Evangelio
según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen
aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no
brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se
conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran
poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde
los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto
del cielo.
Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se
ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así
también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está
cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que
todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis
palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los
ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre".
Enrique Patiño, uno de los redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de 304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la Escritura.
Según el autor de este artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael Drosin”.
Dice el autor que, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del Estado palestino, Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo complementan la advertencia”.
Cada cierto tiempo, serios investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”.
De manera que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del “Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación universal para toda su creación.
Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.
Poco a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy, «progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas.
Para detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo.
No basta sustituir
las tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización
«salvaje» por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los
intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí
comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de
introducir cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los
intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro
planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro
ecologistas exaltados» y favorecer la indiferencia.
¿No ha llegado el
momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el
«sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir
una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?
¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?
¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente
contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser
llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación
inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?
DIOS NO TIENE
FUTURO, ES UN ETERNO PRESENTE EN EL AQUÍ Y AHORA
Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe sorprendernos que admitiera el común sentir.
Estamos ante una
manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje, como
en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten
ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo
de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión
hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios
dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra
prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió siempre
esperando de Dios la salvación que le faltaba.
La apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis.
Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitivamente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.
En tiempo de Jesús
se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente
se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en la
primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la
parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de
actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del
fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el
fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.
Hasta aquí hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema. Por una parte, sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro, sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es tarea inútil.
Los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha dado todo, a cada uno, desde siempre.
Hoy sabemos que el
tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el
hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o
infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del
juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo
que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar
sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora
debemos descubrir lo que está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora
debemos hacer nuestra su salvación.
No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Salta de la pecera donde has estado confinado y descubre el océano. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos.
Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre, han
experimentado la verdadera salvación que consiste en una conciencia clara de lo
que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya
es el hombre ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no
necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo
aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la
plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti aquí y ahora.
No tienes que
esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás
absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar
conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente.
Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún
momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso
instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro
instante mejor que este.
Todo miedo y
ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya
cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu
falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue
mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado,
lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar
valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo
que eres y vívelo.
Todo el que te
prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está
engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir
alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes
descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No
esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy.
Muchos seres humanos, a través de la historia lo han conseguido, ¿por qué no lo
vas a conseguir tú?
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