Domingo XVI del tiempo ordinario – Ciclo B – 18 de julio 2021
Marcos 6, 30-34
En aquel tiempo, los
apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado. Entonces él les dijo: “Vengan conmigo a un lugar solitario,
para que descansen un poco”, porque eran tantos los que iban y venían, que no
les dejaban tiempo ni para comer.
Jesús y sus apóstoles se
dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo. La gente los vio
irse y los reconoció; entonces de todos los poblados fueron corriendo por
tierra a aquel sitio y se les adelantaron.
Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
Palabra
del Señor
#microhomilía
Hoy la Palabra nos anuncia y recuerda cómo es Dios. Dios
no expulsa ni abandona, sino reúne y cuida. Dios destruye la barrera del odio.
No es el dios de la ley basada en mandatos y reglamentos, sino el Dios de la
compasión y la misericordia. Cuando nos dispersamos, Dios nos busca para darnos
su paz y reconciliarnos, nos trae de nuevo con él y nos repara. Por ello
podemos exclamar con el salmista: "El Señor es mi pastor, nada me
faltará".
Si
andamos perdidos y dispersos, basta detenernos y Él llegará, pues es siempre
fiel a sus promesas.
Pero
también Dios nos llama a ser como él, es decir, nos llama a erradicar el odio,
a ser cada una y cada uno de nosotros compasión y misericordia para los demás,
nos llama a buscar y rescatar.
“(...)
iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace un tiempo, Miguel Silva escribió en El Espectador un artículo que
me gustó mucho: “El ajetreo y el trabajo”. Decía el autor que los
colombianos tenemos una forma muy extraña de trabajar; y contaba que una
italiana que trabaja en el Banco Mundial le decía alguna vez: “Yo siempre veo a
los colombianos trabajar hasta que cae la noche. Son los últimos que salen de
aquí. Pero lo más divertido es que, en verano, también salen únicamente cuando
cae la noche, y como en verano eso sucede a las nueve, salen tardísimo. Como si
fueran unos animales extraños que por razones de supervivencia no fueran
capaces de encontrarse en casa con luz diurna”.
Más adelante, dice Miguel Silva: “Alguna vez a un colombiano –creo que
fue a Juan Luis Londoño– lo obligaron a salir temprano de la oficina en el
mismo Banco Mundial. Lo llamó un vicepresidente y le expresó preocupación por
sus larguísimas jornadas. –Eso sólo puede ser consecuencia de una de dos cosas,
dijo el funcionario: –o le ponemos una carga laboral excesiva o usted es muy
ineficiente. Y lo mandaron para su casa temprano”. La conclusión a la que llega
el artículo es que “Si el tiempo en la oficina fuera medida del éxito, Colombia
sería una superpotencia, porque aquí nadie sale temprano y todo el mundo suda y
se demora y se queja. Todos tomamos vacaciones con un gran sentido de culpa. El
lío no es que no tengamos tiempo para la familia. Eso sin duda es muy grave.
Pero tanto o más dramático es que del ajetreo apenas queda el ruido que genera.
Es el trabajo el que produce resultados. Y los resultados son los que cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho pensar muy en serio en nuestros ritmos
de trabajo o de ajetreo y en lo poco que dedicamos a la ‘recreación’...
que literalmente significa tiempo para compartir fraternalmente, para dialogar
amigablemente, para reconstruirnos como personas. El P. Augusto Hortal, que fue
mi superior en España durante varios años, solía decir: “El que no descansa,
cansa”. Y no permitía que los jóvenes jesuitas con los que vivíamos se
dedicaran los domingos a estudiar o a adelantar trabajos para la Universidad.
Jesús y sus discípulos tenían un ritmo de trabajo impresionante. El
texto evangélico que nos propone hoy la liturgia dice que “iba y venía tanta
gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”. De modo que Jesús les
dice: “Vengan, vamos nosotros solos a un lugar tranquilo. (...) Así que Jesús y
sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado”. Claro que la dicha
no les duró mucho, pues “muchos los vieron ir, y los reconocieron; entonces de
todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos. Al bajar Jesús de
la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como
ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”.
Aunque estas vacaciones apostólicas
no fueron un éxito, que digamos, me parece que este texto nos invita a
reflexionar sobre nuestros ritmos laborales y el tiempo que, efectivamente,
dedicamos a descansar en compañía de nuestros seres queridos; un ritmo de
trabajo exagerado, un trajín o un ajetreo desaforados, lo único que dejan es
cansancio y no eficiencia en nuestra misión. Tenemos que tratar de buscar un
ritmo de trabajo que nos permita encontrarnos, por lo menos de vez en cuando,
en casa con luz diurna.
REZAR
JUNTOS Y REÍR EN COMÚN
La
escena está cargada de ternura. Llegan los discípulos cansados del trabajo
realizado. La actividad es tan intensa que ya «no encontraban tiempo para
comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación: «Venid a un sitio tranquilo
a descansar».
Los
cristianos olvidamos hoy con demasiada frecuencia que un grupo de seguidores de
Jesús no es solo una comunidad de oración, reflexión y trabajo, sino también
una comunidad de descanso y disfrute.
No
siempre ha sido así. El texto que sigue no es de ningún teólogo progresista.
Está redactado allá por el siglo IV por aquel gran obispo poco sospechoso de
frivolidades que fue Agustín de Hipona.
«Un
grupo de cristianos es un grupo de personas que rezan juntas, pero también
conversan juntas. Ríen en común y se intercambian favores. Están bromeando
juntas, y juntas están en serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin
animosidad, como se está a veces con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para
reforzar siempre el acuerdo habitual.
Aprenden
algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de menos, con pena, a los
ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Hacen manifestaciones de este u
otro tipo: chispas del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en
la lengua, en los ojos, en mil gestos de ternura».
Tal
vez lo que más nos sorprende hoy en este texto es esa faceta de unos cristianos
que saben rezar, pero saben también reír. Saben estar serios y saben bromear.
La Iglesia actual aparece casi siempre grave y solemne. Parece como que los
cristianos le tenemos miedo a la risa, como si la risa fuera signo de
frivolidad o de irresponsabilidad.
Hay,
sin embargo, un humor y un saber reír que es signo más bien de madurez y
sabiduría. Es la risa del creyente que sabe relativizar lo que es relativo, sin
dramatizar sin necesidad los problemas.
Es
una risa que nace de la confianza última en ese Dios que nos mira a todos con
piedad y ternura. Una risa que distiende, libera y da fuerzas para seguir
caminando. Esta risa une. Los que ríen juntos no se atacan ni se hacen daño,
porque la risa verdaderamente humana nace de un corazón que sabe comprender y
amar.
BUSCAN UN MERECIDO DESCANSO
Tenemos
que tener presente el contexto. Los apóstoles acaban de volver de la misión a
la que Jesús les ha enviado. Entre el envío y el regreso, nos ha contado la
muerte de Juan Bautista. Terminada la misión de los doce, se vuelven a reunir y
se cuentan las peripecias de la tarea que acaba de concluir. Parece ser que les
ha ido bien y vienen encantados (Lc lo dice expresamente). La euforia de la
gente que les busca ratifica esa visión. El éxito se les está subiendo a la
cabeza y no les deja tomar la postura adecuada.
Para
entender este pasaje, debemos recordar que después de los primeros éxitos en
Cafarnaún, Jesús se retira al desierto para poner en orden sus ideas. En este
pasaje, son los enviados los que tienen éxito y deben ser también ellos los que
se retiren a examinar su actitud vital. Marcos nos está diciendo que los
discípulos necesitan una seria reflexión sobre el éxito de su misión, como
Jesús necesitó meditar sobre su mesianismo.
Venid
vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. El mismo Jesús que les
empujó a una actividad febril entre la gente, les lleva ahora a un alejamiento
de esa misma gente para dedicarse a ellos mismos. No se trata solamente de la
preocupación por su cansancio. Se trata, sobre todo, de que entiendan bien el
sentido de lo que está sucediendo y no se dejen llevar por falsos espejismos.
Por dos veces se dice que van al desierto, para dejar claro que necesitan una
reconversión.
El
texto griego no dice ‘lugar tranquilo’ o ‘despoblado’ sino ‘lugar desértico’.
La diferencia es importante si tenemos en cuenta el significado que Marcos da
al desierto, como lugar de lucha contra el mal. Inmediatamente después de ser
bautizado coloca a Jesús en el desierto, para que allí aclare cuál va a ser su
verdadera misión, superando la tentación del un mesianismo triunfalista.
Después del éxito en la sinagoga de Cafarnaún y la curación de la suegra de Pedro,
cuando todo el mundo le buscaba, se marcha él solo al desierto.
Se
les adelantaron. Los planes van a ser frustrados por una urgencia mayor, la de
la gente. En la profunda humanidad manifestada hoy, tenemos que descubrir su
verdadera divinidad. El relato habla del grupo. “Los reconocieron”, “se les
adelantaron”. Al incorporar a los doce a su propia misión, queda establecido el
grupo como comunidad. La búsqueda de la gente refleja una carencia de apoyo y
estímulo que posibilita la tarea de Jesús.
Como
ovejas sin pastor. Es una imagen clásica en el AT. En una cultura en que la
ganadería era el principal medio de sustento, todos sabían perfectamente lo que
se estaba insinuando con la imagen del pastor. Siguiendo la primera lectura, Jesús
hace una crítica a los dirigentes que, en vez de cuidar de las ovejas, las
utilizan en beneficio propio. Siempre ha pasado lo mismo. Nunca han faltado
pastores, pero han sido tantas las falsas ofertas, hechas con tanta persuasión,
que el pueblo se ha sentido indefenso ante tales ofertas.
Le
dio lástima. Hoy no le conmueve un ciego o leproso, sino la gente descarriada.
La ‘compasión’ sería una manera más adecuada de expresar el amor, superando los
malentendidos que la palabra ‘lástima’ comporta. Podemos sentir lástima de una
persona, pero no mover un dedo para sacarla de su situación. En todos los
tiempos podemos constatar políticos y eclesiásticos que no tienen en cuenta al
pueblo a la hora de tomar sus decisiones. La actitud de Jesús es el mejor
antídoto contra la búsqueda del aplauso.
Y
se puso a enseñarles con calma. Por encima de los planes de Jesús está la
necesidad de la gente. El texto griego no dice “con calma” sino “muchas cosas”.
Del contexto se deduce que dedicó todo el día a esa tarea, pues a continuación
Marcos narra la primera multiplicación de los panes, que empieza advirtiendo de
que ‘se hizo tarde’. El tiempo es lo más preciado que tenemos; dedicarlo a los
demás es la mejor manera de responder a las exigencias del evangelio. La
vocación del cristiano es ser para los demás.
Se
cumple la promesa de Jeremías. Jesús es el único pastor. Como dice Juan, él es
el modelo de pastor, el único que no nos va a engañar ni se va a aprovechar de
nosotros. Con todos los demás hay que tener cuidado, porque nos pueden desviar
poniendo sus intereses por delante de los nuestros. Es una tentación en la que
los seres humanos caemos casi siempre; incluso cuando hablamos de Dios es para
ponerlo a nuestro servicio.
Hoy,
más que nunca, andan las ovejas desorientadas. Si hay una característica de
nuestro tiempo, es precisamente la desorientación. Es urgente distinguir el
verdadero mensaje del evangelio de tanta ideología y partidismo en que hoy está
envuelto. Cuando Pablo dice que derribó el muro que los separaba, no se refiere
a una situación externa, sino a una actitud de fidelidad a sí mismo, que
permite superar la barrera del odio. Lo que nos separa es siempre nuestro falso
yo. Nuestro verdadero ser es idéntico en todos.
Cuando
en el evangelio Jesús invita a los apóstoles a retirarse al “desierto”, está
tratando de decirnos que solo en el silencio y en el recogimiento interior,
podemos encontrar el verdadero ser y solo después de encontrarlo, podemos
indicar a los demás el camino. Sin vida interior, sin meditación profunda, no
puede haber espiritualidad. Sin esa vivencia no podemos ayudar a los demás a
descubrir la viva que llevan dentro. Si encontramos a Dios en nosotros,
llevarlo a los demás será la tarea más urgente y más fácil de nuestra vida.
El
evangelio de hoy es un reconocimiento de la necesidad del silencio para
recuperar la armonía interna, amenazada por el exceso de actividad en cualquier
orden. El estrés que hoy padecemos se debe a que no tenemos tiempo para
nosotros mismos. Esta falta de tiempos tranquilos nos impide asimilar y ordenar
los acontecimientos que, de esa manera, nos pueden destrozar, como la comida no
digerida y por lo tanto indigesta.
Busca
en tu interior y descubre allí el verdadero guía. No mendigues más agua que se
te da a cuentagotas. Busca la fuente que está siempre manando y a tu entera
disposición. El dedicarse a los demás y la dedicación a uno mismo no son dos
aspectos que se puedan separar. La contemplación y la acción no pueden
disociarse. Todo acercamiento a Dios lleva directamente a los demás. Si en nuestra
vida somos capaces de olvidar uno de los dos aspectos, será la señal de que nos
estamos alejando del evangelio.
Meditación
La acción sin contemplación sería programación estéril.
La contemplación sin acción sería una falacia.
La vida espiritual te llevará a la preocupación por el
otro.
Un verdadero contacto con Dios en la oración
es, ya en sí, una acción en beneficio de todos.
Fray Marcos
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