III Domingo de Pascua – Ciclo B (Lucas 24, 35-48) – 18 de abril de 2021
#HernánQuezada
Pienso en la estribillo de la canción "solo por
miedo" de Maria Salgado: "Una vida más tarde comprenderemos, que la
vida perdimos sólo por miedo". El miedo es veneno letal que nos hace
perder la vida. Solemos tener miedo a no ser queridos, aceptados, valorados; a
no hacerlo bien. El miedo suele llevarnos al aislamiento, a la ruptura; a vivir
arrastrándonos cogidos de cosas, personas o proyectos intentando que nuestros
miedos no se conviertan en realidad. Hoy la Palabra nos recuerda que el miedo
nos hace no reconocer al Resucitado entre nosotros, pero el Resucitado,
cuestiona las dudas de nuestro interior y tiene la iniciativa de darnos su paz.
¿Dónde
lo hemos escuchado decirnos: ¡No temas; soy yo! Releamos con Él los
acontecimientos que hemos atravesado y descubramos que Él ha estado con
nosotros. No estamos más solos. Quien reconoce sus miedos y la presencia de
Jesús en su vida no escapa ni abandona, sino que enfrenta con esperanza la
realidad de su vida; vive en el amor porque cree y cumple los deseos de Dios.
Dispongamonos este domingo al encuentro con el Resucitado exclamando con el
salmista: ¡EN TI, SEÑOR, CONFÍO, ALELUYA!
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
“¿Por
qué tienen esas dudas en su corazón?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Don Miguel de
Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una
pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel
vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se
resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el
nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San
Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo
la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».
La novela se desarrolla en un pueblo legendario,
Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San
Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un
cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre
Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones... No cree en
la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como
Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar
a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de
Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él
se callaba (...). Era como si una caravana en marcha por el desierto,
desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en
hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.
Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos
hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre
cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de
la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por
la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera,
Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que
caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante... Nadie, que de
verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han
sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y
muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su
sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le
pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».
El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado
por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y
de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están
asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis
pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como
ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies.
Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que
sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo
de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.
También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
COMPAÑERO DE CAMINO
José Antonio Pagola –
Hay muchas maneras de
obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del «fanático», que se agarra a
un conjunto de creencias sin dejarse interrogar nunca por Dios y sin escuchar
jamás a nadie que pueda cuestionar su posición. La suya es una fe cerrada donde
falta acogida y escucha del Misterio, y donde sobra arrogancia. Esta fe no
libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del
verdadero Dios.
Está también la posición
del «escéptico», que no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios,
ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Falta en
ella el dinamismo de la confianza. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir
viviendo sin más.
Está además la postura del
«indiferente», que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el
misterio de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede
proporcionarle seguridad, dinero o bienestar. Dios le dice cada vez menos. En
realidad, ¿para qué puede servir creer en él?
Está también el que se
siente «propietario de la fe», como si esta consistiera en un «capital»
recibido en el bautismo y que está ahí, no se sabe muy bien dónde, sin que uno
tenga que preocuparse de más. Esta fe no es fuente de vida, sino «herencia» o
«costumbre» recibida de otros. Uno podría desprenderse de ella sin apenas
echarla en falta.
Está además la «fe
infantil» de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Nunca
han tenido la experiencia de dialogar sinceramente con Dios, de buscar su
rostro o de abandonarse a su misterio. Les basta con creer en la jerarquía o
confiar en «los que saben de esas cosas». Su fe no es experiencia personal.
Hablan de Dios «de oídas».
En todas estas actitudes
falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La
experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien
podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir,
amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados.
Según el relato evangélico,
los discípulos de Emaús contaban «lo que les había acontecido en el camino».
Caminaban tristes y desesperanzados, pero algo nuevo se despertó en ellos al
encontrarse con un Cristo cercano y lleno de vida. La verdadera fe siempre nace
del encuentro personal con Jesús como «compañero de camino».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
QUE LES COSTARA TANTO CREER ES UNA GARANTÍA
PARA NOSOTROS
Fray Marcos
Vamos a hacer
un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que
no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran
relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben lo tendrían más
reciente y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen
habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que
nos han llegado pasa justo lo contrario.
Marcos, que
es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final
canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas
apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un
relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda
anunciar a los discípulos que vayan a galilea, que allí le verán. En un monte
en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn que
son los últimos que escriben tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que
nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de
los años.
En los textos
más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico,
que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada.
Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que
Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a
Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles.
La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto
a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en
Pentecostés. Es claro que no tiene el sentido que hoy le damos a aparecerse.
En los
relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez
para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que
sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La
materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de
la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la
corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos
aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos.
En Lucas
todas las apariciones, y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En
el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de
improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se
presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede,
había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la
Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la
comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta
años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.
Llenos de
miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las
mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que
el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les
acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que
fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos
advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos,
porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los
discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.
Creían ver un
fantasma. Los textos se empeñan en que tomemos conciencia de lo difícil que fue
reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros
con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena, que le quería con
locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas
acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo
que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba
con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.
Mirad mis
manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor
en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que
crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no
se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban
predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el
común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que
nos quieren trasmitir, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de
quedarnos en el envoltorio. No les importa la falta de lógica del relato.
¿Tenéis ahí
algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo
que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando
las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un
absurdo completo y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real. Lo que
intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida
después de la muerte. El afán por demostrar lo indemostrable les lleva a estas
incongruencias y meteduras de pata.
Así estaba
escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir
las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con
la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los
primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para
interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de
gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen
echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la
Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el
control de Dios.
Mientras
estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos
físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la
trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la
comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de
la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el
mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por
los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es
mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.
También el
encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y
el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a
nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es
que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos.
En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros
los que debemos manifestar ese amor de Dios. "arrepentíos y convertíos
para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le
conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en
él".
Para
terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su
aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo
enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que
mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que
está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo
descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser.
Meditación
Jesús se hace
presente en medio de la comunidad.
Ésta es la
realidad pascual vivida por los primeros seguidores.
Ésta es la
realidad que tememos que vivir hoy.
Somos
nosotros los que tenemos que hacerle presente.
Eso solo es
posible a través del amor manifestado.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario