jueves, 27 de noviembre de 2025

I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A (Reflexión)

 I DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo A Noviembre 30, 2025 
Isaías 2, 1-5 / Salmo 121 / Romanos 13, 11-14



Iniciamos con este primer Domingo de Adviento, un nuevo ciclo litúrgico - Ciclo A – y con el, una nueva una oportunidad para discernir cómo y dónde Dios se hace presente en nuestra historia.

Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo’ del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.

Reflexión:

¿Jesús viene o ya está?

Un año litúrgico es un recorrido para recordar, celebrar y actualizar los momentos más importantes de la historia de Jesús: su nacimiento, su vida pública, su pasión, su muerte, su resurrección y el envío del Espíritu Santo. La Iglesia nos guía por este camino para que nuestra fe crezca, se renueve y se haga más concreta en la vida diaria.

Cada año litúrgico inicia con el tiempo de Adviento, palabra que proviene del viene del latín adventus, que significa “venida” o “llegada”; nos prepara para recordar y festejar el nacimiento de Jesús y la cercanía de Dios con nosotros.

Comencemos entonces nuestra preparación para la venida de Jesús a nuestro corazón, dejando que sea el mismo “Dios de Jacob” quien nos “instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”, para que con su luz y esperanza, podamos reconocer su presencia y así podamos ordenarnos y construir la paz, en este tiempo, donde sufrimos división y violencia… (cfr. Is 2, 1-5).

Prepararnos es “despertar”, es “estar atentos”, y que poco a poco, en silencio, con esperanza y vigilancia, nuestro corazón acoja el mensaje y reconozca la presencia de Dios en nuestra vida ordinaria. Prepararnos es abrir ojos y oídos, para darnos cuenta cómo es que Dios que siempre está con nosotros (Emmanuel).

Prepararnos es sensibilizarnos a  su presencia, aún en medio nuestras fatigas, conflictos, ruidos, trabajo, preocupaciones … es estar atentos, en “vela” , para que los males no nos roben la paz interior y comunitaria y que la semilla de su Palabra, germine en nuestro corazón, que crezca la confianza y esperanza de que Jesús ha venido y está para salvarnos, de aquello que no me deja tener “una vida que valga la pena vivir”.

Prepararme es para darme cuenta de que del Señor, ya está en mí en cuanto lo dejo habitar mi corazón, cuando lo dejo que me guíe “por sus caminos”, y colaborando para que su amor se haga presente en todos los ámbitos de nuestra vida.

Prepararme, es que, para que cuando venga “de manera definitiva” (nuestra muerte) nos encuentre listos, para disfrutar la vida eterna con Él, ya que de él venimos (nos creó) y a él vamos (nuestro destino)

El tiempo de Adviento, por tanto, es una nueva oportunidad para dejarme abrazar por su amor, para reaprender a vivir y poder encontrar a Dios, que es amor, “en todo y en todos”.

¿Cómo preparar mi corazón en este tiempo de Adviento?... ¿Qué actitudes y acciones me impiden reciba a Dios, en mi corazón?... ¿Cómo vigilar, estar atento, a que el mal no robe mi paz y esperanza?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://tinyurl.com/BNenElHeraldoSLP 

I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A (Profundizar)

 I DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo A Noviembre 30, 2025 
Isaías 2, 1-5 / Salmo 121 / Romanos 13, 11-14



Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo’ del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva


#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

La Palabra este domingo llena nuestro entorno de Adviento, el color litúrgico cambia y se nos propone "despertar".

A lo largo del año nos vamos distrayendo, desilusionando o ilusionando con fantasías; cerramos los ojos y dejamos de ver, porque cuando abrimos los ojos nos sentimos envueltos en tinieblas, sentimos que estamos en una noche profunda y tenemos miedo a esa oscuridad. "La noche está avanzada y se acerca el día", es un recordatorio que nos regala San Pablo hoy.

Quien cree, sabe que va a amanecer; entonces no cierra los ojos para no darse cuenta de la oscuridad que lo rodea, sino que los abre, porque busca la luz que aquí o allá aparecerá. "No saben qué día va a venir su Señor", pero saben que viene y entonces con esperanza vigilan, permanecen despiertos con el corazón dispuesto a la sorpresa de La Llegada. Una llegada que nunca es amenaza para quienes lo siguen y lo esperan, sino siempre es promesa, esperanza.

Descubre si has cerrado los ojos, siente la llamada a despertar y esperar, a reforzar tu esperanza en este Adviento.

#FelizDomingo

“El Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuentan que John F. Kennedy, solía terminar los discursos de su campaña en 1960 contando la historia de un famoso coronel Davenport. Este personaje, en 1789, durante una jornada de trabajo de la Asociación de Representantes de Connecticut, fue interrumpido por una terrible tempestad que causó gran revuelo entre los asistentes. Los relámpagos, los truenos y la fuerza de los vientos que golpeaban la casa, hicieron pensar a todos que había llegado el juicio final. Los presentes pidieron a Davenport que se suspendiera la sesión porque el recinto había quedado en una completa penumbra, imposibilitando el trabajo. El coronel Davenport se puso en pie y dijo: “Señores, el día del juicio final puede estar cerca o puede tardar todavía muchos años, nadie lo sabe... Si no está cerca, no tenemos por qué preocuparnos; el chaparrón pasará y seguiremos tranquilos. Pero si el juicio final está muy cerca, yo prefiero que me encuentre cumpliendo mi deber. Por tanto, pido el favor que traigan las velas que sean necesarias para alumbrar el salón”. Inmediatamente, trajeron suficientes velas y la sesión continuó sin problemas.

No sabemos cuándo vendrá el Señor. Para hablar de la venida del Hijo del hombre, el Evangelio de hoy nos recuerda la historia de Noé: “En aquellos tiempos, antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía y bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos. Así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquel momento, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada”. Lo típico de esta comparación es el hecho de que la venida del Señor se dará cuando menos lo esperamos. Por eso, la recomendación característica de este tiempo de Adviento, con el cual comenzamos el ciclo litúrgico de Mateo (A), es mantenerse despiertos y atentos, “porque no saben qué día va a venir su Señor”. La segunda comparación que se utiliza aquí, es muy particular. Se recurre a la sagacidad de los ladrones, que aprovechan los descuidos de los dueños de casa, para hacer sus fechorías. “(...) si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto y no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Por eso, ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”. De nuevo, la sorpresa de lo inesperado.

Tanto la comparación de Noé, como la de los ladrones, suponen situaciones negativas. El diluvio fue una tragedia para la humanidad y para la creación entera. Los ladrones nunca han sido una bendición para nadie; ni ayer ni hoy. Sin embargo, estas dos comparaciones no anuncian un cataclismo universal o un castigo para que paguemos todas nuestras deudas y pecados. Esta solía ser una estrategia utilizada por algunos evangelizadores que pensaban que, para lograr los cambios necesarios en las personas creyentes, eran más eficaces las amenazas y los castigos, que el anuncio de la salvación gratuita que Dios nos ofrece. Por esto, es importante recordar hoy que lo que nos va a sorprender por lo inesperado de su llegada, es la salvación. Lo que pretende la Iglesia con este tiempo de Adviento es que nos preparemos para recibir en nuestros corazones la plenitud de la presencia del Dios-con-nosotros, que se encarna de nuevo para nuestra salvación. Y ojalá nos encuentre cumpliendo nuestro deber, no por temor, sino por amor...

 

¿SEGUIMOS DESPIERTOS?

José Antonio Pagola

Un día la historia apasionante de los hombres terminará, como termina inevitablemente la vida de cada uno de nosotros. Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día «dormidos».

Han pasado muchos siglos desde entonces. ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?

Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el «sueño» de ser cristianos cuando, en realidad, no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este «sueño» nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia. Si no «despertamos», seguiremos engañándonos a nosotros mismos.

Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. Sin esta sensibilidad no es posible caminar tras los pasos de Jesús.

Vivimos a veces inmunizados a las llamadas del evangelio. Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido; tenemos oídos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba; tenemos ojos, pero no vemos la vida como la veía él, ni miramos a las personas como él las miraba. Puede ocurrir entonces lo que Jesús quería evitar entre sus seguidores: verlos como «ciegos conduciendo a otros ciegos».

Si no despertamos, a todos nos puede ocurrir lo de aquellos de la parábola que todavía, al final de los tiempos, preguntaban: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o extranjero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te asistimos?»

 

DIOS NO TIENE QUE VENIR DE NINGUNA PARTE

Fray Marcos

El tiempo de adviento se caracteriza por su complicada estructura. Por una parte, recordamos el larguísimo tiempo de adviento que precedió a la venida del Mesías. Esta es la causa de que encontremos en el AT tantos textos bellísimos sobre el tema. Esas expectativas suponían una intervención directa y puntual de Dios a favor de su pueblo.

Ahora celebramos la presencia histórica de Jesús. Se trata del punto de partida para desplegar nuestras expectativas como cristianos. Jesús hizo presente el Reino que es Dios en su historia humana. La primera e imprescindible referencia para nosotros es su vida terrena, porque es en su vida donde desterró el odio e hizo presente el amor.

Adviento no es solo la preparación para celebrar dignamente un acontecimiento que se produjo hace más de veinte siglos. El adviento debe ser un tiempo de reflexión profunda, que me lleve a ver más claro el sentido que debo dar a toda mi existencia. No se trata de una conmemoración, sino de una vivencia personal pero decisiva.

Celebrar el adviento hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de salvación y prepararnos para hacerla realidad. Esa posibilidad de plenitud humana debe ser nuestra verdadera preocupación. Lo más real no es la realidad, sino sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida humana, desplegó todas sus posibilidades de ser.

Hay otro aspecto del adviento que es necesario tener muy claro. Al constatar, siglo tras siglo en la historia de Israel, que las expectativas no se cumplían, se fue retrasando el momento de su ejecución, hasta que se llegó a colocarlo en el final de los tiempos. Surgió así la escatología, género literario que nos dice poco hoy día pero que fue clave.

Sorprende que ni siquiera la venida de Jesús se consideró definitiva. Es la mejor prueba de que la salvación que él propuso no nos convence. Por eso los cristianos sintieron la necesidad de una segunda venida, que sí traería la salvación esperada.

Es muy complicado para nosotros armonizar el tiempo anterior a Jesús, la vida terrena de Jesús, nuestra propia realidad histórica y el hipotético futuro escatológico. Lo más urgente para nosotros hoy es centrarnos en hacer nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa plenitud que él vivió. Partiendo de su vida, tratemos de dar sentido a la nuestra.

Estar despiertos es la condición mínima indispensable para desarrollar nuestra verdadera humanidad. Estamos bien despiertos para todo lo terreno y material. Esa excesiva preocupación por lo material, es lo que la Escrita llama “estar dormido”.

No tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto de plenitud humana. Si espero que Dios cambie la realidad o cambie a los demás para encontrar mi salvación, será la prueba de que no he descubierto lo que soy ni lo que es Dios. La salvación que Jesús propuso no está condicionada por circunstancias externas.

Hoy comienza el Adviento, pero los grandes almacenes y los medios de comunicación ya hace casi un mes que han empezado su preparación. Casi nadie escuchará el anuncio de que Jesús nace, pero la mayoría va a aceptar la propaganda consumista.

No hay tiempos más propicios que otros para afrontar mi verdadera salvación. Soy yo el que tengo que acotar el tiempo (kairos) que debo dedicar a los asuntos que más me debían interesar. Y lo que más me debía interesar es mi verdadero ser, no mi falso yo.

Dios está viniendo en todo instante, pero solo el que está despierto descubrirá esa presencia. Si no la descubro, mi vida transcurrirá sin enterarme de la mayor riqueza que poseo como ser humano y está a mi alcance. Dios no tiene que venir en ningún momento ni de ninguna parte, porque está en mí y es la base y fundamento de mi ser.

 

jueves, 20 de noviembre de 2025

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – (Reflexión)

 XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo C noviembre 23, 2025

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO 

Samuel 5, 1-3 / Salmo 121 / Colosenses 1, 12-20



Cerramos el año litúrgico – Ciclo C – después de haber hecho un recorrido por nuestra historia de salvación, a través de la Palabra, con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Evangelio según san Lucas 23, 35-43

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.

También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Reflexión:

¿Un Rey crucificado?

Comienzo esta reflexión, con la siguiente afirmación: Jesús, se hizo hombre, para salvarnos.

Durante las pasadas cincuenta y una semanas, hemos recordado y recorrido el camino que Jesús siguió para llevar al cabo su misión salvadora, enseñándonos y mostrándonos cómo es el Reino de su Padre y cuáles son sus deseos, para nosotros, sus hijos.

Podríamos decir que toda la Escritura es una narración de la historia de salvación de la humanidad, que va descubriendo la presencia de Dios, y reconociéndolo como creador de todos y de todo lo que existe: “Ha sido Dios, creador del mundo, el mismo que formó el género humano y creó cuanto existe … Te ruego, hijo mío, que mires el cielo y la tierra, y te fijes en todo lo que hay en ellos; así sabrás que Dios lo ha hecho todo de la nada y que en la misma forma ha hecho a los hombres” (2 Mac 7, 1.20-31)

Para terminar el ciclo litúrgico, celebramos la soberanía del amor de Cristo, que reina sirviendo, reconciliando y dando la vida… salvándonos. Las lecturas de ese día trazan un camino que muestra cómo Dios hace reinar su amor en medio de la debilidad humana.

Jesús, enviado por el Padre, se ha hecho cercano a nosotros, para ser nuestro guía (pastor) hacia el Padre, a llevarnos hacia su casa, “qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor” ... para mostrarnos y que podamos reconocerlo en la vida ordinaria: en la justicia, en la paz, en la unidad (cfr. Sal 121).

Jesús, en palabras de Pablo, es centro y plenitud de toda la creación: “Todo fue creado por él y para él… en él todo subsiste” (Col 1, 12-20), y así Cristo reina porque reúne lo disperso, reconcilia lo roto, ilumina lo oscuro … así, restaura la paz entre Dios y la humanidad.

El evangelio nos coloca ante la paradoja del Reino: el Rey crucificado. Mientras unos se burlan, un ladrón lo reconoce: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y Jesús responde con ternura: “Hoy estarás conmigo en el paraíso“… En la cruz se revela la verdadera majestad: un amor que perdona, que salva, que no abandona ni a los últimos.

San Ignacio nos invita a contemplar a Cristo Rey como el Señor que llama (Ejercicios Espirituales, n. 91-98): un Rey eterno que convoca a todos a trabajar con Él en la construcción del Reino del Padre. Seguirlo implica asumir su modo de reinar: desde la pobreza, el servicio, el perdón y la entrega total de sí.

Reinar con Cristo es servir con amor, dejar que Él sea el centro de la vida, y trabajar para que su paz y su justicia crezcan en el mundo.

A este Rey del Amor, es a quien hoy glorificarnos.

¿Qué significa para mí que Cristo “reine” en mi vida?... ¿Dónde descubro hoy a Cristo reinando en medio de lo frágil y lo herido del mundo?... ¿Cómo puedo colaborar en la construcción de su Reino de reconciliación y paz, desde mi realidad cotidiana?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – (Profundizar)

 XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo C noviembre 23, 2025

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO 

Samuel 5, 1-3 / Salmo 121 / Colosenses 1, 12-20




Evangelio según san Lucas 23, 35-43

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.

También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Para decir que Cristo es nuestro rey, hemos recurrido a coronas suntuosas y estampas que lo disfrazan de rey al estilo de este mundo. Si desde esta distorsionada idea clamamos "Viva Cristo Rey", me parece que este clamor es distorsionado. Porque el poder de nuestro rey no tiene que ver con el poder al estilo de este mundo, con coronas y cetros, con sequitos y pajes; el poder de nuestro rey tiene que ver con la mayor expresión que este poder tuvo: volverse vulnerable; al grado de ser víctima y morir en cruz. 

Quienes militan bajo la bandera de este Rey no viven bajo el dominio de las tinieblas, sus vidas son en la luz; viven el reinado de su amor, por ello aman a todo y a todos; reconcilian y cuidan de toda la creación, viven en comunidad, en Iglesia. Los súbditos de este rey, como Él, salvan antes que salvarse a sí mismos.

Así, mirando a Cristo Clavado en la cruz, sin oro ni cetros, sino herido en el corazón, con heridas, como nosotros, exclamemos confiados de que es con nosotros y nos salva siempre: ¡Viva Cristo Rey!

#FelizDomingo

“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El ciclo litúrgico que termina hoy con la celebración de la fiesta de Jesucristo Rey del universo, nos presenta a un rey crucificado, del que se burlaban las autoridades: “– Salvó a otros, que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban de beber vino agrio diciéndole: – ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: ‘Este es el Rey de los judíos”. Incluso, cuenta el evangelio de san Lucas, uno de los criminales que estaban colgados junto a él, lo insultaba diciéndole: “– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero diciéndole: – ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: – Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: – Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Se trata de un Rey que contrasta con la imagen que tenemos de una persona que ostenta ese título. Es un Rey que no utiliza su poder para salvarse a sí mismo, sino para salvar a toda la humanidad, incluidos tu y yo. Delante de este Rey, humilde y aparentemente vencido, San Juan XXIII, en su Diario del alma, escribió siendo joven, un ofrecimiento que invito a repetir hoy con la misma confianza con la que él lo hizo hace ya tantos años:

¡Salve, oh, Cristo Rey! Tú me invitas a luchar en tus batallas, y no pierdo un minuto de tiempo. Con el entusiasmo que me dan mis 20 años y tu gracia, me inscribo animoso en las filas. Me consagro a tu servicio, para la vida y para la muerte. Tú me ofreces, como emblema, y como arma de guerra, tu cruz. Con la diestra extendida sobre esta arma invencible te doy palabra solemne y te juro con todo el ímpetu de mi amor juvenil fidelidad absoluta hasta la muerte. Así, de siervo que tú me creaste, tomo tu divisa, me hago soldado, ciño tu espada, me llamo con orgullo Caballero de Cristo. Dame corazón de soldado, ánimo de caballero, ¡oh, Jesús!, y estaré siempre contigo en las asperezas de la vida, en los sacrificios, en las pruebas, en las luchas, contigo estaré en la victoria.

Y puesto que todavía no ha sonado para mi la señal de la lucha, mientras estoy en las tiendas esperando mi hora, adiéstrame con tus ejemplos luminosos a adquirir soltura, a hacer las primeras pruebas con mis enemigos internos. ¡Son tantos, o Jesús, y tan implacables! Hay uno especialmente que vale por todos: feroz, astuto, lo tengo siempre encima, afecta querer la paz y se ríe de mi en ella, llega a pactar conmigo, me persigue incluso en mis buenas acciones. Señor Jesús, tú lo sabes, es el Amor Propio, el espíritu de soberbia, de presunción, de vanidad; que me pueda deshacer de él, de una vez para siempre, o si esto es imposible, que al menos lo tenga sujeto, de modo que yo, más libre en mis movimientos, pueda incorporarme a los valientes que defienden en la brecha tu santa causa, y cantar contigo el himno de la salvación”.

 

¿BURLARNOS O INVOCAR?

José Antonio Pagola

Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece entender su entrega. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.

Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado, muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: «¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».

Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser este si no tiene poder para salvarse? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?

De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente, que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y, lleno de confianza en el perdón de Dios, solo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.

¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y en nuestra impotencia ante la muerte?

Hay quienes también hoy se burlan del Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Crucificado, encarnación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarnos de él o invocarlo?

 

JESÚS NUNCA PRETENDIÓ SER REY DE NADIE

Fray Marcos

Permitidme que empiece hoy este comentario con un desahogo personal. Al celebrar esta fiesta me siento deprimido, decepcionado, hundido en la más absoluta miseria. Tengo la sensación de estar traicionando a Jesús en lo más serio y profundo de su mensaje. Ya no es Jesús quién nos dice cómo es Dios, es la religión quien nos dice cómo es Jesús.

Un Jesús que dijo: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios. Un Jesús que dijo que no venía a ser servido, sino a servir. Un Jesús que dijo: El que quiera ser grande que sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último. Un Jesús que dijo: mi reino no es de este mundo y cuando querían hacerlo rey, huyó a la montaña.

La cristología de los concilios del s. IV y V se hizo desde conceptos metafísicos de una filosofía concreta la griega. No se tuvieron en cuenta las enseñanzas ni la vida de Jesús. Partieron del supuesto conocimiento de Dios para explicar lo que era Jesús. El camino debe ser exactamente el inverso. Solo conocemos a Jesús y él nos dice quién es Dios.

El credo que rezamos en la eucaristía, el nacido de los concilios de Necea y Constantinopla dice: “…por obra del Espíritu Santo se encarnó y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado…” ni una sola palabra de la vida y del mensaje de Jesús. ¿Puede ser ese un ‘símbolo’ de la fe en Jesús?

Pero ‘el credo de los apóstoles’ hace exactamente lo mismo, pasa del nacimiento a la muerte. En ambos no se tiene para nada en cuenta la vida y el mensaje de Jesús que fueron lo más contrario a la idea de poder, a la que nosotros estamos tan apegados.

Con el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de “Jesús rey del universo”? Un Jesús que luchó contra toda clase de poder; que rechazó como tentación la oferta de poseer todos los reinos del mundo; que criticó duramente los discípulos por pretender ser el más importante. ¿Podemos admitir que todo lo que hizo fue para alcanzar más gloria?

Es cierto que el centro de la predicación de Jesús fue “el Reino de Dios”. Nunca se predicó a sí mismo ni reivindicó nada para él. ‘El Reino de Dios’ no hace referencia a un rey. Ese “de” no es posesivo sino epexegético. No es que Dios posea un reino. Dios es el Reino.

El letrero que Pilato puso sobre la cruz, era una manera de mofarse de Jesús y de las autoridades. ¿Para escarnio de quién? Los soldados también le colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado de piedras preciosas?

Jesús se identificó de tal manera con ese Reino. De Jesús terreno carecería de sentido hablar de su reino. Podemos hablar del Reino de Cristo como una gran metáfora, como el ámbito en el que se hace presente lo crístico, es decir, un ambiente donde reina el amor. Entendido de ese modo y no literalmente, puede tener pleno sentido hablar del Cristo Rey.

Tratad de imaginaros un Jesús rey. Es casi imposible y él mismo se negó a aceptarlo. Pues ese reino sin rey, es el que queremos evocar con esta fiesta. Un reino donde nadie sea súbdito, sino que todos sean reyes. Ahí está la esencia de esta fiesta. Nadie es súbdito de nadie, pero todos deben estar dispuestos a servir a los demás.

Jesús quiere que todos seamos reyes, es decir, libres. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter. La opresión religiosa es la más inhuma porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser. 

La religión ha sido capaz de hacer de Jesús un Cristo incomprensible. La idea de un Jesucristo es genial, pero con tal de que no nos olvidemos que la base es Jesús.


 


jueves, 13 de noviembre de 2025

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –C– (Reflexión)

 XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO  C noviembre 16, 2025 
Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97 / 2 Tesalonicenses 3, 7-12

En este penúltimo domingo del año litúrgico – Ciclo C – escuchamos palabras fuertes que, por una parte nos pueden asustar, pero por otra, nos ayudarán a crecer y confiar que el Señor, quien siempre está con nosotros.

Evangelio según san Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.

Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.

Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

Reflexión:

¿Me atrevo a seguir a Jesús?

El evangelio de hoy nos habla en términos escatológicos, palabra que viene del griego éschatos (ἔσχατος), y que significa “último” o “final” y que se refiere a las realidades últimas: el destino final del ser humano y del mundo según la fe; y que para nosotros los cristianos, significa que caminamos hacia esa meta final: la unión plena con Dios.

En este pasaje evangélico, nos recuerda cuál es nuestro fin último y que Jesús es nuestro salvador; así como lo que tenemos que enfrentar cuando somos sus seguidores: (a) las luchas internas que experimentamos en esta vida terrena, (b) enfrentamientos y persecuciones, por ser discípulos y testigos de Jesús y (c) como siempre contamos con Él y su sabiduría, de nuestro lado, con para hacer frente a lo anterior… ¡y poder alcanzar la vida plena prometida!

Seguimos siendo atacados, en este tiempo, por las “fuerzas del mal”, los “falsos mesías”, que se siguen ostentan como “salvadores” y nos engañan, con palabras huecas, mentiras y falsedades; con obras “faraónicas”, que tienen como intención seducirnos, hacernos soñar, para dominarnos, someternos y alejarnos del plan de Dios. Quienes son guiados por el mal, son sagaces, astutos, prepotentes y soberbios al ejecutar sus planes (cfr. Mal 3, 19-20): cuidado, también podemos ser uno de ellos, si caemos en sus redes…Padre, ¡líbranos del mal!

Así que, no hay que ser ingenuos, ni creer ciegamente; tenemos que aprender a discernir, es decir separar, lo bueno de lo malo, a diferenciar la mentira de lo veraz. En la espiritualidad ignaciana, San Ignacio, representa esta dualidad en la meditación de las dos banderas: (i) la del mal espíritu, que nos seduce y engaña, a través de la avaricia, el honor y el poder, para alcanzar su fin y (ii) y la otra bandeara, la del buen espíritu, la de Jesús, que nos lleva a la salvación, por el camino de la pobreza, que es libertad interior y confianza en Dios; oprobios y desprecios, incomprensión y rechazo, por seguir a Cristo; y humildad, reconociendo que todo bien, viene de Dios. El seguimiento a Jesús, bajo su bandera y con su ayuda, nos conducirá hacia la meta definitiva: salvar nuestra alma y gozar la vida eterna. Tenemos que elegir, tenemos que esforzarnos, sabiendo que no estamos solos.

¿De qué medios se valen, quienes quieren engañarnos?... ¿Cómo evitar ser ingenuos y manipulados?... ¿Qué retos enfrento para ser testigo de Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C (Profundizar)

 XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO  C noviembre 16, 2025 
Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97 / 2 Tesalonicenses 3, 7-12



Evangelio según san Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.

Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.

Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

"Llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida". "Pero ni un cabello de sus cabezas perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas".

Hoy el Evangelio de Lucas nos coloca entre estas dos afirmaciones hechas por Jesús.

Visualiza tu entorno y descubre cosas, construcciones, tecnología, todo lo hecho por el ser humano y date cuenta que más tarde que temprano va a desaparecer, o sobrevivirá como basura, ruina o vestigio; pero está condenado al olvido.

Ahora, date cuenta de ti, todo eso visible e invisible que eres, todo lo trascendente que resultas porque eres criatura de Dios y por ello no perecerás, pues de nuestro Creador venimos y a nuestro Creador volveremos. Hay un valor distinto, muy distinto, entre las cosas y las personas, no te hacen valer las cosas creadas por el hombre; sino tu condición de hija e hijo. Perseveremos en nuestra fe, en nuestra conciencia de criaturas amadas de Dios y vivamos con libertad y responsabilidad.

#FelizDomingo

“¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace poco comentábamos en un “Encuentro con la Palabra”, cómo la vida es el lugar privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es Dios de muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su proyecto. Por tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos, el oráculo de los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o leer la mano, o el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz que piensa que, porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues, de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).

Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal, luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba, paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados, puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas, arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos, enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas, trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies, lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles, frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes, funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres, lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís, comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras, vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.

En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1 Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy: ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...

 

DAR POR TERMINADO

José Antonio Pagola

Es la última visita de Jesús a Jerusalén. Algunos de los que lo acompañan se admiran al contemplar «la belleza del templo». Jesús, por el contrario, siente algo muy diferente. Sus ojos de profeta ven el templo de manera más profunda: en aquel lugar grandioso no se está acogiendo el reino de Dios. Por eso Jesús lo da por acabado: «Esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».

De pronto, sus palabras han roto el autoengaño que se vive en el entorno del templo. Aquel edificio espléndido está alimentando una ilusión falsa de eternidad. Aquella manera de vivir la religión sin acoger la justicia de Dios ni escuchar el clamor de los que sufren es engañosa y perecedera: «Todo eso será destruido».

Las palabras de Jesús no nacen de la ira. Menos aún del desprecio o el resentimiento. El mismo Lucas nos dice un poco antes que, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, Jesús «se echó a llorar». Su llanto es profético. Los poderosos no lloran. El profeta de la compasión sí.

Jesús llora ante Jerusalén porque ama la ciudad más que nadie. Llora por una «religión vieja» que no se abre al reino de Dios. Sus lágrimas expresan su solidaridad con el sufrimiento de su pueblo, y al mismo tiempo su crítica radical a aquel sistema religioso que obstaculiza la visita de Dios: Jerusalén –¡la ciudad de la paz!– «no conoce lo que conduce a la paz», porque «está oculto a sus ojos».

La actuación de Jesús arroja no poca luz sobre la situación actual. A veces, en tiempos de crisis, como los nuestros, la única manera de abrir caminos a la novedad creadora del reino de Dios es dar por terminado aquello que alimenta una religión caduca, sin generar la vida que Dios quiere introducir en el mundo.

Dar por terminado algo vivido de manera sacra durante siglos no es fácil. No se hace condenando a quienes lo quieren conservar como eterno y absoluto. Se hace «llorando», pues los cambios exigidos por la conversión al reino de Dios hacen sufrir a muchos. Los profetas denuncian el pecado de la Iglesia llorando.

 

EL MIEDO Y LA ESPERANZA EN EL FUTURO NO TIENEN SENTIDO

Fray Marcos

Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey con el que se remata el ciclo (C). El lenguaje escatológico que emplean los evangelistas es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y el mundo. Es lógico que tuvieran una peculiar manera de ver lo último el "esjatón" que a nosotros nos parece extraña. Debemos hacer un esfuerzo por entenderlo bien.

El pueblo judío estuvo siempre volcado hacia el futuro. La Biblia refleja una tensión, esperando una salvación que solo puede venir de Dios. A Noé se le ofrece algo nuevo después de la destrucción de lo viejo. A Abrahán, salir de su tierra para ofrecerle algo mejor. El Éxodo promete salir de la esclavitud a la libertad. Pero todas las promesas, en realidad, son la expresión de las carencias que el ser humano experimenta.

Los primeros cristianos no tienen inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a la vida de Jesús. El NT pone en boca de Jesús un lenguaje que se apoya en los conocimientos e imágenes que le proporciona el AT.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia.

Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo y poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología). Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de una injusticia ni en un hipotético último día.

El evangelio de hoy tiene dos partes. Ninguna de ellas se puede atribuir a Jesús. La primera porque el evangelio se escribió veinte años después de la destrucción del templo. Es fácil poner en boca de Jesús una profecía de lo que ya había pasado. La segunda porque en el año 90, los cristianos ya eran acosados por todas partes. Los judíos los persiguieron desde que el templo fue destruido. Los romanos ya estaban también persiguiéndolos.

Lo que percibimos que está mal y no depende del hombre, es fruto de una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de afrontarla. Lo que nos debía preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre.

No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito hacia el año 90, por lo tanto, ya se había producido esa catástrofe. Es imposible imaginar hoy lo que supuso la destrucción del tempo. Para los judíos fue el “fin del mundo”. Era lógico asociar ruina con el fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo.

En la lectura de hoy podemos apreciar claramente los matices que Jesús introduce en la escatología. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual (“antes de eso”). ¡Que nadie os engañe! La advertencia vale para hoy. Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada.

Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a los miedos por un pasado catastrófico o las especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad reflejada en mí.

 


IV DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A (Reflexión)

  IV DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A – Diciembre 21, 2025  Isaías 7, 10-14 / Salmo 23 / Romanos 1, 1-7 En este cuarto Domingo de Advient...