Domingo XXVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 17, 5-10) – 2 de octubre de 2022
Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
"Auméntanos la fe". El Señor les contestó: "Si tuvieran fe,
aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol
frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los
rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra en seguida y ponte a
comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para
que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'? ¿Tendrá acaso que mostrarse
agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?
Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".
Reflexiones
Buena Nueva (ir a columna del periódico)
#Microhomilia
La palabra nos anuncia que en el asunto de la fe, se
tiene o no se tiene, se cree o no se cree, se espera o no se espera. El que
tiene fe tiene un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza, es valiente
porque se sabe acompañado y cuidado, puede experimentarse confundido, pero
nunca abandonado. La fe la experimentamos cuando nos sentimos necesitados,
cuando nos damos que cuenta que con lo propio no alcanza, cuando las cuentas no
salen, cuando perdemos el control; en esos momentos es cuando experimentamos la
fe que está en nuestro corazón.
La fe está hecha de memoria, de historias y promesas, de encuentros. ¿En qué crees? ¿Por qué crees? ¿Por quiénes crees? ¿Qué te ha prometido el Señor? ¿En qué tienes fe? Pidamos a Dios que nos siga haciendo hombres y mujeres de fe, que nos la regale y mantenga. Compartamos en familia nuestra fe. #FelizDomingo
“Los apóstoles pidieron al Señor: – Danos más
fe”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Leí alguna vez que hace mucho tiempo vivió en la
China un niño llamado Ping que amaba tiernamente las flores. Todo lo que
sembraba crecía como por encanto. Un día, el Emperador, que era muy viejo,
decidió buscar a su sucesor. ¿Quién podría ser? ¿Cómo podría escogerlo? Decidió
que iba a dejar que las flores lo escogieran. Al día siguiente salió un bando:
todos los niños deberían venir a la gran plaza para recibir de manos del
Emperador semillas de flores. "Quien en el plazo de un año me pueda
mostrar el mejor resultado", dijo, "me sucederá en el trono".
Esta noticia causó gran revuelo. Los niños de todos los rincones acudieron para
recibir sus semillas. Los papás querían que su hijo fuera escogido como
Emperador y los niños soñaban con ser escogidos. Cuando Ping recibió sus
semillas se sintió el más feliz de todos los niños. Estaba totalmente seguro de
que podría cultivar las flores más hermosas.
Ping llenó una matera con tierra y plantó la semilla.
La rociaba todos los días. Los días pasaron, pero nada germinaba en la matera.
Ping estaba muy triste. Entonces tomó una matera más grande y echó en ella la
mejor tierra y tomó la semilla y la plantó. Esperó dos meses más y no pasó
nada. Poco a poco paso un año entero. Llegó la primavera y los niños vistieron
sus más preciosos trajes para agradar al Emperador. Se dirigieron a la plaza
con sus hermosísimas flores, esperando cada uno que sería el escogido. Ping se
sentía avergonzado con su matera vacía. Pensó que los demás niños se burlarían
de él. Sin embargo, fue a la plaza. El Emperador observaba detenidamente todas
las flores. ¡Qué flores tan hermosas! Pero el Emperador no decía ni una
palabra. Finalmente, se acercó a Ping, quien agachó su cabeza lleno de
vergüenza esperando que sería castigado. El Emperador le preguntó: "¿Por
qué trajiste una matera vacía?" Ping comenzó a llorar y respondió:
"Planté la semilla que usted me dio, la rocié cada día, pero no germinó.
La sembré en una matera más grande, le puse una tierra mejor y tampoco germinó.
Esperé un año entero, pero nada creció. Por esta razón hoy vengo ante su
presencia con una matera vacía. Hice lo mejor que pude".
Cuando el Emperador escuchó estas palabras, se dibujó
en su rostro una sonrisa y puso su mano sobre el hombro de Ping. Luego exclamo:
"¡Lo encontré! ¡Encontré a la única persona digna de ser Emperador! No sé
de dónde sacaron las semillas que ustedes cultivaron. Porque las semillas que
yo les di habían sido cocinadas. Por lo tanto, era imposible que pudieran
germinar. Admiro a Ping por el valor que ha tenido para venir delante de mi con
su vacía verdad. Por lo tanto, ahora lo premio con el reino y lo nombro mi
sucesor.
Si somos sinceros, más del noventa por ciento de las
cosas que hacemos en nuestra vida, no tiene otra finalidad que buscarnos a nosotros
mismos. El egoísmo es tan sutil, que nos engaña aún en nuestras buenas
acciones. Reclamamos, exigimos, solicitamos que se nos tenga en cuenta de mil
formas cada día... Pasamos factura por nuestras buenas obras. Queremos que se
nos reconozca lo buenos que somos. Hemos hecho todo lo que nos correspondía
hacer, y esto, automáticamente, nos hace merecedores de una recompensa por
parte de Dios. Pocas experiencias tan importantes para aprender de la
gratuidad, como la siembra y la cosecha. El campesino que siembra la semilla y
recoge la cosecha, sabe que él ha sido responsable de ciertas condiciones
externas que han facilitado las cosas, pero también es consciente de que el
crecimiento y el fruto, es solamente obra y regalo de Dios. Esta bella historia
nos recuerda que nosotros no somos dueños del crecimiento ni de los frutos, y
que tener fe es hacer lo mejor posible las cosas, para que Dios realice su obra
de salvación a través nuestro.
ORAR
DESDE LA DUDA
En el creyente pueden surgir dudas sobre un punto u
otro del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una
determinada bíblica significativa o un aspecto concreto del dogma cristiano.
Son cuestiones que están pidiendo una mayor aclaración.
Pero hay personas que experimentan una duda más
radical, que afecta a la totalidad. Por una parte siente que no pueden o no
deben abandonar su religión, pero por otra parte no son capaces de pronunciar
con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.
El que se encuentra así suele experimentar, por lo
general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su
situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué me ha podido pasar para llegar
a esto? ¿Qué puedo hacer en estos momentos? Tal vez lo primero es abordar
positivamente esta situación ante Dios.
La duda nos hace experimentar que no somos capaces de
«poseer» la verdad. Ningún ser humano «posee» la verdad última de Dios. Aquí no
sirven las certezas que manejamos en otras órdenes de la vida. Ante el misterio
último de la existencia hemos de caminar con humildad y sinceridad.
La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad.
Nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi
propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la duda puede ser el mejor revulsivo para
despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional. Lo primero
no es encontrar respuestas a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué
orientación quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy
dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin
buscar verdad alguna?
La fe brota del corazón sincero que se detiene a
escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en
nuestras afirmaciones o en dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie,
excepto Dios, conoce».
Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe». El que ora asi es ya creyente.
SI TUVIERA UN
MÍNIMO DE FE-CONFIANZA NO NECESITARÍA CAMBIAR NADA
Sigue el evangelio con propuestas aparentemente
inconexas, pero Lucas sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había
dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el
poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en las
obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”.
Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí
mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al
que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso a Dios que es el fundamento
de mi ser.
Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se
pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es
una sarta de disparates. En realidad son todos los símbolos que nos tienen que
lanzar a buscar un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un
dios fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor.
Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que, a través de nuestro,
manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que
pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar a Dios. Ni Dios
puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo
gloriarme?
La petición que hacen los apóstoles a Jesús está hecha
desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple
siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma
perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos
inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar.
La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón
sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total
confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas
para salir del servilismo al dios cosa.
Jesús no responde directamente a los apóstoles porque
la petición no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de
autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no las tenían ni en
la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que
crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las
homilías que él leyó, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe.
Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha
dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de
fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que
Dios está haciendo en ellas en cada momento.
Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que
confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una
promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra,
es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que
toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza
podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El
ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior en
quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí. Dios no anda por ahí jugando
a todopoderoso. Nosotros tampoco podemos utilizar a Dios para cambiar la
realidad que no nos gusta.
La fe no es un acto sino una actitud personal
fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo
que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis
posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no
tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los
cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto
conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con
la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente
igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de
verdad importa.
Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene
menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o
prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que
actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un enorme
campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos,
sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los
poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un control
total sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él
mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan.
Para nosotros, creer es el sentimiento a unas verdades
teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es
completamente extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia,
fe es equivalente a confianza en... Pero incluso esta confianza se entendería
mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza
bíblica supone la fe, la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad.
Esa fe no se consigue con imposiciones porque nace de lo más hondo del ser.
No debemos esperar que Dios nos libre de las
limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no
la debemos proyectar sobre una Realidad que está fuera de nosotros y del mundo.
Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y de nosotros.
Creer en Dios es apostar por el hombre. Es estar construyendo la realidad
material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte: por el
amor y no por el odio, por la unidad y no por la division. ¿Por qué tantos que
no "creen" nos dan sopas con honda en la lucha por defender la
naturaleza, la vida y al hombre?
Superada la fe como creer, y aceptando que es
confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del
término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor
poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del
fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada
criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa
presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se
manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus
posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para
alcanzar su plenitud.
La mini parábola del simple siervo nos tiene que
llevar a cabo una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos
siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advertimos que la
relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a
la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto
cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba.
La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación
con Dios como un toma y da acá. Si ellos cumplieron lo mandado, Dios estaba
obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún nos conservamos.
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