sábado, 30 de julio de 2022

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 13-21) – 31de julio de 2022

 

Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 Hoy las lecturas nos llaman a darnos cuenta de algo que fue fundamental en la vida de San Ignacio:  Ordenar la vida. Es decir, saber elegir y priorizar en la vida de acuerdo a un centro, a un referente, a un deseo fundamental que para él fue alabar y servir a Dios.

Podemos hacer centro de nuestra vida las cosas, un talento, nuestra ciencia o una habilidad, así podemos pasar la vida con la vana ilusión de que cuando seamos eso, nos reconozcan aquello y tengamos tal o tanto de esa cosa, en ello encontraremos la felicidad. Olvidamos lo efímero de la vida, "breve como un sueño".  También en eso de "alabar y servir a Dios", nos podemos quedar en discursos y formas estériles, que sólo repetimos, pero no vivimos ni entendemos. ¡Dios!, ¡Jesús!, pueden no quitarse de la boca, pero no movernos el corazón ni expresarse en acción.

San Pablo hoy nos llama a darnos cuenta de lo que se dio cuenta San Ignacio: Hay que buscar los bienes de arriba, no los de la tierra. Hay que dar muerte a los deseos malos, al deseo de controlarlo todo, poseerlo todo, a querer ser Dios. Recibimos hoy un llamado a la conversión: "Despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo". Se trata de ser una nueva versión de nosotros mismos, de ordenar el corazón teniendo como centro a Dios. Esto se expresa en una libertad enorme para vivir, haciendo el deseo de Dios, es decir, viviendo como Jesús vivió: perdonando, compartiendo, incluyendo y sanando, en cada circunstancia de nuestra vida.

¿Qué es lo más importante para ti? ¿Qué buscas? ¿Te sientes libre para comenzar de nuevo, para dejar que Dios haga de ti algo nuevo? ¿A qué te invita Dios?

Oremos por la conversión. Este domingo en México pedimos por la conversión de los victimarios, de quienes participan ejecutando el mal. Pedimos por los políticos, que también conviertan su corazón y dejen de buscarse y busquen a Dios, haciendo la mejor política que provoque respuestas buenas y eficaces a la nación.

#felizdomingo #Conversión #sanignaciodeloyola #JusticiaYPaz

“(...) la vida no depende del poseer muchas cosas”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Mientras viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida. Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.

El evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.

Es impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para sobrevivir como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.

La parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo se llega a la muerte. Una sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el final de una guerra fratricida que se ha prolongado tanto entre nosotros, podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son capaces de crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.

 

LUCIDEZ DE JESÚS

José Antonio Pagola

Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús es la lucidez con que ha sabido desenmascarar el poder alienante y deshumanizador que se encierra en las riquezas.

La visión de Jesús no es la de un moralista que se preocupa de saber cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. El riesgo de quien vive disfrutando de sus riquezas es olvidar su condición de hijo de un Dios Padre y hermano de todos.

De ahí su grito de alerta: «No podéis servir a Dios y al Dinero». No podemos ser fieles a un Dios Padre que busca justicia, solidaridad y fraternidad para todos, y al mismo tiempo vivir pendientes de nuestros bienes y riquezas.

El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar... pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, le hace olvidar su condición de hermano y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de quien está dominado por el dinero.

La raíz profunda está en que las riquezas despiertan en nosotros el deseo insaciable de tener siempre más. Y entonces crece en la persona la necesidad de acumular, capitalizar y poseer siempre más y más. Jesús considera como una verdadera locura la vida de aquellos terratenientes de Palestina, obsesionados por almacenar sus cosechas en graneros cada vez más grandes. Es una insensatez consagrar las mejores energías y esfuerzos en adquirir y acumular riquezas.

Cuando, al final, Dios se acerca al rico para recoger su vida, se pone de manifiesto que la ha malgastado. Su vida carece de contenido y valor. «Necio…». «Así es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

Un día, el pensamiento cristiano descubrirá con una lucidez que hoy no tenemos la profunda contradicción que hay entre el espíritu que anima al capitalismo y el que anima el proyecto de vida querido por Jesús. Esta contradicción no se resuelve ni con la profesión de fe de quienes viven con espíritu capitalista ni con toda la beneficencia que puedan hacer con sus ganancias.

 

Más vale ser dueño de un euro, que esclavo de un millón

Fray Marcos

Por una vez, las tres lecturas coinciden en el tema principal. Recordad que Jesús va camino de Jerusalén y el evangelista aprovecha distintos episodios para ir formando a sus discípulos en el verdadero seguimiento.

El evangelio tiene dos partes:

En la primera, Jesús se niega a ser árbitro en un conflicto económico. ¡Cuantos problemas se habría evitado la Iglesia si hubiera seguido su ejemplo!

En la segunda advierte del riesgo de buscar seguridades terrenas, olvidando el verdadero objetivo de toda vida humana.

Hay que tener en cuenta que el evangelio utiliza el lenguaje religioso de la época. Hoy tendríamos que hacer algunas matizaciones. Cuando dice que la vida no depende de los bienes, parece que se refiere a la vida biológica, como aclara al final de la parábola. Pero lo importante no es vivir más o menos años, sino dar sentido a la vida, sea larga o sea corta.

Desplegar la verdadera Vida no depende de tener más o menos, sino de ser. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro, tampoco es el problema; porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después te tendrán que pagar, porque eso sería seguir pensando en potenciar el ego. Esta propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo.

En este episodio, Jesús manifiesta claramente no tener ninguna política concreta, ni económica ni social. No tiene como objetivo la liberación de las carencias materiales. Jesús pretende la liberación personal, sin la cual la liberación social o económica es una utopía.

Con demasiada frecuencia se ha querido etiquetar como cristiana una política concreta. No podemos confundir el mensaje evangélico con ninguna ideología política. Jesús va al centro de la persona y no está condicionado por credos ni doctrinas.

Más que a un contexto social, el evangelio responde a un contexto antropológico. Dar un auténtico sentido a nuestra propia vida es lo que da valor a toda nuestra trayectoria biológica. No se trata pues de un tema económico ni social, ni siquiera es importante la pobreza. El tema de hoy es el desapego de lo material, o si se prefiere, la escala de valores que debe orientar nuestra existencia para desplegar plenamente nuestra humanidad.

Si el primer objetivo de todo hombre es desarrollar al máximo su humanidad y el evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos, la conclusión es muy sencilla en teoría: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano.

La trampa de nuestra sociedad de consumo está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades nos creamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite.

Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa. Ese sería el objetivo personal.

¡Mucho cuidado! Las tres lecturas podemos entenderlas rematadamente mal. La vida es un desastre sólo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que como seres biológicos no tenemos más remedio que aceptar.

Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Dios quiere que vivamos lo más dignamente posible; pero no a costa de los demás seres humanos.

Muchas veces os he dicho que es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente.

No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. La previsión del futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. El evangelio critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos.

Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El ser humano se encuentra en una encrucijada un tanto complicada. Por una parte tiene unas necesidades como ser biológico, que no tiene más remedio que atender. Por otra, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que, de alguna manera, le transciende.

Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones que padece. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias de los sentidos.

En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendido que la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tiene de malo en sí. Lo nefasto es olvidarse de la humanidad y poner la parte superior del ser al servicio de la inferior, aunque para ello tengamos que privar a otros seres humanos de lo imprescindible para la vida.

Sólo hay un camino, para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la maduración personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: el desarrollo humano vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica.

El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos el cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada.

El único camino para salir de este atolladero, es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

La parábola nos dice que la codicia incapacita para vivir una vida humana. Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud en lo que tengo de específicamente humano. Sólo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad.

La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Vale más ser dueño de 1 euro que esclavo de un millón.

Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia. La pobreza tiene que ser combatida siempre, pero también al pobre debemos enseñarle a ser más humano.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza.

La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. Tampoco puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás.

No se trata sólo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de bienes que son imprescindibles para la vida de otros.

Aquí no se puede andar con tapujos. El progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial.

"Si todos los habitantes del planeta consumieran como los europeos, harían falta cinco planetas tierra para satisfacer esas necesidades"...

El progreso desarrollista en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Confiar en que las riquezas darán la felicidad, es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizar hasta límites increíbles. Los apegos son los grilletes que nos atenazan.

Estamos programados de tal manera que nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto otro, no puedo ser feliz. Este es el callejón sin salida en que estamos.

Tú eres feliz. Sólo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. No tienes que hacer nada, no puedes hacer nada para conseguir la felicidad, sencillamente porque ya la tienes. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea (Tony de Mello).

Sólo con salir de toda clase de codicia y ambición, llegaría la felicidad. Aún sin tener nada de lo que ambicionamos normalmente, podríamos ser inmensamente felices. En cambio, aquello en lo que ponemos la felicidad, puede ser nuestra prisión.

En realidad no queremos la felicidad. Queremos seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible e inmediato. Esto es lo que nos mata.

Meditación-contemplación

 

Codiciar es desear con ansia lo que no tiene verdadero valor.

Lo correcto sería poner todo nuestro empeño en conseguir lo esencial.

Solamente una justa valoración evita la codicia.

Estás fallando si te quita el sueño lo secundario.

.........................

 

Me debo ocupar de las necesidades materiales;

pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.

El único camino es tomar conciencia de lo que soy.

El tesoro no está en el cielo, sino dentro de mí.

....................

 

Dentro de ti está la plenitud, está la felicidad. Descúbrela.

Necios somos si nos empeñamos en buscarla fuera.

No la encontraré en las cosas de este mundo,

pero tampoco en un cielo o en un Dios fuera de mí.

 

sábado, 23 de julio de 2022

Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 11, 1-13) –24 de julio de 2022

 Lucas 11, 1-13

Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos".

Entonces Jesús les dijo:

"Cuando oren, digan: 

'Padre, santificado sea tu nombre,
venga tu Reino,
danos hoy nuestro pan de cada día
y perdona nuestras ofensas,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo aquel que nos ofende,
y no nos dejes caer en tentación' ".

También les dijo: "Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: 'Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle'. Pero él le responde desde dentro: 'No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados'. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.

Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?''

ReflexionesBuena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Pidan, busquen, toquen; es la invitación-anuncio que nos hace hoy la Palabra. Nos llena de esperanza leer que el que pide recibe, el que busca encuentra y al que toca se le abrirá.  Para pedir, es importante saber lo que necesitamos; para buscar, es necesario saber lo que hemos perdido y para tocar, debemos saber quién está detrás de la puerta.

Estas llamadas nos mueven a la acción, a la perseverancia en nuestro deseo y en nuestras iniciativas.

Pidamos a Dios que nos ayude a saber qué necesitamos, qué perdimos y que sepamos cuál es la puerta en que hay que tocar. #FelizDomingo

Pidamos unidos con la toda la Iglesia en México por la justicia y la paz, esa que urgentemente necesitamos y hemos perdido hace años. Que sepamos tocar en los corazones de los violentos y de las autoridades responsables garantizarla en México. Recordemos hoy a todos y a todas las víctimas de violencia.

“(...) el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Un conocido maestro de oración de nuestros tiempos, Anthony de Mello, se refiere a la oración de petición con estas palabras: "La oración de petición es la única forma de oración que Jesús enseñó a sus discípulos; de hecho, es prácticamente la única forma de oración que se enseña explícitamente a lo largo de toda la Biblia. Ya sé que esto suena un tanto extraño a quienes hemos sido formados en la idea de que la oración puede ser de muy diferentes tipos y que la forma de oración más elevada es la oración de adoración, mientras que la de peti­ción, al ser una forma «egoísta» de oración, ocuparía el último lugar. De algún modo, todos hemos sentido que más tarde o más temprano hemos de «superar» esta forma inferior de oración para ascender a la contem­plación, al amor y a la adoración, ¿no es cierto? Sin embargo, si reflexionáramos, veríamos que apenas hay forma alguna de oración, incluida la de adoración y amor, que no esté contenida en la oración de peti­ción correctamente practicada. La petición nos hace ver nuestra absoluta dependencia de Dios; nos enseña a confiar en Él absolutamente" (De Mello, Contacto con Dios).

El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en nuestras peticiones porque el Padre sabe lo necesita­mos antes de pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin embargo, no deja de insistir que debemos pedir, como puede comprobarse en el texto que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. Lo más típico de la oración de Jesús, por lo que registran los evangelistas, parece ser la oración de petición. Jesús no sólo pide en su oración, sino que nos enseña a pedir. Lo que hemos llamado la Oración del Señor o el Padrenuestro, es una cadena de siete peticiones que se van desprendiendo del 'Padre nuestro'. La petición nos hace tomar conciencia de nuestra radical dependencia de Dios; nos recuerda nuestro límite y la generosa misericordia de Dios que se nos revela en Jesús. Esto aparece aún más claro cuando la petición más repetida de Jesús en los textos evangélicos es "que no se haga mi voluntad sino la tuya", o el "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no es si pedimos, sino qué pedimos en nuestra oración, porque por allí suele estar el problema. Muchas veces no pedimos que se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos conviene en una situación determinada, sino que pedimos lo que nosotros creemos que más necesitamos. Cuando el Señor dice que pidamos con insistencia, nos recuerda que lo que tendríamos que pedir sería el Espíritu Santo: “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”

Entonces, recordemos siempre lo que nos dice el Señor: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre”. La oración de petición nos pondrá en contacto con nuestros límites y hará que nos relacionemos con el Señor desde nuestra pequeñez. No dejemos de pedir, ni pensemos que la oración de petición es de inferior calidad a otras formas de encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir el Espíritu Santo, para que nos ayude a entender los planes de Dios y a ponerlos en práctica.

 

NECESITAMOS ORAR

José Antonio Pagola

Quizá la tragedia más grave del hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Se nos está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones abandonan las prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión interior. A veces la excluimos prácticamente de nuestra vida.

Pero no es esto lo más grave. Parece que las personas están perdiendo capacidad de silencio interior. Ya no son capaces de encontrarse con el fondo de su ser. Distraídas por mil sensaciones, embotadas interiormente, encadenadas a un ritmo de vida agobiante, están abandonando la actitud orante ante Dios.

Por otra parte, en una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento o la utilidad inmediata, la oración queda devaluada como algo inútil. Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la oración perteneciera al mundo de «la muerte».

Sin embargo necesitamos orar. No es posible vivir con vigor la fe cristiana ni la vocación humana infra alimentados interiormente. Tarde o temprano la persona experimenta la insatisfacción que produce en el corazón humano el vacío interior, la trivialidad de lo cotidiano, el aburrimiento de la vida o la incomunicación con el Misterio.

Necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.

Necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos. Necesitamos orar para vivir ante Dios en actitud más festiva, agradecida y creadora.

Felices los que también en nuestros días son capaces de experimentar en lo profundo de su ser la verdad de las palabras de Jesús: «Quien pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».

 

DIOS ES INFINITAMENTE MÁS QUE PADRE Y MADRE

Fray Marcos

 

El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su cultura.

Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión.

Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros.

Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis... ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lucas.

Padre. En el AT se llama a Dios padre. Sin embargo, el “Abba” es la clave del evangelio. Se pone una sola vez en labios de Jesús, pero con tal rotundidad, que se ha convertido en señal de su mensaje. El llamar a Dios Papá supone sentirse niño pequeño, que no sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que tiene que hacer. La petición debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo lo que necesito y está dándomelo.

Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.

Por aplicar a Dios solo la idea de padre, le hemos aplicado también la idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir de Él. Uniendo el concepto de padre y el de madre, superamos la trampa del paternalismo y nos obligamos a ampliar el abanico de atributos que le podemos aplicar.

No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es.

Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT se manifiesta en numerosas ocasiones que la tarea fundamental del buen judío era dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa plenitud en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.

Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte ni está aquí ni está allí, “está dentro de vosotros”. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga realidad. Se trata de un ámbito en el que todos los seres humanos puedan desplegar su humanidad.

Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.

Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia descubrimos muchas referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería ridículo que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Si en Él no hay tiempo, no puede hacer o dejar de actuar.

No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente, que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el latín apuntan a que “no nos induzca a pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo.

 

domingo, 17 de julio de 2022

Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10, 38-42) – 17 de julio de 2022

 

Lucas 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.
El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hoy la Palabra nos muestra a Abraham, a Marta y María, son anfitriones del Señor. Abraham sin titubeos se ocupa de la situación, pone en movimiento a la gente en torno a él y agasaja a sus invitados. Marta por su parte, se instala en la preocupación y en el afán solitario, con angustiada deja de atender lo que es importante. María por su parte se detiene y escucha.

Somos interpelados sobre nuestro actuar cotidiano, ¿nos ocupamos o nos preocupamos? Si creemos que podemos hacerlo todo y controlarlo todo, terminaremos en ese estéril estado que es la pre-ocupación; vivimos angustiados e irritados por lo que podría suceder, o lo que sucede y no controlo. Podríamos vivir también una suerte de “ocupación” neurótica llena de reclamos, agotamiento y soledad, sin saber permanecer. Hay que saber ocuparnos, con rasgos de María, es decir, capaz de detenerse y escuchar, de admirar y acoger, esto no es ineficacia, sino una actitud para enfrentar la cotidiano de la vida. 

¿Cómo estás viviendo? ¿ocupado o preocupado? ¿En medio de presiones, agotamiento y problemas, sabes detenerte para acoger y escuchar? ¿A qué te invita el Señor este domingo?

“Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas (...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Si no recuerdo mal, hace algunos meses circuló por la Internet una historia de un maestro que llegó al salón de clase con una vasija de cristal muy grande y la llenó de piedras delante de sus alumnos. Al terminar de llenarla, preguntó a los estudiantes: ¿Creen que esta vasija está llena? Si. Respondieron todos al tiempo. Entonces el maestro sacó del maletín una bolsa con un poco de piedrecitas y las fue dejando caer dentro de la vasija por entre los espacios que dejaban las piedras más grandes. Volvió a preguntar el maestro: ¿Ahora sí creen que esta vasija está llena? Hubo un momento de duda y respuestas encontradas. El maestro sacó entonces una bolsa con arena y la fue depositando lentamente en la vasija. Poco a poco la arena fue llenando los espacios que dejaban las piedras grandes y las pequeñas. Por fin, el maestro preguntó. ¿Esta vez si está llena la vasija? Alguien se atrevió a decir que no. De modo que el maestro sacó una botella con agua y fue regando todo el contenido hasta llenar prácticamente la vasija. No recuerdo si ya con esto quedaba llena del todo la vasija, porque se me ocurre que podría agregarse algo de anilina para pintar el agua, o agregar un poco de sal que siempre está dispuesta a disolverse en el agua.

Al final de la historia el maestro pregunta a los estudiantes, ¿cuáles son las piedras más grandes de sus vidas? Si no las colocamos al comienzo, después no habrá espacio para ellas. Es fundamental definir prioridades y saber qué es lo que no puede dejarse por fuera de nuestros horarios, calendarios, agendas y programaciones. Si nos ocupamos de lo urgente, es muy probable que dejemos lo más importante por fuera de nuestra vida. Algo de esto es lo que le pasa a Marta, en el evangelio de hoy.

“Jesús siguió su camino y llegó a una aldea donde una mujer llamada Marta lo hospedó. Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: –Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar”.

No es que Jesús quiera patrocinar la pereza de María. Tampoco quiere despreciar el esfuerzo de Marta en el cumplimiento de los deberes domésticos. Pero Jesús sí quiere señalar unas prioridades y distingue entre lo importante y lo urgente. Lo que estaba haciendo María era ‘escuchar lo que él decía’. Muchas veces nuestro activismo no nos da tiempo para sentarnos a escuchar al maestro en un rato de oración, o para escuchar a los demás. Cuánto tiempo dedicamos a escuchar a los que viven con nosotros. Muchas veces tenemos cosas que decir, pero no las decimos porque no vemos disposición en los demás para sentarse, tranquilamente, a ‘perder’ un poco de tiempo escuchando a los demás o a Dios.

Zenón de Elea, varios siglos antes de Cristo, decía: “Nos han sido dadas dos orejas y una sola boca, para que escuchemos más y hablemos menos”. Recordar esta experiencia de Jesús con Marta y María debería interrogarnos sobre nuestras prioridades y tendríamos que revisar si hemos colocado en su lugar las piedras más importantes, antes que las urgentes...

 

EL MAESTRO INTERIOR

José Antonio Pagola -

Mientras la jerarquía católica insiste en la necesidad del «magisterio eclesiástico» para instruir y guiar a los fieles, sectores importantes de cristianos orientan hoy su vida sin tener en cuenta sus directrices. ¿Hacia dónde nos puede conducir este fenómeno? La cuestión inquieta cada vez más.

Algunos teólogos creen necesario recuperar la conciencia del «magisterio interior», tan olvidado entre los cristianos. Se viene a decir esto: de poco sirve insistir en el «magisterio jerárquico» si los creyentes –jerarquía y fieles– no escuchamos la voz de Cristo, «Maestro interior» que sigue instruyendo a través de su Espíritu a quienes de verdad quieren seguirlo.

La idea de Cristo «Maestro interior» arranca del mismo Jesús: «No llaméis a nadie maestro, porque uno es vuestro Maestro: Cristo» (Mateo 23,10). Pero ha sido sobre todo san Agustín quien lo ha introducido en la teología reivindicando con fuerza su importancia: «Tenemos un solo Maestro. Y bajo él somos todos condiscípulos. No nos constituimos en maestros por el hecho de hablaros desde un púlpito. El verdadero Maestro habla desde dentro».

La teología contemporánea insiste en esta verdad demasiado olvidada por todos, jerarquía y fieles: las palabras que se pronuncian en la Iglesia solo han de servir de invitación para que cada creyente escuche dentro de sí la voz de Cristo. Esto es lo decisivo. Solo cuando uno «aprende» del mismo Cristo se produce «algo nuevo» en su vida de creyente.

Esto trae consigo diversas exigencias. Antes que nada para quienes hablan con autoridad dentro de la Iglesia. No son los propietarios de la fe ni de la moral cristiana. Su misión no es enjuiciar y condenar a las personas. Menos aún «echar fardos pesados ​​e insoportables» a los demás. No son maestros de nadie. Son discípulos que han de vivir «aprendiendo» de Cristo. Solo entonces podrá ayudar a otros a «dejarse enseñar» por él. Así interpela san Agustín a los predicadores: «¿Por qué gustas tanto de hablar y tan poco de escuchar? El que enseña de verdad está dentro; en cambio, cuando tú tratas de enseñarte sales de ti mismo y andas por fuera. Escucha primero al que habla por dentro, y desde dentro habla después a los de fuera».

Por otra parte, todos hemos de recordar que lo importante, al oír la palabra del magisterio, es sentirnos invitados a volvernos hacia dentro para escuchar la voz del único Maestro. Nos lo recuerda también san Agustín: «No andes por fuera. No te desesperes. Adéntrate en tu intimidad. La verdad reside en el hombre interior». Es aleccionadora la escena en que Jesús alaba la actitud de María, que, «sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra». Las palabras de Jesús son claras: «Solo una cosa es necesaria. María ha escogido la parte mejor».

 

DEBEMOS SER MARTA Y MARÍA

Fray Marcos

Si queremos entender el verdadero sentido del texto, no debemos olvidar el contexto en el evangelio de Lucas. Enmarcado dentro del viaje a Jerusalén, este relato intenta determinar el perfil de quienes quieren seguir a Jesús. Durante esa subida, va formando a sus discípulos. Lucas es el único que relata este episodio y no es casualidad que una vez más se sienta interesado en resaltar la importancia de la mujer en la vida de Jesús. No debemos interpretar el texto como una condena de la actitud de Marta. Es solo el contrapunto para resaltar la necesidad que todo cristiano tiene de escuchar al unico Maestro.

No tiene ningún sentido haber sacado de este relato una distinción entre la vida contemplativa y la vida activa. Mucho menos si, en vez de distinción, lo que se pretende es una oposición. Tampoco aparece por ninguna parte la pretendida superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa. No es correcto interpretar este evangelio como proclamación de cristianismo a dos velocidades: 1ª los de la vida contemplativa, 2ª los que se dedican a la vida activa. Parece que el primero que levantó esta falsa mentira fue Orígenes y durante 18 siglos hemos seguido corriendo detrás de un señuelo de trapo.

El domingo pasado terminó el evangelio con esta frase: “Anda, haz tú lo mismo”. Del evangelio se deduce que no se puede dar cuenta de un amor a Dios directo, que no se refleja en el amor a los demás. Aplicado a tema que nos ocupa, no puede haber auténtica contemplación que no se manifieste en la acción. Tampoco puede haber una acción verdaderamente espiritual que no surja de la contemplación. Claro que puede haber acciones buenas sin contemplación, pero serán solo programas, que no nos enriquecerán espiritualmente. Y puede haber contemplación sin acción, pero será siempre una falsa ilusión.

Debemos superar la aparente contradicción del evangelio. En otro lugar dice Jesús: “el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre necio, que edificó su casa sobre arena”. Edificar sobre roca es escuchar y obrar en consecuencia. Por lo tanto, nada más lejos puede estar este relato de un espiritualismo desencarnado. Eso sí, para actuar con verdadero sentido espiritual, debemos primero escuchar a Jesús y descubrir en su vida y enseñanzas los motivos de la acción. Esto, que parece tan sencillo, es la clave del mensaje de Jesús. Todo lo que no sea entrar por este camino, será engañarnos.

Marta, al quejarse, no tiene en cuenta lo que María está haciendo. Solo tiene en cuenta las consecuencias de esa actitud que le perjudica. Jesús no critica a Marta por estar ocupada, sino por estar preocupada e inquieta por realidades materiales que tienen muy poca importancia. Tampoco dice que lo que hace sea malo. Fijaos, que dice: “María ha escogido la parte mejor; lo cual significa que lo que hacía Marta era también bueno. El mensaje es que toda acción verdaderamente cristiana debe nacer de la contemplación.

Todos tenemos que ser a la vez, Marta y María. No es fácil mantener el equilibrio. En un árbol frutal, ¿qué es lo más importante, las raíces o el fruto? La pregunta es absurda. Sin las raíces es impensable el árbol. Sin los frutos, el árbol sería completamente inútil. Es muy fácil resbalar hacia una u otra dirección. En todas las épocas ha habido místicos que despreciaron el trabajo y hombres y mujeres de acción que despreciaron como inútil la contemplación.

El maestro Eckhart tiene una interpretación desconcertante de este relato. Suponiendo que la primera consecuencia de una escucha de la Palabra sería el servicio y descubriendo que Marta ya está cumpliendo esa tarea, deduce que Marta adelanta a María porque ella ha escuchado y ya está cumpliendo. Viniendo esta reflexión de uno de los más grandes místicos de todos los tiempos, nada sospechoso de menospreciar la contemplación, debemos tomar muy en serio esta advertencia. La contemplación es lo primero, pero no es más importante.

A la luz de este relato, se abre una nueva perspectiva para la mujer. María, es aceptada por Jesús como interlocutora válida. Tal vez sea el relato más subversivo de todo el evangelio. “Sentada a los pies de Jesús escuchaba su palabra”. María está allí como discípula. Esto trastoca todos los valores en que estaba fundada la sociedad de la época. Algunos dichos rabínicos nos dan una pista de lo que pensaban de la mujer: “El que enseña la Torá a una mujer, le enseña necedades”. “Mejor fuera que desapareciera en las llamas la Torá, antes de ser entregada a la mujer”. “Maldito el padre que enseña a su hija la Torá”.

La mujer tiene que crecer como ser humano. Tiene que descubrir que humanizarse es más importante que todas las tareas asignadas a la mujer. Jesús invita a las mujeres a desarrollar sus valores espirituales. La actitud de María ayuda a Jesús a descubrir todo eso. Vio que había adquirido unos valores espirituales que a él mismo le servían de referencia. Después de esto, Jesús está en condiciones de responder a la mujer que le hizo una alabanza: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Pero él responde: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". No es el parir el valor fundamental de la mujer, aunque el varón sigue empeñado en mantener esta valoración.

Esta actitud de Jesús para con la mujer se manifiesta también en otros muchos lugares del evangelio. El comportamiento de Jesús con la mujer está completamente libre de misoginia o antifeminismo. Ni asomo de miedo al sexo o machismo, ni siquiera paternalismo. Los evangelios nos dicen que en el grupo de seguidores había también mujeres. Los relatos de la mujer adúltera, la pecadora, la Magdalena, la Cananea, la Hemorroisa, nos indican esa preocupación constante por la mujer, que en su tiempo estaba completamente marginada. Lástima que esa actitud de Jesús haya quedado relegada al olvido en la Iglesia que sigue manteniendo, después de dos mil años, una ideología machista.

El Concilio Vaticano II rechazó toda forma de discriminación por razón de sexo como contraria al plan de Dios; pero a renglón seguido nos demuestra, en la práctica, que eso no tiene vigencia en la institución. Las mujeres, que se sintieron comprendidas y liberadas por Jesús, siguen siendo discriminadas por sus sucesores. La opresión de las mujeres en la Iglesia es solo una manifestación externa de la represión de lo femenino en la jerarquía. Es hora de superar un patriarcado ciego, inconsciente y fanático. Si la mujer hubiera tenido algo que ver en las decisiones de la Iglesia, no se habrían cometido tantas barbaridades.

No es que el cristianismo haya incrementado la marginación de la mujer, pero sí ha mantenido actitudes ancestrales que habían sido superadas por Jesús. Lo que los cristianos hemos hecho con la mujer no es solo mantener una mala costumbre. Con el evangelio en la mano podemos afirmar que es una injusticia en toda regla. Contra esa injusticia no sólo tienen que luchar las mujeres, tenemos que luchar todos; y no por hacer un favor a la mujer, sino porque es un despilfarro de energías prescindir de un plumazo de más de la mitad de sus miembros a la hora de buscar soluciones a sus problemas.

 

sábado, 9 de julio de 2022

Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10,25-37) – 10 de julio de 2022

 

Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?" El doctor de la ley contestó: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso'.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?'' El doctor de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús le dijo: "Anda y haz tú lo mismo". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 Hay dos modos de vivir, con Dios y sin Dios. El primero implica cumplir sus mandamientos, nada inalcanzable, sino puestos en nuestra boca y corazón para poder cumplirlos. Y, ¿en qué consiste cumplirlos? En amar, en ser prójimo; en detenernos ante aquellas o aquellos que han sido heridos y yacen tirados a la orilla del camino, en auxiliarlos, en hacernos cargo, en ser hermanos.

Justo en la simplicidad del cumplimiento, reside su complicación. La llamada es simple, pero incómoda; de riesgo, de entrega de uno mismo, de libertad para poner a quien nos necesita por encima del propio bienestar. Ante esto, podemos optar por mutilar el mensaje de Jesús y quedarnos sólo en el "a ti mismo", así preferimos cosas más "complicadas" pero cómodas, exigencias que no impliquen incomodarme, arriesgarme, entregarme, amar; cosas más de forma que de contenido, cosas donde no hay otros, sólo yo y mi obsesión por el "mi mismo". Esa ruta, está empedrada de neurosis y vacío.

Hoy la la Iglesia nos ha convocado a un primer paso de un itinerario que iremos recorriendo en México, al que somos llamados los hombres y mujeres que queremos la paz. Hoy en cada Iglesia recordaremos a sacerdotes, religiosos y religiosas que han sido víctimas en México de la violencia. Joaquín y Javier en Tarahumara, se toparon con un herido, con una víctima de "salteadores" y sin dudar se hicieron prójimos, se pusieron a su lado y "perdieron" con él la vida. Tenemos una llamada, todos y todas, la Iglesia, a ser una Iglesia comunidad de prójimos, que sabe detenerse, incomodarse y salirse del camino para ponerse al lado de las y los heridos.

Oremos este domingo por la paz, una paz que hay que construir ya, todas y todos viviendo con Dios, es decir amando, siendo prójimos. #FelizDomingo 

 “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace varios años, en una asamblea familiar en el barrio El Consuelo, leímos la parábola del buen samaritano que nos presenta la liturgia este domingo. Después de escuchar el texto bíblico, le pregunté a los presentes qué habían entendido. Una señora bastante mayor tomó la palabra y recapituló el contenido de la parábola diciendo: «Resulta que un hombre iba por un camino y fue asaltado por unos ladrones que lo dejaron medio muerto. Poco tiempo después pasó por allí un sacerdote y al ver al herido, dio un rodeo y siguió su camino. Luego pasó un jesuita e hizo lo mismo. Luego pasó un samaritano y se compadeció del herido, lo curó y lo ayudó». Todos los presentes quedamos impresionados con el excelente resumen que nos había hecho la señora. Lo único que hubo que corregir fue que el segundo personaje que dio un rodeo para esquivar al herido no había sido un jesuita sino un levita. Pequeña diferencia, pero significativa, teniendo en cuenta que yo estaba allí presente.

Cuando leemos esta parábola, tenemos la tentación de pensar en los malos que dieron un rodeo para no ayudar a este hombre. Su comportamiento nos parece el colmo. Nos escandalizamos interiormente de esa falta de sensibilidad y solidaridad. Lo que hizo el Espíritu Santo, a través de esta señora, fue proponerme la pregunta por mi prójimo de una manera cruda y directa. La pregunta me quedó clavada entre el corazón y las tripas. Eso mismo sintieron todos los presentes esa noche. Dios nos estaba invitando a revivir la escena, no desde la barrera, sino haciéndonos un personaje más, implicándonos vitalmente en la parábola. Tuvimos que reconocer que más de una vez habíamos seguido de largo ante los heridos que Dios había puesto en nuestro camino. Un pequeño lapsus que no dejó de cuestionarnos hondamente.

Junto a esto, hay otro elemento que me parece que suele perderse de vista con cierta facilidad al leer esta parábola. Normalmente pensamos que fue el buen samaritano el que salvó al herido. Sin embargo, aunque esto es parte de la verdad, no es sino la mitad de ella. La verdad completa es que el herido también salvó al samaritano, pues fue él quien hizo posible que este hombre, considerado despreciable por los judíos, hubiera permitido brotar de su interior lo mejor de sí mismo, haciéndose prójimo de su hermano maltratado y despojado por los bandidos. Podríamos decir que el sacerdote y el levita no se dejaron salvar por el herido. Despreciaron esta maravillosa oportunidad que Dios les daba para hacerse mejores seres humanos, a la medida de Dios.

No olvidemos que toda esta historia la contó Jesús para explicarle a un mañoso maestro de la ley, que venía a ponerlo a prueba para ver si sabía qué se debía hacer para alcanzar la vida eterna. El hombre sabía muy bien lo que debía hacer: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero para enredar al Señor, le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” Entonces vino la historia. Pidamos para que nosotros no nos vayamos a enredar con elucubraciones sobre quién es nuestro prójimo y reconozcamos que muchas veces hemos hecho rodeos para no encontrarnos con los prójimos malheridos que no sólo habríamos podido salvar, sino que se habrían podido convertir en nuestra mayor fuente de salvación.

DOS CONSIGNAS DE JESUS

José Antonio Pagola

​​La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con «compasión», pero pensaba sobre todo en los dirigentes religiosos.

En la cuneta de un camino peligroso un hombre asaltado y robado ha sido abandonado «medio muerto». Afortunadamente, por el camino llega un sacerdote y luego un levita. Ambos pertenecen al mundo oficial del templo. Son personas religiosas. Sin duda se apiadarán de él.

No es así. Al ver al herido, los dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos es como si aquel hombre no existiera: «Dan un rodeo y pasan de largo», sin detenerse. Ocupados en su piedad y su culto a Dios, siguen su camino. Su preocupación no son los que sufren.

En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita. No viene del templo ni pertenece siquiera al pueblo elegido. Es un despreciable «samaritano». Se puede esperar de él lo peor.

Sin embargo, al ver al herido «se le conmueven las entrañas». No pasa de largo. Se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las cura y las venda. Luego lo lleva en su cabalgadura hasta una posada. Allí lo cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo.

Es difícil imaginar una llamada más provocativa de Jesús a sus seguidores, y de manera directa a los dirigentes religiosos. No basta que en la Iglesia haya instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda la Iglesia la que ha de aparecer públicamente como la institución más sensible y comprometida con los que sufren física y moralmente.

Si a la Iglesia no se le conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que haga y lo que diga será bastante irrelevante. Solo la compasión puede hacer hoy a la Iglesia de Jesús más humana y creíble.

 

EL REINO ES VIDA, QUE SURGE DE LA VIDA

Fray Marcos

Hoy la primera lectura nos da la clave para entender el evangelio. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene “voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser” simplicísimo. Lo que Dios espera es que despleguemos esas posibilidades (exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. ¡Cuánto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta simple verdad!

El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había, y sigue habiendo, mucho que aclarar. Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no escrita que llevamos todos dentro y que hay que descubrir.

Solo Lucas narra esta parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser religioso, siendo más humanos. No basta tener muy buenas relaciones con el Dios del templo, aunque sea sacerdote o levita, hay que hacerse prójimo. La parábola nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo y poner en el centro al otro.

Cuando pregunto, ¿Quién es mi prójimo?, presupongo que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él.

La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende de las circunstancias. Este es el fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad. Cumplo lo mandado pero no me involucro en la situación del otro. Lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada…

El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse del otro. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios.

La parábola, no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos.

Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda, como una urgencia. Soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada, pero rechazo instinti­vamente al que se me impone sin mi consentimiento.

Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser humano se está manifestando su presencia.

Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque los fotones los traviesan. Solo cuando los fotones tropiezan con la materia, puedo descubrir los reflejos de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a Dios solo en la medida que amo a sus criaturas.

Hay una frase que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo, pero que es verdadera: "el amor bien entendido empieza por uno mismo". Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí, es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro algo distinto de mí, que me estorba, y no encontraré motivos para amarlo.

Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser, y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad, Dios, que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que no soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor.

El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. La religión que me permite vivir sin preocuparme de los demás será siempre falsa.

 

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...