Domingo XIV del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 6, 1-6) – 4 de julio de 2021
Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, Jesús fue
a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a
enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con
asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa
sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el
hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí,
entre nosotros, sus hermanas?” Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
Palabra del Señor.
Reflexiones: Hernán Quesada SJ Hermann Rodríguez SJ José Antonio Pagola Fray Marcos
#microhomilía
Nadie está excento de debilidad o fragilidad, todos
tenemos algo que no nos gusta, sufrimos, nos da miedo e incluso nos avergüenza.
En algún momento de la vida los demás señalaron eso y nos hicieron creer que
somos algo pobre, incompleto, defectuoso o malo. Nos colgaron una
"etiqueta" que nos puede hacer creer que no valemos y vivimos
empeñados en negarlo u ocultarlo.
Hoy San Pablo nos dice: "Cuando soy más débil,
soy más fuerte". No se trata ahora
de abrazar como trofeo nuestras debilidades, sino de darnos cuenta que ahí en
lo que somos más débiles somos más sostenidos por la gracia de Dios; no somos
sostenidos por nuestras propias fuerzas, sino por la fuerza de Dios, ahí abunda
la Gracia. Paradójicamente, en nuestra debilidad somos más fuertes, la
debilidad nos salva. No hay que temer ni la propia debilidad ni la debilidad de
los otros, sino descubrir ahí, con nitidez, a Dios actuando, sosteniendo,
rescatando, entonces nos llenamos de confianza y fe.
No temamos a nuestra debilidad y sacudamos las
etiquetas que nos cuelga el mundo (hasta a Jesús le quisieron poner sus
"etiquetas", nos muestra hoy el Evangelio). Reconozcamos como incluso
desde nuestra "debilidad" estamos llamados a cuidar, acompañar,
liberar y sanar las debilidades o crisis de los demás, con la Gracia de Dios.
#FelizDomingo
“¿Dónde aprendió éste tantas cosas?”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Cuando
Bogotá era apenas un pequeño villorrio en la extensa sabana verde y fértil que
habitaron antiguamente los Muiscas, una joven de una familia muy adinerada
decidió ingresar a una comunidad religiosa dedicada a la atención de ancianos y
ancianas de escasos recursos. Después de haber hecho su noviciado con las
Hermanitas de los pobres, alejada del mundanal ruido, la joven regresó a la
ciudad que la había visto crecer y donde su familia era muy conocida en los
círculos de la alta sociedad. Al poco tiempo recibió su primer destino; fue
enviada a trabajar en un albergue muy pobre, ubicado al sur de la ciudad. Una
de las tareas que debía cumplir semanalmente la nueva religiosa, era salir por
las calles para pedir limosna, por el amor a Dios, a los transeúntes.
Con estas ayudas se sostenía la labor que realizaban en el albergue.
Un
sábado por la tarde, la hermanita salió con una compañera para cumplir con el
deber de pedir limosna, recorriendo las principales calles de Bogotá. Cuando
iban caminando por la carrera séptima, muy concurrida en aquellas épocas, la
joven fue reconocida por un grupo de antiguos compañeros de colegio y de
parranda. Los muchachos comenzaron a burlarse de las hermanitas. Uno de ellos,
liderando el grupo, se adelantó para ofrecer una limosna, pero puso una
condición... la joven religiosa debía darle un beso si quería recibir la ayuda
para sus viejitos. La monjita, sin dudar un momento, se inclinó ante su antiguo
amigo y le besó los pies ante la mirada atónita de los peatones que circulaban
por el lugar. Después, erguida, como su dignidad, estiró la mano para recibir la
dádiva prometida. El burlador, lleno de vergüenza, tuvo que cumplir lo que
había prometido mientras sus compañeros se iban escabullendo con el rabo entre
las piernas.
Nunca
ha sido fácil predicar en la misma tierra que nos ha visto crecer. El mismo Jesús,
cuando regresó a Nazaret comenzó a enseñar en la sinagoga y “la multitud, al
oír a Jesús se preguntaba admirada: ¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De
dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace?” Y san Marcos añade:
“Por eso no quisieron hacerle caso. Pero Jesús les dijo: –En todas partes se
honra a un profeta menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su
propia casa”. Con razón, a pesar de estar entre los suyos, Jesús “no pudo hacer
allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y
sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él”.
Predicar entre las personas conocidas es una tarea muy complicada. Sin embargo, estamos llamados a comenzar nuestra labor misionera por nuestra propia casa. Es allí donde se hace real el anuncio que tenemos que llevar al mundo. Predicar entre desconocidos es muy atractivo y suele brindarnos muchas satisfacciones. Todos lo hemos comprobado cuando vamos a un campamento misión, a una jornada de trabajo donde no nos conocen. Nos sentimos más libres, menos condicionados por nuestra historia personal, más protegidos de nuestro rabo de paja... Y esto hay que hacerlo, no faltaba más; pero comenzar por la propia casa nos ayuda a realizar nuestra labor desde la humildad y la sencillez del que se siente enviado y no dueño de la salvación. Como la hermanita de los pobres, a lo mejor nos toca humillarnos para recibir la respuesta que estamos esperando, porque sabemos que no es para nosotros, sino para el Señor.
SABIO
Y CURADOR
No
tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios.
Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de
una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o
Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de
la Baja Galilea.
No
había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley.
No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los
ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y
vivir la vida de manera diferente.
Según
Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos
quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza
curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un
pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de
Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que
impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.
Sin
embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda
clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren
a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como
hubiera deseado.
A
Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él.
Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión
o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la
presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se
siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.
Por
otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar
por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos
paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo
sus manos». Solo se curan quienes creen en él.
PORQUE SABÍAN
QUE ERA HIJO DE JOSÉ, LO RECHAZAN
Las
tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel
como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan
descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad
plena que el don absoluto de Dios hace posible en ellos. Somos humanos, tal vez
‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que
podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar
sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez humanos infinitos.
Con
este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que
manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no
vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la
religión. Sigue enseñando al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve
que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo
marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con
notables diferencias. Relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros
lugares de los mismos sinópticos.
Marcos
no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este
encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de
divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno
más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal,
que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y
trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadraban en una familia,
(requisito indispensable para ser alguien en aquella cultura). Hasta ese
momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no
esperasen nada extraordinario.
El
texto griego no habla de pueblo sino de “patria”. Ni hace referencia al lugar
geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida.
Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus
seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la
sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con
el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había
advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes
vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como
en Cafarnaúm pero con una actitud negativa.
El
texto griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica
una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen
despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera
de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de
Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de
José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, seguramente intentan quitarle
al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de
José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de
las tradiciones, como era su obligación.
Ese
conocimiento excesivo de Jesús es lo que les impide creer en él. Conocen muy
bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy
atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura
y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó
como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por
enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que estaban de acuerdo con
la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad.
Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos
enseñaban.
Jesús
no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús
alusión al rechazo del “profeta” está respondiendo a las cinco preguntas
puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de
su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica
de un profeta. El texto nos está diciendo que, al no aceptarle, están
rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino
por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes
intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser
realmente muy fuerte.
Un
detalle muy interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer
milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha
curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son
determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el
poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la
omnipotencia de Dios en sus manos y que puede hace lo que quiere en cada
momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer”
como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en
la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.
El
relato de hoy nos habla de la humanidad de Jesús. Nos está confirmando que no
tiene privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como
profeta envidado de Dios. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se
muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús
que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una
vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de
siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir
algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como
hienas.
Todo
lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue
la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de
los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los
que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Como no responde a las
expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar
despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos
encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.
Dios
nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo
descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al
Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos
es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada
será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se
acomode a nuestras expectativas egoístas.
El
verdadero profeta es el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que
puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará
conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la
exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar nunca. El
auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más
"antiprofético" y antievangélico será siempre la persona o la
institución instalada.
El
gran espejismo en que hemos caído en el pasado fue pensar que “todos” tenían la
obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al
cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy,
hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el
evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente
normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Pero resulta que
lo más grande de todo ser humano no es lo que no tienen los demás, sino
precisamente lo que todos tenemos por igual.
Meditación-contemplación
El demasiado conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo.
Lo que es y significa Jesús no se puede meter en
doctrinas.
A Dios solo se llega viviendo su presencia en nosotros.
Para llegar a la vivencia tengo que superar el
conocimiento.
El conocimiento de Jesús y de Dios no me viene de fuera.
La experiencia de Dios y de Jesús me llegará de dentro.
Fray Marcos
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