Noviembre 2, 2025
Isaías 25, 6. 7-9 / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-18
Evangelio según
san Juan 6,
51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que
ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que
yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo
resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre,
que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que
comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para
siempre”.
Para
profundizar:
“(…)
yo lo resucitaré en el último día”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
En
un lugar apartado de la República de Irlanda existe una caverna construida más
o menos cuatro mil años antes de Cristo, conocida actualmente como Newgrange.
Los arqueólogos que la descubrieron, encontraron restos humanos al fondo de la
gruta, excavada en las laderas de una montaña. Es un lugar que atrae a muchos
turistas cada año. El motivo de esta atracción no son sólo los restos humanos
que se pueden hallar al fondo de la gruta, cosa relativamente común en muchas
culturas. Se trata de una obra maestra de la creatividad humana, pues para
construir esta gruta, los habitantes de aquellas tierras tuvieron que alcanzar
altos conocimiento de ingeniería y astronomía. Su posición permite que los
primeros rayos de sol del día 21 de diciembre, entren hasta el fondo oscuro de
la tumba… Desde luego, hace falta que no esté lloviendo ni haya nubes… cosa
relativamente difícil en medio del invierno irlandés… El día en que la noche es
más larga en el hemisferio norte, los habitantes de estas tierras quisieron que
sus muertos recibieran la luz del sol al amanecer… Así crearon un poderoso
símbolo de lo que esperaban para sus muertos: Una vida más allá de la muerte.
Una luz que ilumina la noche más oscura del año. Una esperanza primaveral que
comienza a abrirse paso en medio de la noche más oscura del invierno y de la
muerte.
Desde
siempre, los seres humanos nos hemos preguntado sobre lo que sigue después esta
vida terrena: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Somos finitos y perecederos?
¿Tenemos esperanza de encontrar algo más allá de la muerte? ¿Hacia dónde
caminamos? ¿Hacia dónde vamos? Estas preguntas han sido las que llevaron a los
egipcios, 2500 años antes de Cristo, a construir las pirámides para honrar las
tumbas de sus faraones muertos y para garantizarles un paso hacia la otra vida.
La más importante de estas pirámides es una montaña formada por dos millones
seiscientos mil bloques de piedra, acarreados y ensamblados quien sabe cómo,
con un volumen total de más de dos millones y medio de metros cúbicos y un peso
superior a los siete millones de toneladas…
Esta
aspiración fue la que llevó a los chinos, 250 años antes de Cristo, a erigir la
monumental obra que conocemos como los guerreros de terracota de Xian, para
acompañar al primer emperador de la dinastía Qin en su camino hacia la otra
vida… No son sino 20 mil figuras, todas diferentes y de tamaño natural, que
representan a todo su ejército. Iguales o parecidas manifestaciones encontramos
en nuestras culturas precolombinas; son famosas las pirámides de las culturas
Maya y Azteca en Mesoamérica y las construcciones para honrar a los muertos del
Imperio Inca en el actual Perú.
Otra
de las maravillas del mundo, construida entre los años 1631 y 1654, el Taj
Mahal, monumento al amor de un hombre por sus esposa, muerta a los 39 años,
mientras daba a luz su decimocuarto hijo, expresa la fuerza de esta esperanza
que ha acompañado a la humanidad desde los albores de las civilizaciones, hasta
el día de hoy…
Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, vino a dar cumplimento a esta aspiración
humana, que hace entrar en comunión a todas las culturas y razas del mundo
entero, a lo largo de toda la historia: “Les aseguro que si el grano de trigo
al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha.
El que ama su vida la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la
conservará para la vida eterna”. Para los que creemos en Jesús, muerto y
resucitado, la muerte no tiene la última palabra. La luz del sol que irrumpe en
medio de la noche de la muerte en la caverna de Newgrange, es la vida de Cristo
resucitado. Vivamos con esperanza la pascua de nuestros seres queridos y
confiémoslos al amor de Dios que nos promete una cosecha abundante y una vida
eterna.
LO DECISIVO ES TENER HAMBRE
José
Antonio Pagola
El evangelista Juan
utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la
comunión con Jesucristo. Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida.
Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come, vivirá por mí».
El lenguaje adquiere
un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de
Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no
produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde
niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión.
Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de
comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de
la eucaristía.
Por desgracia, todo
puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero,
con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida
concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra
vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es
mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de
recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura
de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la
comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con
Jesús.
Lo decisivo es tener
hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a
su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en
nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía
sin evangelizar.
Entonces,
alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico
de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender
en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de
discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin
cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
DÍA DE RECUERDO Y AGRADECIMIENTO (Difuntos Jn 3, 3-7)
Fray
Marcos
Este año podemos
celebrar la fiesta de los difuntos como Dios manda. Es muy significativa la
identificación que ha hecho el pueblo de esta fiesta de “todos los santos” con
la de “todos los difuntos”, hasta el punto de que para muchos son una sola
fiesta.
El nacimiento a vida
biológica y la muerte son las dos caras de la misma moneda. No puede existir
una sin la otra. Sin muerte no hay vida. El miedo no tiene ningún sentido. Todo
lo que de mí se consume es escoria, lo que vale de veras, permanecerá siempre.
La celebración de la
eucaristía, bien entendida, puede ayudarnos a encontrar el verdadero sentido de
esta celebración. Es el sacramento de la unidad, o del amor que es lo mismo. En
él podemos experimentar que algo nos une a Dios y a los demás, vivos o muertos.
La mejor manera de sentirnos unidos a nuestros difuntos, es sentirnos unidos a
Dios.
Es curioso que la
principal celebración de nuestra religión sea la celebración de una muerte.
Celebración alegre y gozosa, porque sabemos que a la vez que muerte, es también
vida. Pero, además, ‘eucaristía’ en griego significa ‘acción de gracias’ y este
es el profundo significado que tiene recordar a nuestros seres queridos
fallecidos.
El agradecimiento no
debe limitarse a los padres, abuelos, bisabuelos, etc. sino a todos los seres
vivos que han permitido que yo esté aquí en este momento. No podemos imaginar
la cantidad de muertes que han sido necesarias para que mi vida sea posible. Desde
la primera arquea hasta mí, ha tenido que mantenerse la cadena de la vida.
Si un solo eslabón
se hubiera roto en el proceso, yo no estaría aquí. Si tenemos en cuenta que los
primeros seres vivos duraban solo unas horas, y que han pasado cerca de catorce
mil millones de años, podemos pensar que miles de billones de vidas fueron necesarias
para que mi vida surgiera. Mi vida dependió de ellas y a todas debo estar
agradecido.
Tratemos de
descubrir ese futuro desde Dios. ¿Por qué nos empeñamos en imaginar un más allá
conforme a nuestra limitación actual? Pretender que permanezca nuestra
condición de criatura limitada no tiene mucho sentido. Lo contingente es
perecedero. Lo único que permanece de nosotros es lo que ya tenemos de
trascendente.
Alguien ha dicho que
amar es decirle al otro: no morirás. Si el que ama es Dios, tú permanecerás
para siempre. Aquello por lo que conectamos con Dios, nos hace eternos. Ese
punto no puede ser lo biológico. Permaneceré en la medida que muera a mi ego.
Cuando Jesús le dice
a Nicodemo: “hay que nacer de muevo”, le está invitando a encontrar una Vida
(con mayúscula) trascendente, la del Espíritu. Una Vida que ya poseemos
mientras desplegamos nuestra vida (con minúscula), la biológica.
Esa Vida es la
verdadera, la definitiva, porque la biológica termina sin remedio, pero la
espiritual no tiene fin. Cada vez que oigamos en la Escritura “vida eterna”,
debemos entender: Vida definitiva, que es el aspecto más interesante de la vida
del más acá.
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