sábado, 24 de abril de 2021

IV Domingo de Pascua – Ciclo B

 IV Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – 25 de abril de 2021


#microhomilía

#HernanQuezadaSJ

La Palabra nos comunica una buena noticia: Jesús es como el buen pastor, no abandona, no huye cuando llega la amenaza; le importamos siempre y por ello nos conoce y busca que los conozcamos; da la vida por nosotros. ¡No estamos nunca solos!

Pero nosotros, que nos hemos encontrado con el amor de Dios, también hoy tenemos un llamado en la Palabra: Hay que ser como el buen pastor, es decir amar, cuidar y conocer a los demás. Aprender a compartir la vida por amor con aquellas y aquellos que se sienten solos o abandonados. Amar, cuidar, permanecer y compartir son verbos que hay que orar en este domingo. ¿Cómo, dónde y a quién estoy llamado a amar, cuidar y acompañar? O quizás necesitamos pedir al Buen Pastor, que hoy venga a mi vida, porque necesito ser cuidado, acompañado y amado. #FelizDomingo  

Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj


“Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

“Noche de luna llena en el desierto Samburu. Las Ilakir de Enkai (en lengua samburu, las estrellas que son los ojos de Dios) se han escondido. ¡Bienvenida la Hermana muerte! La fiebre me sube intensamente. No hay posibilidad de ir hasta el hospital de Wamba... Como de costumbre nuestro Toyota está dañado. Siento una intensidad grande, alegre ante la muerte. He vivido apasionada-mente el amor por la humanidad y por el proyecto de Jesús... Muero plenamente feliz... Cometí errores, hice sufrir personas... ¡Espero su perdón! Qué bueno morir como los más pobres y marginados... sin posibilidad de llegar al hospital... Qué bueno que nadie siga muriendo así. ¡Ojalá ustedes se comprometan a esto! ¡Un abrazo intenso de amor para todos y para todas!”

Estas fueron las últimas palabras que escribió, de su puño y letra, el P. Carlos Alberto Calderón, sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín, que se fue de misionero a Kenya a fines de 1994. Alcanzó a estar entre los Samburus, cerca de Barsaloi, algo más de un año. Después de unos meses de aprendizaje de la lengua, el kisamburu, y de acercamiento a esta nueva cultura que lo esperaba a sus 46 años de edad, cayó enfermo el 28 de febrero de 1996; esa noche escribió la carta de despedida que está más arriba. La fiebre le llegó a 39 grados. Dos días después fue trasladado a Wamba para ser atendido de una malaria cerebral. Ese mismo día la fiebre le subió a 42.2 grados y entró en coma. Al día siguiente, lo llevaron en una avioneta hasta Nairobi para tratarlo en una unidad de cuidados intensivos, pero el daño ya estaba hecho... Le detectaron una lesión cerebral muy severa. El lunes 25 de marzo, después de un común acuerdo para respetar el derecho a morir dignamente que Carlos Alberto había firmado y siempre había defendido, la familia le exige al médico que le desconecte todos los aparatos y no le prolongue artificialmente la vida. Así duró varios días más, debatiéndose entre la vida y la muerte. Por fin, el 5 de abril, Viernes Santo aquel año, nació definitivamente para la vida eterna, dejando entre sus familiares, amigos y conocidos, un testimonio transparente de entrega a Dios y a su pueblo.

Es curioso que en su última carta común, enviada a sus familiares y amigos en diciembre de 1995, decía: “De Nairobi, la capital de Kenya, estamos a 550 kms. (...) por carretera destapada en pésimo estado (...). A 85 kms. está Wamba, un pequeño caserío Samburu en donde un grupo italiano de solidaridad, en unión con la diócesis de Marsabit, construyó hace más de 20 años un gran hospital (...). Este hospital es un verdadero milagro de la solidaridad, aquella a la que algún escritor latinoamericano llamara ‘La ternura de los pueblos’. Si no fuera por este hospital, muchísima gente habría muerto y la población Samburu estaría diezmada, pues esta es una zona con alto riesgo de enfermedades como la Malaria, el polio, la tuberculosis, el paludismo cerebral, etc., y la asistencia en salud por parte del gobierno es pésima (...). Es precisamente en este hospital de Wamba a donde nosotros trasladamos los enfermos graves en el carro de la misión, casi el único vehículo que circula por estos lados. Allí también tenemos asistencia gratuita todos los sacerdotes, religiosas y laicos que trabajamos en la diócesis de Marsabit; les contamos esto para que se tranquilicen, pues ante algún eventual problema de salud podemos acudir a este hospital”.

Pienso en Carlos Alberto cuando leo este texto evangélico sobre el Buen Pastor: “El buen pastor da su vida por sus ovejas (...). Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. (...). El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad”. Carlos Alberto Calderón entregó su vida generosa y totalmente en la misión entre los Samburu en Kenya. Seguir al Buen Pastor es entregar la vida allí donde nos ha tocado vivir o donde Él nos envíe en misión... Porque, en último término, como dice un cantautor latinoamericano: “La vida no vale nada, si no es para perecer, porque otros puedan tener, lo que uno disfruta y ama...”.

Fuente: “Encuentros con la Palabra

 

LA NECESIDAD DE UN GUÍA

José Antonio Pagola

Para los primeros creyentes, Jesús no es solo un pastor, sino el verdadero y auténtico pastor. El único líder capaz de orientar y dar verdadera vida al ser humano. Esta fe en Jesús como verdadero pastor y guía adquiere una actualidad nueva en una sociedad masificada como la nuestra, donde las personas corren el riesgo de perder su propia identidad y quedar aturdidas ante tantas voces y reclamos.

La publicidad y los medios de comunicación social imponen al individuo no solo la ropa que ha de vestir, la bebida que ha de tomar o la canción que ha de escuchar. Se nos imponen también los hábitos, las costumbres, las ideas, los valores, el estilo de vida y la conducta que hemos de adoptar.

Los resultados son palpables. Son muchas las víctimas de esta «sociedad-araña». Personas que viven «según la moda». Gentes que ya no actúan por propia iniciativa. Hombres y mujeres que buscan su pequeña felicidad, esforzándose por tener aquellos objetos, ideas y conductas que se les dicta desde fuera.

Expuestos a tantas llamadas y reclamos, corremos el riesgo de no escuchar ya la voz de la propia interioridad. Es triste ver a las personas esforzándose por vivir un estilo de vida «impuesto» desde fuera, que simboliza para ellos el bienestar y la verdadera felicidad.

Los cristianos creemos que solo Jesús puede ser guía definitivo del ser humano. Solo desde él podemos aprender a vivir. Precisamente, el cristiano es aquel que, desde Jesús, va descubriendo día a día cuál es la manera más humana de vivir.

Seguir a Jesús como buen pastor es interiorizar las actitudes fundamentales que él vivió, y esforzarnos por vivirlas hoy desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea de construir el reino de Dios que él comenzó.

Pero mientras la meditación sea sustituida por la televisión, el silencio interior por el ruido y el seguimiento a la propia conciencia por la sumisión ciega a la moda será difícil que escuchemos la voz del Buen Pastor, que nos puede ayudar a vivir en medio de esta «sociedad de consumo» que consume a sus consumidores.

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

 

JESÚS EL ÚNICO PASTOR QUE NOS DEBE GUIAR A TODOS

Fray Marcos

Este texto está enmarcado en un contexto más amplio de polémica entre Jesús y los fariseos, después de la curación del ciego de nacimiento. Quien no entra por la puerta, es ladrón y bandido. Quien no es dueño de las ovejas, sino asalariado, no está dispuesto a dar la vida por ellas. No se trata de una propuesta anodina sino de una denuncia en toda regla. Todo poder que no se pone al servicio del pueblo es contrario a Dios. Hemos abandonado los relatos pascuales, pero no nos salimos del tema pascual, la Vida.

No es verosímil que Jesús se declarara pastor de nadie. Este evangelio se escribió setenta años después de morir Jesús y nos cuenta no lo que dijo sino lo que aquellos cristianos pensaban de Jesús. Ellos sí se sentían dirigidos por Jesús e intentaban seguir sus directrices. En el AT el título se aplicaba a Dios o a los dirigentes. En tiempo de Jesús, el pastor era, casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran miembros de la familia, incluso, cobijándolas bajo el mismo techo, llamándolas por su nombre propio. De ellas dependía el sustento de la familia.

El pastor modelo está en contraposición con el mercenario. El pastor, que es dueño de las ovejas, actúa por amor y no le importa arriesgar su propia persona para defenderlas de cualquier peligro. El mercenario actúa por dinero, las ovejas le traen sin cuidado. En (4 Esd 5,18) dice: “No nos abandones como pastor a su rebaño en poder de lobos dañinos”. La figura del lobo está en paralelo con la del ladrón y bandido, que arrebata y dispersa. Precisamente lo contrario de lo que hace Jesús, reunir las ovejas dispersas (Jn 11,52)

La imagen del pastor fue muy utilizada en el AT. Se aplicó a los dirigentes, muchas veces para llamar la atención de que no cumplían con su deber. Se aplicó al mismo Dios que, cansado de los malos pastores, terminaría por apacentar Él mismo a su rebaño. La única idea original de Jn es la de dar la vida por las ovejas. Seguramente es una interpretación de la vida y muerte de Jesús como servicio a los hombres. No se trata de un discurso de Jesús, sino de una manera de trasmitir lo que aquellos cristianos pensaban sobre él.

Yo soy el buen pastor. No se trata de resaltar el carácter de bondad o dulzura. La traducción oficial devalúa la expresión. “Bueno” en griego, sería agathos. Kalos significa bello, ideal, excelente, único en su género. Denota perfección suma. No se dice solo de las personas (el vino en la boda de Caná, Jn 2,10). Pastores “buenos” puede haber muchos. Pastor ideal solo puede haber uno. El tomar el evangelio que acabamos de oír como excusa para hablar de los obispos y de los sacerdotes no tiene ni pies ni cabeza. La tarea de los dirigentes no tiene nada que ver con lo que nos quiere decir el evangelio.

El buen pastor se entrega él mismo por las ovejas. La vida (psukhên) se identifica con la persona. En griego existen tres palabras para designar vida: “bios”, “zoê” y “psukhê”. No significan lo mismo, y por eso pueden causar confusión. Psukhên significa persona, es decir, capacidad de sentimientos y afectos. “Tithesin” no significa dar, sino poner, o mejor, exponer, arriesgar. Como pastor excelente, Jesús pone su persona al servicio de los demás durante toda la vida. Jesús se desvive por los demás.

Desvivirse: Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona (DRAE). Es exactamente lo que quiere decir aquí Juan de Jesús. La entrega de la vida física es la manifestación extrema de su continua entrega durante toda su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunica­ción plena de lo que él es. No se trata de que, por su muerte, se nos conceda algo venido de fuera. Se trata de que su Vida, puesta al servicio de todos, prende y se desarrolla en nosotros.

Conozco a las mías y las mías me conocen. No se trata de un conocimiento a través de los sentidos o de la razón. En el AT el conocimiento y el amor van siempre juntos. Ese conocimiento mutuo es una relación íntima, por la participa­ción del Espíritu. Esta reciprocidad nos lanza a años luz de la simple imagen de oveja y pastor. Este mutuo conocimiento-a­mor lo compara con el que existe entre Jesús y el Padre. La comunidad de Jesús no es una filiación externa, sino una experiencia-vivencia de amor.

Tengo otras ovejas que no son de este atrio. Sitúa Juan su evangelio en el amplio contexto de la creación. De ahí deduce la visión universalista de la misión de Jesús. Los supuestos privilegios del pueblo de Israel desaparecen. Ya en el prólogo habla de la “luz que ilumina a todo hombre”. Nada que ver con creernos elegidos o pensar en un Dios propiedad exclusiva nuestra. Todas las religiones han caído en esa trampa; la nuestra ha sido la más exagerada en esa reivindicación de una exclusividad de Dios.

Un solo rebaño, un solo pastor. La ausencia de conjunción "y" o preposición "con" entre los dos términos, indica que la relación entre Jesús y el rebaño no es de yuxtaposición ni de compañía. Jesús, como fuente de Vida, es el aglutinante que constituye la comunidad como tal. No puede ser encerrada en institución alguna. Su base es la naturaleza del hombre acabado por el Espíritu que da cohesión interior. Jesús no ha creado un corral donde meter sus ovejas; todos los hombres forman parte de su rebaño.

El dar Vida empalma con el tiempo de Pascua, porque la experiencia pascual es que Jesús les comunica Vida. Nosotros tenemos la posibilidad de hacer nuestra esa Vida. Se trata de la misma Vida de Dios. "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí". El que me come, quiere decir el que me hace suyo, el que se identifica con mi manera de ser, de pensar, de actuar, de vivir. Si Jesús es pan de Vida, no es porque lo comemos sino porque nos dejarnos comer.

En la medida que cada uno de nosotros hayamos hecho nuestra esa Vida, estaremos dispuestos a desvivirnos por los demás. El salir de sí mismo e ir a los demás para potenciar sus Vidas no depende de las circunstancias; es un movimiento que tiene su origen en esa misma Vida. El amor que nos pidió Jesús está reñido con cualquier clase de acepción de personas. No estamos acostumbrados a tener este detalle en cuenta, y así creemos que es amor lo que no es más que recíproco interés o simpatía visceral.

Meditación-contemplación

“Yo doy mi vida por las ovejas”.

No se trata de dar la vida muriendo,

sino de poner toda tu vida al servicio de los demás.

Solo lo que se da, se gana.

Todo lo que se guarda, se pierde.

Fray Marcos

 

Fuente: http://feadulta.com/

 

domingo, 18 de abril de 2021

III Domingo de Pascua – Ciclo B

III Domingo de Pascua – Ciclo B (Lucas 24, 35-48) – 18 de abril de 2021


#microhomilía

#HernánQuezada

Pienso en la estribillo de la canción "solo por miedo" de Maria Salgado: "Una vida más tarde comprenderemos, que la vida perdimos sólo por miedo". El miedo es veneno letal que nos hace perder la vida. Solemos tener miedo a no ser queridos, aceptados, valorados; a no hacerlo bien. El miedo suele llevarnos al aislamiento, a la ruptura; a vivir arrastrándonos cogidos de cosas, personas o proyectos intentando que nuestros miedos no se conviertan en realidad. Hoy la Palabra nos recuerda que el miedo nos hace no reconocer al Resucitado entre nosotros, pero el Resucitado, cuestiona las dudas de nuestro interior y tiene la iniciativa de darnos su paz.

¿Dónde lo hemos escuchado decirnos: ¡No temas; soy yo! Releamos con Él los acontecimientos que hemos atravesado y descubramos que Él ha estado con nosotros. No estamos más solos. Quien reconoce sus miedos y la presencia de Jesús en su vida no escapa ni abandona, sino que enfrenta con esperanza la realidad de su vida; vive en el amor porque cree y cumple los deseos de Dios. Dispongamonos este domingo al encuentro con el Resucitado exclamando con el salmista: ¡EN TI, SEÑOR, CONFÍO, ALELUYA!

#FelizDomingo

Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj

“¿Por qué tienen esas dudas en su corazón?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

Don Miguel de Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».

La novela se desarrolla en un pueblo legendario, Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones... No cree en la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba (...). Era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera, Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante... Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.

También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).

Fuente: “Encuentros con la Palabra

 

COMPAÑERO DE CAMINO

José Antonio Pagola –

Hay muchas maneras de obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del «fanático», que se agarra a un conjunto de creencias sin dejarse interrogar nunca por Dios y sin escuchar jamás a nadie que pueda cuestionar su posición. La suya es una fe cerrada donde falta acogida y escucha del Misterio, y donde sobra arrogancia. Esta fe no libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del verdadero Dios.

Está también la posición del «escéptico», que no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios, ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Falta en ella el dinamismo de la confianza. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir viviendo sin más.

Está además la postura del «indiferente», que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el misterio de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede proporcionarle seguridad, dinero o bienestar. Dios le dice cada vez menos. En realidad, ¿para qué puede servir creer en él?

Está también el que se siente «propietario de la fe», como si esta consistiera en un «capital» recibido en el bautismo y que está ahí, no se sabe muy bien dónde, sin que uno tenga que preocuparse de más. Esta fe no es fuente de vida, sino «herencia» o «costumbre» recibida de otros. Uno podría desprenderse de ella sin apenas echarla en falta.

Está además la «fe infantil» de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Nunca han tenido la experiencia de dialogar sinceramente con Dios, de buscar su rostro o de abandonarse a su misterio. Les basta con creer en la jerarquía o confiar en «los que saben de esas cosas». Su fe no es experiencia personal. Hablan de Dios «de oídas».

En todas estas actitudes falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir, amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados.

Según el relato evangélico, los discípulos de Emaús contaban «lo que les había acontecido en el camino». Caminaban tristes y desesperanzados, pero algo nuevo se despertó en ellos al encontrarse con un Cristo cercano y lleno de vida. La verdadera fe siempre nace del encuentro personal con Jesús como «compañero de camino».

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

 

QUE LES COSTARA TANTO CREER ES UNA GARANTÍA PARA NOSOTROS

Fray Marcos

Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben lo tendrían más reciente y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado pasa justo lo contrario.

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea, que allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn que son los últimos que escriben tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. Es claro que no tiene el sentido que hoy le damos a aparecerse.

En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos.

En Lucas todas las apariciones, y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.

Creían ver un fantasma. Los textos se empeñan en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio. No les importa la falta de lógica del relato.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. El afán por demostrar lo indemostrable les lleva a estas incongruencias y meteduras de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él".

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser.

Meditación

Jesús se hace presente en medio de la comunidad.

Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores.

Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy.

Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente.

Eso solo es posible a través del amor manifestado.

Fray Marcos

Fuente: http://feadulta.com/

 


domingo, 11 de abril de 2021

II Domingo de Pascua – Ciclo B

 II Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 19-31) – 11 de abril de 2021

 


#microhomilía

#HernánQuesadaSJ

El miedo nos hace cerrar puertas, no las de nuestra casa, sino las del corazón. En un corazón de puertas cerradas no entra ni sale nada, entonces se acrecienta la soledad y el miedo se vuelve angustia y desesperación, no hay esperanza.

El miedo nos aqueja a todos, especialmente en estos tiempos en que tenemos que mantenernos aún físicamente restringidos para cuidarnos porque estamos amenazados. Pero la Palabra hoy nos anuncia que el Resucitado se coloca en medio de los miedosos, los "encerrados" y les devuelve la paz, los envía y les da el Espíritu Santo. Los envía a reconciliar, a reconstruir a reparar. Los vuelve valientes, pues ahora se saben vinculados, "con un solo corazón y una sola alma".

¿Hemos cerrado las puertas del corazón? ¿A qué tienes miedo?   En esta Pascua recibe al Resucitado y recibe lo que solo Él puede dar: La paz.

Ser valiente no consiste en dejar de cuidarte; ser valiente es ser hombre y mujer de corazón abierto en medio de las restricciones, los cuidados y la amenaza. Ser valiente consiste en comenzar la reconstrucción de nuestra colapsada humanidad, en mantener la esperanza.

        #FelizDomingo #VacunateCuandoPuedas #SigueteCuidando #Pascua

         Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj 

 

“¡Dichosos los que creen si haber visto!”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace algunos días Seve, comentó en nuestra comunidad que un profesor del Seminario de Planificación pastoral de la Casa de la Juventud, había hecho un halago de uno de nuestros compañeros. Cuando comentó que vivía en la misma comunidad con Gonzalo Castro, el profesor dijo: «¡Ese es el jesuita más coherente que yo conozco!» A lo que Seve respondió: «¡Y yo, que vivo con él, ni me había dado cuenta!»

Este hecho me trajo a la memoria aquella historia del abad de un célebre monasterio que fue a consultar a un famoso gurú en las montañas del Himalaya. El abad le contó al gurú que en otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo occidental; sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de los monjes. Pero habían llegado malos tiempo: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. Lo que el abad quería saber era lo siguiente: «¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación?»

«», respondió el gurú, «un pecado de ignorancia». «¿Y qué pecado es ése?» Preguntó el abad. «Uno de ustedes es el Mesías disfrazado, y ustedes no lo saben». Y, dicho esto, el gurú cerró los ojos y volvió a su meditación. Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se debocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerlo? ¿Y quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos... Pero resulta que el gurú había hablado de un Mesías «disfrazado». ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenían defectos, y uno de ellos tenía que ser el Mesías.

Cuando llegó al monasterio reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías... aquí? ¡Increíble! Claro que, si estaba disfrazado... entonces, tal vez... ¿Podría ser Fulano...? ¿o Mengano, o...? Una cosa era cierta: Si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. «Nunca se sabe», pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, «tal vez sea éste...». El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.

Eso fue lo que le pasó a Tomás. Quería ver «en sus manos las heridas de los clavos» y meter su mano en su costado para poder creer. Jesús resucitado se hace presente entre nosotros de una forma tan cotidiana, que corremos el riesgo de no reconocer su presencia y pasar de largo junto a él. La Pascua es un tiempo propicio para reconocer en aquellas personas con quienes vivimos, la presencia resucitada del Señor.

Fuente: “Encuentros con la Palabra

  

NUEVO INICIO

José Antonio Pagola

Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

 

LA COMUNIDAD ENCUENTRA A JESÚS DÁNDOLES VIDA

Fray Marcos

Este relato es la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No pretenden decirnos qué pasó en Jesús sino transmitirnos su vivencia interior. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal mandato que reciben de Jesús.

Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. “El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede pasar.

Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado.

El segundo saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él les comunica es definitiva.

El verbo soplar, usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo).

El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institu­ción de la penitencia, es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por pecado era algo muy distinto.

En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia al del amor.

La referencia a "Los doce", designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad.

Hemos visto al Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso.

A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre, que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a "fuera", el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó.

La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos.

Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo.

La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo, tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque no lo vean.

El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado. Sin ese cambio no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo su misma Vida.

Meditación

Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios ya me ha dado.

No en confiar en que un día tendré lo que ahora no tengo.

Para confiar en lo que ya tengo,

primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo.

Fray Marcos

 

Fuente http://feadulta.com/

domingo, 4 de abril de 2021

Domingo de Pascua – Ciclo B

 Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 1-9) – 4 de abril de 2021

 


#microhomilía

#HernánQuezadaSJ

Nuestras vidas atraviesan inevitablemente "viernes santo", pasan por la cruz. Pero como dice el sacerdote italiano Tonino Bello, la Cruz es siempre "provisional" , la oscuridad es sienpre "provisional" dura del medio día a las 3 de la tarde, luego las nubes se van y el sol brilla de nuevo. Provisional es también tu sufrimiento, tu enfermedad, el dolor, la injusticia, la muerte; la tumba no es la morada eterna, es provisional. Esto lo recordamos en la fiesta de la Pascua, Aquel al que mataron injustamente Dios lo resucitó. Siempre Dios nos levanta, nos devuelve lo que nos arrebataron, nos devuelve la vida. Por eso estamos esperanzados en medio de cielos oscurecidos e incluso cuando nos sentimos dentro de la tumba, sabemos que esto es "provisional", lo único eterno es la verdad que Dios siempre viene a levantarnos y que la oscuridad tiene límite, sólo del medio día a las tres de la tarde.

Y ya que nos sabemos Resucitados en Cristo, mantengamos el pensamiento en alto, seamos luz con Cristo que ilumina la tinieblas, disipa miedos y anuncia que el Resucitado abrirá las tumbas, cruzará las puertas cerradas, nos dará la paz y nos enviará a ser sus testigos de esperanza en un mundo que requiere de su luz.

¡feliz Pascua!

Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj

“Ha resucitado, no está aquí”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

San Ignacio de Loyola, en el número 299 de los Ejercicios Espirituales, afirma que la primera aparición del Señor resucitado fue a María, su madre: “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿También vosotros estáis sin entendimiento?). Inspirados en este texto, imaginemos cómo pudo ser esta aparición…

El primer día de la semana, María amaneció en casa de José de Arimatea. Todos los discípulos del Señor y él mismo se quedaban allí cuando subían a Jerusalén. Todo era desorden cuando venían a la fiesta de la Pascua; nadie hacía ningún trabajo el día sábado, a no ser María que no dejaba de recoger túnicas y mantos y de asear un poco la casa para que se pudiera caminar de un lugar a otro. Esa mañana María se levantó muy temprano; todavía tenía su corazón oprimido y sus ojos le ardían de tanto llorar. Había pasado todo el sábado orando al Altísimo por su hijo.

María se levantó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue a la cocina atravesando el salón que estaba invadido por los apóstoles; todos dormían y se escuchaba una hermosa sinfonía de ronquidos que dirigía Pedro, el más ruidoso. Comenzó a encender el fuego con algunos palos secos que había guardado desde el viernes anterior; quería tenerles algo caliente para cuando todos se levantaran. Cuando comenzó a amasar un poco de harina para preparar el pan, se acordó de Jesús a quien le gustaba comerse la masa sin cocinar; lo aprendió de José y decía que la levadura era mejor que creciera dentro de uno y no dentro del horno. En ese momento alguien golpeó a la puerta; era Jeremías, el pastorcito, que traía un poco de leche que mandaba su papá. María recibió la leche y el pequeño Jeremías comenzó a ayudarle a amasar la harina, con la esperanza de poder comer un poco de pan tan pronto estuviera listo; en ese momento llegó la Magdalena para convidar a María a ir al sepulcro a embalsamar al Señor. María le dijo: «Ve tu adelante; apenas acabe de preparar el pan para estos muchachos y les deje algo caliente para el desayuno, te sigo». La Magdalena se fue apresuradamente.

Tan pronto estuvo el primer pan, el pequeño Jeremías lo tomó y, quemándose las manos, le dio un beso a María y salió corriendo lleno de gozo. María sintió que su corazón le ardía y volteando la mirada hacia la cocina vio a Jesús comiéndose la masa sin cocinar. Tuvo miedo y dudó un momento, pero Jesús le dijo: «No te disgustes porque me como el pan sin cocinar; tu sabes que fue una costumbre que me dejó papá». En ese momento María se abalanzó sobre Jesús para abrazarlo. Jesús la besó en la frente y le dijo: «Cuida a éstos, mis hermanos; sé para todos ellos lo que fuiste para mi; sé para ellos su madre siempre». Entonces María dijo: «Alabo al Señor con toda mi alma y canto sus maravillas. (...) Porque el pobre no será olvidado ni quedará frustrada la confianza de los humildes» (Salmo 9). Después, Jesús se quedó mirándola con cariño y le dijo: Anímalos y cuida de ellos; recuérdales mis palabras: «Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le llega la hora del dolor. Pero cuando nace la criatura, no se acuerda del dolor por su alegría de que un hijo llegó al mundo. Así también ustedes ahora sienten pena, pero cuando los vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría y nadie podrá quitarles esa alegría» (Jn. 16, 21-22). Y diciendo esto, Jesús desapareció.

María quedó llena de gozo, pero no se atrevió a despertar a los apóstoles por miedo a que no le creyeran. Ella siguió su oficio, cuando llegó la Magdalena gritando que el cuerpo del Señor había sido robado; con ella llegaron otras mujeres afirmando lo mismo. Los apóstoles se despertaron asustados y salieron corriendo a mirar lo que decían las mujeres; «todo lo encontraron como ellas habían dicho, pero al Señor, no lo vieron» (Lc. 24, 24b). Volvieron a la casa y discutían entre ellos, mientras María les servía; ella guardaba todo en su corazón, los animaba a mantener la esperanza, les recordaba las palabras de Jesús y los servía con el cariño de una madre.

Fuente: “Encuentros con la Palabra

 

JESÚS TENÍA RAZÓN

José Antonio Pagola

¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón.

Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando «Padre» con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier ley o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y los abusos. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu evangelio la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

Fray Marcos

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Juan lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente, limitada, finita y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no puede afectarla para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el más mínimo rastro, el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes solo eran germen.

Meditación-contemplación

Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.

Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.

También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.

Como Jesús tengo que morir al egoísmo.

Día a día tengo que morir a todo lo terreno.

Día a día tengo que nacer a lo divino.

Fray Marcos

Fuente: http://feadulta.com/

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...