En
este penúltimo domingo del año litúrgico, la Palabra nos recuerda el horizonte último
al que tenemos que mirar nuestra vida terrenal...
Evangelio según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen aquellos días, después de la gran
tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo
las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo
del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus
ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde
lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el
ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas,
ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que
suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad
que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de
existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie
conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el
Padre".
Reflexión:
¿Cómo vivir plenamente?
San Ignacio de Loyola, al
comienzo de los Ejercicios Espirituales, plantea en el Principio y Fundamento: “el
hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante
ello salar su alma…“ (EE23); esto implica que (a) somo seres creados,
debemos estar conscientes de que nuestra vida terrena es finita, y (b) tenemos un
para: salvar el alma (la vida).
En el transcurso de
nuestra vida, partiendo desde el inicio (nacimiento), hasta el final
(último día de vida terrenal), somo creaturas en proceso, en crecimiento… que vamos
aprendiendo a vivir, a ser nosotros; todo esto entre tropiezos, equivocaciones
y errores. Sin embargo, nos desviarnos de modo que menciona el
Principio y Fundamento, de alcanzar el “para”… aquí es donde conecto la
liturgia de hoy:
· En medio de toda situación adversa, difícil y
dolorosa, está la promesa de salvación (cfr. Daniel
12, 1-3)…
· Jesucristo, se hace ofrenda, con su vida, enseñanzas
y ejemplo, para salvarnos de nuestras faltas, perdonado nuestros pecados, que
impiden seamos plenos en esta vida y tengamos la vida eterna (Hebreos 10,
11-14.18)
· Al final de la vida terrena, que no sabemos ni
cuándo, ni cómo, nos encontraremos con el “Hijo del hombre”, quien nos
congregará entre sus elegidos (Marcos 13, 24-23)
Así que nuestra vida
terrena (inicio) nos conducirá hacia la vida eterna (meta: salvar el
alma, la vida), en cuanto hayamos vivido de tal manera que seamos reflejo del
amor de Dios en nuestras relaciones interpersonales y con la creación, al ser
éstas: fraternas, con amistad sincera y gratuita; respetuosas,
los demás se sienten libres ante mí; serviciales, ayudando, echando una
mano, para que los demás pueden vivir bien… Ésta manera de vivir, este modo de
andar por la vida, es le modo de vivir que Jesús nos ha enseñado, es lo que nos
salva.
¿Qué me impide vivir fraternalmente con los demás?... ¿Qué me
impide vivir respetuosamente con los demás?... ¿Cómo vivir para alcanza la vida
eterna?
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