Domingo XV del tiempo
ordinario – Ciclo B (Marcos 6, 7-13) – 11 de julio de 2021
Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió
de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no
llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino
únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en
ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los
escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una
advertencia para ellos”.
Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Palabra del Señor
#microhomilía
Hoy
la palabra insiste en recordarnos una dimensión de nuestra fe: el envío. Dios
nos acompaña, nos rescata, nos sana, no perdona, nos redime, nos elige en
Cristo. Pero esta experiencia de Dios no es una fuerza centrípeta que nos lleva
a vivir hacia dentro, sino al contrario, la experiencia de vivir en Cristo no
lleva a salir de nosotros mismos, nos convoca, nos envía a dar testimonio de lo
que Él ha hecho por nosotros, nos envía a combatir demonios terribles como la
injusticia, la corrupción y el egoísmo. Somos sus enviados para llevar
esperanza y consuelo, para colaborar a la salud de nuestro mundo tan enfermo.
No vamos solos, siempre vamos en comunidad, en compañía de otros y de Cristo.
El
envío es de toda y todo cristiano, y comienza en la cotidianidad de nuestras
familias, comunidades y entornos cotidianos. Reconozcamos hoy la gracia de Dios
que hemos recibido, que brote la inteligencia y la sabiduría para saber
discernir su voluntad y su envío. #FelizDomingo
“Les ordenó que no llevaran nada para el camino”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Cuentan que una vez, un
padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el
firme propósito de que éste viera cuán pobres eran las gentes del lugar.
Estuvieron por espacio de un día y una noche en la casa de una familia
campesina muy humilde. Compartieron con ellos las comidas y el descanso. Al
concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:
"¿Qué te pareció el viaje?". "¡Muy bonito papá!".
"¿Viste qué tan pobre puede ser la gente?". "¡Si!".
"¿Y qué aprendiste?"
"Vi que nosotros
tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que
llega de una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no
tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en la sala, ellos tienen
millones de estrellas que titilan toda la noche. Nuestro patio llega hasta la
pared de la casa del vecino, ellos tienen todo un horizonte de patio. Ellos
tienen tiempo para conversar y estar en familia; tú y mi mamá tienen que
trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo". Al terminar el relato, el
padre se quedó mudo... Y su hijo agregó: "¡Gracias Papá, por enseñarme lo
ricos que podemos llegar a ser!".
Hace algunos años, en las
calles de Bogotá se vendió a montones un libro titulado: "Padre rico,
padre pobre", que ha dado mucho qué pensar a los que viven para
trabajar y no trabajan para vivir... Numerosas personas en nuestra
sociedad no paran de buscarse los medios para disfrutar de una vida cada vez
más cómoda, pero nunca llega el momento de detenerse a descansar y a disfrutar
de lo que se tiene... Este libro presenta la idea de hacer del dinero sólo un
medio para vivir mejor, y no un fin que se convierte en ídolo y nos esclaviza.
A este propósito, don Alfredo, un habitante del barrio El Dorado, donde viví durante
algún tiempo, en el sur oriente de Bogotá, me decía un día: "Padre, yo me
doy el lujo de ser pobre..." Y no le falta razón, pues vive pobremente su
ancianidad, pero dedicado a leer libros que siempre había querido leer, y
gozando de la vida familiar, como nunca antes lo había hecho…
Jesús envía a sus discípulos
de dos en dos y les da unas instrucciones muy precisas: "Les ordenó que no
llevaran nada para el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar bolsa
ni pan ni dinero. Podían ponerse sandalias, pero no llevar ropa de
repuesto". En estas condiciones de pobreza radical, el ser humano se abre
a lo que le llega de una manera inesperada. Cuando nos apoyamos sólo en los
medios para realizar nuestra misión, no somos capaces de descubrir una
infinidad de riquezas que nos han sido regaladas por Dios con una generosidad
infinita.
Predicar
en pobreza es predicar la misma pobreza evangélica y la vida sencilla. La vida
misma del apóstol se hace predicación. En un contexto como el nuestro, en el
que los medios son cada vez más abundantes, no deja de incomodar y de resultar
casi escandalosa esta invitación. Pero Jesús, desde su nacimiento hasta su
muerte en cruz, nos propuso un estilo de vida austero que nos enriquece con su
pobreza y nos abre una infinidad de posibilidades que no alcanzamos a imaginar.
Como el niño rico que fue de paseo al campo, podremos apreciar la riqueza de
una amistad, un paisaje, un beso, una sonrisa… Algún día sabremos lo ricos que
podemos llegar a ser.
CON
POCAS COSAS
¿Qué
ha podido pasar para distanciarnos tanto de aquel proyecto inicial de Jesús?
¿Dónde ha quedado el encargo del Maestro? ¿Quién sigue escuchando hoy sus
recomendaciones?
Pocos
relatos evangélicos nos descubren mejor la intención original de Jesús que este
que nos presenta a Jesús enviando a sus discípulos de dos en dos, sin alforjas,
dinero ni túnica de repuesto.
Basta
un amigo, un bastón y unas sandalias para adentrarse por los caminos de la
vida, anunciando a todos ese cambio que necesitamos para descubrir el secreto
último de la vida y el camino hacia la verdadera liberación.
No
desvirtuemos ligeramente el encargo de Jesús. No pensemos que se trata de una
utopía ingenua, propia quizá de una sociedad seminómada ya superada, pero imposible
en un mundo como el nuestro.
Aquí
hay algo que no podemos eludir. El evangelio es anunciado por aquellos que
saben vivir con sencillez. Hombres y mujeres libres que conocen el gozo de
caminar por la vida sin sentirse esclavos de las cosas. No son los poderosos,
los financieros, los tecnócratas, los grandes estrategas de la política los que
van a construir un mundo más humano.
Esta
sociedad necesita descubrir que hay que volver a una vida sencilla y sobria. No
basta con aumentar la producción y alcanzar un mayor nivel de vida. No es
suficiente ganar siempre más, comprar más y más cosas, disfrutar de mayor
bienestar.
Esta
sociedad necesita como nunca el impacto de hombres y mujeres que sepan vivir
con pocas cosas. Creyentes capaces de mostrar que la felicidad no está en
acumular bienes. Seguidores de Jesús que nos recuerden que no somos ricos
cuando poseemos muchas cosas, sino cuando sabemos disfrutarlas con sencillez y
compartirlas con generosidad. Quienes viven una vida sencilla y una solidaridad
generosa son los que mejor predican hoy la conversión que más necesita nuestra
sociedad.
SI NECESITAS SEGURIDADES
EXTERNAS, NO CONFÍAS EN LO ESENCIAL
El
párrafo que acabamos de leer es continuación del que leíamos el domingo pasado,
pero con él comienza una nueva etapa en el evangelio de Marcos. Los discípulos
van a tomar parte en la tarea que desarrolla el Maestro. Después de la
experiencia de fracaso en su pueblo, Jesús no solo no deja de anunciar la
“buena noticia” del Reino sino que compromete a sus discípulos en esa tarea. El
rechazo de los dirigentes y familiares le obligan a buscar otros interlocutores
que no estén maleados por la enseñanza oficial. Las tres lecturas no hablan de
la elección, pero esa elección lleva implícita la misión.
Es
Jesús quien toma la iniciativa. “Les llamó y les envió”. Si hacía ya mucho
tiempo que estaban con él, no necesitaba llamarlos, pero el poner los dos
verbos juntos tiene una intención especial. La llamada y la misión están
siempre unidas. No se precisa ni a dónde van ni cuanto va a durar la misión.
Con ello está precisando las características de todas las llamadas y de todos
los envíos. Todo los que vayan en nombre de Jesús deben ir en las mismas
condiciones, en todos los tiempos. El evangelista está retrotrayendo al tiempo
de Jesús una práctica que comenzó muy pronto en las primeras comunidades.
“De
dos en dos”, apunta al sentido comunitario de toda misión. No se trata de
actuar como francotiradores, sino de ir en nombre de la comunidad. Así se evita
cualquier clase de superioridad de uno sobre otro. Con demasiada frecuencia
olvidamos que todos somos enviados por y desde una comunidad. Tenemos que
superar la tendencia a actuar por nuestra propia cuenta. Tiene también un
aspecto legal. En un juicio, solo se admitía el testimonio que fuera
atestiguado por dos. No se espera que sean maestros, sino testigos.
“Les
da autoridad sobre los espíritus inmundos”. Hay que tener mucho cuidado. El
texto griego no dice “dynamis” sino “exousia”. No es fácil apreciar la
diferencia entre los dos conceptos, pero es claro que no se trata de un poder
mágico, sino de una superioridad sobre el mal. Se trata de una fuerza para
superar no solo los demonios de los demás sino también sus propios demonios; es
decir, la superación personal de toda ideología que les impediría comunicar el
verdadero mensaje. Esta lucha de los apóstoles contra sus propios prejuicios
nacionalistas está presente en todo el evangelio de Marcos.
“Les
encargó...” El verbo Griego significa ordenó. Es curioso que el texto hace más
hincapié en lo que no deben llevar. Lo importante es el espíritu de los
enviados. El bastón y las sandalias eran imprescindibles; el primero ayuda a
caminar y puede ser muy útil contra las alimañas. Las sandalias era el calzado
de los pobres. El pan era signo de todo alimento. No van como mendigos, solo
deben aceptar lo que necesitan en cada momento. La alforja era propia de los
mendigos, que aseguraban así las próximas comidas. El dinero es símbolo de las
seguridades. En griego no dice “túnica de repuesto”, sino “no llevéis puestas
dos túnicas”, que era característica de la gente rica.
Los
judíos nunca se hospedaban en casa de paganos. Para Jesús cualquier casa es
buena para hospedarse, y cualquier alimento digno de comerse. Para quedarse
basta que les acoja una “casa”; para marcharse tiene que existir el rechazo de
un “lugar”. Lo importante es que les acepten y ellos acepten. En todo caso,
deja clara la posibilidad de rechazo que acaba de sufrir el mismo Jesús en su
tierra. El sacudir el polvo de los pies era una costumbre de los judíos cuando
salían de un lugar de paganos. No se trata de maldición alguna, sino de dar testimonio
de un hecho.
“Predicaban
la conversión, echaban demonios y curaban”. Es curioso que ninguna de esas
acciones fue descrita en el envío. La conversión, de la que nos habla el
evangelio, no debe entenderse desde el punto de vista moral. Se trata de “metanoia”.
Un cambio de mentalidad que llevaría consigo un cambio en la manera de vivir.
Sin emprender ese nuevo camino, de nada servirán los arrepentimientos y los
propósitos. Seguimos sin entenderlo hoy. El echar demonios y curar son signos
de la preocupación por los demás. El signo de que ha llegado el Reino es la
ayuda a los demás.
La
primera lectura nos pone ya en guardia. Los profetas de Betel quieren convertir
a Amós en un profeta “al uso”: alguien que vive de un oficio siguiendo las
directrices oficiales. Muy poco han cambiado las cosas. La Iglesia sigue siendo
un santuario de Betel. Estar de parte de los poderosos y no denunciar la
injusticia ha sido una apostasía del cristianismo desde Constantino. A nadie
entusiasma hoy nuestra predicación, mucho menos nuestra trayectoria vital. La
misión no puede ser una programación venida de fuera, sino una exigencia vital,
consecuencia de la llamada interna de Dios.
La
clave está en que, al depender de los demás, se elimina toda tentación de
superioridad. No son normas de ascetismo sino de confianza. Se trata de
aprender a confiar en los demás, esperándolo todo de ellos. Saber dar
eficazmente supone haber aprendido antes a recibir con humildad. No hay nada
más humillante para un ser humano que el tener que recibir de otro algo sin
reciprocidad. La realidad que más une a los hombres es el saber que tienen algo
que dar y algo que recibir. En la gratuidad se alcanza el máximo de humanidad,
tanto por parte del que da, como del que recibe.
La
confianza de toda misión evangélica debe centrarse en el mensaje, no en los
medios desplegados. Por ello hay que prescindir de lo superfluo, y ni siquiera
querer asegurar lo necesario. Al enviarlos, está diciendo que lleven el Reino
de Dios a todos los hombres. Él no es su dueño ni ellos sus propietarios. Ese
Reino es la “buena noticia” que todos deben descubrir. El Reino predicado por
Jesús trata de purificar toda religión. Jesús no creó una nueva religión ni
dejó de pertenecer a la judía. Él haber hecho de la predicación de Jesús una
religión más ha impedido que sea fermento para todas.
La
misión no es tarea de unos pocos, sino la consecuencia inevitable de la
adhesión a Jesús. La misión no consiste en predicar sino en hacer un mundo cada
vez más humano. No se trata de salvaguardar a toda costa doctrinas trasnochadas
o normas morales que no humanizan. Menos aún en conservar unos ritos
fosilizados que ya no dicen nada a nadie. El mensaje de Jesús no se puede meter
en fórmulas.
Meditación
Si confías en Dios, confiarás también en el hombre.
Pero también potenciarás la confianza en ti mismo.
Si has superado el afán de seguridades, surgirá la
gratuidad.
Precisamente hoy, que por todo hay que pagar un precio,
es más necesario que nunca el dar sin esperar nada.
Darse, sin esperar nada a cambio, es hacer presente a
Dios.
Fray Marcos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario