XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – C– noviembre
16, 2025
Malaquías
3, 19-20 / Salmo 97 / 2 Tesalonicenses 3, 7-12
Evangelio según
san Lucas 21,
5-19
En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la
construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban,
Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto
que están admirando; todo será destruido”.
Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y
cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” Él les respondió:
“Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y
dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando
oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso
tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino
contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y
hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.
Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán;
los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes
y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa,
porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir
ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y
amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin
embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes,
conseguirán la vida”.
Para
profundizar:
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Hernán
Quezada, SJ
"Llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida". "Pero ni un cabello de sus cabezas perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas".
Hoy el Evangelio de Lucas nos coloca entre estas dos afirmaciones hechas por Jesús.
Visualiza tu entorno y descubre cosas, construcciones, tecnología, todo lo hecho por el ser humano y date cuenta que más tarde que temprano va a desaparecer, o sobrevivirá como basura, ruina o vestigio; pero está condenado al olvido.
Ahora, date cuenta de ti, todo eso visible e invisible que eres, todo lo trascendente que resultas porque eres criatura de Dios y por ello no perecerás, pues de nuestro Creador venimos y a nuestro Creador volveremos. Hay un valor distinto, muy distinto, entre las cosas y las personas, no te hacen valer las cosas creadas por el hombre; sino tu condición de hija e hijo. Perseveremos en nuestra fe, en nuestra conciencia de criaturas amadas de Dios y vivamos con libertad y responsabilidad.
#FelizDomingo
“¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?”
Hace poco comentábamos en un “Encuentro con la Palabra”, cómo la vida es el lugar privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es Dios de muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su proyecto. Por tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos, el oráculo de los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o leer la mano, o el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz que piensa que, porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues, de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).
Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal, luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba, paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados, puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas, arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos, enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas, trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies, lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles, frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes, funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres, lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís, comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras, vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.
En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1 Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy: ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...
DAR POR TERMINADO
Es la última visita
de Jesús a Jerusalén. Algunos de los que lo acompañan se admiran al contemplar
«la belleza del templo». Jesús, por el contrario, siente algo muy diferente.
Sus ojos de profeta ven el templo de manera más profunda: en aquel lugar grandioso
no se está acogiendo el reino de Dios. Por eso Jesús lo da por acabado: «Esto
que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será
destruido».
De pronto, sus
palabras han roto el autoengaño que se vive en el entorno del templo. Aquel
edificio espléndido está alimentando una ilusión falsa de eternidad. Aquella
manera de vivir la religión sin acoger la justicia de Dios ni escuchar el
clamor de los que sufren es engañosa y perecedera: «Todo eso será destruido».
Las palabras de
Jesús no nacen de la ira. Menos aún del desprecio o el resentimiento. El mismo
Lucas nos dice un poco antes que, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad,
Jesús «se echó a llorar». Su llanto es profético. Los poderosos no lloran. El
profeta de la compasión sí.
Jesús llora ante
Jerusalén porque ama la ciudad más que nadie. Llora por una «religión vieja»
que no se abre al reino de Dios. Sus lágrimas expresan su solidaridad con el
sufrimiento de su pueblo, y al mismo tiempo su crítica radical a aquel sistema
religioso que obstaculiza la visita de Dios: Jerusalén –¡la ciudad de la paz!–
«no conoce lo que conduce a la paz», porque «está oculto a sus ojos».
La actuación de
Jesús arroja no poca luz sobre la situación actual. A veces, en tiempos de
crisis, como los nuestros, la única manera de abrir caminos a la novedad
creadora del reino de Dios es dar por terminado aquello que alimenta una
religión caduca, sin generar la vida que Dios quiere introducir en el mundo.
Dar por terminado
algo vivido de manera sacra durante siglos no es fácil. No se hace condenando a
quienes lo quieren conservar como eterno y absoluto. Se hace «llorando», pues
los cambios exigidos por la conversión al reino de Dios hacen sufrir a muchos.
Los profetas denuncian el pecado de la Iglesia llorando.
EL MIEDO Y LA ESPERANZA EN EL FUTURO
NO TIENEN SENTIDO
Estamos en el penúltimo domingo del
año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey con el que se
remata el ciclo (C). El lenguaje escatológico que emplean los evangelistas es
muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios
y el mundo. Es lógico que tuvieran una peculiar manera de ver lo último el
"esjatón" que a nosotros nos parece extraña. Debemos hacer un
esfuerzo por entenderlo bien.
El pueblo judío estuvo siempre volcado hacia el futuro. La
Biblia refleja una tensión, esperando una salvación que solo puede venir de
Dios. A Noé se le ofrece algo nuevo después de la destrucción de lo viejo. A
Abrahán, salir de su tierra para ofrecerle algo mejor. El Éxodo promete salir
de la esclavitud a la libertad. Pero todas las promesas, en realidad, son la
expresión de las carencias que el ser humano experimenta.
Los primeros cristianos no tienen inconveniente en
utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía. A primera vista
parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la
época anterior y posterior a la vida de Jesús. El NT pone en boca de Jesús un
lenguaje que se apoya en los conocimientos e imágenes que le proporciona el AT.
En tiempo de Jesús se creía que esa intervención
definitiva de Dios iba a ser inminente. Las primeras comunidades cristianas
acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos
escritos del NT es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y
la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de
acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se
preparan para la permanencia.
Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el
grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la
actuación de Dios, ni para destruir el mundo y poder crear otro más perfecto
(apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a
su perfección (escatología). Dios no tiene que actuar para ser justo ni
inmediatamente después de una injusticia ni en un hipotético último día.
El evangelio de hoy tiene dos partes. Ninguna de ellas se
puede atribuir a Jesús. La primera porque el evangelio se escribió veinte años
después de la destrucción del templo. Es fácil poner en boca de Jesús una
profecía de lo que ya había pasado. La segunda porque en el año 90, los
cristianos ya eran acosados por todas partes. Los judíos los persiguieron desde
que el templo fue destruido. Los romanos ya estaban también persiguiéndolos.
Lo que percibimos que está mal y no depende del hombre, es
fruto de una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las
apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino
que tenemos que cambiar nuestra manera de afrontarla. Lo que nos debía
preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre.
No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del
templo. Este evangelio está escrito hacia el año 90, por lo tanto, ya se había
producido esa catástrofe. Es imposible imaginar hoy lo que supuso la
destrucción del tempo. Para los judíos fue el “fin del mundo”. Era lógico
asociar ruina con el fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era
todo.
En la lectura de hoy podemos apreciar claramente los
matices que Jesús introduce en la escatología. A Jesús no le impresiona tanto
el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual (“antes de eso”).
¡Que nadie os engañe! La advertencia vale para hoy. Ni el fin ni las
catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud
adecuada.
Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del
momento presente frente a los miedos por un pasado catastrófico o las
especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí
y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a
lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad reflejada en mí.