En
esta quinta semana de Cuaresma, la liturgia nos recuerda cómo es Dios, lo misericordioso
que con nosotros, y como siempre nos da una oportunidad para estar cerca y permanecer
con Él…
Evangelio según
san Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús
se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el
templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les
enseñaba.
Entonces los escribas y
fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente
a él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?".
Le preguntaban esto
para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a
escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y
les dijo: ''Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra".
Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras
otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la
mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se
enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie
te ha condenado?".
Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo
te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
Reflexión:
¿Estoy libre de pecado?
La historia de salvación que narra la Biblia, nos ayuda a comprender,
que sigue siendo válida para nuestra propia salvación; esta Cuaresma, nos ha vuelto
a dar otra oportunidad para reconocer que fallamos, nos equivocamos y pecamos, eligiendo
aquello que nos aleja de estar con Dios, al no reconocerlo en los demás y en la
creación.
Cada vez que, me doy cuenta de que voy por el camino equivocado, y
decido volver a la senda del bien, del amor, de la vida, de Dios, es
como “salir del desierto, para ir por caminos nuevos, por donde hay ríos
de agua que nos refresca… y juntos, con toda la creación, reconocer que Él es fuente
de vida…” (cfr.
Is 43, 16-21).
Así también, el Salmo de hoy nos recuerda que volver a Dios,
al Señor, es como “cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también
ahora nuestra suerte” (Sal 125)… Profetas y salmistas nos lo
recuerdan a cada uno, que el amor de Dios por nosotros, es lo que nos salva
de no tener una vida que valga la pena vivir, pero, tenemos
que tomar conciencia de ello; lo cual no es fácil si “ando por caminos” distantes
de Él.
Sin embargo, al escuchar y aceptar lo dice Pablo en la segunda
lectura , “nada vale la pena en comparación con el bien supremo”, que es
“estar unido a él”, “conocer a Cristo” y “tener fe en él”,
entonces, el contemplar (mirar, escuchar y sentir) a Jesús en el
evangelio (Fil
3, 7-14) me hace recapacitar, para darme cuenta de quién soy, cómo soy y en
que camino ando:
· ¿Tratando
de autoengañarme, de ser “bueno”, como los escribas y fariseos?
· ¿Expongo a
otros (as), con mentiras a medias, para esconderme de mis fallos?
… Jesús me
da tiempo, al ponerse a escribir en el suelo, para que reflexione sobre mí mismo:
· Si estoy
libre de pecado alguno, para sentirme “mejor que los demás” …
· Que reconozca
mis faltas y me retire, sin acusar a nadie de sus fallas …
· Darme cuenta
de que Jesús no me acusa de nada, sino que, simplemente …
me dice,
como a la mujer (y a escribas y fariseos, que se fueron, muy calladitos):
"Tampoco
yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
Así es Él: “tierno
y compasivo; es paciente y todo amor” (Sal 103,8)… nos toca a cada uno,
reconocer, arrepentirnos, corregir el camino y volver a Él, que nos ama y vino
a salvarnos.
¿A
quién podría yo acusar, siendo un pecador?... ¿Qué faltas tengo que enmendar?...
¿A quién tengo que perdonar sus faltas, como Jesús perdona las mías?...
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP
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