II Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 19-31) – 11 de abril de 2021
#microhomilía
#HernánQuesadaSJ
El miedo nos hace
cerrar puertas, no las de nuestra casa, sino las del corazón. En un corazón de
puertas cerradas no entra ni sale nada, entonces se acrecienta la soledad y el miedo
se vuelve angustia y desesperación, no hay esperanza.
El miedo nos
aqueja a todos, especialmente en estos tiempos en que tenemos que mantenernos
aún físicamente restringidos para cuidarnos porque estamos amenazados. Pero la
Palabra hoy nos anuncia que el Resucitado se coloca en medio de los miedosos,
los "encerrados" y les devuelve la paz, los envía y les da el
Espíritu Santo. Los envía a reconciliar, a reconstruir a reparar. Los vuelve
valientes, pues ahora se saben vinculados, "con un solo corazón y una sola
alma".
¿Hemos cerrado las
puertas del corazón? ¿A qué tienes miedo?
En esta Pascua recibe al Resucitado y recibe lo que solo Él puede dar:
La paz.
Ser valiente no
consiste en dejar de cuidarte; ser valiente es ser hombre y mujer de corazón
abierto en medio de las restricciones, los cuidados y la amenaza. Ser valiente
consiste en comenzar la reconstrucción de nuestra colapsada humanidad, en
mantener la esperanza.
#FelizDomingo #VacunateCuandoPuedas #SigueteCuidando #Pascua
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
“¡Dichosos los que creen si haber visto!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hace algunos días
Seve, comentó en nuestra comunidad que un profesor del Seminario de
Planificación pastoral de la Casa de la Juventud, había hecho un halago de uno
de nuestros compañeros. Cuando comentó que vivía en la misma comunidad con
Gonzalo Castro, el profesor dijo: «¡Ese es el jesuita
más coherente que yo conozco!» A lo que Seve respondió:
«¡Y yo, que vivo con él, ni me había dado cuenta!»
Este hecho me
trajo a la memoria aquella historia del abad de un célebre monasterio que fue a
consultar a un famoso gurú en las montañas del Himalaya. El abad le contó al
gurú que en otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo
occidental; sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia
resonaba el armonioso canto de los monjes. Pero habían llegado malos tiempo: la
gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de
jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo
quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus
obligaciones. Lo que el abad quería saber era lo siguiente: «¿Hemos cometido
algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación?»
«Sí», respondió el
gurú, «un pecado de ignorancia». «¿Y qué pecado es
ése?» Preguntó el abad. «Uno de ustedes es
el Mesías disfrazado, y ustedes no lo saben». Y, dicho esto, el
gurú cerró los ojos y volvió a su meditación. Durante el penoso viaje de
regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se debocaba al pensar
que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a
parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerlo?
¿Y quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El
hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por
desgracia, él tenía demasiados defectos... Pero resulta que el gurú había
hablado de un Mesías «disfrazado». ¿No serían
aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio
tenían defectos, y uno de ellos tenía que ser el Mesías.
Cuando llegó al
monasterio reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes
se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías... aquí? ¡Increíble! Claro que,
si estaba disfrazado... entonces, tal vez... ¿Podría ser Fulano...? ¿o Mengano,
o...? Una cosa era cierta: Si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable
que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y
consideración. «Nunca se sabe», pensaba cada
cual para sí cuando trataba con otro monje, «tal vez sea
éste...». El resultado fue que el monasterio recobró su
antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de
candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a
escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.
Eso fue lo que
le pasó a Tomás. Quería ver «en sus manos las
heridas de los clavos» y meter su mano
en su costado para poder creer. Jesús resucitado se hace presente entre
nosotros de una forma tan cotidiana, que corremos el riesgo de no reconocer su
presencia y pasar de largo junto a él. La Pascua es un tiempo propicio para
reconocer en aquellas personas con quienes vivimos, la presencia resucitada del
Señor.
Fuente: “Encuentros con la Palabra”
NUEVO
INICIO
José Antonio Pagola
Aterrados por la
ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo
están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío
que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas
de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién
seguirán ahora?
Está
anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de
su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a
Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es
«cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el
reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena
Noticia?
El evangelista
Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los
discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El
Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para
siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y
poner en marcha la evangelización.
Según el relato,
lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por
haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los
discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por
su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto
salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.
Lo que necesita
hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión.
Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de
la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro
de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar
nuestros corazones.
No bastan
nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de
horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y
serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de
compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de
aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve
a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas
siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en
el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las
dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la
evangelización.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
LA COMUNIDAD ENCUENTRA A JESÚS DÁNDOLES VIDA
Fray Marcos
Este relato es
la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No
pretenden decirnos qué pasó en Jesús sino transmitirnos su vivencia interior.
La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la
presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús.
Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el
evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal
mandato que reciben de Jesús.
Juan es el único
que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello personaliza en
Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones.
“El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para
él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque
para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en
Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede
pasar.
Jesús aparece en
el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No
atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en
medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su
entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida
nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica
la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado
con el Jesús crucificado.
El segundo
saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el
futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había
elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor
total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida,
el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él
les comunica es definitiva.
El verbo soplar,
usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre
barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da
otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de
hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar
como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita
el pecado del mundo).
El Espíritu es
el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos
tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es
la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para
la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institución de la penitencia, es
ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que
tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por
pecado era algo muy distinto.
En la comunidad
quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni
Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada
uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la
autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia
al del amor.
La referencia a
"Los doce", designa la comunidad cristiana como heredera de las
promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le
había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que
permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la
experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la
experiencia compartida en comunidad.
Hemos visto al
Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha
trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha
colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo
del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los
testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar
el paso.
A los ocho días…
Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de
celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho
días. La nueva creación del hombre, que Jesús ha realizado durante su vida,
culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es
decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto
a "fuera", el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad,
puede experimentar lo que no creyó.
La respuesta de
Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a
Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía.
Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis
que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”.
Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos
los suyos.
Tomás tiene
ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de
Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás
quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero
la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la
vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia
de Jesús vivo.
La experiencia
de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de
apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que
debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo, tiene que ser
el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos
nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque
no lo vean.
El mensaje para
nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno
de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes
de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al
Jesús experimentado. Sin ese cambio no hay posibilidad de entrar en la dinámica
de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo su
misma Vida.
Meditación
Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios
ya me ha dado.
No en confiar en que un día tendré lo que ahora no
tengo.
Para confiar en lo que ya tengo,
primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo.
Fray Marcos
Fuente http://feadulta.com/
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