miércoles, 29 de octubre de 2025

Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos – Ciclo C (Profundizar)

 Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos Ciclo C

Noviembre 2, 2025 

Isaías 25, 6. 7-9  / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-18




Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva                 

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 

“(...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Nuestro

 

LO DECISIVO ES TENER HAMBRE

José Antonio Pagola

El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come, vivirá por mí».

El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».

Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.

Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.

 

DÍA DE RECUERDO Y AGRADECIMIENTO (Difuntos Jn 3, 3-7)

Fray Marcos

Este año podemos celebrar la fiesta de los difuntos como Dios manda. Es muy significativa la identificación que ha hecho el pueblo de esta fiesta de “todos los santos” con la de “todos los difuntos”, hasta el punto de que para muchos son una sola fiesta.

El nacimiento a vida biológica y la muerte son las dos caras de la misma moneda. No puede existir una sin la otra. Sin muerte no hay vida. El miedo no tiene ningún sentido. Todo lo que de mí se consume es escoria, lo que vale de veras, permanecerá siempre.

La celebración de la eucaristía, bien entendida, puede ayudarnos a encontrar el verdadero sentido de esta celebración. Es el sacramento de la unidad, o del amor que es lo mismo. En él podemos experimentar que algo nos une a Dios y a los demás, vivos o muertos. La mejor manera de sentirnos unidos a nuestros difuntos, es sentirnos unidos a Dios.

Es curioso que la principal celebración de nuestra religión sea la celebración de una muerte. Celebración alegre y gozosa, porque sabemos que a la vez que muerte, es también vida. Pero, además, ‘eucaristía’ en griego significa ‘acción de gracias’ y este es el profundo significado que tiene recordar a nuestros seres queridos fallecidos.

El agradecimiento no debe limitarse a los padres, abuelos, bisabuelos, etc. sino a todos los seres vivos que han permitido que yo esté aquí en este momento. No podemos imaginar la cantidad de muertes que han sido necesarias para que mi vida sea posible. Desde la primera arquea hasta mí, ha tenido que mantenerse la cadena de la vida.

Si un solo eslabón se hubiera roto en el proceso, yo no estaría aquí. Si tenemos en cuenta que los primeros seres vivos duraban solo unas horas, y que han pasado cerca de catorce mil millones de años, podemos pensar que miles de billones de vidas fueron necesarias para que mi vida surgiera. Mi vida dependió de ellas y a todas debo estar agradecido.

Tratemos de descubrir ese futuro desde Dios. ¿Por qué nos empeñamos en imaginar un más allá conforme a nuestra limitación actual? Pretender que permanezca nuestra condición de criatura limitada no tiene mucho sentido. Lo contingente es perecedero. Lo único que permanece de nosotros es lo que ya tenemos de trascendente.

Alguien ha dicho que amar es decirle al otro: no morirás. Si el que ama es Dios, tú permanecerás para siempre. Aquello por lo que conectamos con Dios, nos hace eternos. Ese punto no puede ser lo biológico. Permaneceré en la medida que muera a mi ego.

Cuando Jesús le dice a Nicodemo: “hay que nacer de muevo”, le está invitando a encontrar una Vida (con mayúscula) trascendente, la del Espíritu. Una Vida que ya poseemos mientras desplegamos nuestra vida (con minúscula), la biológica.

Esa Vida es la verdadera, la definitiva, porque la biológica termina sin remedio, pero la espiritual no tiene fin. Cada vez que oigamos en la Escritura “vida eterna”, debemos entender: Vida definitiva, que es el aspecto más interesante de la vida del más acá.

 

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