jueves, 28 de noviembre de 2024

Primer Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

 Primer Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 21, 25-28) – diciembre 1, 2024 
Jer 33, 14-16 / Salmo 24 / 1 Tesalonicenses 3, 12 - 4, 2



Hoy comenzamos un nuevo Año Litúrgico – Ciclo C –, con el primer domingo de Adviento  (del latín adventus, «venida»), el cual es un tiempo de preparación para recordar y celebrar el nacimiento de Jesús, la Navidad.

Evangelio según san Lucas 21, 25-28

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Reflexión:

¿Cómo prepararme a la venida del Hijo del Hombre?

Este nuevo año litúrgico, Ciclo C – estaremos leyendo básicamente el evangelio de Lucas, quien se caracteriza con un lenguaje de universalidad, desde la cultura griega, para mostrar un Dios Padre misericordioso y compasivo; enfatiza la oración de Jesús y su amistad con pecadores, así como el interés especial en el papel que desempeñan las mujeres y los pobres. El objetivo fundamental de Lucas, es  teológico, o sea, el estudio ordenado y sistemático de los textos sagrados, la tradición y los dogmas, sobre  las enseñanzas, instrucciones y sabiduría.

A través de este nuevo tiempo litúrgico, habremos de realizar un recorrido, para conocer de qué y cómo Dios, Señor y creador de todo, nos salva: ¡de lo que no nos deja vivir una vida que valga la pena vivir!

Así pues, ya desde el antiguo testamento (Jer 33, 14-16), se escuchaba el anuncio de esperanza que los profetas daban, y el cual sigue estando vigente actualmente: El Señor nos promete justicia y derecho, y anuncia a su “vástago santo”, que nos descubre sus caminos (cfr. Sal 24), o sea, nos dice por dónde y cómo andar por la vida; depende de cada uno hacerle caso, seguir “las indicaciones” que nos enseña.

Cuando nos desviamos, eligiendo equivocadamente (fallamos en la elección de nuestras acciones), y nos dejamos guiar por nuestro egoísmo, personal y comunitario, es que vienen los abusos, las injusticias y opresiones que dañan nuestras relaciones interpersonales y generan dolor y sufrimiento en las personas: “angustia, miedo y terror” (cfr. Lc 21, 25-28) son las consecuencias.

El evangelista nos recuerda que Jesús, al anunciar su venida, o sea, nos demos cuenta de que con su presencia en nuestra vida y “haciéndole caso”, podemos liberarnos de aquello que nos daña e impide tener vida, que valga la pena vivir.

Prepararnos, en este Adviento, es buscar como estar alerta, atentos, consientes, para que los vicios no entorpezcan nuestra mente y caigamos en la trampa (tentación) que nos aleje de ser y hacer el bien que Dios desea para cada uno de sus hijos.

Prepararnos, en este Adviento, es orar continuamente, es estar atentos a sus enseñanzas y ponerlas en práctica.

Prepararnos, en este Adviento, es suplicar “Ven, Señor Jesús, a nuestra vida(cfr. Apoc. 22,20)

¿Qué nos hace, como sociedad, vivir en conflicto?... ¿Cómo afrontar, con dignidad, los problemas personales y sociales?... ¿Cómo atento a la presencia del Señor, en los signos de los tiempos?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Profundizar, en: https://tinyurl.com/BN-1A-C-241201 

Primer Domingo de Adviento – Ciclo C (Profundizar)

 Primer Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 21, 25-28) – diciembre 1, 2024 
Jer 33, 14-16 / Salmo 24 / 1 Tesalonicenses 3, 12 - 4, 2

 


Evangelio según san Lucas 21, 25-28

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

1er domingo de Adviento. “Ya llegan días…” nos recuerda el profeta Jeremías; entramos en el tiempo del Adviento. Suelo contar en este día la historia de Javier, un “niño” que padecía una discapacidad grave y vivía en una casa hogar para discapacitados, rodeado de mucha precariedad. Cada día, al despertar Javier en aquel entorno complicado, anunciaba que era hoy, que hoy llegaría su padre; no había espacio de aquella sala, ni corazón que lo escuchara que no se llenara de alegría y esperanza. -¡Hoy, hoy, hoy va a venir mi papá! Javier balbuceaba, comenzaba su fiesta, se dejaba bañar, comía y gozaba cada momento de su vida, lleno de mucha esperanza. Al finalizar la tarde, su papá no llegaba, la alegría de Javier bajaba, pero no se lamentaba ni perdía la esperanza, sólo lo envolvía el silencio, se dormía y esperaba. 

Esta es la llamada del Adviento: mantener la alegría que brota de la esperanza, de la certeza de que Él viene a restaurar, a rescatar, a salvarnos de nuevo. Y hay signos, hay señales alrededor nuestro, hay ya pequeños signos de esperanza. 

A los pocos años, por fin llegó el Padre de Javier y Padre nuestro, lo salvó, lo amó y le dio todo lo que Javier necesitaba. Javier fue una luz, un testigo de la esperanza. ¿A qué te invita el Adviento? ¿Cómo andas de esperanza? 

#FelizDomingo

“(...) Anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados” 

Cuentan la historia de un soldado que se acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de nuestros compañeros no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”. “–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. Haciendo caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial, furioso, le gritó: ”–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la pena ir allí para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado moribundo respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es cuando se entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en la generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte de cruz.

Lo que realmente hace novedosa nuestra fe, con respecto a otras religiones, es que nuestro Dios se encarnó, se hizo hombre, compartió nuestra condición humana, menos en el pecado, asumiendo todas las consecuencias de la encarnación. No nos dejó abandonados al poder de nuestras limitaciones, sino que vino a rescatarnos de nuestras miserias personales y sociales. Esta es la esperanza que nos anima y por la cual tenemos que estar despiertos para saber reconocerla y recibirla el día que se acerque: “Tengan cuidado y no dejen que sus corazones se endurezcan por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre ustedes como una trampa. Porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a suceder y para que puedan presentarse delante del Hijo del hombre”.

Estas advertencias que nos presenta el evangelio de hoy, pueden ser leídas con temor y temblor, porque anuncian acontecimientos extraordinarios: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra las naciones estarán confusas y se asustarán por el terrible ruido del mar y de las olas. La gente se desmayará de miedo al pensar en lo que va a sucederle al mundo; pues hasta las fuerzas celestiales serán sacudidas. Entonces se verá al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria”. Sin embargo, san Lucas está invitando precisamente a lo contrario; no a sentir miedo, sino a llenarse de alegría por lo que va a suceder: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”.

Cuando nos sintamos hundidos en medio de las dificultades personales o sociales, y parezca imposible levantar la cabeza por la vergüenza y la desesperación; cuando ya no haya luces que iluminen nuestro camino en medio de la noche cerrada, podemos estar seguros, como el soldado aquel con el que comenzamos, que Dios no nos dejará abandonados en medio del campo de batalla. Podremos decirle a Dios: “¡Estaba seguro de que vendrías!”, porque nuestro Dios vendrá, con toda certeza, a nuestro encuentro.

SIN MATAR LA ESPERANZA 

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser. Hoy escuchamos su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad, pues también hoy seguimos matando la esperanza y estropeando la vida de muchas maneras. No pensemos en los que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el Mesías».

Cuando en una sociedad se tiene como objetivo casi único de la vida la satisfacción ciega de las apetencias y se encierra cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.

Los satisfechos no buscan nada realmente nuevo. No trabajan por cambiar el mundo. No les interesa un futuro mejor. No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.

Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos, sin mayores aspiraciones. Casi inconscientemente anida en nosotros la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos: «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como este» (R. A. Alves).

Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todos los seres humanos sufre al ver que todavía una inmensa mayoría no puede vivir de manera digna. Este sufrimiento es signo de que aún seguimos vivos y somos conscientes de que algo va mal. Hemos de seguir buscando el reino de Dios y su justicia.

 

DIOS ESTÁ SIEMPRE AHÍ 

Hoy primer domingo de Adviento, os propongo unos apuntes sobre cómo debemos entender las Escrituras, que son la base de toda liturgia. Es la ciencia la que nos obliga a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida decir que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era: la Biblia dice lo contrario. La Biblia no tenía razón, pero sí Galileo. Hoy el problema es más grave, porque atañe a la manera de interpretar la biblia. Ni una sola frase debemos entender literalmente. Toda ella es mítica, teología narrativa.

Es la ciencia la que nos obliga a dar el cambio. Los medios con que contamos hoy son increíbles. Podemos descubrir lo que hay varios metros por debajo de la tierra sin tocarla. Podemos datar con increíble precisión una mínima parte de materia orgánica o de roca. Muchas otras ciencias están al servicio de la arqueología. La sociología nos permite comprender las circunstancias en que vivían sociedades de las que no sabíamos nada. La historia es capaz de ir más allá de lo que podíamos imaginar hace solo unas décadas.

También el mejor conocimiento de las primeras lenguas escritas nos permite aquilatar el significado de los textos de manera mucho más precisa. La exégesis nos permite interpretar esos mismos textos más de acuerdo con la manera de pensar de cada época. Todos estos avances científicos nos obligan a repensar lo que hasta ahora creíamos de los textos bíblicos. El resultado es que los relatos que han llegado a nosotros no quieren decir lo que, durante mucho tiempo, estábamos convencidos que nos decían.

Lo primero que llama la atención es que todo el AT se escribió entre el s. VII y el IV antes de Cristo. En el siglo séptimo no podían tener ni idea de lo que pasó en tiempo de Noé. Los grandes patriarcas son personajes míticos y todo lo que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos utilizando los mitos y leyendas que circulaban en las culturas del entorno. Haber metido a Dios en los relatos no significa que haya intervenido en la historia para dirigirla y condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer maravillas en su favor, sobre todo, si, como pasa casi siempre, es en contra de los demás pueblos.

David no fundó ningún imperio. En la arqueología no hay ni rastros de ese poderío. Si existió realmente, no pasó de ser un jefe de bandoleros que se hizo con el mando de una tribu. Entonces Sión no era más que un pueblucho sin ninguna capacidad organizativa, menos aún como centro de un imperio. Es probable que Judea no llegara a los 2.000 habitantes; mal podía tener un ejército de 30.000. La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda. Puede ser que construyera el primer templo, pero ahí acabaría todo.

Los análisis genéticos han demostrado que los judíos no son una raza especial, que llegaron de otra parte. Son de la misma estirpe que los demás habitantes de Palestina. Tampoco se ha encontrado rastro de una emigración del pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban las anotaciones de los acontecimientos importantes. No hay ni rastro de una población judía en su territorio. En tiempos del Éxodo, los egipcios tenían vigiladas todas las fronteras con militares que les permitían controlar todo flujo de personas.

Es imposible que salieran de Egipto unos 600.000 varones sin que eso quedase reflejado como un peligro. Es imposible que un número tan descomunal de personas pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro. No hubo ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los judíos siempre estuvieron allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó, porque no era más que una aldea insignificante.

Pero, entonces ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir. A la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado de personas de los más bajos estamentos sociales. Lo que consiguieron los escritores fue mantener la esperanza y la energía necesarias para superar las dificultades.

Esto nos tiene que hacer pensar y aceptar que hemos estado leyendo la Escritura de una manera demasiado simplista. Aunque lo que cuentan no concuerde con lo que pasó, sigue teniendo su valor, porque nos invita a buscar una salvación en Dios más allá de las que podemos encontrar por nuestra cuenta. Pero las dificultades que encontraron y cómo fueron capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía preparar a aceptar la lección que aquella actitud puede darnos hoy y buscar una salvación no venida de fuera, sino descubierta en profundo de todo ser humano.

Todo el año litúrgico es un montaje que hemos construido. Dios no está sometido a este artificio. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre ahí esperando que lo descubramos. Nosotros sí necesitamos esos artificios para aprovechar el tiempo y el lugar oportunos para ese encuentro. Se trata de un intento de armonizar el presente con el pasado y el final. Empezamos el Adviento con lecturas apocalípticas con las que terminamos el año litúrgico. El pasado y el futuro debemos afrontarlos desde el presente.

El evangelio que hemos leído refleja el ambiente apocalíptico que se vivía en las primeras comunidades cristianas. Están escritos desde una visión mítica del mundo, del hombre y de Dios. Desde esa perspectiva, Dios había creado toda la realidad visible quedándose al margen de ella, pero gobernándola desde las alturas. El hombre había envenenado la creación con su conducta, pero no tenía capacidad de enderezarla. Dios perdonaría a los humanos y con el mismo poder que creó, recrearía el mundo malogrado eliminando el mal.

Nuestro universo conceptual es muy distinto. La creación no es un acto de la potencia de Dios que ‘hace’ algo fuera de Él, sino que todo lo que existe es la manifestación de lo divino que permanece escondido en lo hondo de toda realidad. Como reflejo de lo divino todo es esencialmente bueno. El maniqueísmo nos empuja a dividir la realidad en opuestos irreconciliables, pero para Dios todo está en una eterna armonía. Nuestra falta de perspectiva nos hace ver el mal que solo está en nuestra cabeza.

La gran noticia no es que Dios viene, sino que no tiene que venir porque siempre está en ti. Ni Jesús ni Dios tienen que hacer nada. Jesús, porque lo hizo todo durante su vida. Dios, porque lo está haciendo todo en cada instante. No tienes que esperar ninguna salvación venida de fuera. Todo lo que puedes llegar a ser ya lo eres. Tu tarea consiste en descubrir tu verdadero ser y simplemente serlo. Todas la ofertas venidas de fuera están encaminadas a satisfacer tu falso yo y por lo tanto son engañosas.

 

 

jueves, 21 de noviembre de 2024

NUESTRO SEÑOR JESUCRITO, REY DEL UNIVERSO (Reflexión)

 

XXXIV Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Juan: 18, 33-37) – noviembre 24, 2024 
NUESTRO SEÑOR JESUCRITO, REY DEL UNIVERSO 
Daniel: 7,13-14; Salmo 92; Apocalipsis 1,5-8



Terminamos este del año litúrgico, con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, después de haber recorrido la vida de Jesús, siguiendo el evangelio de Marcos…

Evangelio según san Juan: 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?" Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?" Jesús le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí".

Pilato le dijo: "¿Conque tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".

Reflexión:

¿Porqué Jesús es rey?

Al cierre de este año litúrgico, nos viene muy bien recordar como San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, al comienzo de la segunda etapa de estos, nos presenta una parábola sobre un rey terrenal, para disponernos a escuchar al Rey Eternal, a Jesucristo. Durante toda esta segunda etapa, se va conociendo a Jesús: quién es él, qué propone (actitudes, comportamientos, forma de vivir, etc.), cuál es su buena nueva, cómo vivirla y cómo hace siempre referencia a su Padre … y así, poder entender en que consiste el Reino de Dios.

Decir que él es Rey, sin saber y entender el porqué, nos deja incompletos, como a Pilatos; mientras que cuando conocemos a Jesús, y por ende a su Padre, nos lleva comprenderlo internamente (en el corazón), a enamorarnos de su proyecto, a comprometernos a seguirlo, a su manera y con entusiasmo… como dice el dicho, “nadie ama lo que no conoce”.

Al cierre de este ciclo litúrgico, y habiendo conocido internamente a Jesús, podremos reconocer a Jesús, como el:

 

* “Hijo de Hombre”, enviado por Dios, para salvarnos…

      *  que “desciende del cielo, entre nubes”
que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso
* que viene en el nombre del Señor
testigo fiel, de verdad, justicia y paz…
* nos muestra el camino hacia el Reinado de Dios…
* maestro de la misericordia y el amor…
que nos enseña a orar, “venga tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”…
* que ama y sirve, comenzando por los más necesitados…

A diferencia de los “reyes” (dictadores) terrenales, que buscan poder, riqueza y control, Jesús no vino a imponerse, por el contrario, entregó su vida por nosotros, para que tengamos “vida abundante”; es un Rey humilde que lidera desde el amor y servicio; que habita en nuestro corazón, para siempre busquemos la verdad, que nos tratemos con amor y respeto, ayudándonos a crecer como personas, en un entorno de paz y justicia… así es como reina Jesús. No está en un mapa, sino dentro de nosotros cuando vivimos como Él nos enseña.

¿Cómo sería el mundo si todos viviéramos como ciudadanos del reino de Jesús, amando y buscando la verdad?... ¿Qué significa para ti que Jesús sea un Rey que da su vida por sus amigos?... ¿Qué puedes hacer hoy para mostrar que perteneces al reino de Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí. 
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

NUESTRO SEÑOR JESUCRITO, REY DEL UNIVERSO (Profundizar)

 XXXIV Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Juan: 18, 33-37) – noviembre 24, 2024
NUESTRO SEÑOR JESUCRITO, REY DEL UNIVERSO 
Daniel: 7,13-14; Salmo 92; Apocalipsis 1,5-8



Evangelio según san Juan: 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?" Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?" Jesús le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí".

Pilato le dijo: "¿Conque tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 

“Mi reino no es de este mundo” 

Hace varios años en un pueblo de la Guajira, zona apartada y semidesértica del norte colombiano, un compañero jesuita en formación vivió una situación que todavía me causa escalofrío cuando la recuerdo. Resulta que había varios jesuitas trabajando en la región y en una Semana Santa fuimos a colaborar en varios caseríos y pueblos de una de las parroquias que estaban a cargo de los jesuitas. Cada uno de los estudiantes de filosofía fuimos enviados a sitios distintos. Todos encontramos comunidades más o menos acogedoras y dispuestas a celebrar los días santos con más o menos entusiasmo. Sin embargo, en uno de los pueblos, la apatía se sentía en el ambiente y era fácil predecir que no habría mucha asistencia a las celebraciones, sobre todo porque no iban a contar con sacerdotes sino con seminaristas inexpertos que venían del interior del país.

En medio de este contexto, mi compañero se pasó los primeros días motivando a la población para la participación en las fiestas de la Semana Mayor. Aparentemente iría poca gente, pero él estaba seguro de que algunos asistirían. Lo cierto fue que el Viernes santo, a las diez de la mañana, cuando se supone que comenzaba el Via Crucis, no llegó nadie. El día anterior había encargados para cada una de las catorce estaciones y los niños habían prometido que asistirían. Diez y media, y no llegaba nadie. Ni siquiera el sacristán apareció por ninguna parte... Ya desesperado, mi compañero decidió salir él solo, cargando con la cruz que habían preparado para que fuera llevada por grupos de una estación a otra. A las once y media de la mañana, cuando ya estaba saliendo con el alba puesta y la cruz a cuestas, llegó el sacristán completamente borracho, dispuesto a acompañar al padrecito en la procesión por todo el pueblo. En medio de un silencio canicular, como el sol que caía sobre las calles polvorientas de este pueblo perdido de nuestra geografía, mi compañero fue recorriendo todas y cada una de las estaciones del Via Crucis, escoltado por un borracho que apenas se sostenía en su vaivén embriagado...

Cuenta mi compañero que cuando pasaba por el frente de las tiendas o de las casas de familia donde estaban los pobladores esperando que fuera la hora del almuerzo, todos se quedaban mirándolo completamente absortos por el espectáculo tan ridículo que estaban presenciando. Creo que, si García Márquez se hubiera enterado de esta historia, hubiera escrito una novela más de su colección de realismo mágico que no es superado sino por la realidad cotidiana de estos queridos pueblos de nuestra querida Colombia.

Imagino a Jesús, fatigado y demacrado, después de una noche de torturas e interrogatorios, delante del Gobernador romano en todo su esplendor, discutiendo si él era el Rey de los judíos y si venía en nombre propio o en nombre de Dios a decir la verdad. Jesús tiene que dejarle claro a Pilato: “– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Jesús sabe que es rey, pero su reinado consiste en decir la verdad: “Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan”. Al celebrar esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, nos comprometemos con la verdad que él representa, aunque hagamos el ridículo, como mi compañero en aquel pueblo perdido de la Guajira colombiana.

CON VERDAD 

Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.

Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?

Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.

Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?

Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.

Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación respetuosa...

Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz»

JESÚS NO NOS LLAMA A REINAR CON ÉL SINO A SERVIR COMO ÉL SIRVIÓ 

Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el por qué motivo se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.

Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.

El contexto del evangelio que hemos leído es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo”, “para eso he venido, para ser testigo de la verdad”, no para ser más que nadie.

Lo que está diciendo Juan en su evangelio es que Jesús está hablando de la autenticidad de su ser. Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es. Nuestro ego es falso porque se fundamenta en apariencias equivocadas. Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo y lo que somos está más allá de lo que creemos ser (nuestro ego individual). El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser y manifestarlo en todo momento.

¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos. Tal como lo entendemos, Jesucristo Rey es lo más contrario al evangelio que predicó.

Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.

No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre. El “Hijo de hombre” nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.

Pilato saca afuera a Jesús y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: soy rey, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes somos todos en la medida que seamos servidores.

Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia... El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.

Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.

Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Juan, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.

La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, descubriendo que debemos ser para los demás.

Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña. Si no descubrimos esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio.

Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacer le decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.

 

 

jueves, 14 de noviembre de 2024

XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

 XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-23) – noviembre 17, 2024 
Daniel 12, 1-3; Salmo 15; Hebreos 10, 11-14.18


En este penúltimo domingo del año litúrgico, la Palabra nos recuerda el horizonte último al que tenemos que mirar nuestra vida terrenal...

Evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre". 

Reflexión:

¿Cómo vivir plenamente?

San Ignacio de Loyola, al comienzo de los Ejercicios Espirituales, plantea en el Principio y Fundamento: “el hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante ello salar su alma…“ (EE23); esto implica que (a) somo seres creados, debemos estar conscientes de que nuestra vida terrena es finita, y (b) tenemos un para: salvar el alma (la vida).

En el transcurso de nuestra vida, partiendo desde el inicio (nacimiento), hasta el final (último día de vida terrenal), somo creaturas en proceso, en crecimiento… que vamos aprendiendo a vivir, a ser nosotros; todo esto entre tropiezos, equivocaciones y errores. Sin embargo, nos desviarnos de modo que menciona el Principio y Fundamento, de alcanzar el “para”… aquí es donde conecto la liturgia de hoy:

·     En medio de toda situación adversa, difícil y dolorosa, está la promesa de salvación (cfr. Daniel 12, 1-3)

·     Jesucristo, se hace ofrenda, con su vida, enseñanzas y ejemplo, para salvarnos de nuestras faltas, perdonado nuestros pecados, que impiden seamos plenos en esta vida y tengamos la vida eterna (Hebreos 10, 11-14.18)

·     Al final de la vida terrena, que no sabemos ni cuándo, ni cómo, nos encontraremos con el “Hijo del hombre”, quien nos congregará entre sus elegidos (Marcos 13, 24-23)

Así que nuestra vida terrena (inicio) nos conducirá hacia la vida eterna (meta: salvar el alma, la vida), en cuanto hayamos vivido de tal manera que seamos reflejo del amor de Dios en nuestras relaciones interpersonales y con la creación, al ser éstas: fraternas, con amistad sincera y gratuita; respetuosas, los demás se sienten libres ante mí; serviciales, ayudando, echando una mano, para que los demás pueden vivir bien… Ésta manera de vivir, este modo de andar por la vida, es le modo de vivir que Jesús nos ha enseñado, es lo que nos salva.

¿Qué me impide vivir fraternalmente con los demás?... ¿Qué me impide vivir respetuosamente con los demás?... ¿Cómo vivir para alcanza la vida eterna?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí. 
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-23) – noviembre 17, 2024 
Daniel 12, 1-3; Salmo 15; Hebreos 10, 11-14.18



Evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 Hay momentos en la vida en que sentimos que el sol se oscurece y la luna no da su resplandor; sentimos que se nos cayeron las estrellas; somos sacudidos y la oscuridad nos envuelve. ¿Has vivido momentos así? ¿Te sientes en un momento así? 

La Palabra irrumpe hoy la angustia oscura: ¡Dios viene! Toca enjugar las lagrimas y saber que Dios viene, que Él está cerca, a la puerta. El cielo y la tierra pasarán, pero su promesa a los justos no pasa, es eterna. Por ello podemos exclamar, sin ninguna razón lógica para la esperanza, pero sí con la certeza de la promesa de Dios: Protegeme Dios mío que me refugio en ti. 

Nos vamos disponiendo, al tono del adviento: tener esperanza basada en la certeza de que Él llega, y por ello "se me remueven las entrañas y se me alegra el corazón". Su llegada iluminará nuestro cielo, nos devolverá la luz y la belleza a nuestras vidas. ¡Oremos!🙏🏻🕯️🌟✨

#FelizDomingo

“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”

Enrique Patiño, uno de los redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de 304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la Escritura.

Según el autor de este artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael Drosin”.

Dice el autor que, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del Estado palestino, Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo complementan la advertencia”.

Cada cierto tiempo, serios investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”.

De manera que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del “Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación universal para toda su creación.


PLANTEARNOS LAS GRANDES CUESTIONES 

Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo. 

Poco a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy, «progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas. 

Para detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo.

No basta sustituir las tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización «salvaje» por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro ecologistas exaltados» y favorecer la indiferencia.

¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?

¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

DIOS NO TIENE FUTURO, ES UN ETERNO PRESENTE EN EL AQUÍ Y AHORA

Fray Marcos

Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe sorprendernos que admitiera el común sentir.

Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje, como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió siempre esperando de Dios la salvación que le faltaba.

La apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis. 

Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitiva­mente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predica­ción de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.

Hasta aquí hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema. Por una parte, sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro, sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es tarea inútil. 

Los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha dado todo, a cada uno, desde siempre.

Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora debemos descubrir lo que está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora debemos hacer nuestra su salvación.

No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Salta de la pecera donde has estado confinado y descubre el océano. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos.

Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre, han experimentado la verdadera salvación que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti aquí y ahora.

No tienes que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente. Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro instante mejor que este.

Todo miedo y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado, lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo que eres y vívelo.

Todo el que te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy. Muchos seres humanos, a través de la historia lo han conseguido, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?

 


V DOMINGO DE CUARESMA – C (Reflexión)

  V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C ( Juan 8, 1-11 ) – abril 6, 2025  Isaías 43, 16-21; Salmo 125; Filipenses 3, 7-14 En esta quinta semana...