Primer Domingo de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 4, 1-11) 26 de febrero de 2023
Evangelio según san Mateo 4, 1-11
En
aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado
por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final,
tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: "Si tú eres el
Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes". Jesús le
respondió: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también
de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Entonces
el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y
le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está
escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus
manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". Jesús le
contestó: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Luego
lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de
todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras y
me adoras". Pero Jesús le replicó: "Retírate, Satanás, porque está
escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás".
Entonces
lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
#Cuaresma, tiempo propuesto para detenernos y hacer corte de caja. ¿Cómo andamos en asuntos de rupturas, con Dios, con los demás, con nuestro entorno? La 1a lectura, nos presenta la causa de "ruptura": Querer ser Dios. El Evangelio nos desentraña el modo en que somos tentados: 1. Tu lo puedes todo, 2. Tu lo controlas todo, 3. Tu lo mereces todo. Son tentaciones, se nos antojan.
La llamada que recibimos es a pronunciar con el salmista: reconozco mis culpas, apiádate de mí, dame un corazón y un espíritu nuevo, mantén en mí un alma generosa.
La 2da lectura contiene la buena noticia: Es posible comenzar de nuevo, reparar, reconstruir, convertirme, porque recibimos la gracia y el don de la justicia por Jesucristo.
Recorramos el itinerario de la Cuaresma: reconozcamos, pidamos perdón y en Cristo y con Cristo seamos una nueva versión de nosotros mismos.
#FelizDomingo
“Sean ustedes perfectos, como
su Padre que está en el cielo es perfecto”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
«Si ya has encontrado a Dios, avísame dónde
está, porque yo llevo muchos años buscándolo y no lo encuentro». La tía Lucía
me dejó caer hace un tiempo esas palabras que quedaron retumbando en mi alma
como un eco sordo al fondo de un abismo... «Avísame dónde está...».
Evidentemente, la frase condicional con la que comenzó fue la que más me
inquietó: «Si ya has encontrado a Dios...». Es bien arriesgado decir que he
encontrado a Dios, pero lo que sí no me da miedo decir es que descubro pistas
de su presencia en la Palabra que ilumina la Vida y
que invita a construir Comunidad. Como la tía Lucía, muchas
personas que nos rodean nos piden señales, pruebas, huellas de Dios en su vida
cotidiana. No es que no lo quieran ver; es que no lo ven por ninguna parte y de
verdad están buscando el sentido de sus vidas.
El Señor Jesús, Palabra transparente de Dios
en nuestra historia, conducido por el Espíritu, fue probado en el
desierto. Lo que lo sostuvo, en medio de la tentación, fue el apoyo que
encontró en la Escritura. Tal como lo describe el Evangelio de san Mateo, Jesús
dijo ante la tentación: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra
que salga de los labios de Dios» (Mateo 4,4); más adelante añadió: «No pongas a
prueba al Señor tu Dios» (Mateo 4,7); y, por último, dijo; «Adora al Señor tu
Dios y sírvelo sólo a él» (Mateo 4,10). Tres referencias a la Escritura con las
que Jesús supo defenderse de las tentaciones que lo acosaban de muchas formas:
Deseos de lucirse ante los demás haciendo milagros: “Si de veras eres Hijo de
Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes”. Deseos de tener honores
y ser reconocido por los demás: “Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo
(...)”. Deseos de poder y dominación: “Yo te daré todo esto, si te arrodillas y
me adoras”.
¡Cuántas veces sentimos la tentación de tener
el poder de hacer milagrosamente lo que queremos! Como convertir las piedras en
panes... ¡Cuántas veces sentimos la tentación de probar a Dios exigiéndole lo
imposible! Como lanzarse al vacío desde lo alto del templo, esperando que los
ángeles vengan a rescatarnos... ¡Cuántas veces sentimos la tentación dominar a
los demás arrodillándonos ante dioses falsos! Como cuando colocamos el poder,
el tener y el saber por encima del ser mismo de cada persona...
Hay que notar que en la segunda tentación, el
mismo tentador cita la Escritura para presentar al Señor su tentación: “Si de
veras eres Hijo de Díos, tírate abajo; porque la Escritura dice: ‘Dios mandará
que sus ángeles te cuiden. Te levantarán con sus manos para que no tropieces
con piedra alguna”. La habilidad del mal llega a valerse de la Escritura para
poner zancadillas a gente buena. Por eso la invitación del Señor no es a
referirse a la Escritura como arrancando frases de sus contextos literarios, ni
para lanzarlas sin más sobre nuestros contextos existenciales. De lo que se
trata es de saber apoyarnos en su Palabra para desentrañar el
misterio de Dios en el corazón de nuestra propia historia. ¿Cómo vamos a
encontrar a Dios en medio de nuestras vidas si no nos encontramos
cotidianamente con su Palabra? Confío en que esto le haya servido de pista a la
tía Lucía, y a tantas otras personas que buscan sinceramente el sentido de sus
vidas, para que algún día puedan decirme que se han encontrado cara a cara con
Dios.
NUESTROS
ERRORES
Toda persona que no quiera vivir alienada ha
de fortalecerse lúcida y vigilante ante los posibles errores que puede cometer
en la vida.
Una de las aportaciones más válidas de Jesús
es poder ofrecer a quien le conoce y sigue la posibilidad de ser cada día más
humano. En Jesús podemos escuchar el grito de alerta ante los graves errores en
que podemos caer a lo largo de la vida.
El primer error consiste en hacer de la
satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de nuestra
vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión
y el disfrute de los bienes.
Según Jesús, esa satisfacción de las
necesidades materiales, con ser muy importante, no es suficiente. El hombre se
va haciendo humano cuando aprende a escuchar la Palabra del Padre, que le llama
a vivir como hermano. Entonces descubre que ser humano es compartir, y no
poseer; dar, y no acaparar; crear vida, y no explotar al hermano.
El segundo error consiste en buscar el poder,
el éxito o el triunfo personal, por encima de todo ya cualquier precio. Incluso
siendo infiel a la propia misión y cayendo esclavo de las idolatrías más
ridículas.
Según Jesús, la persona acierta no cuando busca su
propio prestigio y poder, en la competencia y la rivalidad con los demás, sino
cuando es capaz de vivir en el servicio generoso y desinteresado a los hermanos.
El tercer error consiste en tratar de resolver el
último problema de la vida, sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando
interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta.
Según Jesús, entender así la religión es destruirla.
La verdadera fe no conduce a la pasividad, la evasión y el absentismo ante los
problemas. Al contrario, quien ha entendido un poco lo que es ser fiel a un
Dios, Padre de todos, se arriesga cada día más en la lucha por lograr un mundo
más digno y justo para todos.
NO SE TRATA DE SACRIFICARME SINO
DE BUSCAR LO MEJOR PARA MÍ, AUNQUE ME CUESTE
Se nos ha repetido que la cuaresma era un tiempo de examen
para sentirnos pecadores. Descubierta nuestra indignidad, pedir a Dios que nos
sacara de ella y si Dios era reacio a perdonarnos, ahí estaba la muerte de
Jesús que nos daba derecho a ese perdón. Pasada la alegría de sentirnos
perdonados, siguió la angustia de volver a fallar. Esta actitud represiva debe
dejar paso a una toma de conciencia de nuestras posibilidades de absoluto.
La cuaresma en un tiempo para analizar la trayectoria de
nuestra vida y descubrir que, con frecuencia, damos pasos que nos alejan de la
plenitud humana que es nuestra meta. No tiene sentido que nos paremos a
analizar la piedra en la que hemos tropezado. Mas importante seria poner mas
atencion al caminar para evitar el tropiezo. Tampoco se trata de hacer
penitencia, como requisito para que Dios nos perdone. Sería tomar conciencia de
que alcanzar la meta supone un esfuerzo para no dejarnos llevar por la
comodidad.
Más importante que mirar hacia atrás angustiándome por los
pasos mal dados, es descubrir el rumbo adecuado y caminar en esa dirección.
Pero resulta que no puedo saber dónde está la meta, porque nunca estuve allí.
Aquí viene en nuestra ayuda la experiencia de otros seres humanos que sí han
llegado a ella. Para nosotros, el hombre que más cerca estuvo de ella es Jesús,
por eso debemos fijarnos en él y tomarlo como guía en nuestra vida. No para
mirarlo desde fuera sino para descubrir en nosotros lo que él descubrió.
Las tentaciones de Jesús nos advierten de la
necesidad de esfuerzo para no ser engañados por el placer inmediato. Los
animales disponen de un piloto automático que les conduce en todo momento a su
propio meta. Al ser humano se le han entregado los mandos de la nave y no tiene
más remedio que dirigirla. No podemos conducir un vehículo si el volante está
bloqueado. Las normas que nos llegan de fuera pueden impedir hacernos carga de
nuestro propio vehículo. Tampoco nadie puede conducirlo por nosotros, ni
siquiera Dios.
La primera tentación pretende convertir a Jesús en
oprimido y le ofrece liberarse a cambio de pan. La segunda le ofrece honor y
gloria a cambio de servidumbre. La tercera es una oferta de poder desmedido
sobre todo y sobre todos. Tanto oprimir a otro como dejarse oprimir son ofertas
satánicas. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide
ser humanos. Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de
común con las nuestras que, con apariencia de bien, nos arrastran al mal.
A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del
Génesis como un hecho histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral que
encontramos en muchas culturas. Esto no quiere decir que sea mentira. El mito
es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano, que no se pueden
entender de una manera racional. El relato de Adán y Eva intenta explicar el
problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo.
Tampoco el relato de las tentaciones es histórico. Se
trata de un relato mítico igual que el de Adán y Eva. Jesús se desprenderá
muchas veces al desierto para entrar dentro de sí y descubrir su auténtico ser.
El relato resume todas las pruebas que tuvo que superar a Jesús en toda su
vida. En Jesús la tentación tiene una connotación especial, porque se plantea
conforme a su situación personal. La talla de su humanidad tiene que darla en
relación con la tarea que se le ha encomendado: cómo desarrollar su auténtico
mesianismo.
Los posibles tropiezos al recorrer su camino mesiánico, se
relatan condensados en un episodio durante al comienzo de su vida pública,
pero expresan la lucha que mantuvo toda su vida. A Jesús no le tentó ningún
demonio. La tentación es algo inherente a todo ser humano. Es el mejor
argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es
lucha, tiene asegurado el fracaso absoluto. A todos se nos dan infinitas
posibilidades de plenitud, pero alcanzarlas supone poner toda la carne en el
asador.
A ver si consigo haceros ver que no se trata de
una elección entre el bien y el mal. El ser humano no es el lugar de lucha de
dos fuerzas contrarias: el Espíritu y el diablo. Esa alternativa no es real
porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de discernir lo bueno y lo
malo, yendo más allá de las apariencias. La lucha se plantea entre el bien real
y el aparente. El techo una lucha contra el mal no tiene ni pies ni cabeza. Una
vez que descubro que algo es malo para mí, no tengo que hacer ningún esfuerzo
para evitarlo.
Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas
puntuales que el diablo le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que,
como todo ser humano, tiene que superar. Ni el placer sensible, ni la
vanagloria, ni el poder, pueden ser el objetivo último. El poder y las
seguridades, como base de la relación con Dios, quedan excluidos. El poder podría
haber dado eficacia a su mesianismo, pero no le llevaria a la libertad. La
salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo, por lo que tiene
de humano específico.
No necesitamos ningún diablo que nos tiente. Somos
lo bastante complicados para meternos solitos en la trampa. La tentación es
inherente al ser humano, porque en cuanto surge la inteligencia y tiene
capacidad de conocer dos metas, no tiene más que elegir. Como el conocimiento
es limitado, la posibilidad de equivocarse está siempre ahí. Y suele suceder
que adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es malo. Si no
lo tengo claro, pondré el fallo en la voluntad que elige el mal, lo cual es
imposible.
Si el problema no está en la voluntad, no lo resolveremos
con voluntarismo. Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha
contra el pecado. Nos han insistido en la fuerza de voluntad para superar la
tentación, pero esa estrategia es ineficaz. Si el problema es del conocimiento,
solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será descubrir lo que es
bueno o malo para mí. Ese “para mí”, se refiere a mi verdadero ser, no al yo
individualista. Ni siquiera podemos esperar de Dios que me saque del dilema.
En nuestra sociedad tendemos a considerar bueno lo
que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una humanidad es
todavía una actitud de mínimas verdaderas. A través de la historia, han sido
muy pocos los que han logrado una plenitud humana. La mejor prueba es que los
consideramos seres extraordinarios. La mayoría de los mortales nos contentamos
con vivir cómodamente sin valorar el esfuerzo por llegar a ser algo más.
El “está escrito” es vital. Adán y Eva pretendieron ser
ellos los dueños del bien y del mal, es decir, que sea bueno lo que yo
determine como tal y que sea malo lo que yo quiero que lo sea. Es la constante
tentación del hombre. Cuando Jesús repite por tres veces “está escrito”,
reconoce que no depende de él lo que está bien o lo que está mal, está
determinado, no por una voluntad de Dios, sino por la naturaleza de nuestro
ser. Si no descubro esa naturaleza nunca descubriré, lo que me deteriora o me
construye.
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