Noviembre 2, 2025
Isaías 25, 6. 7-9 / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-18
Evangelio según
san Juan 6,
51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que
ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que
yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo
resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre,
que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que
comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para
siempre”.
Reflexión:
¿Qué tanto quiero
la vida eterna?
Como reflexión en este día de los Fieles Difuntos, podremos
recordar en primera instancia, que algún día, todos y cada uno de nosotros habremos
de morir; suena fuerte, pero es una realidad y hay que asumirla.
Somos “creaturas o criaturas”, o sea seres creados
por Dios; san Ignacio de Loyola, en el Principio y Fundamento (PyF) de los Ejercicios
Espirituales, nos dice: “El hombre es criado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y
las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para
que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.” [23]
Explicando un poco el PyF, para luego conectarlo con la liturgia
de hoy:
· el “es
criado”, en palabras de Joseph Rambla SJ, “no dice que «ha sido
creado», sino que «es creado», es decir, que el acto creador de Dios se
da en el presente y en la medida que el ser humano vive conscientemente este
presente se adentra en el acto creador que le recrea a cada instante desde la
profundidad de sí mismo”, además,
· se tiene un
“para”, es decir tenemos un fin, un sentido o propósito de vida: “salvar
su alma”. O en palaras de Carlos Morfín SJ, “… tener una vida que valga la
pena vivir”.
Podría decir, en conclusión que hemos sido creados para la vida,
una vida terrena y una vida eterna, después de
nuestro peregrinaje en este mundo. Así, la visión del profeta Isaías (Is 25, 6. 7-9), en la
que el Señor dará un banquete a todos, como comienzo de una nueva época (vida eterna),
de alegría sin fin… ¡a la que estamos llamados!
O como en la breve lectura de san Pablo, que nos invita a no vivir
tristes, ya que morir “con Jesús” es, para vivir con él, perpetuamente; nos da
esperanza ante la realidad de la muerte terrena; “si creemos que Jesús murió
y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús,
Dios los llevará con él, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4, 13-14. 17-18)
El camino de acceso a la vida plena para la cual “somos criados”,
la comenzamos a construir en esta vida terrena, alimentándonos de la
fuente de vida, Jesús, hijo del Padre, que se nos ofrece a sí mismo como
alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”, y que en
cada celebración de la eucaristía recordamos.
Jesús, nos fortalece con su Palabra, que nos enseña a vivir, esa
vida que vale la pena vivir, nos muestra el camino hacia la vida plena, después
de nuestra muerte. Hay que aprender a vivir y a morir, para que no se nos
aplique la frase, de Facundo Cabral: "Qué cosa tan extraña es el
hombre: nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere".
¿Cuál
es la ‘vida buena’ que Dios quiere para todos?... ¿Qué me alienta a saber vivir?...
¿Cómo construir una vida feliz?
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