a cumplir sus obligaciones profesionales o ejecutar diligentemente sus tareas. Su vida encierra algo más. Viven de manera creativa. Cada persona que encuentran en su camino, cada dolor que perciben a su alrededor, cada problema que surge junto a ellos es una llamada que les invita a actuar, servir y ayudar.

Pueden parecer los «últimos», pero su vida es verdaderamente grande. Todos sabemos que una vida de amor y servicio desinteresado merece la pena, aunque no nos atrevamos a vivirla. Quizá tengamos que orar humildemente como hacía Teilhard de Chardin: «Señor, responderé a tu inspiración profunda que me ordena existir, teniendo cuidado de no ahogar ni desviar ni desperdiciar mi fuerza de amar y hacer el bien».

 

SOLO EL SERVICIO AL DÉBIL ME HACE HUMANO

Fray Marcos

El tema principal que leemos hoy es el mismo que leímos al final del domingo pasado y que no comentamos. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz. Trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue. Todos siguen pensando en su propia gloria.

Este segundo anuncio de la pasión no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, aunque el domingo pasado nos decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es porque intuían que no les iba a gustar. Esto nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque significaría el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender la parte más original y decisiva del mensaje.

¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho y era la clave de todas las relaciones sociales.

Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. El mismo mensaje del domingo pasado y en el episodio de la madre de los Zebedeos. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no solo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la grandeza del ser humano.

A veces los cristianos hemos dado la impresión de que para ser Él grande, Dios quería empequeñecidos. Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. Quiere hacernos ver que el bien espiritual está por encima del material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés egoísta a costa de los demás.

Acercando a un niño lo abrazó y dijo. No es fácil descubrir la conexión con lo que antecede. En tiempos de Jesús, los niños eran utilizados como pequeños esclavos. La palabra griega “paidion” es un diminutivo de “pais, que ya significa niño y también criado y esclavo. Sería el pequeño esclavo. En el contexto de la narración sería el chico de los recados que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la escala más baja de los que se dedican a servir.

El que acoge a un niño, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él. Al abrazarle, está manifestando que los dos forman una unidad, y que si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús.

Y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos.

Llevamos dos mil años sin enterarnos. Y además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio.

Hay dos maneras de servir: una es la del que somete al poderoso para conseguir su favor y aprovecharse de su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. La diaconía significaba “servir a la mesa”. En cristiano indicaba el servicio a los más necesitados por los que no tenían obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza.

Si es la esencia del mensaje ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Sin ese conocimiento, es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el mensaje con propuestas externas: 1ª Es la voluntad de Dios. 2º Si lo cumples, Dios te premiará; si no lo cumples, te castigará.

A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo o zanahoria. ¡Cómo podemos pensar que Dios nos trata como animales!

Haríamos bien en superar la idea de un Dios antropomórfico con motivaciones iguales a las nuestras. Como no nos han conducido por el camino del conocimiento de nosotros mismos y el Dios que nos habían propuesto es absurdo, los cristianos nos hemos quedado en el chasis. Ni somos capaces de descubrir las exigencias del evangelio en lo hondo de nuestro ser, ni encontramos razones externas que nos motiven. Hemos quedado en la inopia.

Meditación

Si me doy a los demás hasta consumirme,

¿dónde colocaré los adornos (la gloria) que pretendo alcanzar?

Si estoy pensando en mí mismo, cuando me doy al otro,

¿qué clase de entrega estoy llevando a cabo?

En la medida que sirva a los demás sin esperar nada a cambio,

en esa medida me estaré acercando al ideal cristiano.

Fray Marcos

 

domingo, 12 de septiembre de 2021

Domingo XXIV del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXIV del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 8, 27-35) – 12 de septiembre de 2021

 

Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces él les preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

 

Palabra del Señor.

 

#microhomilía

Hernán Quezasa SJ

"La cruz" es inevitable en la vida de todos nosotros; es la dimensión de conflicto, injusticia, crisis, enfermedad y dolor que pesa sobre nuestras vidas. La cruz nunca es impuesta sobre nuestras espaldas por Dios para castigarnos o probar nuestro aguante; tampoco es algo que nos buscamos con cierto aire masoquista "para agradar a Dios". Si pensaramos esto, nuestro dios seria un castigador sádico y no el Dios del amor, de la misericordia, que nos anunció Jesús.

Hoy la Palabra nos invita: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga". La renuncia no es abandono ni descuido; es libertad, es descentramiento, es dejar la autorreferencialidad narcisista. Cargar la cruz consiste en reconocer la realidad complicada y dolorosa que no podemos eliminar sólo con voluntad; no para abrazarla resignadamente, sino para poder "acomodarla" sobre nuestras espaldas y echar para adelante con humildad y fe, sabiendo que Jesús es con nosotros, que nos anuncia la esperanza y nos llama a colaborar con Él para aliviar el sufrimiento de otras y otros, y en ello, encontramos esperanza y paz, compañía y sentido que nos devuelven la vida.

¿Cuál es tu cruz? ¿A qué te invita Jesús hoy? #FelizDomingo

 

“(...) el que quiera salvar su vida la perderá”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace algunos meses me llegó un mensaje por la Internet que contaba que el 14 de octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea Aérea British Airways tuvo lugar el siguiente suceso: A una dama la sentaron en el avión al lado de un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la cambiara de sitio, porque no podía sentarse al lado de una persona tan desagradable. La azafata argumentó que el vuelo estaba muy lleno, pero que iría a revisar en primera clase a ver por si acaso podría encontrar algún lugar libre.

Todos los demás pasajeros observaron la escena con disgusto, no solo por el hecho en sí, sino por la posibilidad de que hubiera un sitio para la mujer en primera clase. La señora se sentía feliz y hasta triunfadora porque la iban a quitar de ese sitio y ya no estaría cerca de aquella persona. Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora: “Discúlpeme señora, pero efectivamente todo el vuelo está lleno... pero afortunadamente encontré un lugar vacío en primera clase. Sin embargo, para poder hacer este tipo de cambios le tuve que pedir autorización al capitán. Él me indicó que no se podía obligar a nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable”.

La señora con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la azafata en ese momento se voltea y le dice al hombre de raza negra: “Señor, ¿sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?” Todos los pasajeros del avión se pararon y ovacionaron la acción de la azafata. Ese año, la azafata y el capitán fueron premiados por esa actitud. La empresa se dio cuenta que no le había dado demasiada importancia a la capacitación de su personal en el área de atención al cliente. Por tanto, se hicieron algunos cambios de inmediato. Desde ese momento en todas las oficinas de British Airways se lee el siguiente mensaje: “Las personas pueden olvidar lo que les dijiste. Las personas pueden olvidar lo que les hiciste. Pero nunca olvidarán como los hiciste sentir".

Qué bueno es este ejemplo para exaltar las palabras que dirigió Jesús a sus discípulos después de la discusión sobre quién era él y el anuncio de su pasión: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía y por acepar el evangelio, la salvará”.

Nuestra sociedad nos ha ido acostumbrando a buscar lo mejor para nosotros. Incluso, los padres de familia le enseñan a sus hijos e hijas a no dejarse de los compañeros. Primero yo, segundo yo, y si alcanza para un tercero, también yo, parece ser lo normal en nuestras relaciones interpersonales y sociales. Los que buscan el poder político, económico, social y cultural, pocas veces están pensando en el beneficio de los demás.  Pero mucho más escasa es la disposición a sacrificarse o a entregarse por los otros a costa de nuestro bienestar y mucho menos de nuestra vida. ¡Qué distinto es el mensaje de Jesús, el Mesías, como Pedro lo reconoció delante de sus compañeros! Su proyecto va en contravía de nuestros valores. No podemos olvidar que el que quiera salvar su vida, con toda seguridad, la perderá. Ni podemos perder de vista que cuando se está dispuesto a perder la vida por los demás, a lo mejor lo pasan a primera clase...

 

LO QUE ALGUNOS DICEN HOY

José Antonio Pagola

También en el nuevo milenio sigue resonando la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No es para llevar a cabo un sondeo de opinión. Es una pregunta que nos sitúa a cada uno a un nivel más profundo: ¿quién es hoy Cristo para mí? ¿Qué sentido tiene realmente en mi vida? Las respuestas pueden ser muy diversas:

«No me interesa. Así de sencillo. No me dice nada; no cuento con él; sé que hay algunos a los que sigue interesando; yo me intereso por cosas más prácticas e inmediatas». Cristo ha desaparecido del horizonte real de estas personas.

«No tengo tiempo para eso. Bastante hago con enfrentarme a los problemas de cada día: vivo ocupado, con poco tiempo y humor para pensar en mucho más». En estas personas no hay un hueco para Cristo. No llegan a sospechar el estímulo y la fuerza que podría él aportar a sus vidas.

«Me resulta demasiado exigente. No quiero complicarme la vida. Se me hace incómodo pensar en Cristo. Y, además, luego viene todo eso de evitar el pecado, exigirme una vida virtuosa, las prácticas religiosas. Es demasiado». Estas personas desconocen a Cristo; no saben que podría introducir una libertad nueva en su existencia.

«Lo siento muy lejano. Todo lo que se refiere a Dios y a la religión me resulta teórico y lejano; son cosas de las que no se puede saber nada con seguridad; además, ¿qué puedo hacer para conocerlo mejor y entender de qué van las cosas?». Estas personas necesitan encontrar un camino que las lleve a una adhesión más viva con Cristo.

Este tipo de reacciones no son algo «inventado»: las he escuchado yo mismo en más de una ocasión. También conozco respuestas aparentemente más firmes: «soy agnóstico»; «adopto siempre posturas progresistas»; «solo creo en la ciencia». Estas afirmaciones me resultan inevitablemente artificiales, cuando no son resultado de una búsqueda personal y sincera.

Jesús sigue siendo un desconocido. Muchos no pueden ya intuir lo que es entender y vivir la vida desde él. Mientras tanto, ¿qué estamos haciendo sus seguidores?, ¿hablamos a alguien de Jesús?, ¿lo hacemos creíble con nuestra vida?, ¿hemos dejado de ser sus testigos?

 

PARA SABER QUIÉN ES JESÚS, TENGO QUE SABER QUIÉN SOY YO

Fray Marcos

Responder a la pregunta de “¿Quién es Jesús?” es un tarea tan desorbitada que se queda uno sin aliento al tener que planteársela en una homilía. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa durante dos mil años que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el siglo pasado se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que lo evangelios eran historia y que había que entenderlos literalmente.

Hoy sabemos que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos entendieron pero no lo que en realidad fue Jesús. No podemos seguir interpretando su interpretación con la idea que hoy tenemos de ‘historia’. Hoy estamos en las mejores condiciones para hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión. Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje que podamos entender todos.

La primera obligación de un cristiano será siempre tratar de conocerlo. Solo en la medida que le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de Dios, del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano tan fuera de serie que nos empuja a una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.

La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo estaba lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. A penas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.

El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. “Hijo de hombre” significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre” es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado (su muerte), sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante el tiempo que le queda de vida.

Jesús proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y a la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario: dejarse matar antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que Jesús acaba de proponer como itinerario de salvación.

Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar el mesianismo de la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.

Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo, lo que creemos ser. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.

“El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: No puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma, porque los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la vida en su totalidad. El que no deja de preocuparse de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.

La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra racionalidad. Ni el instinto, ni los sentidos, ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material, que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni psicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior, que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las ‘posibilidades de ser’ que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es ésta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo de una persona. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la razón no cede a las exigencias del instinto, y pretende imponerse y buscar el bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.

La cruz, como súmmum del dolor, no tiene valor alguno, como símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identificó con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto, el que me encuentro en el camino de cada día.

Meditación

‘Quién soy yo’ y ‘quién es Jesús’ exige la misma respuesta.

Solo viviendo lo que vivió Jesús podré responder.

Mi meta, como la suya, es desplegar lo humano.

Desplegar lo humano es vivir lo divino.

Nuestro ser verdadero es lo que hay de Dios en nosotros.

Soy lo Infinito, solo queda vivirlo.

Fray Marcos

 

 

domingo, 5 de septiembre de 2021

Domingo XXIII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 7, 31-37) – 5 de septiembre de 2021

 

Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Abrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Palabra del Señor

Reflexiones: Hernán Quesada SJ   Hermann Rodríguez SJ   José Antonio Pagola   Fray Marcos


#microhomilía

Hernán Quezada SJ

No pocas veces tenemos el corazón "apocado", miedoso, tímido o medroso; algo nos encierra, dejamos de escuchar, de mirar, de hablar; vivimos desesperanzados y arrinconados.

Hoy la Palabra nos da una buena noticia: Dios es siempre fiel a su palabra y no nos deja encerrados. Dios quiere que seamos hombres y mujeres abiertos, libres y valientes. Dios abre los ojos de los que no ven, los oídos de quienes no escuchan, destraba la palabra atrapada, destierra prejuicios y criterios torcidos, alivia al agobiado.

¿Cómo estás? ¿en qué condición tienes tu corazón? ¿abierto o cerrado? ¿qué hay en ti que permanece cerrado o atrapado? ¿qué te ha encerrado?

Escuchemos la invitación de Jesús: ¡Ábrete! Abre tu corazón agobiado, sé valiente, mira y escucha de nuevo, destraba tus labios.

       #FelizDomingo 

“Llenos de admiración decían: Todo lo hace bien”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Los jesuitas de Chile se empeñaron hace algunos años en una campaña publicitaria de gran despliegue a través de los medios masivos de comunicación social. La intención de la campaña era invitar a los televidentes a desarrollar actitudes humanas fundamentadas en los valores del Evangelio, pero utilizando un lenguaje cercano y cotidiano. Tuve la oportunidad de conocer algunos de los cortos e impactantes avisos que pasaron durante varios meses por la televisión chilena. Recuerdo uno que me impactó particularmente cuando nos lo mostró el P. Gabriel Jaime Pérez, SJ, después de un viaje suyo al país austral.

El spot publicitario, como se le llama a este tipo de anuncios, presentaba a un mendigo sucio, descuidado, harapiento y despeinado que estaba sentado en la acera de una calle muy concurrida. Mientras pedía limosna, la gente pasaba sin prestarle mayor atención. De pronto, aparece una hermosa joven rubia espectacularmente vestida que viene hacia el mendigo. Se acerca a él y comienza a besarlo en la boca de una manera apasionada. Desde luego, los transeúntes se detienen aterrados ante semejante escena. Después de unos segundos, aparecía un aviso que decía: “No te pedimos tanto. Sencillamente que lo trates como un ser humano...”.

Creo que este tipo de mensajes no nos cae mal en ningún momento. A veces pensamos que lo que se nos pide es demasiado o que no somos capaces de hacer nada por las personas derrengadas que nos encontramos por el camino de la vida. Tal vez esta es la actitud que tuvo Jesús con esas personas que eran despreciadas y marginadas en su medio social. Cuando le presentaron a aquel sordomudo para que le impusiera las manos, “Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: ‘¡Efatá!’ (es decir: ‘¡Ábrete!’)”.

Esta actitud de cercanía con un ser humano sufriente, que había perdido, o tal vez nunca había tenido la posibilidad de comunicarse o escuchar a los demás, debió resultar sorprendente para los que acompañaban al Señor en su recorrido por territorios extranjeros. No estaba bien acercarse a un enfermo y mucho menos tocarlo. Sin embargo, el Señor no sólo se acerca, sino que le mete los dedos en los oídos y le toca la lengua con saliva, de manera que “los oídos del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar bien”. Este hombre vivió, seguramente, el momento más importante de su vida. Se sintió atendido, respetado y acogido en su limitación.

Cualquiera de nosotros podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mi! Yo no sé cómo hacer ese tipo de milagros... No sé cómo devolverle a una persona sorda su capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad para hablar”. Pero el Señor nos diría: “No te pedimos tanto. Sencillamente trátalo como un ser humano...”. Tal vez ese es el mejor milagro que podamos hacer hoy.

ABRIRNOS A JESÚS

José Antonio Pagola

La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».

Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.

Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la formación recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de importancia decisiva.

Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?

 

NO TE QUEDES EN EL MILAGRITO, DESCUBRE EL SÍMBOLO

Fray Marcos

El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán... En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y, por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impide el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

Meditación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.

Como una esponja debes dejarte empapar.

Para ello, no tienes más remedio que exprimirte.

Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,

Lo divino que también está en ti, te inundará.

En la medida que te vacíes te llenarás.

 

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

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