Domingo de la Pasión del
Señor o de Ramos–Ciclo B (Marcos 14,1–15,47) – 28 de marzo de 2021
#microhomilía
HernanQuezadaSJ
Llegamos al inicio de la Semana Santa,
nuevamente será una semana que viviremos con "particularidades". Esta
foto del Papa, solo, bajo la lluvia y de subida, podría expresar cómo nos hemos sentido, en
algún momento, durante este año tan complicado. Hemos experimentado tristeza,
amenaza y muchas despedidas. Quizás hemos exclamado como lo hizo el mismo
Jesús: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me ha abandonado?
Pablo nos recuerda que Dios siendo Dios ha
querido caminar con nosotros. Dios no ha ocasionado nuestros males sino que
fiel a su deseo de ser con nosotros aceptó vivir incluso la condición de
víctima que implica muchas veces la condición humana, para no dejarnos solos y
darnos el horizonte de compañía y esperanza, de Resurrección. Así, en medio de
la tormenta hemos experimentado ser ayudados, confortados, escuchados,
sostenidos.
Hoy les propongo enumerar esos momentos de
dificultad, de "subida", de soledad y reconocer cómo Dios se nos ha
manifestado y a través de quiénes. Y entonces sí, tomar nuestra ramita y
agitarla agradecidos, diciendo ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!...
#FelizDomingo #DomingoDeRamos
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
“Salvó
a otros, pero a sí mismo no puede salvarse”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Un joven piadoso renunció a todos sus bienes
y se consagró al servicio de Dios. Se fue al desierto a buscar a un anciano
sabio que llevaba allí muchos años y tenía fama de santo. Cuando el joven
encontró al sabio le dijo: “He entregado todas mis posesiones a los pobres y me
he consagrado completamente a Dios. Pero tengo una duda: ¿Me voy a salvar?” El
sabio se le quedó mirando y le respondió tajantemente: “¡No! No te vas a salvar”. El joven quedó desconcertado y confuso,
porque no se esperaba una respuesta tan dura; de modo que volvió a insistir:
“Pero he sido generoso y quiero seguir siéndolo. No entiendo por qué no me voy
a salvar”. Entonces, el anciano le dijo: “No te vas a salvar. A ti te van a salvar...”
Esta constatación se hace presente en la vida
del creyente más tarde o más temprano. En los comienzos de la vida cristiana,
especialmente cuando se ha vivido un proceso rápido de conversión, la persona
siente que sus méritos le dan el derecho de sentirse salvado. Sin embargo, una
de las mejores señales de que se va avanzando en el camino de la fe, es la conciencia
de que no son nuestras obras las que nos convierten en justos, sino la gracia y
la bondad de Dios la que nos regala la salvación.
Esta conciencia la tenía Jesús. A lo largo de
este amplio texto de la Pasión, según san Marcos, queda claro que Jesús no se
sentía dueño de la salvación, sino que la recibía como regalo de su Padre Dios.
Incluso, los que pasaban delante de la cruz lo insultaban, meneando la cabeza y
diciendo: “¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a
levantar, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se
burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Decían:
–Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. ¡Qué baje de la cruz ese
Mesías, Rey de Israel, para que veamos y creamos! Y hasta los que estaban
crucificados con él lo insultaban”.
Pero Jesús se sabía en las manos de Dios y
confió en él hasta el final. Incluso el grito desesperado que le oyeron los
testigos de este suplicio, tenía detrás una experiencia de confianza, como bien
lo anota el papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica que escribió al
comienzo del nuevo milenio: “Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este
misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de
dolor, aparentemente desesperado que Jesús da en la cruz: «“Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?” –que
quiere decir– “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”» ¿Es posible
imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el
angustioso «por qué» dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22,
aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el
sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un
conjunto conmovedor se sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto,
continúa el Salmo: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los
liberaste… ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí
socorro!» (Salmo 22 (21), 5.12)” (Novo
Millenio Ineunte – 2001).
¿Nos sentimos dueños de la salvación? ¿Confiamos en la acción de Dios aún en medio de las contradicciones? Esto es compartir hoy la Pasión del Señor para la salvación del mundo.
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
JESÚS ANTE SU MUERTE
José Antonio Pagola
Jesús ha previsto seriamente la posibilidad de una
muerte violenta. Quizá no contaba con la intervención de la autoridad romana ni
con la crucifixión como último destino más probable. Pero no se le ocultaba la
reacción que su actuación estaba provocando en los sectores más poderosos. El
rostro de Dios que presenta deshace demasiados esquemas teológicos, y el
anuncio de su reinado rompe demasiadas seguridades políticas y religiosas.
Sin embargo, nada modifica su actuación. No elude la
muerte. No se defiende. No emprende la huida. Tampoco busca su perdición. No es
Jesús el hombre que busca su muerte en actitud suicida. Durante su corta
estancia en Jerusalén se esfuerza por ocultarse y no aparecer en público.
Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte, hemos de
detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su
comportamiento final. Toda su vida ha sido «desvivirse» por la causa de Dios y
el servicio liberador a los hombres. Su muerte sellará ahora su vida. Jesús
morirá por fidelidad al Padre y por solidaridad con los hombres.
En primer lugar, Jesús se enfrenta a su propia muerte
desde una actitud de confianza total en el Padre. Avanza hacia la muerte,
convencido de que su ejecución no podrá impedir la llegada del reino de Dios,
que sigue anunciando hasta el final.
En la cena de despedida, Jesús manifiesta su fe total
en que volverá a comer con los suyos la Pascua verdadera, cuando se establezca
el reino definitivo de Dios, por encima de todas las injusticias que podamos
cometer los humanos.
Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo
como a un falso profeta, condenado justamente en nombre de la ley, Jesús grita:
«Padre, en tus manos pongo mi vida».
Por otra parte, Jesús muere en una actitud de
solidaridad y de servicio a todos. Toda su vida ha consistido en defender a los
pobres frente a la inhumanidad de los ricos, en solidarizarse con los débiles
frente a los intereses egoístas de los poderosos, en anunciar el perdón a los
pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos».
Ahora sufre la muerte de un pobre, de un abandonado
que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Y vive su muerte
como un servicio. El último y supremo servicio que puede hacer a la causa de
Dios y a la salvación definitiva de sus hijos e hijas.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
LA MUERTE DE JESÚS IMPORTA POR SER MANIFESTACIÓN Y
CONSECUENCIA DE SU VIDA
Fray Marcos
Como en el caso de la purificación del templo, no
podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación
multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos
estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño
grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones
espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor
parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos
reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.
Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión
está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se
puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren trasmitir, hay que
buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo
importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron,
por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los
discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la
revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la
cruz.
Estamos en el mejor momento del año para tomar
conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las
consecuencias de sus actos, no da un paso atrás, y las acepta plenamente. Es
una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar
consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los
demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos,
poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un
amor calculado es egoísmo camuflado.
¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la
consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes
religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y a su persona, por intentar
purificar su religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos,
escribas y sacerdotes no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque
era bueno. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios,
que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad
del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.
Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían,
¿o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla.
Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de la Ley y el
culto del templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra, los signos
de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo
mataron porque denunció a las autoridades que, con su manera de entender la
religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras,
que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.
¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús
experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era
masoquista. Tuvo que darse cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que
nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para
seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a
pesar de que estaba seguro de que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente
la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser
fiel a sí mismo que salvar la vida, es el dato que nosotros debemos valorar.
Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del
oprimido.
No se puede pensar en la muerte de Jesús,
desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una
programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este
modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que
tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las adecuadas,
de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos ha marcado a nosotros el
camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por
obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.
¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones
teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque
la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace
tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate
exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito
ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su
vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que
exige el pago de una deuda hasta el último centavo.
Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que
los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida
lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta, pero no pudieron
conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron
por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por
experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y
a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo.
En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo
nosotros.
A nosotros hoy, la muerte de Jesús, nos obliga a
plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como
ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar
plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo
humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el
camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro
camino que el amor total, hasta desaparecer.
La interpretación de la muerte de Jesús determina la
manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino
ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en
nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin
pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor
reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de
quien es capaz de amar entregando todo lo que es.
Meditación
Ningún sufrimiento salva por sí mismo,
tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero
ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder
todo miedo.
El miedo a la muerte es la esclavitud más
difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario