Domingo XXI del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 55. 60-69) – 22 de agosto de 2021
Juan 6, 55. 60-69
En aquel tiempo, Jesús dijo
a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar
es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”
Dándose cuenta Jesús de que
sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si
vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son
espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto,
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de
traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí,
si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de
sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces
Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le
respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
Reflexiones: Hernán Quesada SJ Hermann Rodríguez
SJ José Antonio Pagola Fray Marcos
#microhomilía
Hoy la Palabra nos recuerda que somos en
relación. Nuestras relaciones nos construyen, nos destruyen, nos van
definiendo; muestran quienes somos y lo que amamos.
Josué en la 1a lectura pide definción
ante la relación con Dios: "...a quién quieren sevir". Y el pueblo
expresa su memoria y su lealtad a Dios.
San Pablo llama a la relación entre
nosotros basada en el respeto y el amor. Hay una expresión en el texto que hoy
puede causarnos incomodidad: "sometimiento o docilidad", hay que
entenderla en una cultura que permitía el repudio de la esposa, a esta cultura,
Pablo expresa que en las relaciones hay que reconocer complementación,
compromiso, responsabilidad y fidelidad; todo fundado en el amor que se expresa
como unión.
Finalmente en el Evangelio de Juan, Jesús
mismo, ante la experiencia de ruptura, también pregnta por la calidad y la
lealtad de la relación: "¿También ustedes quieren dejarme?"
-"Señor, ¿a quién iremos?-, responde
Pedro. Ya no se trata de voluntad, sino necesidad de Cristo. Ya no es opción,
es relación sin la que no es posible la plenitud.
Vamos a preguntarnos sobre nuestras
relaciones, con Dios, con los demás y con Jesús. ¿En qué condición están? ¿En
qué están sostenidas? ¿En el amor, el respeto, el reconocimiento de
complementariedad (necesidad)? ¿A qué nos invita el Señor? #FelizDomingo
“¿También ustedes quieren irse?”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Entre los años 73 y 71 antes de Cristo se
desarrolló una lucha entre un inmenso ejército de esclavos, liderados por
Espartaco, contra el Imperio romano, que ha sido reseñada por la historia como
la Guerra de los Esclavos, o la Guerra de los Gladiadores. No son muchos los datos que se conservan de
la vida de Espartaco. Sabemos que era originario de la Tracia y que militó en
las tropas auxiliares romanas. Su deserción le llevó a la esclavitud, siendo
destinado a ser gladiador debido a su fuerza física. En el año 73 a.C. está en
una escuela de gladiadores en Capua donde unos 200 gladiadores organizaron un
complot durante el verano. Los conspiradores fueron descubiertos pero un grupo
de 70 consiguió alejarse de la ciudad bajo la dirección de Espartaco y algunos
más.
Poco a poco, Espartaco logró organizar un ejército
formado por unos 100.000 hombres y se dirigió al norte de la península con el
fin de abandonar Italia y recuperar la libertad. Entre los propios esclavos
empezaron a surgir desacuerdos, lo que favoreció que las tropas romanas
obtuvieran algunas victorias. Espartaco y sus seguidores alcanzaron la Galia
Cisalpina pero en ese momento regresaron a Roma. En Lucania el ejército esclavo
fue cercado por las tropas del pretor Marco Licinio Craso ya que la posibilidad
de pasar a Sicilia fracasó porque los piratas contratados para el transporte
traicionaron a Espartaco. En el año 71 a.C. se produjo el último enfrentamiento
en Silaro, después del cual murieron crucificados unos 60.000 esclavos, entre
ellos Espartaco.
En el año 1960 se produjo una película que recoge esta
historia de luchas y fracasos bajo la dirección de Stanley
Kubrick y con Kirk Douglas como protagonista. En 1961, la cinta ganó cuatro
premios Oscar de la Academia. La última parte de la película presenta la
lucha encarnizada entre dos fuerzas desiguales: Un ejército romano muy bien
organizado y un ejército de esclavos luchando con pasión por su libertad, pero
sin los recursos necesarios para triunfar. Finalmente, el ejército romano busca
entre los prisioneros de guerra al jefe de esta rebelión. Delante de los
esclavos vencidos, un oficial romano pregunta: “¿Quién de ustedes es
Espartaco?” Cuando Espartaco está a punto de levantarse para dar la cara al
enemigo, aparece la mítica secuencia donde los esclavos que han sobrevivido
comienzan a ponerse en pie para repetir, uno a uno, "Yo soy
Espartaco", con el fin de proteger a su líder.
Cuando Jesús propuso su proyecto a sus
seguidores, muchos se sintieron desanimados y se dijeron: “Esto que dice es muy
difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?” Y por esto, “muchos de los que
habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él. Jesús les preguntó a
los doce discípulos: ¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le contestó: –
Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros
ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. La invitación de
Jesús no es fácil y muchas veces tendremos deseos de volver atrás. En los
momentos más difíciles de nuestra propia vida, necesitaremos llenarnos de valor
para responder, como Pedro, “Señor, ¿a quién podemos ir? Tu tienes palabras de
vida eterna”; o, como los compañeros de luchas de Espartaco, levantarnos para
decir ante el mundo, “Yo soy Espartaco”, y dar la cara por nuestro Señor.
¿A quién acudiremos?
Quien se acerca a Jesús, con frecuencia tiene la
impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a
nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.
Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan
todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más
vitales. Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al
cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y
la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente
nuestro corazón.
Sin embargo, a lo largo de veinte siglos es mucho el
polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y
su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables
ha impedido a veces a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura
llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños,
lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a la gente a vivir con
libertad el amor de los hijos de Dios.
Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las
disquisiciones de moralistas bienintencionados y las exposiciones de
predicadores ilustrados sin lograr encontrarse con él.
No nos ha de extrañar la interpelación del escritor
francés Jean Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores,
doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, tan
directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».
Si muchos cristianos que se han ido alejando estos
años de la Iglesia conocieran directamente los evangelios, sentirían de nuevo
aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna. Nosotros creemos».
Estoy ante la alternativa: o la vida espiritual o el
fácil hedonismo
Llegamos al final del c. 6 de Juan. Llega la hora del
desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer
enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no
tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que
estamos. ¿Qué resultado tiene hoy la oferta de Jesús?
Este modo de hablar es inaceptable. Son inaceptables
estas propuestas, para ellos y para nosotros, pues contradicen nuestras
apetencias más íntimas. Quieren llevarnos más allá de lo razonable. Todo aquel
que se deje guiar por el sentido común, se escandalizará. Lo que nos pide Jesús
es salir del egoísmo y entregarse a los demás. Se trata de sustituir a Dios por
el hombre. ¿Cómo podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás?
¿No es el primer deber de todo ser humano dar “gloria” a Dios?
La incapacidad de comprender es consecuencia de
entender desde la carne. No se trata de despreciar y machacar la carne.
Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene ninguna salida el mensaje de
Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero sentido de la vida fisiológica y
terrena, para un ser humano, el verdadero sentido de la carne está en la
trascendencia; es decir desplegar las posibilidades más sublimes que el ser
humano tiene por ser más que simple biología. La vida terrena no puede ser meta
para el hombre.
El espíritu es el que da Vida, la carne no sirve para
nada. Aquí, carne y espíritu no se refieren a dos realidades concretas y
opuestas, sino a dos maneras de afrontar la existencia. Solo la actitud
espiritual puede dar sentido a una vida humana. Vivir desde las exigencias de
la carne cercena la meta del ser humano. En teoría no se entiende y en la
práctica tampoco, ¿quién cree que la carne no vale para nada? ¿Por qué
luchamos? ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Cuánto tiempo dedicamos al
cuerpo y cuánto al Espíritu?
Después de repetir por activa y por pasiva que había
que comer su carne, ahora nos dice que la carne no vale para nada. Estas
palabras nos obligan a hacer un esfuerzo para poder comprender el mensaje. No
es ninguna contradicción. Se trata de descubrir que el valor de la “carne” le
viene de estar informada por el espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo.
Sin el espíritu, la carne no es nada. Queda claro el sentido que da Juan a la
encarnación.
Las propuestas que os he hecho son Espíritu y son
Vida. Las palabras no tienen valor por sí mismas, debemos descubrir en ellas el
Espíritu. La referencia al Espíritu es clave para entender a Jesús. “Lo que
nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. “Dios es
espíritu, y hay que acercarse a Él en espíritu y en verdad”. Todo el capítulo
viene diciendo que él es el pan… Ahora nos dice que son sus palabras las que
dan la Vida. La única propuesta que llevará a plenitud al hombre es la de
Jesús.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron
atrás y no volvieron a ir con él. En este proceso de alejamiento entre Jesús y
los que le siguen se da el último paso, el abandono. Hasta ahora los que le
criticaban eran los judíos, ahora son los discípulos los que deciden
abandonarle. Recordemos que todo el capítulo se ha planteado como un proceso de
iniciación. Al final, hay que tomar una decisión.
¿También vosotros queréis marcharos? Jesús no busca la
aprobación general. Tanto los políticos como los medios lo condicionan todo a
la audiencia. Lo importante es vender. Jesús acepta el reto que su doctrina
provoca. Está dispuesto a quedarse solo antes que ceder en la radicalidad de su
mensaje. La pregunta manifiesta una profunda amargura. Pero también deja muy
clara la convicción que tiene en lo que está proponiendo.
¿Con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican
Vida definitiva. Pedro da la única respuesta adecuada: “Nosotros creemos”. Los
que escuchan a Jesús se sienten más seguros con el cumplimiento de la Ley. A la
hora de comer eran cinco mil. Quedan doce. Pronto demostrarían que ellos
tampoco lo entendieron hasta la experiencia pascual. Queda claro que el
fundamento de la comunidad son los doce, y que Pedro es la cabeza.
También en los sinópticos, Jesús empieza siendo
aclamado por la multitud, pero termina siendo abandonado por todos. Si hoy nos
declaramos cristianos dos mil millones de personas se debe a que no se exige la
radicalidad de su mensaje y seguimos en el engaño de lo que puede darnos, no en
la conciencia de lo que nos exige. Si descubriéramos que la médula del mensaje
de Jesús es que tenemos que dejarnos comer, ¿cuántos quedarían?
Juan intenta aclarar las condiciones de pertenencia a
la comunidad de Jesús: La adhesión a Jesús y la asimilación de su propuesta de
amor. Su ‘exigencia’ es una dedicación al bien del hombre a través de la
entrega personal. El mesianismo triunfal queda definitivamente excluido. En
contra de lo que se nos sigue diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina
ni la promete a los que le sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición
personal.
Hoy seguimos ignorando la propuesta de Jesús. En su
nombre seguimos ofreciendo unas seguridades derivadas del cumplimiento de unas
normas. No se invita a los fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús,
porque no se les presenta dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salirnos
con la nuestra. No nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios
anhelos de salvación que no van más allá de la sola carne.
No es casualidad que en el evangelio se hable de Vida
al tratar de expresar la realidad espiritual que descubrió Jesús más allá de la
vida. El paralelismo nos puede llevar a comprender que no existe una VIDA
separada de la materia; ni en el orden espiritual ni en el biológico la vida
puede andar por ahí separada de la materia sensible. Dios es Vida, pero no
significa que está en algún lugar del universo y desde allí nos hace partícipes
de ella.
A la hora de definir la vida biológica, tenemos que
recurrir a su manifestación. Nunca nos encontramos con la vida, sino con un ser
vivo. Lo mismo en el orden espiritual, nunca nos encontraremos con el Espíritu
pero sí un ser atravesado por el Espíritu. ¿Cómo lo sabremos? Solo a través de
sus relaciones con los demás. Si es capaz de descentrarse y descubrir en los
demás aquello que le identifica con ellos, tiene Vida espiritual.
Meditación
Jesús manifiesta, en su vida, esa Vida
plena y definitiva.
La experiencia pascual llevó a los
discípulos a hacer suya esa Vida.
No fue fácil superar el apego a las
seguridades de su religión.
Nosotros, con una religión tan anclada en
la Ley como la judía,
tenemos que arriesgarnos si no queremos
caminar hacia la nada.
Fray Marcos
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