Evangelio
según san Marcos 9, 30-37
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero Él no quería que nadie
lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días
después de muerto, resucitará". Pero ellos no entendían aquellas palabras
y tenían miedo de pedir explicaciones. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa,
les preguntó: "¿De qué discutían por el camino?" Pero ellos se
quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos
era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
"Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos".
Después,
tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El
que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me
reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado".
Esopo, el conocido fabulista griego, cuenta que “una Caña y un Olivo disputaban sobre sus respectivas fuerzas, y éste con socarronería le dijo a la otra: –«Hablas de resistir y de poder, cuando el más débil soplo de viento te bambolea y humilla. Aprende de mí, que ni aun muevo mis ramas cuando tu te doblegas.»– La mísera Caña calló a estas razones, y se armó de paciencia hasta que viniese el huracán más próximo. En efecto, llegado aquel, la Caña se dobló como antes, mientras el Olivo cayó tronchado en tierra. –«¿Qué es lo mejor ahora, replicó la ofendida levantándose, ceder o resistir?».
De una manera muy parecida, Santa Laura Montoya, religiosa colombiana fundadora de las misioneras que conocemos como Lauritas y que es la primera santa colombiana canonizada hace algunos años, dice en su autobiografía que tituló Historia de las Misericordias de Dios en un alma: “Una pequeña diferencia hay entre el profeta de Nínive y esta pobre Laura y es que yo siempre he tenido el valor del junco. Observe Padre mío, que las rocas se oponen a la corriente y cualquier día viene una ola y las derrumba; mientras que el junco, ante la borrasca, se inclina y las olas pasan por encima sin hacerle daño, puesto que pasada la borrasca vuelve a erguirse hermoso y dócil”.
De muchas formas Jesús nos dijo, por activa y por pasiva, lo que el profesor Maturana, filósofo de nuestro fútbol local, solía argüir cuando fracasaba en un partido: “Perder es ganar un poco”. Los discípulos, que se demoraron más de lo conveniente en entender esta dinámica de la salvación que nos ofrece Dios en Jesús, discutían, mientras el maestro les hablaba de su pasión, sobre quién de ellos era el más importante; de manera que Jesús tiene que decirles: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos”. Cosa que todavía hoy no hemos podido entender. Casi, como los discípulos, habría que decir de nosotros y de nuestra sociedad que “no entendían lo que les decía, y tenían miedo de preguntarle”.
Nuestros criterios están en contradicción con los criterios de Jesús y no nos inquieta ni poquito seguir funcionando en una sociedad, en una familia y en una Iglesia en la que ser el primero no es hacerse servidor y último. ¡Ni más faltaba! dirán algunos. Ni siquiera se nos ocurre que esto puede tener aplicaciones prácticas en nuestras relaciones cotidianas. Seguimos apegados a las estructuras de poder y de mando que vino a renovar el Señor con su palabra y, sobre todo, con su ejemplo de vida. Por eso, “puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo: –El que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no solamente a mí me recibe, sino también a aquel que me envió”.
De una manera práctica, en nuestra vida ordinaria, en nuestras discusiones sobre quién es el más importante, debería guiarnos aquello que el P. Javier González, SJ, le recomendaba a Luis Fernando Múnera, SJ, cuando era un joven maestrillo: “Piensa en lo que pierdes cuando ganas algo; y piensa en lo que ganas cuando pierdes algo”. Siguiendo las enseñanzas de Jesús, tenemos la certeza de que a veces es mejor perder como la Caña frente al Olivo de Esopo, o como el junco frente a la piedra de la Madre Laura...
Este segundo
anuncio de la pasión no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere
transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, aunque el domingo pasado nos
decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es
porque intuían que no les iba a gustar. Esto nos muestra que más que no
comprender, es que no querían entender, porque significaría el fin de sus
pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán
sin entender la parte más original y decisiva del mensaje.
¿De qué
discutirías por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus sentimientos
íntimos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que
Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del
dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de
las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones
sociales.
Quien quiera
ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. El mismo mensaje del
domingo pasado y en el episodio de la madre de los Zebedeo. No nos pide Jesús
que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por
un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser
todos, no sólo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la
grandeza del ser humano.
Jesús dice:
¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica!
Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio.
Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domina, mayor humanidad. El
mensaje quiere hacernos ver que el bien espiritual está por encima del
material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un
interés egoísta a costa de los demás.
Acercando a un
niño lo abrazó y dijo. No es fácil descubrir la conexión con lo que antecede.
En tiempos de Jesús, los niños eran utilizados como pequeños esclavos. La
palabra griega “paidion” es un diminutivo de “pais, que ya significa niño y
también criado y esclavo. Sería, el pequeño esclavo. En el contexto de la
narración, sería el chico de los recados que el grupo tenía a su disposición.
Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la
escala más baja de los que se dedican a servir.
El que acoge a
un niño, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil
sino de identificarse con él. Al abrazarle, está manifestando que los dos
forman una unidad, y que, si quieren estar cerca de él, tienen que
identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse
servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Serie:
el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, pero
sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús.
Y el que me
acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a
Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La
esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el
mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de
identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo
reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene a Jesús,
reflejando la actitud de Dios para con todos.
Llevamos dos
mil años sin enterarnos. Y, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren
las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni
como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje
del evangelio. Ya los primeros seguidores discutían por el poder, pero después
de veinte siglos seguimos haciendo lo mismo. No tenemos clara la distinción que
se hace en los evangelios entre poder y autoridad. Ningún poder puede venir de
Dios porque es nada poderoso.
En cuanto
Constantino abrió la mano, la Iglesia no hizo otra cosa que acrecentar su
poder. Si en los últimos siglos perdió gran parte de él, no fue por propia
voluntad sino porque se lo arrebataron, con gran disgusto de muchos jerarcas.
Todavía seguimos utilizando el término jerarquía que significa 'poder sagrado'.
La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar
a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su
vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio.
Esta sería la propuesta de Jesús que nos llevaría a la plenitud de la
humanidad.
Hay dos
maneras de servir: una es la del que somete al poderoso para conseguir su favor
y aprovecharse de su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de
hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por
Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores
que hacen posible el despotismo. La diaconía significaba “servir a la mesa”. En
cristiano indicaba el servicio a los más necesitados, por los que no tenían
obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza.
Si es la
esencia del mensaje ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos
que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Sin ese conocimiento,
es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a
conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el
mensaje con propuestas externas: 1ª Es la voluntad de Dios. 2ª Si lo cumples,
Dios te premiará, si no lo cumples, te castigará.
A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo o zanahoria. ¡Cómo podemos pensar que Dios nos trata como animales!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario