Domingo XXXIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-32) – 14 de noviembre de 2021
Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo
a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran
tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo
las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo
del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus
ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde
lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el
ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas,
ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que
suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En
verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar
de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse.
Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente
el Padre’’.
Palabra del Señor.
La cotidianidad de la vida
nos puede resultar insípida, vamos experimentando soledad y vacio. El peso de
las crisis, los tiempos difíciles y el cansancio nos puede llevar a vivir sin esperanza.
Hoy la Palabra nos invita a
la fe del salmista que sabe que su refugio es el Señor: "Protégeme Dios
mío, que me refugio en ti"; de esta fe brota la alegría, la disposición a
la esperanza que consiste en la capacidad de leer los momentos en que sentimos
que se nos apaga el sol, la luna y las estrellas, no como expresión total de
final, sino como un anuncio que Dios viene a rescatarnos, de que siempre
llegará Él, la Luz, a iluminar nuestras mayores oscuridades. Todo pasará, pero
no su promesa.
#FelizDomingo
“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Enrique Patiño, uno de los
redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El
mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un
periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue
tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios
entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de
304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a
desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la
Escritura.
Según el autor de este
artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han
descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún
estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que
explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el
código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips
y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael
Drosin”.
Dice el autor que, después de
los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores
encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos
veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y
Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era
difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en
otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página
junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del estado palestino,
Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto
a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra
mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo
complementan la advertencia”.
Cada cierto tiempo, serios
investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin
del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar
el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar
fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez
se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie
les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús
nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los
tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen
tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está
cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el
Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo
y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y
afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y
la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo
sabe el Padre”.
De manera
que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados
con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar
atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del
“Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación
universal para toda su creación.
LAS
PALABRAS DE JESÚS NO PASARÁN –
Los signos
de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza
puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto
pasotismo.
Por otra
parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad o
desesperanza porque, según el modelo social vigente, se supone que un hombre
que triunfa en la vida no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Erich
Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo
está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve
obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda como la depresión, el
aburrimiento y la falta de esperanza».
Otras veces
nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza» sumergiéndonos en la actividad.
No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo para no
enfrentamos a nuestro futuro.
Pero la
pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas,
ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo sino producir cada vez más,
disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir más y más, hasta ser
consumidos por nuestra propia caducidad?
El ser
humano necesita una esperanza para vivir. Una esperanza que no sea «una
envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para
organizarse una vida lo bastante tolerable como para aguantar la aventura de
cada día. Una esperanza que no debe confundirse tampoco con una espera pasiva,
que solo es, con frecuencia, «una forma disfrazada de desesperanza e
impotencia» (Erich Fromm).
El hombre
necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva, aunque otras
pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destruidas.
Los
cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras, que «no
pasarán». No esperamos algo ilusorio. Nuestra esperanza se apoya en el hecho
inconmovible de la resurrección de Jesús. Desde Cristo resucitado nos atrevemos
a ver la vida presente en «estado de gestación», como germen de una vida que
alcanzará su plenitud final en Dios.
DIOS NO TIENE PASADO NI
FUTURO, ES UN ETERNO PRESENTE
Estamos en
el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo
hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres
sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo
tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan
grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es
imposible saber hasta que punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe
sorprendernos que pensara como los demás.
Estamos
ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del
lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas
y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el
NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra
siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde
Abrahán, a quien Dios dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo
hacia la tierra prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió
siempre esperando de Dios la salvación que le faltaba.
La
apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa
“desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los
ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión
pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y
sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a
evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era
que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis.
Escatología
procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su
origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a
suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar
la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del
presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo.
Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitivamente,
pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.
En tiempo
de Jesús se creía que esa intervención definitiva iba a ser inminente. En este
ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en
la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de
la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio
de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera
del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando
el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.
Hasta aquí
hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y
miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos
movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un
dilema. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro sino que está
en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en
el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre
del tiempo y el espacio, es tarea inútil.
Los
novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos
mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que
no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado.
¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola
neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros
han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad
no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha
dado, todo, a cada uno desde siempre.
Hoy sabemos
que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener
el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o
infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del
juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo
que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar
sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora
debemos descubrir lo está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora
debemos hacer nuestra su salvación.
No esperes
más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto
tiempo. Salta de la pecera adonde has estado confinado y descubre el océano. Ni
Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a
rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que
existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es
bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser
nosotros los que decidamos.
Todos los
seres humanos que han vivido una experiencia cumbre han experimentado la
verdadera salvación, que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para
alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre,
ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un
Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos
necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la plenitud de ser y puedes
vivir lo absoluto que hay en ti, aquí y ahora.
No tienes
que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás
absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar
conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente.
Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún
momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso
instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro
instante mejor que este.
Todo miedo
y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya
cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu
falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue
mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado,
lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar
valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo
que eres y vívelo.
Todo el que
te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando.
Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a
sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti
una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana
porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy. Muchos seres humanos
lo han conseguido a través de la historia, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?
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