domingo, 28 de noviembre de 2021

Domingo I de Adviento – Ciclo C (Lucas 21, 25-28.34-36)

 Domingo I de Adviento – Ciclo C (Lucas 21, 25-28.34-36) 28 de noviembre de 2021

 

Lucas 21, 25-28. 34-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Palabra del Señor

Reflexiones:

#microhomilía

#HernanQuezadaSJ

El anunció de la variante ómicron, vino a desplomar mercados financieros y a ponernos de nuevo frente a la ansiedad, que brota del miedo y la frustración, de ver en riesgo de nuevo nuestra seguridad. Hoy llega el Adviento, este tiempo de nosotros los cristianos en que renovamos la fe en que Dios llega, en que mantenemos en medio del miedo y la ansiedad la esperanza de que Dios vendrá a liberarnos de tanto mal. Así en medio de la crisis somos los testigos del amor, los que no son poseídos por la ansiedad sino los dispuestos a seguir adelante con misericordia y lealtad. Hagamos el ejercicio de encender nuestra vela de adviento, Contempla su luz y ora el salmo de hoy. “A ti, Señor, levanto mi alma”… ¿Qué oscuridades ilumina hoy la primera luz de adviento? ¿Qué invitación recibes? #felizdomingo

“(...) Anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuentan la historia de un soldado que se acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de nuestros compañeros no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”. “–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. Haciendo caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial, furioso, le gritó:

–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la pena ir allí para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado moribundo respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es cuando se entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en la generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte de cruz.

Lo que realmente hace novedosa nuestra fe, con respecto a otras religiones, es que nuestro Dios se encarnó, se hizo hombre, compartió nuestra condición humana, menos en el pecado, asumiendo todas las consecuencias de la encarnación. No nos dejó abandonados al poder de nuestras limitaciones, sino que vino a rescatarnos de nuestras miserias personales y sociales. Esta es la esperanza que nos anima y por la cual tenemos que estar despiertos para saber reconocerla y recibirla el día que se acerque: “Tengan cuidado y no dejen que sus corazones se endurezcan por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre ustedes como una trampa. Porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a suceder y para que puedan presentarse delante del Hijo del hombre”.

Estas advertencias que nos presenta el evangelio de hoy, pueden ser leídas con temor y temblor, porque anuncian acontecimientos extraordinarios: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra las naciones estarán confusas y se asustarán por el terrible ruido del mar y de las olas. La gente se desmayará de miedo al pensar en lo que va a sucederle al mundo; pues hasta las fuerzas celestiales serán sacudidas. Entonces se verá al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria”. Sin embargo, san Lucas está invitando precisamente a lo contrario; no a sentir miedo, sino a llenarse de alegría por lo que va a suceder: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”.

Cuando nos sintamos hundidos en medio de las dificultades personales o sociales, y parezca imposible levantar la cabeza por la vergüenza y la desesperación; cuando ya no haya luces que iluminen nuestro camino en medio de la noche cerrada, podemos estar seguros, como el soldado aquel con el que comenzamos, que Dios no nos dejará abandonados en medio del campo de batalla. Podremos decirle a Dios: “¡Estaba seguro que vendrías!”, porque nuestro Dios vendrá, con toda certeza, a nuestro encuentro.

 

¿QUÉ ES VIVIR DESPIERTOS?

José Antonio Pagola

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».

Jesús llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios».

No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.

«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.

«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.

«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.

«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

 

EL HOMBRE INTENTA LIBERARSE DE SU ANGUSTIA

Fray Marcos

Hoy primer domingo de Adviento, os propongo unos apuntes sobre cómo debemos entender las Escrituras, que son la base de toda liturgia. Es la ciencia la que nos obliga a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida decir que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era: la Biblia dice lo contrario. La Biblia no tenía razón pero sí Galileo. Hoy el problema es más grave, porque atañe a la manera de interpretar la biblia. Ni una sola frase debemos entenderla literalmente. Toda ella es teología narrativa.

Es la ciencia la que nos obliga a dar el cambio. Los medios con que contamos hoy son increíbles. Podemos descubrir lo que hay varios metros por debajo de la tierra sin tocarla. Podemos datar con increíble precisión una mínima parte de materia orgánica o de roca. Muchas otras ciencias están al servicio de la arqueología. La sociología nos permite comprender las circunstancias en que vivían sociedades de las que no sabíamos nada. La historia es capaz de ir más allá de lo que podíamos imaginar hace solo unas décadas.

También el mejor conocimiento de las primeras lenguas escritas nos permite aquilatar el significado de los textos de manera mucho más precisa. La exégesis nos permite interpretar esos mismos textos más de acuerdo con la manera de pensar de cada época. Todos estos avances científicos nos obligan a repensar lo que hasta ahora creíamos de los textos bíblicos. El resultado es que los relatos que han llegado a nosotros no quieren decir lo que durante mucho tiempo estábamos convencidos que nos decían.

Lo primero que llama la atención es que todo el AT se escribió entre el s. VII y el IV antes de Cristo. En el siglo séptimo no podían tener ni idea de lo que pasó en tiempo de Noé. Los grandes patriarcas son personajes míticos y todo lo que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos utilizando los mitos y leyendas que circulaban en las culturas del entorno. Haber metido a Dios en los relatos no significa que haya intervenido en la historia para dirigirla y condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer maravillas en su favor, sobre todo, si, como pasa casi siempre es en contra de los demás pueblos.

David no fundó ningún imperio. La arqueología no ha encontrado ni rastro de ese poderío. Si existió realmente, no pasó de ser un jefe de bandoleros que se hizo con el mando de una tribu. Entonces Sión no era más que un pueblucho sin ninguna capacidad organizativa, menos aún como centro de un imperio. En toda Judea no había más de 2.000 habitantes; mal podía tener un ejército de 30.000. La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda fantástica. Puede ser que construyera el primer templo, pero ahí acabaría todo.

Los análisis genéticos han demostrado que los judíos no son una raza especial, que llegaron de otra parte. Son de la misma estirpe que los demás habitantes de Palestina. Tampoco se ha encontrado rastro de una emigración del pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban las anotaciones de los acontecimientos importantes. No hay ni rastro de una población judía en su territorio. En tiempos del Éxodo, los egipcios tenían vigiladlas todas las fronteras con militares que les permitían controlar todo flujo de personas.

Es imposible que salieran de Egipto unos 600.000 varones sin que eso quedase reflejado como un peligro. Es imposible que un número tan descomunal de personas pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro. No hubo ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los judíos siempre estuvieron allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó, porque no era más que una aldea insignificante.

Pero, entonces ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir. A la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado de personas de los más bajos estamentos sociales. Lo que consiguieron los escritores fue mantener la esperanza y la energía necesaria para superar la dificultad.

Esto nos tiene que hacernos pensar y aceptar que hemos estado leyendo la Escritura de una manera demasiado simplista. Aunque lo que cuentan no concuerde con lo que pasó, sigue teniendo su valor porque nos invita a buscar una salvación en Dios más allá de las que podemos encontrar por nuestra cuenta. Pero las dificultades que encontraron y cómo fueron capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía preparar a aceptar la lección que aquella actitud puede darnos hoy y buscar una salvación no venida de fuera sino descubierta en lo profundo de todo ser humano.

Todo el año litúrgico es un montaje que hemos construido. Dios no está sometido a este artificio. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre ahí esperando que lo descubramos. Nosotros sí necesitamos esos artificios para aprovechar el tiempo y el lugar oportunos para ese encuentro. Se trata de un intento de armonizar el presente con el pasado y el final. Empezamos el Adviento con lecturas apocalípticas que nos recuerdan los domingos últimos. El pasado y el futuro debemos afrontarlos desde el presente.

El evangelio que hemos leído refleja el ambiente apocalíptico que se vivía en las primeras comunidades cristianas. Están escritos desde una visión mítica del mundo, del hombre y de Dios. Desde esa perspectiva Dios había creado toda la realidad visible quedándose al margen de ella pero gobernándola desde las alturas. El hombre había envenenado la creación con su conducta, pero no tenía capacidad de enderezarla. Dios perdonaría a los humanos y con el mismo poder que creó, recrearía el mundo malogrado eliminado el mal.

Nuestro universo conceptual es muy distinto. La creación no es un acto de la potencia de Dios que ‘hace’ algo fuera de Él, sino que todo lo que existe es la manifestación de lo divino que permanece escondido en lo hondo de toda realidad. Como reflejo de lo divino todo es esencialmente bueno. El maniqueísmo nos empuja a dividir la realidad en opuestos irreconciliables, pero para Dios todo está en una eterna armonía. Nuestra falta de perspectiva nos hace ver el mal que solo está en nuestra cabeza.

Meditación

No tienes que esperar ninguna salvación venida de fuera.

Todo lo que puedes llegar a ser ya lo eres.

Tu tarea es descubrir tu verdadero ser

y simplemente serlo.

La oferta oficial va dirigida a satisfacer tu falso yo.

Fray Marcos

 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Solemnidad de Cristo Rey – Ciclo B

Solemnidad de Cristo Rey – Ciclo B (Juan 18, 33-37) – 21 de noviembre de 2021


 

Juan 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.

Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

Palabra del Señor.

 

 

“Mi reino no es de este mundo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace varios años en un pueblo de la Guajira, zona apartada y semidesértica del norte colombiano, un compañero jesuita en formación vivió una situación que todavía me causa escalofrío cuando la recuerdo. Resulta que había varios jesuitas trabajando en la región y en una Semana Santa fuimos a colaborar en varios caseríos y pueblos de una de las parroquias que estaban a cargo de los jesuitas. Cada uno de los estudiantes de filosofía fuimos enviados a sitios distintos. Todos encontramos comunidades más o menos acogedoras y dispuestas a celebrar los días santos con más o menos entusiasmo. Sin embargo, en uno de los pueblos, la apatía se sentía en el ambiente y era fácil predecir que no habría mucha asistencia a las celebraciones, sobre todo porque no iban a contar con sacerdotes sino con seminaristas inexpertos que venían del interior del país.

En medio de este contexto, mi compañero se pasó los primeros días motivando a la población para la participación en las fiestas de la Semana Mayor. Aparentemente iría poca gente, pero él estaba seguro de que algunos asistirían. Lo cierto fue que el Viernes santo, a las diez de la mañana, cuando se supone que comenzaba el Via Crucis, no llegó nadie. El día anterior había encargados para cada una de las catorce estaciones y los niños habían prometido que asistirían. Diez y media, y no llegaba nadie. Ni siquiera el sacristán apareció por ninguna parte... Ya desesperado, mi compañero decidió salir él solo, cargando con la cruz que habían preparado para que fuera llevada por grupos de una estación a otra. A las once y media de la mañana, cuando ya estaba saliendo con el alba puesta y la cruz a cuestas, llegó el sacristán completamente borracho, dispuesto a acompañar al padrecito en la procesión por todo el pueblo. En medio de un silencio canicular, como el sol que caía sobre las calles polvorientas de este pueblo perdido de nuestra geografía, mi compañero fue recorriendo todas y cada una de las estaciones del Via Crucis, escoltado por un borracho que apenas se sostenía en su vaivén embriagado...

Cuenta mi compañero que cuando pasaba por el frente de las tiendas o de las casas de familia donde estaban los pobladores esperando que fuera la hora del almuerzo, todos se quedaban mirándolo completamente absortos por el espectáculo tan ridículo que estaban presenciando. Creo que, si García Márquez se hubiera enterado de esta historia, hubiera escrito una novela más de su colección de realismo mágico que no es superado sino por la realidad cotidiana de estos queridos pueblos de nuestra querida Colombia.

Imagino a Jesús, fatigado y demacrado, después de una noche de torturas e interrogatorios, delante del Gobernador romano en todo su esplendor, discutiendo si él era el Rey de los judíos y si venía en nombre propio o en nombre de Dios a decir la verdad. Jesús tiene que dejarle claro a Pilato: “– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Jesús sabe que es rey, pero su reinado consiste en decir la verdad: “Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan”. Al celebrar esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, nos comprometemos con la verdad que él representa, aunque hagamos el ridículo, como mi compañero en aquel pueblo perdido de la Guajira colombiana.

 

TESTIGOS DE LA VERDAD

José Antonio Pagola

El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando acude a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado, como un delincuente. Allí están, frente a frente, el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.

A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: «Con que, ¿tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni riqueza.

Pero no le oculta la verdad: «Soy rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.

El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas intentará apagarla para siempre.

El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad, sino «testigo». Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús, que está cambiando su vida.

El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.

 

TÚ HAS NACIDO PARA SER REY

Fray Marcos

Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y del motivo por el que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.

Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pío XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.

El contexto del evangelio, que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad”.

¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos.

Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.

No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.

Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que respondan al modelo que vean en él. Jesús dice soy rey, no dice soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes.

Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia... El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.

Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.

Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.

La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser.

Cualquier connotación que el título tenga con el poder tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio.

Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.

Meditación

Jesús está hablando de la autenticidad de su ser.

Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es.

Ser Verdad es ser lo que somos, sin falsearlo.

El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser

y manifestarlo en todo momento.

Fray Marcos

 

sábado, 13 de noviembre de 2021

Domingo XXXIII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXXIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-32) – 14 de noviembre de 2021

 

Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre’’.

Palabra del Señor.

 

 #microhomilía

Hernán Quezada SJ

La cotidianidad de la vida nos puede resultar insípida, vamos experimentando soledad y vacio. El peso de las crisis, los tiempos difíciles y el cansancio nos puede llevar a vivir  sin esperanza.

Hoy la Palabra nos invita a la fe del salmista que sabe que su refugio es el Señor: "Protégeme Dios mío, que me refugio en ti"; de esta fe brota la alegría, la disposición a la esperanza que consiste en la capacidad de leer los momentos en que sentimos que se nos apaga el sol, la luna y las estrellas, no como expresión total de final, sino como un anuncio que Dios viene a rescatarnos, de que siempre llegará Él, la Luz, a iluminar nuestras mayores oscuridades. Todo pasará, pero no su promesa.

#FelizDomingo

“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Enrique Patiño, uno de los redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de 304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la Escritura.

Según el autor de este artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael Drosin”.

Dice el autor que, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del estado palestino, Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo complementan la advertencia”.

Cada cierto tiempo, serios investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”.

De manera que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del “Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación universal para toda su creación.

 

LAS PALABRAS DE JESÚS NO PASARÁN –

José Antonio Pagola

Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.

Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad o desesperanza porque, según el modelo social vigente, se supone que un hombre que triunfa en la vida no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Erich Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza».

Otras veces nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza» sumergiéndonos en la actividad. No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo para no enfrentamos a nuestro futuro.

Pero la pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo sino producir cada vez más, disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?

El ser humano necesita una esperanza para vivir. Una esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse una vida lo bastante tolerable como para aguantar la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse tampoco con una espera pasiva, que solo es, con frecuencia, «una forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (Erich Fromm).

El hombre necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva, aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destruidas.

Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras, que «no pasarán». No esperamos algo ilusorio. Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús. Desde Cristo resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación», como germen de una vida que alcanzará su plenitud final en Dios.

 

DIOS NO TIENE PASADO NI FUTURO, ES UN ETERNO PRESENTE

Fray Marcos

Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta que punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe sorprendernos que pensara como los demás.

Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió siempre esperando de Dios la salvación que le faltaba.

La apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis.

Escatología procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitiva­mente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predica­ción de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanen­cia.

Hasta aquí hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es tarea inútil.

Los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha dado, todo, a cada uno desde siempre.

Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora debemos descubrir lo está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora debemos hacer nuestra su salvación.

No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Salta de la pecera adonde has estado confinado y descubre el océano. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos.

Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre han experimentado la verdadera salvación, que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre, ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti, aquí y ahora.

No tienes que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente. Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro instante mejor que este.

Todo miedo y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado, lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo que eres y vívelo.

Todo el que te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy. Muchos seres humanos lo han conseguido a través de la historia, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?

sábado, 6 de noviembre de 2021

Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo B

 Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 38-44) – 7 de noviembre de 2021

 


Marcos 12, 38-44

Jesús decía en su enseñanza: «Cuídense de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones. Ellos recibirán mayor castigo.»

Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo:

—Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.

Palabra del Señor.

 #microhomilía

HernanQuezdaSJ

Hoy la Palabra nos anuncia que compartir es propio y fundamental de las y los cristianos. No se trata de dar de lo que nos sobra o de lo que ya no necesitamos, sino de compartir de lo que somos y tenemos, de lo que amamos e incluso nos hará falta, con aquellas personas que están necesitadas.

Compartir es un antídoto para el vacío y la desesperanza; es una posibilidad de trascender y reflejar el amor de Dios. Compartir es recibir.

¿Qué tienes de bueno y valioso para compartir? ¿Dónde y a quiénes estás compartiendo tus dones y talentos? ¿A qué te sientes invitado, invitada? #FelizDomingo

(...) ella, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En la revista Vida Nueva – España, se publicó hace algunos años, una historia parecida a la siguiente: Ocurrió en un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación, se sienta en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de color. Un negro comiendo tranquilamente.

"¡Esto es el colmo, – piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al lado del negro, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante del negro y coloca la cuchara en el recipiente. El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden. "¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja.

La mujer le sigue con una mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó". Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces... aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya frío...

Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que consideramos peligrosas. Este hombre no tuvo ningún reparo en compartir su alimento con una señora mayor que se empeñó en que ese era su tazón de caldo. Y no sólo compartió con ella el caldo, sino también el plato de espagueti. A lo mejor era ‘todo lo que tenía para vivir’ y, sin embargo, lo comparte con toda naturalidad, convencido de que la señora está pasando un mal momento y no tiene nada para comer.

Llama la atención en este texto del evangelio de san Marcos, que Jesús tiene una mirada contemplativa sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad, va extrayendo su sabiduría. No está en otra parte el saber de Dios. “Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos”. San Marcos no dice que Jesús pasaba por allí o que estaba orando y vio esta escena... Dice explícitamente que Jesús estaba allí mirando cómo la gente echaba dinero en los cofres de las ofrendas. Seguramente ninguno de nosotros ha hecho esto nunca. Y buena falta que nos haría. Mirar la vida, mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor manera de aprender sobre los secretos del reino que están ocultos para los sabios y entendidos, pero se revelan, de una manera sorprendente, a los de corazón sencillo.

Por eso el Señor advertía contra las enseñanzas de los sabios de su tiempo: “Cuídense de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones. Ellos recibirán mayor castigo”. La sabiduría del Señor era completamente distinta. No para recibir honores y alabanzas de la gente, sino para desentrañar los secretos del reino que están escondidos entre la vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos descubrir sus secretos en medio de la vida de los pobres que son capaces de compartir aún lo poco que tienen para vivir.

 

EL AMOR SE APRENDE

José Antonio Pagola

Casi nadie piensa que el amor es algo que hay que ir aprendiendo poco a poco a lo largo de la vida. La mayoría da por supuesto que el ser humano sabe amar espontáneamente. Por eso se pueden detectar tantos errores y tanta ambigüedad en ese mundo misterioso y atractivo del amor.

Hay quienes piensan que el amor consiste fundamentalmente en ser amado y no en amar. Por eso se pasan la vida esforzándose por lograr que alguien los ame. Para estas personas, lo importante es ser atractivo, resultar agradable, tener una conversación interesante, hacerse querer. En general terminan siendo bastante desdichados.

Otros están convencidos de que amar es algo sencillo, y que lo difícil es encontrar personas agradables a las que se les pueda querer. Estos solo se acercan a quien les cae simpático. En cuanto no encuentran la respuesta apetecida, su «amor» se desvanece.

Hay quienes confunden el amor con el deseo. Todo lo reducen a encontrar a alguien que satisfaga su deseo de compañía, afecto o placer. Cuando dicen «te quiero», en realidad están diciendo «te deseo», «me apeteces».

Cuando Jesús habla del amor a Dios y al prójimo como lo más importante y decisivo de la vida, está pensando en otra cosa. Para Jesús, el amor es la fuerza que mueve y hace crecer la vida, pues nos puede liberar de la soledad y la separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros.

Pero, concretamente, ese «amar al prójimo como a uno mismo» requiere un verdadero aprendizaje, siempre posible para quien tiene a Jesús como Maestro.

La primera tarea es aprender a escuchar al otro. Tratar de comprender lo que vive. Sin esa escucha sincera de sus sufrimientos, necesidades y aspiraciones no es posible el verdadero amor.

Lo segundo es aprender a dar. No hay amor donde no hay entrega generosa, donación desinteresada, regalo. El amor es todo lo contrario a acaparar, apropiarse del otro, utilizarlo, aprovecharse de él.

Por último, amar exige aprender a perdonar. Aceptar al otro con sus debilidades y su mediocridad. No retirar rápidamente la amistad o el amor. Ofrecer una y otra vez la posibilidad del reencuentro. Devolver bien por mal.

 

DIOS NO ES UN SER QUE AMA, SINO EL AMOR

Fray Marcos

Hoy cambiamos de escenario. Jesús lleva ya unos días en Jerusalén. Ha realizado ya la purificación del templo; ha discutido con los jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos sobre su autoridad para hacer tales cosas; con los fariseos y herodianos sobre el pago del tributo al césar; con los saduceos sobre la resurrección. El letrado que se acerca hoy a Jesús, no demuestra ninguna agresividad, sino interés por la opinión del Rabí.

La pregunta tiene sentido, porque la Torá contiene 613 preceptos. Para muchos rabinos todos los mandamientos tenían la misma importancia, porque eran mandatos de Dios y había que cumplirlos solo por eso. Para algunos el mandamiento más importante era el sábado. Para otros el amor a Dios era lo primero. Aunque Jesús responde recitando la “shemá”, da un salto en la interpretación, uniendo ese texto, que hablaba solo del amor a Dios, con otro en (Lv 19,18) que habla del amor al prójimo.

El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor al Dios amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios era absoluto, “sobre todas las cosas”. El amor al prójimo era relativo, “como a ti mismo”. Según la Torá, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto, no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de la propia sociedad judía a quienes creían rechazados por el mismo Dios.

Según Jesús la palabra mandamiento tiene que dar un cambio radical y significar algo distinto cuando la aplicamos a Dios. Dios no manda nada. Dios no hace leyes sino que pone en la esencia de cada criatura el plano, la hoja de ruta, para llegar a su plenitud. Dios no “quiere” nada de nosotros ni para nosotros. Su “voluntad” es la más alta posibilidad que se encuentra en cada criatura, no algo añadido desde fuera después de haberla creado.

En Juan los dos mandamientos se convierten en uno solo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús no dice que le amemos a él ni que amemos a Dios ni que ames al prójimo como a ti mismo, sino que ames a los demás como él te ha amado a ti. El cambio es radical. Aún no nos hemos dado cuenta de esta novedad. Dios no es un ser separado de mí, al que debo amar, sino el amor que me permite sentirme uno con el otro.

En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios el amor es su esencia. Si dejara de amar dejaría de ser. Lo que queremos decir cuando hablamos del amor a Dios o del amor de Dios no tiene nada que ver con lo que queremos significar cuando hablamos del amor humano. El amor humano es siempre una relación entre dos. El amor de Dios es la identificación de dos. De este amor es del que habla el evangelio.

Se trata de una posibilidad específicamente humana. El amor-Dios y nuestro amor no son grados distintos de la misma realidad, sino realidades sustancialmente distintas. Dios no se puede relacionar con las criaturas como lo hacemos nosotros, porque no está fuera de ninguna de ellas. Nosotros podemos relacionarnos con las demás criaturas pero no con Dios porque es nuestro ser. Vivir esto nos permite identificarnos con los demás, amarlos.

Una vez más el lenguaje nos juega una mala pasada. La palabra “amor” es una de las más manoseadas del lenguaje. Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Nuestro lenguaje es para andar por casa. Al emplearlo para hablar de lo divino se convierte en trampa que pretende ir más allá de lo que puede expresar. Intentar llegar a Dios con nuestros conceptos es inútil. La manera de trascender el lenguaje es la vivencia. Solo la intuición puede llevarnos más allá del discurso. Solo amando sabrás lo que es el amor.

En realidad, el camino hacia el amor empezó en las primeras millonési­mas de segundo después del Big-Bang; cuando las partículas primigenias se unieron para formar unidades superiores. Esta tendencia de la materia a formar entidades más complejas, lleva en sí la posibilidad de perfección casi infinita. La aparición de la vida, que consigue integrar billones de células, fue un gran salto hacia esa capacidad de unidad. No sabemos qué es la vida biológica, pero conocemos sus efectos sorprendentes. Dios es la Vida que unifica todo.

Llegada la inteligencia y superada la pura racionalidad el ser humano está capacitado para alcanzar una unidad que no es la del egoísmo individual. Un conocimiento más profundo y una voluntad que se adhiere a lo mejor, hacen posible una nueva forma de acercamien­to entre seres que pueden llegar a un grado increíble de unidad, aunque no sea física. Descubierta esa unidad, surge lo específicamente humano. Esta capacidad de salir de la individualidad, e identificarme con Dios y con el otro, es lo que llamamos amor.

Este amor es consecuencia de un conocimiento, pero no racional. Es inútil que nos empeñemos en explicar por qué debemos amar a los demás. Este amor solo llegará después de haber experimentado la presencia en nosotros del Amor que es Dios. Lo mismo que llamamos vida a la fuerza que mantiene unidas a todas las células de un viviente, podemos llamar AMOR a la energía que mantiene unidos a todos los seres de la creación. Si descubro que la base de todo ser es lo divino, descubriré la “razón” del verdadero amor.

Todos los místicos de todas las religiones, de todos los tiempos, han llegado a la misma vivencia y nos hablan de la indecible felicidad de sentirse uno con el Todo y fuera del tiempo. Esa sensación de integración total es la máxima experiencia que puede tener un ser humano. Una vez llegado a ese estado, el ser humano no tiene nada que esperar. Fijaos hasta qué punto demostramos nuestro despiste, cuando seguimos llamando “buen cristiano” al que va a misa, confiesa y comulga, solo porque tiene asegurada la otra vida. Ser cristiano no es el objetivo último del hombre, solo un medio para llegar a amar.

No debo comerme el coco tratando de averiguar si amo a Dios. Lo que tengo que examinar es hasta qué punto estoy dispuesto a darme a los demás. Solo eso cuenta a la hora de la verdad. El amor teórico, el amor que no se manifiesta en obras y actitudes concretas, es una falacia. Ya lo decía Juan en su primera carta: “Si alguno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un embustero y la verdad no está en él”. Pero es imprescindible que nos examinemos bien. No debemos confundir amor con instinto. Si apartamos de nuestro amor a una sola persona todo lo demás es egoísmo.

Meditación

El amor planteado desde la razón no tiene sentido,

Tampoco entendido como mandamiento que obliga.

Aprender a amar es la tarea más importante para todo ser humano.

Ser más humano es ser capaz de amar más.

Todo esfuerzo que no te lleve a esa meta será tarea inútil.

Fray Marcos

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...