sábado, 30 de marzo de 2024

Domingo de Pascua – La Resurrección del Señor – Ciclo B (Reflexión)

Domingo de Pascua – La Resurrección del Señor – Ciclo B (Juan 20, 1-9) – marzo 31, 2024
Hechos 10,34.37-43; Salmo 117; 1 Corintios 5,6-8



¡Feliz Pascua! … este domingo es el más importante del año, el que da sentido a todos y cada uno de los días del año: ¡Jesucristo ha resucitado!

Evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Reflexión:

¿Dónde está Jesús?

Jesús no está en el sepulcro, es primer testigo, María Magdalena, se pregunta quién se lo llevó y dónde está; confirman Pedro y Juan, el sepulcro está vacío… finalmente entendieron lo que se le había dicho: el Señor Jesús, resucitó.

La Resurrección es el triunfo del Señor (cfr. Sal 117); triunfo de la vida, sobre la muerte; del bien sobre el mal; de la luz, sobre la obscuridad; de la esperanza, sobre el derrotismo.

Como los apóstoles, hay que salir corriendo, para decirle a los demás que, “el que pasó haciendo el bien, sanando a los oprimidos” está vivo… ¡ha resucitado!

Citando al Papa Francisco: “En Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo. Apresurémonos también nosotros a crecer en un camino de confianza recíproca: confianza entre las personas, entre los pueblos y las naciones. Dejémonos sorprender por el gozoso anuncio de la Pascua, por la luz que ilumina las tinieblas y las oscuridades“ (Mensaje Urbi el Orbi, 9 de abril de 2023)

Hoy, y cada día tenemos que dar testimonio de que Él vive en nosotros, que sus enseñanzas siguen vigentes, para dar vida… que creyendo en el resucitado, somos salvados de lo que nos aparta de la vida (vicios y maldad), así como los apóstoles, que dejaron solo a Jesús, tuvieron la oportunidad de reparar su falta, nosotros también podemos, tener la vida que nos trae la Resurrección.

Jesús, camino, verdad y vida, nos ha mostrado con su ejemplo, que la vida triunfa sobre la muerte.

¿Dónde encontrar al Cristo resucitado? ... ¿Qué tiene que resucitar en mí?... ¿A dónde tengo que ir, para reconocer a Jesús resucitado?

 

#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí.

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Domingo de Pascua – La Resurrección del Señor – Ciclo B (Profundizar)

 Domingo de Pascua – La Resurrección del Señor – Ciclo B (Juan 20, 1-9) – marzo 31, 2024 
Hechos 10,34.37-43; Salmo 117; 1 Corintios 5,6-8


Evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Reflexiones Buena Nueva

Aferrémenos con fuerza de la mano del Resucitado, que nos saca junto con él de nuestras "tumbas".

Dios nos regale en esta Pascua un corazón inquieto como el de María Magdalena, que no se resigna, que no se queda quieto. Un corazón valiente y fiel, dispuesto y enviado. 

#FelizPascua #FelizDomingo

Ha resucitado, no está aquí”

San Ignacio de Loyola, en el número 299 de los Ejercicios Espirituales, afirma que la primera aparición del Señor resucitado fue a María, su madre: “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿También vosotros estáis sin entendimiento?)”. Inspirados en este texto, imaginemos cómo pudo ser esta aparición…

El primer día de la semana, María amaneció en casa de José de Arimatea. Todos los discípulos del Señor y él mismo se quedaban allí cuando subían a Jerusalén. Todo era desorden cuando venían a la fiesta de la Pascua; nadie hacía ningún trabajo el día sábado, a no ser María que no dejaba de recoger túnicas y mantos y de asear un poco la casa para que se pudiera caminar de un lugar a otro. Esa mañana María se levantó muy temprano; todavía tenía su corazón oprimido y sus ojos le ardían de tanto llorar. Había pasado todo el sábado orando al Altísimo por su hijo.

María se levantó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue a la cocina atravesando el salón que estaba invadido por los apóstoles; todos dormían y se escuchaba una hermosa sinfonía de ronquidos que dirigía Pedro, el más ruidoso. Comenzó a encender el fuego con algunos palos secos que había guardado desde el viernes anterior; quería tenerles algo caliente para cuando todos se levantaran. Cuando comenzó a amasar un poco de harina para preparar el pan, se acordó de Jesús a quien le gustaba comerse la masa sin cocinar; lo aprendió de José y decía que la levadura era mejor que creciera dentro de uno y no dentro del horno. En ese momento alguien golpeó a la puerta; era Jeremías, el pastorcito, que traía un poco de leche que mandaba su papá. María recibió la leche y el pequeño Jeremías comenzó a ayudarle a amasar la harina, con la esperanza de poder comer un poco de pan tan pronto estuviera listo; en ese momento llegó la Magdalena para convidar a María a ir al sepulcro a embalsamar al Señor. María le dijo: «Ve tu adelante; apenas acabe de preparar el pan para estos muchachos y les deje algo caliente para el desayuno, te sigo». La Magdalena se fue apresuradamente.

Tan pronto estuvo el primer pan, el pequeño Jeremías lo tomó y, quemándose las manos, le dio un beso a María y salió corriendo lleno de gozo. María sintió que su corazón le ardía y volteando la mirada hacia la cocina vio a Jesús comiéndose la masa sin cocinar. Tuvo miedo y dudó un momento, pero Jesús le dijo: «No te disgustes porque me como el pan sin cocinar; tu sabes que fue una costumbre que me dejó papá». En ese momento María se abalanzó sobre Jesús para abrazarlo. Jesús la besó en la frente y le dijo: «Cuida a éstos, mis hermanos; sé para todos ellos lo que fuiste para mi; sé para ellos su madre siempre». Entonces María dijo: «Alabo al Señor con toda mi alma y canto sus maravillas. (...) Porque el pobre no será olvidado ni quedará frustrada la confianza de los humildes» (Salmo 9). Después, Jesús se quedó mirándola con cariño y le dijo: Anímalos y cuida de ellos; recuérdales mis palabras: «Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le llega la hora del dolor. Pero cuando nace la criatura, no se acuerda del dolor por su alegría de que un hijo llegó al mundo. Así también ustedes ahora sienten pena, pero cuando los vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría y nadie podrá quitarles esa alegría» (Jn. 16, 21-22). Y diciendo esto, Jesús desapareció.

María quedó llena de gozo, pero no se atrevió a despertar a los apóstoles por miedo a que no le creyeran. Ella siguió su oficio, cuando llegó la Magdalena gritando que el cuerpo del Señor había sido robado; con ella llegaron otras mujeres afirmando lo mismo. Los apóstoles se despertaron asustados y salieron corriendo a mirar lo que decían las mujeres; «todo lo encontraron como ellas habían dicho, pero al Señor, no lo vieron» (Lc. 24, 24b). Volvieron a la casa y discutían entre ellos, mientras María les servía; ella guardaba todo en su corazón, los animaba a mantener la esperanza, les recordaba las palabras de Jesús y los servía con el cariño de una madre.

DIOS ES MÁS FUERTE QUE LA MUERTE

El mensaje de la Resurrección es la coronación de la Buena Noticia del Reino. El anuncio comenzó en Navidad, con los mismos símbolos: la luz en medio de la noche; Jesús, el que librará al pueblo de sus pecados. Hoy el mensaje se culmina con la luz surgiendo de la noche, Jesús más fuerte que la muerte y el pecado, por la fuerza del Espíritu.

La resurrección de Jesús no fue un espectáculo triunfal contemplable con los ojos. Nadie fue testigo del hecho de la resurrección. Los testigos serán testigos de Jesús, de que está vivo y es el Señor. La fe en Jesús es ante todo fe en el crucificado, en que ni la muerte ni el pecado han podido con Él. Los testigos lo son ante todo porque son testigos del poder de Dios, y de que Dios estaba con Él.

Pablo nos da la dimensión más importante. No se trata sin más de la resurrección de uno de nosotros, aunque sea el Primero, el que está lleno del Espíritu. Se trata de la resurrección de todos. La fuerza del Espíritu hace Jesús vivo y Señor a pesar de la cruz y de la muerte. La misma fuerza del Espíritu hace nuestra vida nueva, más fuerte que la muerte y que el pecado.

La Resurrección es la fiesta de la Liberación: hemos sido liberados del temor; no tememos ni a la muerte ni al pecado. No tememos a la muerte porque hemos visto en Jesús que no acaba con nuestra vida. No tememos al pecado, porque hemos visto que Jesús acoge a los pecadores y come con ellos, y hemos entendido que contamos con la fuerza de Dios, que es nuestro médico.

Y, con todo eso, no tememos a Dios, porque Jesús ha destruido al juez implacable y ha revelado al Padre, cuyo amor hemos conocido precisamente en Jesús crucificado.

Pero hemos sido liberados también del mundo y sus seducciones: hemos visto en Jesús un modo de vida resucitada, sirviendo sólo al Reino, es decir, a los hijos; hemos visto en Jesús al hombre liberado por el Espíritu: liberado de la codicia, de la vanidad, del orgullo, de la venganza, de la necesidad de placer...

Nos sentimos criaturas nuevas. La vida anterior, esclavizada al mudo y sus seducciones, nos parece cosa de muertos. Y sabemos que nuestra vida es camino hacia la plena resurrección, que se ha realizado ya en nuestro Primogénito y se va realizando en nosotros.

La eucaristía es esta noche más que nunca, profética: es una reunión de resucitados que aún no lo están del todo, pero que celebran de antemano, todavía en camino, el Banquete final de todos los resucitados en la casa del Padre.

Resuenan en la eucaristía las palabras de Jesús en su cena de despedida: "Ya no beberé más el fruto de la vid hasta que lo beba con vosotros en el Reino de mi Padre".

Jesús resucitado es el mismo; el que salva de los pecados, el que es fiel a sus amigos, el que cuenta con sus fallos, el que valora ante todo el amor de los que le siguen.

Como última consideración, más evidente y sencilla, pero muy significativa: los primeros testigos, los encargados de llevar el mensaje a los discípulos, son las mujeres y, entre ellas, con relevancia especial, María Magdalena.

DOMINGO 1º. DE PASCUA

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Juan lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente, limitada, finita y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no puede afectarla para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el más mínimo rastro, el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes solo eran germen.


Meditación-contemplación
Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.
Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.

sábado, 23 de marzo de 2024

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B (Reflexión)

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B 
Isaías 50, 4-7; Salmo 22; Filipenses 2,6-11

Con el domingo de Ramos, inicia la Semana Santa, para acompañar a Jesús, desde su llegada a Jerusalén, durante la última cena con sus discípulos, su pasión y muerte en la cruz, que son paso hacia la Resurrección,

Evangelio según san Marcos 14, 1-15,47

Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: “No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse”.

… (continuar la lectura del evangelio en https://bit.ly/pasionCicloB)

Reflexión:

¿Acompaño a Jesús, o lo dejo solo?

Jesús llega a Jerusalén, sin “aferrarse a las prerrogativas de su condición divina” (Fil 2,6-11), o sea como ser humano, para cumplir con la misión encomendada por su Padre: salvarnos.

·        Mucha gente lo recibe, a la entrada de la ciudad, por lo que han escuchado en su predicación, por las obras realizadas, a favor de la gente (sobre todo en los más necesitados y descartados de su tiempo), porque les dio esperanza…

·        Con su llegada a Jerusalén, sabe que “el fin” es inminente; llega con la sentencia de muerte, planeada por aquellos que, desde el poder “religioso” se sintieron amenazados por su forma de ser, al proteger y re-dignificar a los más débiles…

·        Durante la cena de la pascua judía (liberación de la esclavitud de Egipto), muestra a sus discípulos que, es el servicio a los demás, por amor y con humildad, la manera de hacer el bien…

·        Nos deja, en el compartir el pan (hoy, la celebración de la eucaristía), un signo, para recordar su misericordia, enseñanzas y entrega, por nosotros...

·        Sus discípulos lo abandonan, Pedro lo niegan y Judas lo traiciona…

·        Atrapado, azotado, y en injusto juicio público, quienes lo vitorearon, ahora, manipulados de manera colectiva, lo rechazarán y condenarán, cómplices de las autoridades…

·        Jesús, “sin oponer resistencia” (cfr. Is 50, 4-7), entrega su vida, por fidelidad a Dios y solidaridad con los seres humanos…

·        Muere y es sepultado

Solo queda esperar, en silencio, el triunfo de la Vida.

 

¿Quiénes son hoy los crucificados de este mundo? ... ¿Hasta dónde soy capaz de entregar mi vida, por los ellos?... ¿Cómo mantenerme fiel al Reino de Dios, a pesar de las adversidades?

 

#RecursosParaVivirMejor 

Para profundizar, leer aquí.

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B (Profundizar)

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B 
Isaías 50, 4-7; Salmo 22; Filipenses 2,6-11 



Evangelio según san Marcos 14, 1-15,47

Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: “No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse”.

… (continuar la lectura del evangelio en https://bit.ly/pasionCicloB)

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 

#DomingoDeRamos La fiesta, se transforma en crisis, la esperanza, en confusión. Hoy iniciamos la celebración con los ramos en la mano, alabamos y bendecimos al Señor; hacemos memorial de la alegría de su llegada y la esperanza que despertó. Luego, somos colocados por el profeta Isaías ante el escandalo de la pasión. Se nos narra en la Palabra la mayor expresión del poder de Dios: volverse vulnerable, despojarse de su rango para asumir nuestra condición. Este es el itinerario de nuestra propia vida: alegría y esperanza, crisis y confusión. Hagamos conciencia del ramo que empuñamos, que no es amuleto, sino disposición; disposición para recorrer los días santos haciendo memorial de nuestros propios momentos de muerte y también de resurrección. Llenemos de simbolismo estos ramos, que expresen el momento de nuestra vida y el reconocer que Cristo llegó. #felizdomingo


Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse” 

Un joven piadoso renunció a todos sus bienes y se consagró al servicio de Dios. Se fue al desierto a buscar a un anciano sabio que llevaba allí muchos años y tenía fama de santo. Cuando el joven encontró al sabio le dijo: “He entregado todas mis posesiones a los pobres y me he consagrado completamente a Dios. Pero tengo una duda: ¿Me voy a salvar?” El sabio se le quedó mirando y le respondió tajantemente: “¡No! No te vas a salvar”. El joven quedó desconcertado y confuso, porque no se esperaba una respuesta tan dura; de modo que volvió a insistir: “Pero he sido generoso y quiero seguir siéndolo. No entiendo por qué no me voy a salvar”. Entonces, el anciano le dijo: “No te vas a salvar. A ti te van a salvar...

Esta constatación se hace presente en la vida del creyente más tarde o más temprano. En los comienzos de la vida cristiana, especialmente cuando se ha vivido un proceso rápido de conversión, la persona siente que sus méritos le dan el derecho de sentirse salvado. Sin embargo, una de las mejores señales de que se va avanzando en el camino de la fe, es la conciencia de que no son nuestras obras las que nos convierten en justos, sino la gracia y la bondad de Dios la que nos regala la salvación.

Esta conciencia la tenía Jesús. A lo largo de este amplio texto de la Pasión, según san Marcos, queda claro que Jesús no se sentía dueño de la salvación, sino que la recibía como regalo de su Padre Dios. Incluso, los que pasaban delante de la cruz lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Decían: –Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. ¡Qué baje de la cruz ese Mesías, Rey de Israel, ¡para que veamos y creamos! Y hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban”.

Pero Jesús se sabía en las manos de Dios y confió en él hasta el final. Incluso el grito desesperado que le oyeron los testigos de este suplicio, tenía detrás una experiencia de confianza, como bien lo anota el papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica que escribió al comienzo del nuevo milenio: “Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado que Jesús da en la cruz: «“Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?” –que quiere decir– “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”» ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angustioso «por qué» dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto conmovedor se sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa el Salmo: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste… ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro!» (Salmo 22 (21), 5.12)” (Novo Millenio Ineunte – 2001).

¿Nos sentimos dueños de la salvación? ¿Confiamos en la acción de Dios aún en medio de las contradicciones? Esto es compartir hoy la Pasión del Señor para la salvación del mundo.

 

EL GESTO SUPREMO 

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabe a qué se exponen si sigue insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Es imposible con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores» sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesa cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.

Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un esclavo despreciable, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas


Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora, que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el último servicio de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Para los seguidores de Jesús, celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamado a vivir como Jesús, solidarizándonos con los crucificados.


DIOS NI CONSINTIÓ NI QUISO Y MENOS AÚN EXIGIÓ LA MUERTE DE JESÚS PARA PERDONARNOS 

Aunque la liturgia comienza con el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén, no podemos pensar que fue una entrada triunfal. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para rendir a Jesús. La subida a Jerusalén por la fiesta de Pascua se hacía siempre en grupo (un pueblo, una familia o una facción). Era siempre una romería, y esto implicaba fiesta y alegría (cantar, bailar, agitar ramos u otros objetos vistosos). Lo narran los cuatro evangelios, pero en Mt y Jn encontramos la verdadera razón del relato: para que se cumpla la Escrituras, “mira a tu Rey que viene…”.

Lo verdaderamente importante, en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos que nos quieren trasmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús, que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuáles fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. La Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso atrás y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que siempre estamos acomodando nuestra conducta para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado no es más que egoísmo camuflado.

Los textos que han llegado a nosotros no son de fiar porque están escritos desde una visión pascual de la pasión y muerte y no pretenden informarnos de lo que pasó sino darnos una teología sobre los hechos. Hoy sabemos que le mataron a los romanos por miedo a un levantamiento contra Roma. Pero lo que sabemos sobre Jesús no da pie para pensar que fuese un sedicioso. Lo más probable es que los jefes religiosos dieran a Pilato argumentos para que pensara que Jesús podía ser un peligro real para el imperio.

La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas ya su persona, por intentar purificar su religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos, escribas y sacerdotes no eran gente depravada que se opusieron a Jesús porque era bueno. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos se encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre. Su muerte manifiesta lo radical de la oposición.

Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo. La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de la Ley y el culto del templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra, los signos de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunciaron a las autoridades que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

Nunca podremos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darte cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida, es el dato que debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido y defenderlo, aun a costa de su vida.

No se puede pensar en la muerte de Jesús, desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos en el mito del Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo. Ni podemos ofender a Dios ni Él se puede sentir ofendido.

Para los discípulos la muerte fue el revulsivo que los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguió como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pude conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona ya descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacernos.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda la vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar la plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.



sábado, 16 de marzo de 2024

V Domingo de Cuaresma – Ciclo B (Reflexión)

 V Domingo de Cuaresma – Ciclo B (Juan 12, 20-33) – marzo 17, 2024 
Jeremías 31,31-34; Salmo 50; Hebreos 5,7-9

Quinto domingo de Cuaresma: hay que transformarse para dar vida…

Evangelio según san Juan 12, 20-33

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: "Señor, quisiéramos ver a Jesús".
Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y Él les respondió: "Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: `Padre, ¿líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre". Se oyó entonces una voz que decía: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo". De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: "Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

Reflexión:

¿Qué necesito transformar en mi?

En esta última semana de Cuaresma, la liturgia nos pone ante lo inminente de la Semana Santa: la Resurrección de Jesús, la vida; en el evangelio de hoy se nos recuerda como Jesús “anuncia” su muerte y lo que ella trae, ¡la vida nueva!

Si fuéramos curiosos, como los griegos del texto, buscaríamos a Jesús, para más que verlo, conocerlo, y así tener acceso a la forma en Él nos salva. Jesús, con sus enseñanzas, nos muestra como tener vida, una vida nueva y mejor, lo que alcanzaríamos si el fruto de nuestro proceder fuera para el bien propio y de la comunidad.

La promesa de la salvación se concreta en Jesús, con su entrega y fidelidad al Padre, quien solo desea lo mejor para cada uno. La salvación humana, siempre tan esperada (hasta este tiempo), pareciera que no la quisiéramos, ya que no hacemos caso a las voces que dicen que “andamos mal” y seguimos “rompiendo con la alianza”, del bien común, de la fraternidad, justicia y paz, que el Padre desea para nosotros.

Para salvarnos, para salvar nuestra vida, en síntesis, lo que nos toca es:

·      Reconocer nuestras faltas (pecados), contra nosotros mismos y los demás… Enmendar la manera en que nos relacionamos con la gente… Dejar atrás, nuestros egoísmos y soberbias... Morir a lo anterior, que es lo que nos quita vida…

·      Acercarnos a Jesús, en la oración, en la reconciliación, pedir perdón y un corazón puro… para poder ser reflejo de Jesús, en lo que decimos y hacemos.

·      Conocerlo, amarlo y seguirlo…

Por su parte, el Padre y el Hijo, ya nos han dado la guía “para ser y hacer el bien” (el evangelio, la buena noticia), sembrando la semilla, que muere, se transforma y da mucho fruto.

¿Cómo transformar mi corazón, en uno que haga el bien?... ¿Qué puede obstaculizar mi transformación personal?... ¿Qué frutos urgen en mi vida y en mi entorno?

 

#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

V Domingo de Cuaresma – Ciclo B (Profundizar)

 V Domingo de Cuaresma – Ciclo B (Juan 12, 20-33) – marzo 17, 2024 
Jeremías 31,31-34; Salmo 50; Hebreos 5,7-9


Evangelio según san Juan 12, 20-33

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: "Señor, quisiéramos ver a Jesús".
Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y Él les respondió: "Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: `Padre, ¿líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre". Se oyó entonces una voz que decía: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo". De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: "Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

Reflexiones Buena Nueva

Transformarnos en lo nuevo es dejar morir la vieja condición; así, la semilla muere en su condición de semilla y surge en su condición de planta; en su desarrollo seguirá en ella presente el ciclo de lo vivo y lo muerto, hojas que caen y hojas que nacen, flores que se secan y frutos nuevos. Esta es realidad inevitable de nuestra propia vida: alegrías y tristezas, enfermedad y salud, fácil y complicado, estabilidad y crisis, etc. La Palabra hoy, nos ayuda a situarnos ante esta realidad de nuestra vida. No hay que entender que Dios quiere o nos manda nuestros sufrimientos, pero contrario a lo que nos hace creer el mundo de que éstos es mejor no asumirlos, haciéndonos los locos y empecinados, hoy somos llamados a reconocerlos y abrazarlos; no como quien los ama, sino como quién los asume y sabe que de ello, saldrá transformado. 

¿Cuáles son tus sufrimientos, la cruces o cruz que cargas? Mira esta realidad de tu vida, sabiendo que Dios tiene contigo una Alianza inquebrantable. Afirma tu alianza con Él para disponerte a ser perdonado, renovado.

Oremos con salmista: "Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso".

#FelizDomingo

¡Si alguien quiere servirme, que me siga !” 

Una de las meditaciones más típicas de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola lleva por nombre: “El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey eternal”. Esta meditación comienza proponiéndole al ejercitante que imagine “las sinagogas villas y castillos por donde Cristo nuestro Señor predicaba”. Enseguida, san Ignacio le sugiere a la persona que hace los Ejercicios que pida “gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, sino presto y diligente para cumplir su santísima voluntad”.

Una vez se han establecido el escenario y la petición, san Ignacio propone dos partes en esta meditación; la primera es poner delante a un “rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos los hombres cristianos”. El ejercitante debe imaginar cómo este rey habla a los suyos y los invita a conquistar toda la tierra de infieles, diciéndoles: “quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo, ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos”. Termina esta parte haciendo que el ejercitante se pregunte qué cree él que deben responder “los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano” (desde luego, liberal aquí significa generoso). La respuesta parece obvia; por tanto, añade san Ignacio, “si alguno no aceptase la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero”. La segunda parte del ejercicio consiste en aplicar el ejemplo del rey temporal a Cristo nuestro Señor, conforme a los tres puntos anteriores: un rey que invita, un proyecto y la respuesta que debería suscitar.

El mundo está luchando contra una pandemia que nos ha golpeado de una manera terrible, tanto en lo que se refiere directamente a la salud, como a otros aspectos económicos, sociales, familiares… La situación que vivimos nos ha cambiado completamente la vida. Tenemos delante imágenes del dolor del mundo. Dolor que se ha agravado por todos los efectos de la pandemia. La guerra, la desigualdad, la injusticia, los sufrimientos de todos los que ser ven obligados a migrar, la desolación que sufre la creación entera en un mundo que perdió su rumbo, nos invita a todos a unirnos en una causa común en favor de una vida más digna para todos. La situación actual nos recuerda que nos salvamos todos o perecemos todos. Somos navegantes en una misma barca. Muchas personas han respondido con gran generosidad en la emergencia que vivimos. Hay mucho dedicados al cuidado de la salud de otros, voluntarios que trabajan por aminorar el dolor de quienes huyen de la muerte y la desolación que trae la guerra, tantos seres humanos que consagran su vida a servir con sus propias vidas a los más pobres en las naciones más maltratadas por la historia.

La invitación de Jesús es a entregar la propia vida antes de levantar un dedo contra otro ser humano, aún en defensa propia. Y es una invitación que lo implicó a él desde lo más radical de su propia existencia. No es un proyecto para los otros, sino que él mismo lo asumió primero y supo hacer realidad lo que dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva”. El rey eternal nos sigue llamando a seguirlo en la pena, para participar en su gloria.

NO SE AMA IMPUNEMENTE 

No Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta dolorosa solidaridad hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

TU VIDA BIOLÓGICA ES SOLO UN MEDIO PARA ALCANZAR LA VERDADERA VIDA 

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotonda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse cuenta. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede realizarse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra sentido pleno cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabajo en lenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario; solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomas conciencia de esto y has perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, presentará el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento muy agitado; ¿Qué voy a decir? “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocados en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensible protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro de mí está empujando a la entrega a los demás, pero debe superar a la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.


Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

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