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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – (Reflexión)


 Domingo XXIV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 15, 1-32) – septiembre 14, 2025 
Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50 / 1 Timoteo 1, 12-17


Hoy, el evangelio nos presenta como es nuestro Padre, con tres parábolas.

Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’».

Reflexión:

¿Quién me busca, cuando me pierdo?

Ante la realidad de que los seres humanos somos pecadores, esto es, que nos equivocamos al hacer elecciones en nuestra vida, somos “cabeza dura”, creamos diosecitos e ídolos a nuestra medida (cfr. Éx 32, 7-11. 13-14), somos blasfemos, maltratamos y violentamos a las creaturas de Dios, hombres y creación (cfr. 1 Tim 1, 12-17)… nuestro Padre del Cielo, es bueno, es misericordioso con nosotros.

En las parábolas del evangelio, nosotros somos los pecadores a quien Jesús recibe y con quien comparte comida (eucaristía); somos la oveja o moneda perdida, nos busca; somos el hijo que pide y despilfarra la herencia, o el hijo envidioso … y él, nuestro Padre hace fiesta, cuando nos dejamos encontrar y volvemos a Él; somos valiosos, somos sus hijos y lo único que desea es nuestro bien.

Podemos fallarle, pero él, siempre nos espera con los brazos abiertos.

¿Cómo me hace sentir la misericordia de Dios Padre?... ¿Qué tan compasivo soy con quién se equivoca?... ¿Me esfuerzo en regresar al camino del bien, como me enseña Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo

alfredo@ccrrsj.org

#RecursosParaVivirMejor

www.ccrrsj.org

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-24C-250914

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – (Profundizar)

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 15, 1-32) – septiembre 7, 2025
Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50 / 1 Timoteo 1, 12-17



Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’».

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hoy escuchamos las parábolas de la misericordia y, a través de ellas, Jesús nos cuenta cómo es Dios. Dios es misericordioso, tiene la iniciativa de buscarnos, y cuando nos encuentra, nos trae de vuelta para curarnos, levantarnos, restaurarnos y perdonarnos; todo por una simple razón: porque somos suyos. 

La Palabra de hoy también nos narra a nosotros mismos; como aquel hijo aventurero, creemos que con lo que ya tenemos nos basta y que no necesitamos de Dios. Mientras tenemos saldo, no nos acordamos de Él, ni nos arrepentimos. Como aquel hijo ingrato, también nos hace volver el hambre, no el arrepentimiento; y a Dios, no le importa, ya nos busca, ya nos espera, y cuando nos mira regresar, sin reclamos nos perdona y devuelve todo lo que derrochamos. Ese amor gratuito resulta un escándalo, pues no hay que ganarlo, ni siquiera hay que pedir perdón, pero esa es la experiencia que provoca la auténtica conversión. 

Preguntémonos ¿Cuándo te has sentido gratuitamente amado? ¿quién te ha amado sin que te hayas tenido que ganar su amor? ¿cómo has experimentado en tu vida el perdón de Dios? Quien tiene conciencia de la misericordia, puede recibir con paz el perdón; y solo quien se sabe y reconoce inmerecidamente perdonado, también puede amar y otorgar perdón, así, gratis, sin reclamos, sin condiciones, como lo hace Dios.

Pidamos a Dios, este domingo de la misericordia, dar y recibir amor.

#FelizDomingo

(...) hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte (...)

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Ya habían pasado las 9 de la noche cuando llegué a la casa cansado por el día de trabajo y de estudio que terminaba. Me llamó la atención oír ruido al acercarme al apartamento. Le pregunté al portero qué pasaba. Me contó que mi hermano menor había llegado y cómo mi papá y mi mamá habían organizado una fiesta para recibirlo. Habían invitado a algunos vecinos y familiares a comer. Quedé sorprendido porque ya habían pasado tres años desde el día en que mi hermano se había marchado sin dejar el menor rastro. Antes de desaparecer, había hecho sufrir mucho a mis papás, porque en su afán por conseguir con qué comprar la droga que lo tenía esclavizado, había ido desmantelando la casa de todo tipo de electrodomésticos y objetos de cierto valor. Lo último que hizo, antes de irse, fue robarse los pocos ahorros que mis papás habían logrado reunir a lo largo de toda la vida de sacrificios y esfuerzos. 

Sentí mucha rabia al saber que se había organizado una fiesta para recibir a este zángano que no sabía sino gastar lo que otros trabajaban. Me negué a entrar. Mi papá y mi mamá salieron para tratar de convencerme de que me uniera a la fiesta. Confieso que mi reacción fue muy dura con ellos: “De ninguna manera pienso aprobar con mi presencia la alcahuetería de ustedes con este vago que no ha hecho otra cosa que hacerlos sufrir, primero con sus vicios y robos, y luego con una ausencia de tres años sin dar la menor señal de vida. ¿No se dan cuenta de lo que están haciendo? Le están diciendo que todo lo que hizo estuvo bien y que puede seguir con lo mismo siempre. En lugar de educarlo y hacerle ver su error, lo que están haciendo es premiarlo por lo que hizo. ¿Cuándo han organizado ustedes una fiesta para celebrar mis cumpleaños con mis amigos? Me he pasado la vida aquí al lado de ustedes sin desacatar la más mínima orden, estudiando y trabajando para ayudar a sostener los gastos de la casa, y nunca me lo han agradecido. En cambio, ahora, llega este muchachito y convierten esto en una fiesta”. 

Los argumentos que me dieron no me convencieron. Decían de todas las formas que estaban contentos porque el hijo que se les había perdido había aparecido y que se alegraban por saber que estaba vivo el que ya daban por muerto. No lo podía creer. Era algo que desbordaba mi capacidad de comprensión. No entendía cómo podía ser posible que hubieran olvidado los muchos ratos amargos que habían tenido por su culpa, antes y después de su desaparición tres años atrás. Estoy seguro de que ustedes también comparten mis sentimientos y no tendrían agallas para celebrar la llegada de un hijo o un hermano que se hubiera portado así con la familia. No me cabe en la cabeza que haya alguien que no sienta lo mismo que yo. Después de todo, Dios no nos pide cosas que estén por encima de nuestras capacidades. Las parábolas que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra son la manera como Jesús quiso revolucionar radicalmente la imagen de Dios que tenían sus contemporáneos. En lugar de un Dios justiciero y castigador, Jesús nos presenta un Dios que se alegra más por la conversión de un solo pecador, que por noventa y nueve justos que no necesitan cambiar nada de su vida. ¿Nuestra imagen de Dios se parece más al del hijo mayor que no es capaz de perdonar, o al padre que se alegra por encontrar al que estaba perdido?

EL OTRO HIJO  

José Antonio Pagola

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído casi siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre sin imitar la vida desordenada de su hermano lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «Se indigna y se niega a entrar» en la fiesta. Nunca se ha marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota, dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos, pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada de su hermano. Jesús concluye su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, practicantes y alejados, matrimonios bendecidos por la Iglesia y parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos e hijas, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad solo de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El «hijo mayor» nos interpela a quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo los que no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

NO DEBEMOS BUSCAR A DIOS NI ÉL NOS BUSCA

Fray Marcos

Hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús, porque los aceptaba tal como eran. Los fariseos y letrados se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está en contra del sentir excluyente de los fariseos.

Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación. El problema está en que entendemos a Dios como pastor de un rebaño, como dueño de unas monedas o como padre defraudado que espera que el hijo cambie de postura ante Él.

Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios. Dios no nos tiene que buscar porque para Él nadie está perdido. Está siempre identificado con cada uno de nosotros y no puede cambiar esa actitud. Nosotros olvidamos esta realidad y vivimos como si nada tuviéramos con Él.

Sé que tengo la batalla perdida, pero no dejaré de pelear. Llevamos veinte siglos sin aceptar al Dios de Jesús y adorando al dios del AT y de los fariseos. El dios que premia a los buenos y castiga a los malos no es el Dios de Jesús. El Dios que esta esperando a que nosotros nos portemos bien para amarnos, no es el Dios de Jesús. Dios es solo amor.

Olvidamos algunos detalles de las parábolas. La oveja no tiene que hacer nada para que el pastor la encuentre, mucho menos la moneda. Pero el caso del hijo es todavía peor. ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí me muero de hambre! Lo que le empuja a volver a la casa del padre es un interés rastrero y egoísta.

Seguimos creyendo que nuestras actitudes condicionan la acción de Dios y eso es una barbaridad. En Dios el amor es su esencia (capacidad de identificarnos con Él) y no puede dejar de amar un instante a una de sus criaturas. Si dejara de amar dejaría de ser Dios.

Es ridículo querer comprender a Dios poniendo como ejemplo la bondad de los seres humanos. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido. Dios es don absoluto y total desde antes que empezara a existir.

Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno puede o no hacer. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es una aberración incompatible con el espíritu de Jesús.

Para nosotros la máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios, tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa que el otro me ha causado. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Es amor.

Pensar que si Dios me ama igual cuando soy bueno que cuando fallo, no merece la pena esforzarse, es ridículo. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, infinita y eterna, pero tengo que aceptarla. La actitud de Dios debe ser el motor de cambio en mí. Dios no va a cambiar porque yo cambie de actitud con Él.

 

jueves, 4 de septiembre de 2025

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo XXIII de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – septiembre 7, 2025 
Sabiduría 9, 13-19 / Salmo 89 / Filemón 9b-10. 12-17


Este domingo, quiero comenzar expresando mi gratitud a Don Rodrigo Villasana López, quien falleció hace ocho días y ahora descansa en la Casa del Padre.

“Don Rodrigo”, como le decía, hace casi cuatro años me invitó a escribir un artículo sobre religión, para este periódico; me insistió por unos cuatro meses antes de que aceptara el reto (no soy escritor), hasta que finalmente me dijo: “joven amigo, se la pongo fácil, escriba una reflexión sobre el evangelio dominical, comenzando esta Cuaresmal…” y desde entonces han sido 140 entregas a la fecha de hoy…

Don Rodrigo, gracias por invitarme e impulsarme a escribir esta columna semanal, gracias. Descanse en Paz.

Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. 

Reflexión:

¿Cómo seguir a Jesús?

Hoy la Palabra nos invita a reconocer que seguir a Jesús es una decisión radical y sabia. No basta con cálculos humanos; necesitamos la luz de Dios para orientar nuestra vida y poder comprender el sentido de esta. Como leemos en la primera lectura (Sab 9, 13-19): “¿Quién conocerá lo que Dios quiere?” (para cada uno de nosotros). Por eso pedimos su Espíritu, porque es Él quien ilumina nuestros pasos.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos enseña el discernimiento de espíritus (como hemos hablado en las semanas anteriores), y así podemos ver la vida con los ojos de Dios, para reconocer cuando es su espíritu, el BUEN ESPÍRITU, el que nos guía y no el mal espíritu, que nos aleja de lo que Dios quiere para nosotros. Guiados por el Buen Espíritu, es como adquirimos un corazón sensato y sabiduría, para no gastar la vida en lo que no vale la pena (cfr. Sal 89).

Es la sabiduría de Dios, la que transforma nuestra persona y nos hace reflejar su amor y cercanía fraternal en las relaciones interpersonales; donde está el espíritu de Dios, desaparece la esclavitud, el egoísmo y la desigualdad y aparece la fraternidad, como lo describe San Pablo en la segunda lectura (Fil 9b-10. 12-17).

“Si alguno quiere seguirme…” entonces tendrá que poner a Jesús en el centro, incluso por encima de afectos y posesiones. Ignacio nos invita a la indiferencia ignaciana (EE 23): no a la indiferencia fría, sino a la libertad interior para elegir lo que más nos conduce al fin para el cual hemos sido creados: “alabar, hacer reverencia y servir a Dios”, es decir ir por el camino que él mismo ha seguido “pobreza, oprobios (cruz) y humildad” … acompañar a Jesús en su camino, implica su entrega y su amor hasta el extremo; es asumir las consecuencias de vivir según el Evangelio: resistir la injusticia, ser fiel en el servicio, aceptar incomprensiones, es vivir el amor que se solidariza con quien lo necesita.

¿Dónde descubro hoy que necesito la sabiduría de Dios y no mis propios cálculos?... ¿Qué “apegos” o seguridades debo soltar para seguir más libremente a Jesús?... ¿Cuál es la cruz que hoy estoy llamado a cargar con amor, junto a Cristo, para más amar y servir?

 

Alfredo Aguilar Pelayo

alfredo@ccrrsj.org

#RecursosParaVivirMejor

www.ccrrsj.org

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-23C-250907

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XXIII de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – septiembre 7, 2025 
Sabiduría 9, 13-19 / Salmo 89 / Filemón 9b-10. 12-17


Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. 

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva


#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hoy la Palabra nos presenta unas exigencias que aturden: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. “Quien no carga con su cruz”, “quien no renuncia a todos sus bienes”, tampoco puede ser discípulo de Jesús. Estas exigencias en boca de Jesús nos dejan confundidos. Respiremos, encontremos el mensaje de fondo que expresan estas exigencias: LIBERTAD. Para ser auténticamente discípulos de Jesús, necesitamos extirpar los apegos, es decir, eso en que fundamos nuestra seguridad y “felicidad”: cosas, personas, proyectos, e incluso, a mí mismo. Desplazar a Dios del centro de nuestras vidas, provoca el desorden de nuestros afectos; nos llenamos de miedos y comenzamos a poseer lo que deberíamos solo amar, somos dominados por la inseguridad, la avaricia y los celos. Cuando Jesús es colocado al centro, cuando Él es nuestro principio y fundamento, se nos ordena todo, y entonces, somos libres y aunque carguemos una cruz, somos valientes y seguros, alegres, capaces del amor generoso y verdadero. 

Seguir a Jesús no es cosa fácil, no basta con voluntad, requerimos que Él nos envíe sabiduría y su Espíritu. ¿Soy libre? ¿Qué temo? ¿qué tengo en mi vida por fundamento?

Pidamos a Dios su gracia, que nos ayude a ponerlo a Él, sólo a Jesús, al centro, para que amemos a todos y todo, de un modo nuevo. 

#FelizDomingo

Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Una amiga religiosa, escribe de vez en cuando sus experiencias espirituales en forma de poemas. Hace algunos meses me envió estos versos que me parece que nos pueden ayudar a entender lo que hoy nos presenta el evangelio: 
Quiero bajar de nuevo a tu bodega, 
para darte mi amor, ser toda entrega 
y embriagarme de ti, pues son mejores 
y más suave que el vino tus amores.
  
No acercaré mis labios a otra fuente 
para calmar mi sed, mi sed ardiente 
ni volveré a beber otros licores 
que el vino embriagador de tus amores. 
 
Mira que vengo como cierva herida 
ve que me entrego a Ti, que estoy rendida 
y sacia tu mi sed, pues son mejores 
que el más sabroso vino tus amores.

“Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: ‘Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Jesús dirige estas palabras a la gente que lo seguía. No se trata de una disyuntiva excluyente. No nos pide que dejemos de querer a las personas que están más cerca de nuestro corazón. Esas personas pueden y deben permanecer en el centro de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el Señor es que nuestro amor hacia ellos no esté por encima del amor que sentimos por Él y por su reino. No puede haber nada ni nadie que distraiga el camino de seguimiento.

Las dos comparaciones que ofrece enseguida el evangelio de hoy recogen situaciones humanas muy concretas. No podemos comenzar a construir una torre si no vislumbramos claramente la posibilidad de terminarla. De lo contrario la gente se burlará de nosotros por pretender algo que no podemos terminar. Por otra parte, ningún líder militar se involucra en una guerra si no piensa que puede llegar a vencer a su enemigo con las fuerzas que tiene. Si no puede hacerle frente a su contrario, tratará de establecer condiciones de paz cuando el otro grupo está todavía lejos y no se ha entablado la batalla. “Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo”, es lo que concluye el Señor después de presentar estos dos ejemplos.

Podríamos añadir que la persona que ha probado un buen vino ya no podrá contentarse con otra bebida. Así es el seguimiento del Señor. Si nos hemos encontrado auténticamente con él, tendremos que reconocer que ya no podemos saciar nuestra sed en otras fuentes, ni habrá otros licores que sustituyan el vino embriagador de sus amores.


ÍDOLOS PRIVADOS  

José Antonio Pagola

Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autosuficiencia que se vive en la sociedad moderna. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. Su discípulo ha de subordinarlo todo al seguimiento incondicional.

No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Todos sentimos en lo más hondo de nuestro ser el anhelo de libertad. Y, sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación: el ser humano parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de bastarnos a nosotros mismos, nos pasamos la vida buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.

Cada uno buscamos un «dios» para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida: algo que nos domina y se adueña de nosotros. Buscamos ser libres y autónomos, pero, al parecer, no podemos vivir sin entregarnos a algún «ídolo», que determina nuestra vida entera.

Estos ídolos son muy diversos: dinero, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa... Cada uno sabe el nombre de su «dios privado», al que rinde secretamente su ser. Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», hemos de preguntarnos qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.

La invitación de Jesús es provocativa. Solo hay un camino para crecer en libertad, y solo lo conocen quienes se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente, colaborando con él en el proyecto del Padre: construir un mundo justo y digno para todos.

 

EL MENSAJE NO VA DIRIGIDO A LA RAZÓN

Fray Marcos

Ningún lenguaje sobre Dios podemos entenderlo al pie de la letra. Jesús nunca se predicó a sí mismo. Su oferta fue el Reino de Dios. En los relatos de hoy podemos apreciar, con toda claridad, que ya se ha dado el paso del Jesús que predica al Cristo predicado. Hoy estamos en condiciones de revertir este paso equivocado y atender al mensaje de Jesús.

1.- Posponer a la familia. Es un lenguaje que sigue considerando a Dios (a Jesús divinizado) como un Ser separado, sujeto de acciones y pasiones como los humanos. Dios no es un ser que ama a la manera humana, ni alguien a quien podemos amar como amamos a una madre. Son realidades distintas que no se oponen ni se interfieren.

Un auténtico amor a la familia me llevaría al amor de Dios. Y un verdadero amor a Dios me llevaría a amar más y mejor a mis familiares. La propuesta del evangelio, tal como está planteada, nos llevaría a la esquizofrenia absoluta. Debemos amar a la familia con toda el alma, con tal de que ese amor no sea la manifestación de un egoísmo amplificado.

2.- Cargar con la cruz. Hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Esta frase refleja el sentido que los primeros cristianos dieron a la cruz de Jesús. No es nada probable que pudiera ser dicha por Jesús.

La frase está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo. Cuando se escribió este evangelio, la comunidad llevaba ya décadas afrontando la oposición del judaísmo y del imperio.

3.- Renunciar a todos sus bienes. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos pensando en renuncia, no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser.

Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran lo que tenían a disposición de todos. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos, pero hecho con plena libertad.

Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otros.

Sobre las dos parábolas. Si me pongo a construir o declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el que va a salir perdiendo soy yo. No solo no conseguiré el objetivo, sino que perderé todo lo que he empleado en el intento. Los cristianos nos hemos conformado con rodar por la pista sin levantar el vuelo nunca.

Lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir; si no lo hacemos, ya hemos elegido.

jueves, 28 de agosto de 2025

Domingo XXII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo XXII de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 14, 1. 7-14) – agosto 31, 2025 
Eclesiástico 3, 19-21. 30-31 / Salmo 67 / Hebreos 12, 18-19. 22-24



Este domingo, la liturgia da continuidad a lo que durante esta semana que termina, hemos estado aprendiendo: como ser digno de ser parte del Reino de Dios

Evangelio según san Lucas 14, 1. 7-14

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.

Reflexión:

¿Cómo ser persona humilde y sencilla?

Jesús, el Maestro, nos enseña las actitudes indispensables para ser personas que son parte del Reino de Dios: humildad y sencillez.

Sabiendo que es lo que necesitamos, ahora dependerá de nosotros, primero, reconocer que nos falta para tenerlas y/o segundo, buscar como obtenerlas… ¡para vivirlas!

Para alcanzar la humildad, a la que estamos llamados, nos ayuda san Ignacio de Loyola con la meditación de las Dos Banderas en los Ejercicios Espirituales [136-146], en donde explica las implicaciones al seguir y permanecer con Jesús, bajo su bandera, como si fuera una escalera, con los siguientes peldaños:

                 i.     pobreza espiritual / material,

                ii.     oprobios y menos precios y

              iii.     humildad … (de donde siguen todas las virtudes)

 

Es Cristo, quien nos convoca a sus amigos, a seguirlo y vivir con humildad y sencillez, lo cual es camino contrario al del mundo, que busca poder, prestigio y éxito, que, provoca injusticias, abuso y dolor a la gente.

La Palabra de hoy, está claramente relacionada y nos ayuda a darnos cuenta de los rasgos de Dios (para aprenderlos) y que, como creaturas (seres humanos), podemos desarrollar para ser parte del reinado de su amor en nosotros y en la sociedad. Humildad y sencillez, no son adorno moral, sino estrategia espiritual para ser seguidores de Jesús y la cual nos protege de caer en el juego del mal, en vez de:

§  buscar el “primer lugar” (Lucas 14), reconocemos que el verdadero honor es servir

§  presumir (Eclesiástico 3), reconocemos que todo es don

§  de fiarnos en apariencias (Salmo 67), confiamos en un Dios cercano a los pobres

§  un Dios del miedo (Heb 12), seguimos al Cristo que llama con amor.

La humildad, antesala de todas las virtudes: es resistencia al mundo que nos dice “tienes valor si te ven, si ganas, si brillas”; es libertad, no depender de likes u opiniones de los demás, para “saber quien soy”; es elección, cada día, en lo pequeño, es escoger el camino de Cristo … el que me lleva a estar viviendo el Reino y hacerlo presente a los predilectos de Dios: pobres, lisiados, cojos y ciegos.

¿Qué cosas de mi vida me atraen hacia el orgullo, aparentar y egoísmo? … ¿Qué actitudes me invitan a caminar bajo la bandera de Cristo (humildad, sencillez, servicio)? … ¿Qué paso pequeño y concreto puedo dar esta semana para vivir bajo la bandera de Cristo?

Próximo martes 2 de septiembre, comenzamos los Ejercicios Espirituales Ignacianos en la Vida Ordinaria, tanto presenciales, en la Parroquia de María Madre de la Divina Gracias (SLP, SLP), como a distancia vía zoom… ¡anímate a participar! Informes y Registro en: https://tinyurl.com/EEvidaOrdinaria


Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – (Reflexión)

  Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – Ciclo C ( Lucas 15, 1-32 ) – septiembre 14, 2025  Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50 / 1 Timoteo 1, 12-1...