domingo, 4 de abril de 2021

Domingo de Pascua – Ciclo B

 Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 1-9) – 4 de abril de 2021

 


#microhomilía

#HernánQuezadaSJ

Nuestras vidas atraviesan inevitablemente "viernes santo", pasan por la cruz. Pero como dice el sacerdote italiano Tonino Bello, la Cruz es siempre "provisional" , la oscuridad es sienpre "provisional" dura del medio día a las 3 de la tarde, luego las nubes se van y el sol brilla de nuevo. Provisional es también tu sufrimiento, tu enfermedad, el dolor, la injusticia, la muerte; la tumba no es la morada eterna, es provisional. Esto lo recordamos en la fiesta de la Pascua, Aquel al que mataron injustamente Dios lo resucitó. Siempre Dios nos levanta, nos devuelve lo que nos arrebataron, nos devuelve la vida. Por eso estamos esperanzados en medio de cielos oscurecidos e incluso cuando nos sentimos dentro de la tumba, sabemos que esto es "provisional", lo único eterno es la verdad que Dios siempre viene a levantarnos y que la oscuridad tiene límite, sólo del medio día a las tres de la tarde.

Y ya que nos sabemos Resucitados en Cristo, mantengamos el pensamiento en alto, seamos luz con Cristo que ilumina la tinieblas, disipa miedos y anuncia que el Resucitado abrirá las tumbas, cruzará las puertas cerradas, nos dará la paz y nos enviará a ser sus testigos de esperanza en un mundo que requiere de su luz.

¡feliz Pascua!

Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj

“Ha resucitado, no está aquí”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

San Ignacio de Loyola, en el número 299 de los Ejercicios Espirituales, afirma que la primera aparición del Señor resucitado fue a María, su madre: “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿También vosotros estáis sin entendimiento?). Inspirados en este texto, imaginemos cómo pudo ser esta aparición…

El primer día de la semana, María amaneció en casa de José de Arimatea. Todos los discípulos del Señor y él mismo se quedaban allí cuando subían a Jerusalén. Todo era desorden cuando venían a la fiesta de la Pascua; nadie hacía ningún trabajo el día sábado, a no ser María que no dejaba de recoger túnicas y mantos y de asear un poco la casa para que se pudiera caminar de un lugar a otro. Esa mañana María se levantó muy temprano; todavía tenía su corazón oprimido y sus ojos le ardían de tanto llorar. Había pasado todo el sábado orando al Altísimo por su hijo.

María se levantó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue a la cocina atravesando el salón que estaba invadido por los apóstoles; todos dormían y se escuchaba una hermosa sinfonía de ronquidos que dirigía Pedro, el más ruidoso. Comenzó a encender el fuego con algunos palos secos que había guardado desde el viernes anterior; quería tenerles algo caliente para cuando todos se levantaran. Cuando comenzó a amasar un poco de harina para preparar el pan, se acordó de Jesús a quien le gustaba comerse la masa sin cocinar; lo aprendió de José y decía que la levadura era mejor que creciera dentro de uno y no dentro del horno. En ese momento alguien golpeó a la puerta; era Jeremías, el pastorcito, que traía un poco de leche que mandaba su papá. María recibió la leche y el pequeño Jeremías comenzó a ayudarle a amasar la harina, con la esperanza de poder comer un poco de pan tan pronto estuviera listo; en ese momento llegó la Magdalena para convidar a María a ir al sepulcro a embalsamar al Señor. María le dijo: «Ve tu adelante; apenas acabe de preparar el pan para estos muchachos y les deje algo caliente para el desayuno, te sigo». La Magdalena se fue apresuradamente.

Tan pronto estuvo el primer pan, el pequeño Jeremías lo tomó y, quemándose las manos, le dio un beso a María y salió corriendo lleno de gozo. María sintió que su corazón le ardía y volteando la mirada hacia la cocina vio a Jesús comiéndose la masa sin cocinar. Tuvo miedo y dudó un momento, pero Jesús le dijo: «No te disgustes porque me como el pan sin cocinar; tu sabes que fue una costumbre que me dejó papá». En ese momento María se abalanzó sobre Jesús para abrazarlo. Jesús la besó en la frente y le dijo: «Cuida a éstos, mis hermanos; sé para todos ellos lo que fuiste para mi; sé para ellos su madre siempre». Entonces María dijo: «Alabo al Señor con toda mi alma y canto sus maravillas. (...) Porque el pobre no será olvidado ni quedará frustrada la confianza de los humildes» (Salmo 9). Después, Jesús se quedó mirándola con cariño y le dijo: Anímalos y cuida de ellos; recuérdales mis palabras: «Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le llega la hora del dolor. Pero cuando nace la criatura, no se acuerda del dolor por su alegría de que un hijo llegó al mundo. Así también ustedes ahora sienten pena, pero cuando los vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría y nadie podrá quitarles esa alegría» (Jn. 16, 21-22). Y diciendo esto, Jesús desapareció.

María quedó llena de gozo, pero no se atrevió a despertar a los apóstoles por miedo a que no le creyeran. Ella siguió su oficio, cuando llegó la Magdalena gritando que el cuerpo del Señor había sido robado; con ella llegaron otras mujeres afirmando lo mismo. Los apóstoles se despertaron asustados y salieron corriendo a mirar lo que decían las mujeres; «todo lo encontraron como ellas habían dicho, pero al Señor, no lo vieron» (Lc. 24, 24b). Volvieron a la casa y discutían entre ellos, mientras María les servía; ella guardaba todo en su corazón, los animaba a mantener la esperanza, les recordaba las palabras de Jesús y los servía con el cariño de una madre.

Fuente: “Encuentros con la Palabra

 

JESÚS TENÍA RAZÓN

José Antonio Pagola

¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón.

Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando «Padre» con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier ley o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y los abusos. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu evangelio la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

Fuente: http://www.gruposdejesus.com

Fray Marcos

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Juan lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente, limitada, finita y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no puede afectarla para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el más mínimo rastro, el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes solo eran germen.

Meditación-contemplación

Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.

Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.

También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.

Como Jesús tengo que morir al egoísmo.

Día a día tengo que morir a todo lo terreno.

Día a día tengo que nacer a lo divino.

Fray Marcos

Fuente: http://feadulta.com/

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