jueves, 6 de noviembre de 2025

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo (Profundizar)

 XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo C noviembre 9, 2025 
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12  / Salmo 45  / 1 Corintios 3, 9-11. 16-17



Evangelio según san Juan 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva                 

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 

 

“(…) yo lo resucitaré en el último día”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En

 

LA INDIGNACIÓN DE JESÚS

José Antonio Pagola

Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.

Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de «comprar» a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa «familia de Dios» que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en «vendedores y cambistas» que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.

 

TRATA A TODOS SABIENDO QUE SON TEMPLOS DE DIOS

Fray Marcos

Este El nombre de “purificación del templo” no es adecuado, porque no se trata de purificar, sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para descubrir el significado profundo del relato.

Como cualquier judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba de los seres humanos.

Es muy importante recordar que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión. Sin embargo, Juan advierte del peligro de repetir aquella manera de dar culto a Dios.

Este relato cumple perfecta­mente los criterios de historici­dad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos (todos judíos) como desdoro de la persona de Jesús, no es fácil que nadie se lo pudiera inventar si no hubiera ocurrido algo y no hubiera estado en las fuentes.

Nos han repetido, por activa y por pasiva, que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo de una actividad de compraventa ilegal y abusiva. Según esa versión, Jesús lo que intenta es que al templo se vaya a rezar y no a comprar y vender.

Esto no tiene fundamento alguno, puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores y cambistas, era completa­mente imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo.

Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrifi­cios que se ofrecían en el templo. Los animales vendidos en el templo para sacrificarlos estaban controlados por los sacerdotes; de esa manera se garantizaba que cumplían todos los requisitos de legalidad.

 

También imprescindibles los cambistas, porque al templo sólo se le podía ofrecer dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo.

Jesús manifestó con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. Imaginad que una persona entra en la sacristía de una iglesia, se apropia del vino y las formas e impide que se diga la misa. No se le juzgaría por apoderarse de unos gramos de pan y una mínima cantidad de vino, sino por impedir la celebración de la eucaristía que es lo importante.

En ningún caso podemos pensar en una acción espectacular. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo ocho o diez mil personas. Es impensable que un sólo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente.

El templo tenía su propia guardia que se encargaba de mantener el orden. Además en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima para las autoridades romanas. Cualquier desorden sería sofocado en unos minutos.

Los textos que citan los evangelistas son la clave para interpretar el hecho. Debemos tener claro que la Biblia no estaba dividida en capítulos y en versículos como ahora. Era una escritura continua que ni siquiera separaba las palabras. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto.

Los sinópticos ponen en labios de Jesús una cita de Isaías 56,7 ("mi casa será casa de oración para todos los pueblos") y otra de Jeremías 7,11 ("pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos").

El texto de Isaías hace referencia a los extranjeros y a los eunucos que estaban excluidos del templo, y dice: “Yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaus­tos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos."

Isaías está diciendo, que en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles.

 

El texto de Jeremías 7,11 dice así: "No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?”. Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque sólo buscaban seguridad.

Lo que Jesús critica es que con los sacrificios se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.

Juan va por otro camino y cita un texto de Zacarías 14,20: "En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: "consagrado a Yahvé", y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante del altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé Sebaoth; y ya no habrá comerciante en la casa de Yahvé en aquel día". Esa inscripción "consagrado a Yahvé" la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosas sagradas y cosas profanas, Dios lo inundará todo y todo será sagrado, es decir, ordenado al Señor. Las personas no serán santas porque vengan a rezar al templo, su santidad se hará presente en la vida ordinaria.

También en el Apocalipsis (21.22) se dice: "No vi santuario en la ciudad, pues el Señor todopoderoso y el Cordero, eran su santuario."

Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús, serán hacer presente la gloria de Dios a través de su amor.

 

Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Juan y no el de Marcos. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y él contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario único y definitivo.

Una de las razones para matarlo, será que se ha convertido en un peligro para el templo. Es interesante descubrir que, para Jn, el fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús.

 

APLICACIÓN

 

La aplicación a nuestra vida del mensaje del evangelio de hoy, tendría consecuencias espectaculares en nuestra relación con Dios. Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto.

Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo.

Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque seguimos pensando que hay realidades que no lo son. Una vez más el evangelio está sin estrenar.

Meditación-contemplación

 

“Ya no habrá comerciantes en la casa del Señor, en aquel día”.

Ha llegado, de verdad, para mí “aquel día”.

¿He salido ya de un toma y daca en mis relaciones con Dios?

¿He descubierto que él me lo ha dado todo

y que yo tengo que hacer lo mismo?

…………………

Mis relaciones con Dios tienen como base su amor total.

Nada puedo pedir ni esperar de él que no me haya dado ya.

Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total.

Mi vida real responderá entonces a esa realidad.

…………………

Todas las criaturas son manifestación de Dios.

La única Realidad es Él mismo.

Nosotros sólo somos la imagen que se refleja en el espejo,

que no estaría ahí si Él no estuviera presente al otro lado.

 

 

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