Evangelio según
san Juan 2,
13-22
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a
Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas,
y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó
del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas
y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten
todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba
escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos
das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan
este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y
seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en
tres días?”
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó
Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho
aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Para
profundizar:
“Destruyan este templo y en tres días volveré a levantarlo”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Cuando Jesús expulsa a los vendedores del templo, y les advierte que si ellos destruyen este templo, él lo volverá a levantar en tres días, no se estaba refiriendo a las piedras y los ladrillos, sino a su propio cuerpo: “El templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús”. Pablo desarrolla este concepto del cuerpo del Señor, refiriéndose ya no sólo al Señor Jesús, sino también a la misma Iglesia, cuerpo de Cristo vivo en la historia. El concepto de cuerpo, utilizado para hablar de la sociedad, era bien conocido en la antigüedad. La diferencia que se puede establecer en el uso que hace Pablo de este concepto y el uso habitual en la cultura greco-romana, es que la comunidad cristiana no sólo es como el cuerpo de Cristo, sino que efectivamente es el Cuerpo de Cristo.
Las características del cuerpo de Cristo que Pablo presenta en los versículos 12 a 30 del capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, son las siguientes: El cuerpo es uno (12,12.13.20); tiene muchos miembros (12,12.14.18.20); los miembros son diversos (12,13.15.16.17.28.29); los miembros están distribuidos según la voluntad de Dios (12,18.28); los distintos miembros se necesitan unos a otros (12,21); los miembros más débiles son indispensables (12,22); los miembros que nos parecen más viles, los rodeamos de mayor honor (12,23); hay solidaridad entre los miembros, en el sufrimiento y en el gozo (12,26).
A partir de estas características, vamos a desarrollar algunas de las consecuencias que se siguen para la construcción de una comunidad cristiana, que es lo que celebramos hoy, con la dedicación de la Basílica de Letrán. El cristiano, en cuanto individualidad y también en cuanto referido a una comunidad particular, hace parte de un todo más amplio que es el cuerpo vivo del Señor Resucitado en la historia; esto supone que no es autosuficiente en su existencia, sino que vive en cuanto se abre a una comunión más amplia con otros creyentes. De esta doctrina del cuerpo de Cristo, se desprendería una eclesiología que difiere de otras que aparecen en el mismo Nuevo Testamento. La Iglesia, entendida como la comunidad de los creyentes, forma, en la teología paulina, el cuerpo del Señor resucitado en la historia. Esta necesaria comunión con otros es una exigencia irrenunciable, porque "así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros" (Romanos 12, 4-5).
En la Iglesia, cuerpo de Cristo, ningún miembro se basta a sí mismo; ningún miembro puede despreciar a los otros ni considerarlos fuera del cuerpo: "Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!»" (1 Corintios 12,21). La comunión se da en un movimiento recíproco de reconocimiento; esta comunión supone que los distintos miembros no desempeñan todos la misma función y que no hay unos miembros más importantes que otros. Aparece en este texto una fundamentación clara de los distintos ministerios que existen en la comunidad cristiana; todos nos necesitamos mutuamente en la construcción de la comunidad; una comunidad cristiana que se construya desde esta conciencia acogerá a todos sus miembros en su diversidad reconociendo el valor que tiene su propio servicio y su propio ser.
La comunión exige, pues, el mutuo respeto de los miembros en su especificidad; cada uno debe cumplir su función dentro del cuerpo sin despreciar el papel que los otros cumplen; papeles distintos, pero todos necesarios: "Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todos fueran un solo miembro ¿dónde estaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo." (1 Corintios 12,18-20). Unos y otros son necesarios para construir la comunión. La cabeza necesita de los pies y los pies de la cabeza. La unidad, pues no es ya uniformismo, sino que se presenta como una nueva forma de relación entre diversos miembros que tienen funciones y características distintas, pero todas ellas necesarias e importantes para la construcción del cuerpo del Señor en la historia. Esto nos lleva a desarrollar una reflexión en torno al pluralismo que surge de esta nueva manera de entender la unidad.
A partir del texto del capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, tenemos que reconocer que la diversidad de miembros no es un obstáculo para la unidad. Esta diversidad es más bien una condición de la comunión: "Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo?" (1 Corintios 12,19). La diferencia es inherente a la comunión en la Iglesia; no se trata de la suma ni la eliminación de las diferencias, sino de comunión en las mismas; la eliminación lo reduce todo a un rasgo único; la suma simplifica el proceso sin crear auténticamente una nueva unidad:
Hay cosas que no admiten diferentes interpretaciones y la diversidad de opiniones o prácticas sobre determinados puntos fundamentales, pueden resultar encubridoras en lugar de enriquecedoras. ¿Cuál es, entonces, el criterio que permite reconocer el pluralismo sano del pluralismo encubridor? ¿Cómo llegar a discernir la diversidad que construye la comunión y la diversidad que favorece el individualismo? La respuesta la podemos encontrar en los versículos finales del texto de la Primera Carta a los Corintios al que venimos haciendo referencia.
La comunión en el cuerpo del Señor se construye alrededor de los más débiles; estos deben ser tratados con especial cuidado y mantienen a la comunidad permanentemente referida a los miembros que tienen mayor necesidad: "Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables, y a los que nos parecen más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecen de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo" (1 Corintios 12,22-26). Los miembros que tenemos por más débiles, los que parecen más viles, las partes más deshonestas, son las que han recibido, por la voluntad de Dios, un cuidado mayor. Es alrededor de estos miembros, ya pasando a la Iglesia como cuerpo del Señor, como debe construirse la comunión a la que invita Pablo.
LA INDIGNACIÓN DE JESÚS
José
Antonio Pagola
Acompañado de sus
discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de
Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un
espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los
peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios.
Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas
por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.
Jesús se llena de
indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un
látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los
cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre».
Jesús se siente como
un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el
verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un
negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos
tratan de «comprar» a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas
palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su
vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».
Aquel Templo no es
la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y
hermanas. Jesús no puede ver allí esa «familia de Dios» que quiere ir formando
con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.
No pensemos que
Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es
más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión
tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto
trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.
Casi sin darnos
cuenta, todos nos podemos convertir hoy en «vendedores y cambistas» que no
saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo
en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de
vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.
Hemos de hacer de
nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en
la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se
le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde
aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no
solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre
porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.
TRATA
A TODOS SABIENDO QUE SON TEMPLOS DE DIOS
Fray
Marcos
Este El nombre de “purificación del templo” no es adecuado, porque no se trata
de purificar, sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una
manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para
descubrir el significado profundo del relato.
Como cualquier judío, Jesús desarrolló
su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo
comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba de los seres
humanos.
Es muy importante recordar que cuando
se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal
tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había
convertido ya en una religión. Sin embargo, Juan advierte del peligro de
repetir aquella manera de dar culto a Dios.
Este relato cumple perfectamente los
criterios de historicidad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por
otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos (todos judíos)
como desdoro de la persona de Jesús, no es fácil que nadie se lo pudiera
inventar si no hubiera ocurrido algo y no hubiera estado en las fuentes.
Nos han repetido, por activa y por
pasiva, que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo de una actividad de
compraventa ilegal y abusiva. Según esa versión, Jesús lo que intenta es que al
templo se vaya a rezar y no a comprar y vender.
Esto no tiene fundamento alguno,
puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores y cambistas, era completamente
imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo.
Se vendían bueyes ovejas y palomas,
que eran la base de los sacrificios que se ofrecían en el templo. Los animales
vendidos en el templo para sacrificarlos estaban controlados por los
sacerdotes; de esa manera se garantizaba que cumplían todos los requisitos de
legalidad.
También imprescindibles los
cambistas, porque al templo sólo se le podía ofrecer dinero puro,
es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén
israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más
remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo.
Jesús manifestó con un acto
profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. Imaginad
que una persona entra en la sacristía de una iglesia, se apropia del vino y las
formas e impide que se diga la misa. No se le juzgaría por apoderarse de unos
gramos de pan y una mínima cantidad de vino, sino por impedir la celebración de
la eucaristía que es lo importante.
En ningún caso podemos pensar en una
acción espectacular. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo
ocho o diez mil personas. Es impensable que un sólo hombre con unas cuerdas
pudiera arrojar del templo a tanta gente.
El templo tenía su propia guardia que
se encargaba de mantener el orden. Además en una esquina del templo se
levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos
contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta
máxima para las autoridades romanas. Cualquier desorden sería sofocado en unos
minutos.
Los textos que citan los evangelistas
son la clave para interpretar el hecho. Debemos tener claro que la Biblia no
estaba dividida en capítulos y en versículos como ahora. Era una escritura
continua que ni siquiera separaba las palabras. Para citar la Biblia se
recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto.
Los sinópticos ponen en labios de
Jesús una cita de Isaías 56,7 ("mi casa será casa de oración para todos
los pueblos") y otra de Jeremías 7,11 ("pero vosotros la habéis
convertido en cueva de bandidos").
El texto de Isaías hace referencia a
los extranjeros y a los eunucos que estaban excluidos del templo, y dice: “Yo
los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus
sacrificios y holocaustos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa
será llamada casa de oración para todos los pueblos."
Isaías está diciendo, que en los
tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios.
Ahora no podían pasar del patio de los gentiles.
El texto de Jeremías 7,11 dice así: "No
podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras
otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a
mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes.
¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?”. Los bandidos
no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una
actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a
rezar, sino porque sólo buscaban seguridad.
Lo que Jesús critica es que con los
sacrificios se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las
cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.
Juan va por otro camino y cita un
texto de Zacarías 14,20: "En aquel día se leerá en los cascabeles de los
caballos: "consagrado a Yahvé", y serán las ollas de la casa del
Yahvé como copas de aspersión delante del altar; y toda olla de Jerusalén y de
Judá estará consagrada a Yahvé Sebaoth; y ya no habrá comerciante en la
casa de Yahvé en aquel día". Esa inscripción "consagrado a
Yahvé" la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las
ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos
mesiánicos, no habrá distinción entre cosas sagradas y cosas profanas,
Dios lo inundará todo y todo será sagrado, es decir, ordenado al Señor. Las
personas no serán santas porque vengan a rezar al templo, su santidad se hará
presente en la vida ordinaria.
También en el Apocalipsis (21.22) se
dice: "No vi santuario en la ciudad, pues el Señor todopoderoso y el
Cordero, eran su santuario."
Los vendedores interpelados (los
judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún
derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha
entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber
quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la
legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus
credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús, serán hacer presente la
gloria de Dios a través de su amor.
Suprimid este santuario y en
tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Juan y no
el de Marcos. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la
cuaresma. Le piden una señal y él contesta haciendo alusión a su muerte. Su
muerte hará de él el santuario único y definitivo.
Una de las razones para matarlo,
será que se ha convertido en un peligro para el templo. Es interesante
descubrir que, para Jn, el fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús.
APLICACIÓN
La aplicación a nuestra vida del
mensaje del evangelio de hoy, tendría consecuencias espectaculares en nuestra
relación con Dios. Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no
le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a
gusto.
Si de verdad creyésemos en un Dios
que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con
el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo.
Nos seguimos refugiando en lo
sagrado, porque seguimos pensando que hay realidades que no lo son. Una vez más
el evangelio está sin estrenar.
Meditación-contemplación
“Ya no habrá comerciantes en
la casa del Señor, en aquel día”.
Ha llegado, de verdad, para
mí “aquel día”.
¿He salido ya de un toma y
daca en mis relaciones con Dios?
¿He descubierto que él me lo
ha dado todo
y que yo tengo que hacer lo
mismo?
…………………
Mis relaciones con Dios tienen como
base su amor total.
Nada puedo pedir ni esperar de él que
no me haya dado ya.
Mi tarea consiste en tomar conciencia
de ese don total.
Mi vida real responderá entonces a
esa realidad.
…………………
Todas las criaturas son
manifestación de Dios.
La única Realidad es
Él mismo.
Nosotros sólo somos la imagen
que se refleja en el espejo,
que no estaría ahí si Él no
estuviera presente al otro lado.

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