NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Samuel 5, 1-3 / Salmo 121 / Colosenses 1, 12-20
Evangelio
según san Lucas 23, 35-43
Cuando Jesús estaba ya
crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.
También los soldados se
burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú
eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” Había, en efecto, sobre la cruz,
un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los
judíos”.
Uno de los malhechores
crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti
mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes
tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago
de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor,
cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro
que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Reflexión:
¿Un Rey crucificado?
Comienzo esta reflexión, con la siguiente afirmación:
Jesús, se hizo hombre, para salvarnos.
Durante las pasadas cincuenta y una semanas, hemos
recordado y recorrido el camino que Jesús siguió para llevar al cabo su misión
salvadora, enseñándonos y mostrándonos cómo es el Reino de su Padre y cuáles son
sus deseos, para nosotros, sus hijos.
Podríamos decir que toda la Escritura es una
narración de la historia de salvación de la humanidad, que va descubriendo la
presencia de Dios, y reconociéndolo como creador de todos y de todo lo que
existe: “Ha sido Dios, creador del mundo, el mismo que formó el género
humano y creó cuanto existe … Te ruego, hijo mío, que mires el cielo y la
tierra, y te fijes en todo lo que hay en ellos; así sabrás que Dios lo ha hecho
todo de la nada y que en la misma forma ha hecho a los hombres” (2 Mac
7, 1.20-31)
Para terminar el ciclo litúrgico, celebramos la
soberanía del amor de Cristo, que reina sirviendo, reconciliando y dando
la vida… salvándonos. Las lecturas de ese día trazan un camino que muestra cómo
Dios hace reinar su amor en medio de la debilidad humana.
Jesús, enviado
por el Padre, se ha hecho cercano a nosotros, para ser nuestro guía (pastor)
hacia el Padre, a llevarnos hacia su casa, “qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor” ... para mostrarnos y que podamos reconocerlo en
la vida ordinaria: en la justicia, en la paz, en la unidad (cfr.
Sal 121).
Jesús, en palabras
de Pablo, es centro y plenitud de toda la creación: “Todo fue creado por él
y para él… en él todo subsiste” (Col 1, 12-20), y así Cristo reina porque reúne
lo disperso, reconcilia lo roto, ilumina lo oscuro … así, restaura
la paz entre Dios y la humanidad.
El evangelio nos coloca ante la paradoja del
Reino: el Rey crucificado. Mientras unos se burlan, un ladrón lo
reconoce: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y Jesús
responde con ternura: “Hoy estarás conmigo en el paraíso“… En la cruz se
revela la verdadera majestad: un amor que perdona, que salva,
que no abandona ni a los últimos.
San Ignacio nos invita a contemplar a Cristo
Rey como el Señor que llama (Ejercicios Espirituales, n. 91-98): un Rey
eterno que convoca a todos a trabajar con Él en la construcción del Reino
del Padre. Seguirlo implica asumir su modo de reinar: desde la pobreza, el
servicio, el perdón y la entrega total de sí.
Reinar con Cristo es servir con amor,
dejar que Él sea el centro de la vida, y trabajar para que su paz y su justicia
crezcan en el mundo.
A este Rey del Amor, es a quien hoy
glorificarnos.
¿Qué
significa para mí que Cristo “reine” en mi vida?... ¿Dónde descubro hoy a
Cristo reinando en medio de lo frágil y lo herido del mundo?... ¿Cómo puedo
colaborar en la construcción de su Reino de reconciliación y paz, desde mi
realidad cotidiana?

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