Evangelio según
san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Mi carne es
verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Al oír sus palabras,
muchos discípulos de Jesús dijeron: "Este modo de hablar es intolerable,
¿quién puede admitir eso?"
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo:
"¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a
donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada
aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de
esto, algunos de ustedes no creen". (En efecto, Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió:
"Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede".
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y
ya no querían andar con Él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: "¿También
ustedes quieren dejarme?" Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios".
"Señor, ¿a quién iremos?" es una expresión que brota no de un corazón resignado, sino de un corazón convencido de que sólo en Jesús encuentra todo. Brota de un corazón que ha experimentado vacío sirviendo a "diosecitos" como el miedo, el dinero, el prestigio y el ego, por ejemplo. Brota de un corazón con memoria de la veces que Dios lo ha "liberado de esclavitudes". Brota de quien sabe que "muchas tribulaciones pasa el justo, pero de todas ellas Dios lo ha librado".
Vivir confiado en Cristo es ser capaz de la esperanza en las noches más oscuras, de no rendimos cuando nos azotan las tormentas. En Cristo encontramos calma y vivimos con respeto, amando y entregando, con el corazón sin "mancha ni arruga", sin odio y sin rencores, pues estamos ciertos que Él tiene palabras de vida eterna y creemos y sabemos que es el Santo de Dios.
¿Estás pensando en abandonarlo? ¿Andas lejos? ¿A qué te invita la Palabra hoy?
#FelizDomingo
Entre los años 73 y 71 antes de Cristo se desarrolló una lucha entre un inmenso ejército de esclavos, liderados por Espartaco, contra el Imperio romano, que ha sido reseñada por la historia como la Guerra de los Esclavos, o la Guerra de los Gladiadores. No son muchos los datos que se conservan de la vida de Espartaco. Sabemos que era originario de la Tracia y que militó en las tropas auxiliares romanas. Su deserción le llevó a la esclavitud, siendo destinado a ser gladiador debido a su fuerza física. En el año 73 a.C. está en una escuela de gladiadores en Capua donde unos 200 gladiadores organizaron un complot durante el verano. Los conspiradores fueron descubiertos pero un grupo de 70 consiguió alejarse de la ciudad bajo la dirección de Espartaco y algunos más.
Poco a poco, Espartaco logró organizar un ejército formado por unos 100.000 hombres y se dirigió al norte de la península con el fin de abandonar Italia y recuperar la libertad. Entre los propios esclavos empezaron a surgir desacuerdos, lo que favoreció que las tropas romanas obtuvieran algunas victorias. Espartaco y sus seguidores alcanzaron la Galia Cisalpina pero en ese momento regresaron a Roma. En Lucania el ejército esclavo fue cercado por las tropas del pretor Marco Licinio Craso ya que la posibilidad de pasar a Sicilia fracasó porque los piratas contratados para el transporte traicionaron a Espartaco. En el año 71 a.C. se produjo el último enfrentamiento en Silaro, después del cual murieron crucificados unos 60.000 esclavos, entre ellos Espartaco.
En el año 1960 se produjo una película que recoge esta historia de luchas y fracasos bajo la dirección de Stanley Kubrick y con Kirk Douglas como protagonista. En 1961, la cinta ganó cuatro premios Oscar de la Academia. La última parte de la película presenta la lucha encarnizada entre dos fuerzas desiguales: Un ejército romano muy bien organizado y un ejército de esclavos luchando con pasión por su libertad, pero sin los recursos necesarios para triunfar. Finalmente, el ejército romano busca entre los prisioneros de guerra al jefe de esta rebelión. Delante de los esclavos vencidos, un oficial romano pregunta: “¿Quién de ustedes es Espartaco?” Cuando Espartaco está a punto de levantarse para dar la cara al enemigo, aparece la mítica secuencia donde los esclavos que han sobrevivido comienzan a ponerse en pie para repetir, uno a uno, "Yo soy Espartaco", con el fin de proteger a su líder.
Cuando Jesús propuso su proyecto a sus seguidores, muchos se sintieron desanimados y se dijeron: “Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?” Y por esto, “muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él. Jesús les preguntó a los doce discípulos: ¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le contestó: – Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. La invitación de Jesús no es fácil y muchas veces tendremos deseos de volver atrás. En los momentos más difíciles de nuestra propia vida, necesitaremos llenarnos de valor para responder, como Pedro, “Señor, ¿a quién podemos ir? Tu tienes palabras de vida eterna”; o, como los compañeros de luchas de Espartaco, levantarnos para decir ante el mundo, “Yo soy Espartaco”, y dar la cara por nuestro Señor.
El mundo en que
vivimos no puede ya ser considerado como cristiano. Las nuevas generaciones no
aceptan fácilmente la visión de la vida que antes se transmitía de padres a
hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan en la
cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en una
época «poscristiana».
Esto significa que
la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está sometido a un
examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en este contexto se
sienten sacudidos por la duda, y bastantes los que, dejándose llevar por las
corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una fe combatida
desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El creyente no
puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones. La fe va a
depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será cristiano quien
tomó la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo. Este es el dato
tal vez más decisivo en el momento religioso que vive hoy Europa: se está
pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por decisión.
Ahora bien, la
persona necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para tomar una
decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una especie de
criterio de autenticidad y en factor fundamental para decidir la orientación de
la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será
cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que
experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
El relato evangélico de Juan resulta hoy más significativo que nunca. En un momento determinado, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás. Entonces Jesús dice a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos». Muchos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional y un proceso de descristianización. No es bueno vivir en la ambigüedad. Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Y tú, ¿también quieres marcharte?
Llegamos al final del c. 6 de Juan. Llega la hora del desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que estamos. ¿Qué resultado tiene hoy la oferta de Jesús?
Este modo de
hablar es inaceptable. Son inaceptables estas propuestas, para ellos y para
nosotros, pues contradicen nuestras apetencias más íntimas. Quieren llevarnos
más allá de lo razonable. Todo aquel que se deje guiar por el sentido común, se
escandalizará. Lo que nos pide Jesús es salir del egoísmo y entregarse a los
demás. Se trata de sustituir a Dios invisible por el hombre concreto. ¿Cómo
podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás? ¿No es el primer
deber de todo ser humano dar “gloria” a Dios?
La incapacidad
de comprender es consecuencia de entender desde la carne. No se trata de
despreciar y machacar la carne. Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene
ninguna salida el mensaje de Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero
sentido de la vida fisiológica y terrestre, para un ser humano, el verdadero
sentido de la carne, está en la trascendencia; es decir desplegar las
posibilidades más sublimes que el ser humano tiene de ser más que simple
biología. La pura vida terrestre no puede ser meta para el hombre.
El espíritu es
el que da Vida, la carne no sirve para nada. Aquí, carne y espíritu no se
refiere a dos realidades concretas y opuestas, sino a dos maneras de afrontar
la existencia. Solo la actitud espiritual puede dar sentido a una vida humana.
Vivir desde las exigencias de la carne, cercena la meta del ser humano. En
teoría no se entiende y en la práctica tampoco, ¿quién cree que la carne no
vale para nada? ¿Por qué luchamos? ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Cuánto
tiempo dedicamos al cuerpo y cuánto al Espíritu?
Después de
repetir por activa y por pasiva que había que comer su carne, ahora nos dice
que la carne no vale para nada. Estas palabras nos obligan a hacer un esfuerzo
para poder comprender el mensaje. No es ninguna contradicción. Se trata de
descubrir que el valor de la “carne” le viene de estar informado por el
espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo. Sien el espíritu, la carne no
es nada. Queda claro el sentido que da Juan a la encarnación.
Las propuestas
que os he hecho son Espíritu y son Vida. Las palabras no tienen valor por sí
mismas. La referencia al Espíritu es clave para entender a Jesús. “Lo que nace
de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. Viene diciendo que
él es el pan… Ahora dice que son sus palabras las que dan la Vida. Otra
demostración de que todo es metáfora y símbolo. La única propuesta que le
llevará al hombre plenitud es la de Jesús.
Desde
entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
En este proceso de alejamiento entre Jesús y los que le siguen, se da el último
paso, el abandono. Hasta ahora los que murmuraban y le criticaban eran los
judíos, ahora son los discípulos los que deciden abandonarle. Recordemos que
todo el capítulo se ha planteado como un proceso de iniciación. Al final no hay
más remedio que tomar una decisión. En la comunidad donde se escribe este
evangelio, la decisión era el bautismo.
¿También
vosotros queréis marcharos? Jesús está hablando a los más íntimos. No busca la
aprobación general. Tanto los políticos como los medios de comunicación dicen
siempre lo que la audiencia quiere oír. Lo importante es la adhesión de los que
oyen. Jesús acepta el reto que su doctrina provoca. Está dispuesto a quedarse
solo antes de ceder en la radicalidad de su mensaje. La pregunta manifiesta una
profunda amargura. Pero también deja muy clara la convicción que tiene en lo
que está proponiendo.
¿Con quién no
vamos a ir? Tus exigencias comunican Vida definitiva. Pedro da la única
respuesta adecuada: “Nosotros creemos”. La gente que escucha a Jesús, se siente
más segura con el cumplimiento de la Ley. A la hora de comer eran cinco mil.
Quedan doce. Pronto demostrarían que ellos tampoco lo entendieron hasta la
experiencia pascual. Queda claro que los doce son el fundamento de la
comunidad, con Pedro a la cabeza.
También en los
sinópticos, Jesús empieza siendo aclamado por la multitud, pero termina siendo
abandonado por todos. Si hoy nos declaramos cristianos dos mil millones de
personas, se debe a que no se exige la radicalidad de su mensaje y seguimos en
el engaño de lo que puede darnos, no en la conciencia de lo que nos exige. Si
descubriéramos que la médula del mensaje de Jesús es que tenemos que dejarnos
comer, ¿cuántos quedarían?
Juan intenta
aclarar las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: La adhesión a
Jesús y la asimilación de su propuesta de amor. Su 'exigencia' es una
dedicación al bien del hombre a través de la entrega personal. El mesianismo
triunfal queda definitivamente excluido. En contra de lo que se nos sigue
diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina ni la promete a los que le
sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición personal.
Hoy seguimos
ignorando la propuesta de Jesús. En su nombre seguimos ofreciendo unas
seguridades derivadas del cumplimiento de unas normas. No se invita a los
fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús, porque no se les presenta
dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salirnos con la nuestra. No
nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios anhelos de salvación
que no van más allá de la sola carne.
No es
casualidad que en el evangelio se hable de Vida al tratar de expresar la
realidad espiritual que descubrió a Jesús más allá de la vida. El paralelismo
nos puede llevar a comprender que no existe una VIDA separada de la materia. Ni
en el orden espiritual ni en el biológico la vida puede andar por ahí separada
de la materia sensible. Dios es Vida, pero no está en algún lugar del universo
y desde allí nos hace partícipes de ella.
A la hora de
definir la vida biológica, tenemos que recurrir a su manifestación. Nunca nos
encontramos con la vida, sino con un ser vivo. Lo mismo en el orden espiritual,
nunca nos encontraremos con el Espíritu, pero sí un ser atravesado por el
Espíritu. ¿Cómo lo sabremos? Solo a través de las relaciones con los demás. Si
es capaz de descentrarse y descubrir en los demás aquello que le identifica con
ellos, tiene Vida espiritual. Si permanece el egoísmo y la búsqueda de
seguridades y el hedonismo, solo tiene vida.
La propuesta
terminó en estruendoso fracaso. Ni siquiera sus discípulos lo entendieron.
Incluso los primeros cristianos tuvieron que convertir su derrota en triunfo
para poder aceptarle. Solo el Cristo glorioso, que puede hacernos partícipes de
su misma gloria, nos interesa. No seguimos a Jesús en la entrega, sino al
Cristo que triunfó de sus enemigos.
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