Domingo I de Adviento – Ciclo C (Lucas 21, 25-28.34-36) 28 de noviembre de 2021
Lucas 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo, Jesús dijo
a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las
estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el
estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa
espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se
bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran
poder y majestad.
Cuando estas cosas
comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la
hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje,
la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel
día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre
todos los habitantes de la tierra.
Velen, pues, y hagan
oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y
comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
Palabra
del Señor
Lucas 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo, Jesús dijo
a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las
estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el
estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa
espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se
bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran
poder y majestad.
Cuando estas cosas
comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la
hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje,
la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel
día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre
todos los habitantes de la tierra.
Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
Palabra
del Señor
Reflexiones:
#microhomilía
#HernanQuezadaSJ
El anunció de la variante ómicron, vino a desplomar mercados financieros y a ponernos de nuevo frente a la ansiedad, que brota del miedo y la frustración, de ver en riesgo de nuevo nuestra seguridad. Hoy llega el Adviento, este tiempo de nosotros los cristianos en que renovamos la fe en que Dios llega, en que mantenemos en medio del miedo y la ansiedad la esperanza de que Dios vendrá a liberarnos de tanto mal. Así en medio de la crisis somos los testigos del amor, los que no son poseídos por la ansiedad sino los dispuestos a seguir adelante con misericordia y lealtad. Hagamos el ejercicio de encender nuestra vela de adviento, Contempla su luz y ora el salmo de hoy. “A ti, Señor, levanto mi alma”… ¿Qué oscuridades ilumina hoy la primera luz de adviento? ¿Qué invitación recibes? #felizdomingo
“(...)
Anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Cuentan la historia de un soldado que se acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de nuestros compañeros no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”. “–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. Haciendo caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial, furioso, le gritó:
–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la pena ir allí para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado moribundo respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es cuando se entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en la generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte de cruz.
Estas advertencias que nos
presenta el evangelio de hoy, pueden ser leídas con temor y temblor, porque
anuncian acontecimientos extraordinarios: “Habrá señales en el sol, en la luna
y en las estrellas; y en la tierra las naciones estarán confusas y se asustarán
por el terrible ruido del mar y de las olas. La gente se desmayará de miedo al
pensar en lo que va a sucederle al mundo; pues hasta las fuerzas celestiales
serán sacudidas. Entonces se verá al Hijo del hombre venir en una nube con gran
poder y gloria”. Sin embargo, san Lucas está invitando precisamente a lo
contrario; no a sentir miedo, sino a llenarse de alegría por lo que va a
suceder: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la
cabeza, porque muy pronto serán libertados”.
Cuando nos
sintamos hundidos en medio de las dificultades personales o sociales, y parezca
imposible levantar la cabeza por la vergüenza y la desesperación; cuando ya no
haya luces que iluminen nuestro camino en medio de la noche cerrada, podemos
estar seguros, como el soldado aquel con el que comenzamos, que Dios no nos
dejará abandonados en medio del campo de batalla. Podremos decirle a Dios:
“¡Estaba seguro que vendrías!”, porque nuestro Dios vendrá, con toda certeza, a
nuestro encuentro.
¿QUÉ
ES VIVIR DESPIERTOS?
Jesús
no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la
aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este
su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo:
«Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo
busca que la vida sea más digna y feliz para todos».
Jesús
llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida.
Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear
ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto
en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir
buscando y acogiendo el «reino de Dios».
No
es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada
insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la
primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo
primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir
despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la
marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo
en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.
«Vivir
despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la
insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No
dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.
«Vivir
despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No
desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos»
que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las
personas y hacen la vida un poco más amable.
«Vivir
despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la
vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos
hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos
al proyecto de Dios.
EL HOMBRE
INTENTA LIBERARSE DE SU ANGUSTIA
Hoy
primer domingo de Adviento, os propongo unos apuntes sobre cómo debemos
entender las Escrituras, que son la base de toda liturgia. Es la ciencia la que
nos obliga a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida decir
que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era: la Biblia dice lo
contrario. La Biblia no tenía razón pero sí Galileo. Hoy el problema es más
grave, porque atañe a la manera de interpretar la biblia. Ni una sola frase
debemos entenderla literalmente. Toda ella es teología narrativa.
Es
la ciencia la que nos obliga a dar el cambio. Los medios con que contamos hoy
son increíbles. Podemos descubrir lo que hay varios metros por debajo de la
tierra sin tocarla. Podemos datar con increíble precisión una mínima parte de
materia orgánica o de roca. Muchas otras ciencias están al servicio de la
arqueología. La sociología nos permite comprender las circunstancias en que vivían
sociedades de las que no sabíamos nada. La historia es capaz de ir más allá de
lo que podíamos imaginar hace solo unas décadas.
También
el mejor conocimiento de las primeras lenguas escritas nos permite aquilatar el
significado de los textos de manera mucho más precisa. La exégesis nos permite
interpretar esos mismos textos más de acuerdo con la manera de pensar de cada
época. Todos estos avances científicos nos obligan a repensar lo que hasta
ahora creíamos de los textos bíblicos. El resultado es que los relatos que han
llegado a nosotros no quieren decir lo que durante mucho tiempo estábamos
convencidos que nos decían.
Lo
primero que llama la atención es que todo el AT se escribió entre el s. VII y
el IV antes de Cristo. En el siglo séptimo no podían tener ni idea de lo que
pasó en tiempo de Noé. Los grandes patriarcas son personajes míticos y todo lo
que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos utilizando los mitos y
leyendas que circulaban en las culturas del entorno. Haber metido a Dios en los
relatos no significa que haya intervenido en la historia para dirigirla y
condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer maravillas en su favor,
sobre todo, si, como pasa casi siempre es en contra de los demás pueblos.
David
no fundó ningún imperio. La arqueología no ha encontrado ni rastro de ese
poderío. Si existió realmente, no pasó de ser un jefe de bandoleros que se hizo
con el mando de una tribu. Entonces Sión no era más que un pueblucho sin
ninguna capacidad organizativa, menos aún como centro de un imperio. En toda
Judea no había más de 2.000 habitantes; mal podía tener un ejército de 30.000.
La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda fantástica. Puede ser que
construyera el primer templo, pero ahí acabaría todo.
Los
análisis genéticos han demostrado que los judíos no son una raza especial, que
llegaron de otra parte. Son de la misma estirpe que los demás habitantes de
Palestina. Tampoco se ha encontrado rastro de una emigración del pueblo judío a
Egipto. Los egipcios llevaban las anotaciones de los acontecimientos
importantes. No hay ni rastro de una población judía en su territorio. En
tiempos del Éxodo, los egipcios tenían vigiladlas todas las fronteras con
militares que les permitían controlar todo flujo de personas.
Es
imposible que salieran de Egipto unos 600.000 varones sin que eso quedase
reflejado como un peligro. Es imposible que un número tan descomunal de
personas pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro.
No hubo ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los
mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los
judíos siempre estuvieron allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó,
porque no era más que una aldea insignificante.
Pero,
entonces ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no hacen
más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi siempre,
machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo muy claro:
intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía zarandeado por todas
partes y con muy pocas posibilidades de subsistir. A la vuelta del destierro,
el pueblo judío quedó reducido a un puñado de personas de los más bajos
estamentos sociales. Lo que consiguieron los escritores fue mantener la
esperanza y la energía necesaria para superar la dificultad.
Esto
nos tiene que hacernos pensar y aceptar que hemos estado leyendo la Escritura
de una manera demasiado simplista. Aunque lo que cuentan no concuerde con lo
que pasó, sigue teniendo su valor porque nos invita a buscar una salvación en
Dios más allá de las que podemos encontrar por nuestra cuenta. Pero las
dificultades que encontraron y cómo fueron capaces de superarlas, eso sí es un
hecho histórico. Esto es lo que nos debía preparar a aceptar la lección que
aquella actitud puede darnos hoy y buscar una salvación no venida de fuera sino
descubierta en lo profundo de todo ser humano.
Todo
el año litúrgico es un montaje que hemos construido. Dios no está sometido a
este artificio. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre ahí
esperando que lo descubramos. Nosotros sí necesitamos esos artificios para
aprovechar el tiempo y el lugar oportunos para ese encuentro. Se trata de un
intento de armonizar el presente con el pasado y el final. Empezamos el
Adviento con lecturas apocalípticas que nos recuerdan los domingos últimos. El
pasado y el futuro debemos afrontarlos desde el presente.
El
evangelio que hemos leído refleja el ambiente apocalíptico que se vivía en las
primeras comunidades cristianas. Están escritos desde una visión mítica del
mundo, del hombre y de Dios. Desde esa perspectiva Dios había creado toda la
realidad visible quedándose al margen de ella pero gobernándola desde las
alturas. El hombre había envenenado la creación con su conducta, pero no tenía
capacidad de enderezarla. Dios perdonaría a los humanos y con el mismo poder
que creó, recrearía el mundo malogrado eliminado el mal.
Nuestro
universo conceptual es muy distinto. La creación no es un acto de la potencia
de Dios que ‘hace’ algo fuera de Él, sino que todo lo que existe es la
manifestación de lo divino que permanece escondido en lo hondo de toda
realidad. Como reflejo de lo divino todo es esencialmente bueno. El maniqueísmo
nos empuja a dividir la realidad en opuestos irreconciliables, pero para Dios
todo está en una eterna armonía. Nuestra falta de perspectiva nos hace ver el
mal que solo está en nuestra cabeza.
Meditación
No tienes que esperar ninguna salvación venida de fuera.
Todo lo que puedes llegar a ser ya lo eres.
Tu tarea es descubrir tu verdadero ser
y simplemente serlo.
La oferta oficial va dirigida a satisfacer tu falso yo.
Fray Marcos
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