Solemnidad de Cristo Rey – Ciclo B (Juan 18, 33-37) – 21 de noviembre de 2021
Juan 18, 33-37
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú
el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te
lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le
contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis
servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero
mi Reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le
contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo
de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Palabra del Señor.
“Mi
reino no es de este mundo”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Hace varios
años en un pueblo de la Guajira, zona apartada y semidesértica del norte colombiano,
un compañero jesuita en formación vivió una situación que todavía me causa
escalofrío cuando la recuerdo. Resulta que había varios jesuitas trabajando en
la región y en una Semana Santa fuimos a colaborar en varios caseríos y pueblos
de una de las parroquias que estaban a cargo de los jesuitas. Cada uno de los
estudiantes de filosofía fuimos enviados a sitios distintos. Todos encontramos
comunidades más o menos acogedoras y dispuestas a celebrar los días santos con
más o menos entusiasmo. Sin embargo, en uno de los pueblos, la apatía se sentía
en el ambiente y era fácil predecir que no habría mucha asistencia a las
celebraciones, sobre todo porque no iban a contar con sacerdotes sino con
seminaristas inexpertos que venían del interior del país.
En medio de
este contexto, mi compañero se pasó los primeros días motivando a la población
para la participación en las fiestas de la Semana Mayor. Aparentemente iría
poca gente, pero él estaba seguro de que algunos asistirían. Lo cierto fue que
el Viernes santo, a las diez de la mañana, cuando se supone que comenzaba el Via
Crucis, no llegó nadie. El día anterior había encargados para cada una de
las catorce estaciones y los niños habían prometido que asistirían. Diez y
media, y no llegaba nadie. Ni siquiera el sacristán apareció por ninguna
parte... Ya desesperado, mi compañero decidió salir él solo, cargando con la
cruz que habían preparado para que fuera llevada por grupos de una estación a
otra. A las once y media de la mañana, cuando ya estaba saliendo con el alba
puesta y la cruz a cuestas, llegó el sacristán completamente borracho,
dispuesto a acompañar al padrecito en la procesión por todo el pueblo. En medio
de un silencio canicular, como el sol que caía sobre las calles polvorientas de
este pueblo perdido de nuestra geografía, mi compañero fue recorriendo todas y
cada una de las estaciones del Via Crucis, escoltado por un borracho que
apenas se sostenía en su vaivén embriagado...
Cuenta mi
compañero que cuando pasaba por el frente de las tiendas o de las casas de
familia donde estaban los pobladores esperando que fuera la hora del almuerzo,
todos se quedaban mirándolo completamente absortos por el espectáculo tan
ridículo que estaban presenciando. Creo que, si García Márquez se hubiera
enterado de esta historia, hubiera escrito una novela más de su colección de
realismo mágico que no es superado sino por la realidad cotidiana de estos
queridos pueblos de nuestra querida Colombia.
Imagino a Jesús, fatigado y demacrado,
después de una noche de torturas e interrogatorios, delante del Gobernador
romano en todo su esplendor, discutiendo si él era el Rey de los judíos y si
venía en nombre propio o en nombre de Dios a decir la verdad. Jesús tiene que
dejarle claro a Pilato: “– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría
gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi reino no es de aquí”. Jesús sabe que es rey, pero su reinado consiste
en decir la verdad: “Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan”. Al
celebrar esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, nos
comprometemos con la verdad que él representa, aunque hagamos el ridículo, como
mi compañero en aquel pueblo perdido de la Guajira colombiana.
TESTIGOS
DE LA VERDAD
El
juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando acude a
Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus
sentencias. Jesús comparece maniatado, como un delincuente. Allí están, frente
a frente, el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de
Dios.
A
Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: «Con que,
¿tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No
pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún
trono. No busca poder ni riqueza.
Pero
no le oculta la verdad: «Soy rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad.
Si su reino fuera de este mundo tendría «guardias» que lucharían por él con
armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan
su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.
El
reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas
de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la
verdad». Su vida es todo un desafío: «Todo el que es de la verdad escucha mi
voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas
horas intentará apagarla para siempre.
El
seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad, sino «testigo». Su quehacer no
es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del
evangelio y comunicar la experiencia de Jesús, que está cambiando su vida.
El
cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina,
no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive
convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar
hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá
a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra
vida recuerda a la suya.
TÚ HAS NACIDO PARA SER REY
Es
muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y del motivo por el
que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba
perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se
intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y
descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta:
“recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época,
era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.
Ha
sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre
esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el
evangelio. Pío XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El
papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al
servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino
de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante
tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los
cristianos.
El
contexto del evangelio, que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a
continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro que Pedro ni fue rey
de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico,
pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s.
I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden
dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he
venido, para ser testigo de la verdad”.
¿Qué
significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no
podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de
este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas
palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el
evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia
ha ejercido durante siglos.
Tal
vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la
verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de
una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad
ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su
naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo
que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le
necesite, no imponer nada a los demás.
No
se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre.
Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El
“Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave
para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el
modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que
todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera
manifestar la verdadera calidad humana.
Pilato
saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el
hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que
respondan al modelo que vean en él. Jesús dice soy rey, no dice soy el rey.
Indicando así que todo el que se identifique con él será también rey. Esa es la
meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede
haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre
reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes.
Cuando
los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades,
descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los
profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios).
El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era
responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los
alimentos, impartía justicia... El Mesías esperado siempre respondió a esta
dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.
Solo
en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de
Dios. Sin embargo el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de
Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío
sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica
un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia
no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por
desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos
hoy.
Jesús,
en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de
estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la
multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda
la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino
suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un
error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es
querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.
La
característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí,
aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un
tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o
está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de
preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos
“reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de
hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser.
Cualquier
connotación que el título tenga con el poder tergiversa el mensaje de Jesús.
Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho
más denigrantes que la corona de espinas. Si no nos damos cuenta de esto, es
que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el
“Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que
ver con el evangelio.
Jesús
nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande,
sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es
una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la
razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que
dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros
nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.
Meditación
Jesús está hablando de la autenticidad de su ser.
Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es.
Ser Verdad es ser lo que somos, sin falsearlo.
El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser
y manifestarlo en todo momento.
Fray Marcos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario