Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 17, 11-19) – 9 de octubre de 2022
Lucas 17, 11-19
En
aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y
Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez
leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros”.
Al
verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban
de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
Diez "leprosos", diez hombres que por su
enfermedad eran declarados impuros y por tanto echados fuera de la comunidad.
Estos hombres ni siquiera se atrevían a acercarse a Jesús, desde lejos clamaron
por compasión, por salud. Los diez creyeron y los diez sanaron. En el corazón
de nueve, la alegría de recobrar la salud, de volver a la vida habrán
obnubilado el deseo de gratitud. Sólo hay uno, extranjero y pagano, es decir
excluido de por sí por su origen, que puede reconocer el bien recibido y
regresa a agradecer, tiene un corazón agradecido.
Qué importante es regresar y agradecer. Esta es la
llamada que tenemos este domingo: tener un corazón que reconoce la gracia y que
sabe regresar y agradecer. ¿Qué ha hecho Dios por ti? ¿Cuándo? ¿A través de
quiénes? ¿A dónde y con quién sería bueno regresar y agradecer? Tengamos pues
un corazón agradecido, pues el Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad
siempre. #FelizDomingo
“¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios
de su enfermedad?”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
El día de su ordenación sacerdotal, Antonio José
Sarmiento, S.J. hizo una bella oración en el momento de la acción de gracias,
después de la comunión. Como esto pasó hace más de treinta y cinco años, no
recuerdo los detalles de su plegaria, pero no puedo olvidar que hizo referencia
a la multiforme variedad de palabras que componen el campo semántico de la
gratitud: Nos habló con gracejo de la gracia de su
vocación; dio gracias por tantos bienes recibidos a lo largo de su
vida; dijo que se sentía agradecido con Dios, con sus familiares y
amigos, y con otras muchas personas que nos habíamos hecho presentes de una
manera tan grata para él en este día tan especial; subrayó que se
sentía profundamente congratulado y gratificado por la extraordinaria
asistencia a la celebración; agradeció que su experiencia de Dios
fuera tan gratificante; declaró el agrado que sentía por ser una
persona particularmente agraciada por Dios; expresó su agradecimiento al
coro que había hecho agradable la ceremonia; habló de la gratuidad con
la que quería vivir su sacerdocio; manifestó su gratitud con el
obispo y con todos los presentes; exaltó lo gratuito de la vida,
observando que todo lo valioso de su existencia lo había recibido gratis;
terminó afirmando que se consideraba muy gracioso, pues lograba decir
grandes verdades graciosamente y que nos quería gratificar con
una copa de vino y una tajada de ponqué, a la que estábamos todos gratuitamente invitados.
El refrán popular nos recuerda que “ser
agradecidos es de bien nacidos”. Por algo esta es una de las primeras cosas que
los papás y mamás enseñan con mucha insistencia a sus hijos e hijas: “¿Cómo se
dice?”, repiten al unísono después de que sus hijos han recibido algún regalo o
han sido objeto de alguna obra buena; y los niños y niñas, antes de saber
pronunciar muy bien las palabras, balbucean, como pueden, su gratitud. Tal vez
esta es la enseñanza más importante del pasaje que nos trae el evangelio de
este domingo, que nos presenta a un Jesús peregrino que, de camino hacia
Jerusalén, pasa por entre las regiones de Samaria y Galilea: “Y llegó a una
aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los
cuales se quedaron lejos de él gritando: –¡Jesús, Maestro, ten compasión de
nosotros! Cuando Jesús los vio, les dijo: –Vayan a presentarse a los
sacerdotes. Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad”.
Lo curioso del pasaje que se nos presente hoy es que sólo uno, al verse limpio, “regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle gracias. Este hombre era de Samaria”. Entonces Jesús se pregunta: “¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?” Evidentemente, san Lucas quiere destacar el hecho de que los extranjeros, los que eran considerados como parias por parte el pueblo de Israel, son los que reconocen con mayor facilidad las gracias que reciben. Cuando nos sentimos con derechos y pensamos que lo que hemos recibido nos lo hemos ganado, ya sea por nuestros propios méritos o por otra razón, ya sea étnica, religiosa, cultural, política, social, económica, no reconocemos la gratuidad del don recibido. ¿Cuál es nuestra experiencia? ¿De verdad dejamos que de nuestro interior brote con frecuencia la acción de gracias por tanto bien recibido? ¿Agradecemos la luz del sol que gratuitamente nos regala Dios cada día? ¿Reconocemos la gratuidad de nuestro corazón que no descansa ni siquiera mientras dormimos? ¿Decimos gracias por las maravillas de la amistad y la ternura que no se cobran? ¿Nos sentimos gratificados por todo lo gratuito y gracioso de la vida? No olvidemos nunca que el campo semántico de la gratitud es muy variado.
RECUPERAR
LA GRATITUD
Se ha dicho que la gratitud está desapareciendo del
«paisaje afectivo» de la vida moderna. El conocido ensayista José Antonio
Marina recordaba recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha
dejado sumidos en una «cultura de la sospecha» que hace difícil el
agradecimiento.
Se desconfía del gesto realizado por pura generosidad.
Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da nada gratis y que toda
intención aparentemente buena oculta una impostura». Es fácil entonces
considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de equivocados o de
esclavos».
No sé si esta actitud está tan generalizada. Pero sí
es cierto que, en nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos
lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. En
este clima social la gratitud desaparece. Cada cual tiene lo que se merece, lo
que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.
Algo semejante puede suceder en la relación con Dios
si la religión se convierte en una especie de contrato con él: «Yo te ofrezco
oraciones y sacrificios y Tú me aseguras tu protección. Yo cumplo lo estipulado
y Tú me recompensas». Desaparecen así de la experiencia religiosa la alabanza y
la acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.
Para muchos creyentes, recuperar la gratitud puede ser
el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza agradecida no
consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los dones
recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad insondable.
Intuir que solo se puede vivir ante Él dando gracias. Esta gratitud radical a
Dios genera en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, de
relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.
El creyente agradecido sabe que su existencia entera
es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes
ignorada; no están ahí solo como objetos que sirven para satisfacer
necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que
encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le
ofrece la presencia invisible de Dios.
De los diez leprosos curados por Jesús, solo uno vuelve «glorificando a Dios», y solo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado». El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación.
SI NO ES EL
CUMPLIMIENTO DE LA LEY LO QUE TE SALVARÁ
Una vez más se nos recuerda el texto que Jesús va de
camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al poder del templo, lo que le
llevará a la muerte ya la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa
subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como
nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de
cualquier clase. Se preocupa de todo el que se encuentra en su camino y tiene
dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería
imposible.
Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda
mirando al dedo. Al seguir utilizando el título “los diez leprosos” nos
quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Deberíamos
decir: diez leprosos curados, uno salvado. En el texto vemos que la fe abarca
no solo la confianza sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa
la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no
responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera
liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe, por no llevar a cabo la
fidelidad.
El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la
marginación. La lepra es una enfermedad muy peligrosa. Al no tener clara la
diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra
cualquier síntoma que pudiera dar sospechas. Muchas de esas infecciones se
curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A
esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza
que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la
salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de
Dios; pero sobre todo, está criticando la idea judía de una relación con Dios
excluyente.
No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exégetas apuntan más bien
a una historia del primer cristianismo, encaminada a resaltar la diferencia
entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de
la religión judía era el estricto cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplió
la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos,
lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía
con el agradecimiento. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos
datos para descubrir que esta era la actitud de la primera comunidad.
Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su
situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro,
diez placas de nosotros. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros
a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- Confianza de los diez
en que Jesús puede curarlos. 4º.- En un momento del camino quedan limpios.
“Mientras iban de camino”. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no
por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve,
¿dónde están? 7º.- Una verdadera actitud vital que permite al samaritano
alcanzar mucho más que una curación: una verdadera salvación. “Levántate, vete,
tu fe te ha salvado”.
En este relato encontramos una de las ideas centrales
de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea
vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega
a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el
desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienen a hacer de
las personas robots, que ellas pueden controlar con facilidad. Si no defendemos
nuestra personalidad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse.
El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado
entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones y la exigencia de
defenderse de ellas para que no lo anulen.
Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital.
Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley: presentarse al
sacerdote para que les declarara puro y pudieran volver a formar parte de la
sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social
era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la
institución; van al encuentro con Dios en el templo. El Samaritano creyó más
urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras
de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Encuentra la presencia
de Dios en Jesús
La verdadera salvación para el leproso llega en el
agradecimiento. El problema es que queremos expresar a Dios nuestro
agradecimiento como lo hacemos a otras personas. Solo viviendo el don podemos
agradecerlo. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera
salvación; porque tienen suficiente con la liberación de la lepra y la
recuperación del estatus social. Nos sentimos inclinados a buscar la salvación
en las seguridades externas ya conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún
reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garantía de
la salvación material.
El cumplimiento de una norma solo tiene sentido
religioso cuando la hemos interiorizado desde el convencimiento personal. Jesús
no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un
mandamiento. Ese valor relativo, que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo
frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer
un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que, en su tiempo como
en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo,
tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles,
a su propia familia.
El seguimiento de Jesús consiste en una forma de vivir. La vida escapa a toda
posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la
dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el
constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles
lo expresa con claridad. Vida = "motus ab intrinseco" (movimiento
desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los
fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de
fariseos.
Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía
una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte
externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa,
solo le falta la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto,
pero acoplarse a él no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se
convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las
normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la
vida espiritual. Conformarnos con aceptar una programación perfecta puede
impedirnos esa vida auténtica.
No sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias.
Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez
leprosos. Salvación es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio
de hoy tenía que motivarnos para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que
sea una manifestación de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran
importancia la celebración de las Témporas en Octubre. Eran días de acción de
gracias que tenían mucho sentido para la gente del campo. Al finalizar la
recolección de los frutos, se le dio gracias a Dios por todos sus dones.
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