Evangelio según
san Juan 2,
13-22
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a
Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas,
y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó
del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas
y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten
todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba
escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos
das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan
este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y
seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en
tres días?”
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó
Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho
aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Reflexión:
¿Cómo ser templo
vivo de Dios?
Este domingo recordamos la dedicación en el año 324, de la Basílica
de San Juan de Letrán, la cual se considera como la madre y cabeza de todas
las iglesias de Roma y del mundo. En ella se encuentra la cátedra del Papa, por
ser sede del Obispo de Roma. Desde 1724 se estableció esta fiesta que
celebramos hoy en el cristianismo.
¿Por qué festejamos un “espacio de culto”? La respuesta
está en las lecturas de hoy, cuyo tema es el del “templo”, como nos
explican en Vatican News:
‘En el Antiguo Testamento (Primera Lectura, Ez 47), el profeta
Ezequiel, desde su exilio en Babilonia (estamos en torno al 592 a.C.), trata de
ayudar al pueblo a salir de su desánimo por no tener ya tierra ni lugar para
orar. Surge así el mensaje -la Primera Lectura- en el que el profeta anuncia el
día en que el pueblo adorará a su Dios en el nuevo templo. Un lugar donde el
hombre eleva su oración a Dios y donde Dios se acerca al hombre escuchando su
oración y socorriéndolo allí donde suplica: un lugar de encuentro. De este
modo, el templo asume el papel de Casa de Dios y Casa del pueblo de Dios. Un
lugar donde se practica la justicia, la única capaz de curar al pueblo. De este
templo, el profeta ve brotar agua: "Y vi que salía agua por debajo del
umbral de la Casa". Un agua que es don y que traerá vida, bendición´.
Del encuentro personal que tenemos con Dios, “la fuente de
la vida” se producirán los frutos que nuestro Padre desea para todos nosotros: justicia,
paz, fraternidad … este encuentro se da tanto en el lugar de culto (iglesia,
capilla, templo, oratorio), como en todo lugar, donde con respeto y devoción
me disponga al encuentro con Dios, porque, como me decían en el catecismo (cuando
niño), “Dios está en el cielo, la tierra y en todo lugar” …
Conectando las lecturas de hoy con la espiritualidad ignaciana, al
final de los Ejercicios Espirituales, en la contemplación para alcanzar amor,
o sea a Dios, habremos de encontrarlo “en todo y en todos”. Encontramos
a Dios en “todos”, en todos los seres humanos, en cada uno
de nosotros, porque como lo dice san Pablo “¿No saben acaso ustedes que son
el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Cor 3, 16-17), de tal
manera que para “encontrar / estar” con Dios, lo hacemos a través de las demás
personas y en nosotros mismos; cuando nos cuidamos unos a otros, buscando y
haciendo realidad el bien común.
Nadie, nadie, debería ser tratado como “cosa o mercancía”,
utilizado, abusado, oprimido, esclavizado … Hoy también Jesús se molesta y “hará
un látigo, tirará las mesas donde se comercia con gente” (cfr. Juan 2, 13-22), porque su
deseo y misión es para que podamos vivir en amor (agape), fraternidad
y paz.
¿Cómo
nos cuidamos, para que habite en nosotros Dios?... ¿Cómo construir relaciones
interpersonales fraternas?... ¿Cómo cuidar de los demás?
Alfredo Aguilar Pelayo

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