Domingo XVIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 24-35) – 1 de agosto de 2021
Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la
gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se
embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.
Al encontrarlo en la otra
orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les
contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto
señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No
trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la
vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo
ha marcado con su sello”.
Ellos le dijeron: “¿Qué
necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de
Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Entonces la gente
le preguntó a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que la veamos y
podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.
Jesús les respondió: “Yo
les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les
da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del
cielo y da la vida al mundo”.
Entonces le dijeron:
“Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la
vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Palabra del Señor,
#microhomilía
El alimento es imprescindible en nuestra vida, de él
depende nuestra fortaleza o nuestra debilidad, nuestra salud y nuestra
enfermedad.
Hoy la Palabra nos habla del alimento espiritual.
Podemos tener las barrigas llenas, pero un gran vacío existencial que nos
mantiene desnutridos, enfermos y débiles del alma. Tratamos de llenar ese vacío
con tantas cosas, experiencias o personas, incluso reclamamos esclavitudes
(como los israelitas) o apegos que sin libertad, ni salud, ni nutrición, nos
daban la sensación de estar "llenos". Esa hambre, desnutrición vacío
existencial sólo puede ser resuelto si nos alimentamos de "pan verdadero",
de Cristo. Es decir, vivir a su modo,
con una vida recta, pura y fundada en la verdad. vivir una vida libre y sin
simulaciones, en cada circunstancia que se nos presenta saber amar, liberar,
incluir, perdonar y sanar. Vivir así, nos llenará y nos hará recobrar de nuevo,
la plenitud y la saciedad. #FelizDomingo
“Ustedes
me buscan porque comieron hasta llenarse”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
En alguna parte leí la historia de un joven que se
quejaba siempre porque su mamá le daba más comida a sus hermanos y nunca estaba
satisfecho con lo que le servían a él en el plato. La mamá trataba de ser muy
justa en la repartición de las porciones, pero, por alguna razón desconocida,
el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le sirvieran
menos. Ya desesperada por esta queja constante, la señora decidió un día
dejarle una doble ración de todo lo que les iba a ofrecer en la cena de ese
día, de manera que el joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el
joven ese día llegó tarde a cenar y todos comieron antes de que él llegara. Al
momento de recibir su ración doble, que le habían guardado en el horno, la
expresión del muchacho por poco hace desmayar a la mamá: Si esto me dieron a
mí, ¡cómo le habrán dado a los demás!, fue lo único que acertó a decir el joven
insatisfecho...
Los seres humanos sufrimos de una especie de
insatisfacción crónica. Vivimos aquejados por lo que algunos llaman el
síndrome de las más verdes praderas; es decir, cuando salimos de paseo al
campo, miramos a nuestro alrededor y nos parece que el sitio en el que estamos
no cumple nuestras expectativas como para sentarnos a comer; en cambio, la
ladera del frente se ve más despejada de palos y piedras, y el pasto parece de un
verdor especial... de modo que caminamos hasta allá en busca del sueño
prometido; pero cuando llegamos, volvemos la mirada atrás y nos parece que
donde estábamos no había tanta boñiga ni tanto chamizo como en el nuevo sitio
y, entonces, volvemos sobre nuestros pasos o seguimos buscando otra pradera más
alejada que se ve como mejor para nuestro propósito de sentarnos a almorzar...
Lo cierto es que, cansados de tanto caminar, nos terminamos sentando en
cualquier parte, convencidos, eso sí, de que estamos en el peor de los sitios
que visitamos y que cualquiera de los anteriores estaría mejor que el que
terminamos escogiendo por pura y llana necesidad de dejar, por fin, de dar
vueltas alrededor de un sueño que no existe.
La felicidad no parece ser algo alcanzable en esta
vida mortal; la realización plena como que no existe en este mundo de
sinsabores permanentes; nos queda el consuelo de que vamos probando pequeñas
muestras de esa felicidad tan esquiva y de esa realización tan inalcanzable a
las que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser insaciable.
Jesús percibe que la comida que recibieron
muchos de sus oyentes los había llenado, pero no los había saciado,
estrictamente hablando. Una cosa es tener lleno el estómago y otra muy distinta
sentir saciado el corazón... “Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron
hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen
por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les de vida
eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el
Padre, ha puesto su sello en él”. Sólo entonces, sus oyentes piden ese pan que
El les promete: “Señor, danos siempre ese pan”. En la medida en que creamos en
las palabras de Jesús, sabremos de la auténtica satisfacción que nos ofrece:
“Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que
cree en mí, nunca tendrá sed”, ni andaremos, como el joven del principio,
lamentándonos porque nos tocó menos que a los demás.
Eucaristía
e inmortalidad
Jose
Luis Sicre SJ
¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la
Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente de su
importancia? Hablando de otro tema: ¿Qué piensas de la otra vida? ¿Eres de
los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin
remedio? ¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe mesopotámico, a
realizar un peligroso viaje para conseguir la planta de la inmortalidad, o
piensas que es una tarea absurda e imposible? A menudo preferimos no hacernos
estas preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el
autor del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.
… (continua
en este enlace)
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