Domingo XXVII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 17, 5-10) – octubre 5,
2025
Habacuc
1, 2-3; 2, 2-4 / Salmo 94 / 2 Timoteo 1, 6-8.13-14
Evangelio según
san Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la
fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una
semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y
plántate en el mar’, y los obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o
pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y
ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a
servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso
que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?
Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les
mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que
hacer’ “.
Para
profundizar:
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Hernán
Quezada, SJ
“Los apóstoles pidieron al Señor: –
Danos más fe”
Leí alguna vez que
hace mucho tiempo vivió en la China un niño llamado Ping que amaba tiernamente
las flores. Todo lo que sembraba crecía como por encanto. Un día, el Emperador,
que era muy viejo, decidió buscar a su sucesor. ¿Quién podría ser? ¿Cómo podría
escogerlo? Decidió que iba a dejar que las flores lo escogieran. Al día
siguiente salió un bando: todos los niños deberían venir a la gran plaza para
recibir de manos del Emperador semillas de flores. "Quien en el plazo de
un año me pueda mostrar el mejor resultado", dijo, "me sucederá en el
trono". Esta noticia causó gran revuelo. Los niños de todos los rincones
acudieron para recibir sus semillas. Los papás querían que su hijo fuera
escogido como Emperador y los niños soñaban con ser escogidos. Cuando Ping
recibió sus semillas se sintió el más feliz de todos los niños. Estaba
totalmente seguro de que podría cultivar las flores más hermosas.
Ping llenó una
matera con tierra y plantó la semilla. La rociaba todos los días. Los días
pasaron, pero nada germinaba en la matera. Ping estaba muy triste. Entonces
tomó una matera más grande y echó en ella la mejor tierra y tomó la semilla y
la plantó. Esperó dos meses más y no pasó nada. Poco a poco paso un año entero.
Llegó la primavera y los niños vistieron sus más preciosos trajes para agradar
al Emperador. Se dirigieron a la plaza con sus hermosísimas flores, esperando
cada uno que sería el escogido. Ping se sentía avergonzado con su matera vacía.
Pensó que los demás niños se burlarían de él. Sin embargo, fue a la plaza. El
Emperador observaba detenidamente todas las flores. ¡Qué flores tan hermosas!
Pero el Emperador no decía ni una palabra. Finalmente, se acercó a Ping, quien
agachó su cabeza lleno de vergüenza esperando que sería castigado. El Emperador
le preguntó: "¿Por qué trajiste una matera vacía?" Ping comenzó a
llorar y respondió: "Planté la semilla que usted me dio, la rocié cada
día, pero no germinó. La sembré en una matera más grande, le puse una tierra
mejor y tampoco germinó. Esperé un año entero, pero nada creció. Por esta razón
hoy vengo ante su presencia con una matera vacía. Hice lo mejor que pude".
Cuando el Emperador
escuchó estas palabras, se dibujó en su rostro una sonrisa y puso su mano sobre
el hombro de Ping. Luego exclamo: "¡Lo encontré! ¡Encontré a la única
persona digna de ser Emperador! No sé de dónde sacaron las semillas que ustedes
cultivaron. Porque las semillas que yo les di habían sido cocinadas. Por lo
tanto, era imposible que pudieran germinar. Admiro a Ping por el valor que ha
tenido para venir delante de mi con su vacía verdad. Por lo tanto, ahora lo
premio con el reino y lo nombro mi sucesor.
Si somos sinceros, más del noventa por ciento de las
cosas que hacemos en nuestra vida, no tiene otra finalidad que buscarnos a
nosotros mismos. El egoísmo es tan sutil, que nos engaña aún en nuestras buenas
acciones. Reclamamos, exigimos, solicitamos que se nos tenga en cuenta de mil
formas cada día... Pasamos factura por nuestras buenas obras. Queremos que se
nos reconozca lo buenos que somos. Hemos hecho todo lo que nos correspondía
hacer, y esto, automáticamente, nos hace merecedores de una recompensa por
parte de Dios. Pocas experiencias tan importantes para aprender de la
gratuidad, como la siembra y la cosecha. El campesino que siembra la semilla y
recoge la cosecha, sabe que él ha sido responsable de ciertas condiciones
externas que han facilitado las cosas, pero también es consciente de que el
crecimiento y el fruto, es solamente obra y regalo de Dios. Esta bella historia
nos recuerda que nosotros no somos dueños del crecimiento ni de los frutos, y
que tener fe es hacer lo mejor posible las cosas, para que Dios realice su obra
de salvación a través nuestro.
FE MÁS VIVA EN JESÚS
«Auméntanos la fe».
Así le piden los apóstoles a Jesús: «Añádenos más fe a la que ya tenemos».
Sienten que la fe que viven desde niños dentro de Israel es insuficiente. A esa
fe tradicional han de añadirle «algo más» para seguir a Jesús. ¿Y quién mejor que
él para darles lo que falta a su fe?
Jesús les responde
con un dicho un tanto enigmático: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza,
diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os
obedecería». Los discípulos le están pidiendo una nueva dosis de fe, pero lo
que necesitan no es eso. Su problema consiste en que la fe auténtica que hay en
su corazón no llega ni a «un granito de mostaza».
Jesús les viene a
decir: lo importante no es la cantidad de fe, sino la calidad. Que cuidéis
dentro de vuestro corazón una fe viva, fuerte y eficaz. Para entendernos, una
fe capaz de «arrancar» árboles como la higuera o sicómoro, símbolo de solidez y
estabilidad, para «plantarlo» en medio del lago de Galilea.
Lo primero que
necesitamos hoy los cristianos no es «aumentar» nuestra fe en toda la doctrina
que hemos ido formulando a lo largo de los siglos. Lo decisivo es reavivar en
nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. Lo importante no es creer cosas, sino
creerle a él.
Jesús es lo mejor
que tenemos en la Iglesia, y lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo
de hoy. Por eso nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a
Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades
y nuestros corazones.
Para ello
necesitamos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su
proyecto, captar bien su intención de fondo, sintonizar con él, recuperar el
«fuego» que él encendió en sus primeros seguidores, contagiarnos de su pasión
por Dios y su compasión por los últimos. Si no es así, nuestra fe seguirá más
pequeña que «un granito de mostaza». No «arrancará» árboles ni «plantará» nada
nuevo.
SI TUVIERA FE-CONFIANZA NO
NECESITARÍA CAMBIAR NADA
La petición que
hacen los apóstoles a Jesús, está hecha desde una visión mítica de Dios, del
hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es
hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos
la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para
trasplantar una morera al mar.
No pongas la
confianza en ti ni en tus obras, por muy religiosas que sean. Confía solo en la
Realidad Última, “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían
en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al
evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al
Dios que es el fundamento de mi ser.
No hay un dios fuera
a quien servir. Cada uno de nosotros es la manifestación de Dios, que a través
nuestro puede actuar para hacer un mundo más humano. No hay en mí ningún yo que
pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios
puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo
gloriarme?
La religión ha
metido a Dios en esa dinámica y nos ha conducido a un callejón sin salida.
Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Él,
en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del
servilismo al dios cosa.
Jesús no les podía
aumentar la confianza, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión.
La fe no se puede aumentar ni disminuir, tiene que crecer desde dentro como la
semilla. Una confianza a medias no es confianza. Examinando cada una de sus criaturas,
podemos comprender lo que Dios ‘está haciendo’ en ellas en cada momento.
Se interpretó la
respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera,
tomada al pie de la letra, es absurda. Lo que nos está diciendo el evangelio es
que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza
podrá desplegar toda esa energía, pero nunca para cambiar la realidad que no
nos gusta.
Confiar en Dios es
apostar por el hombre, por la realidad tal como es. Es estar construyendo la
realidad, y no destruyéndola; es apostar por la vida y no por la muerte: por el
amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que
no "creen" nos dan sopas con honda en la lucha por defender la
naturaleza, la vida y al hombre?
Confiar en lo que
realmente soy me da una libertad absoluta para desplegar todas mis
posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, no tiene
nada que ver con lo que propone el evangelio. No queremos madurar en la fe por
miedo a las exigencias.
Para nosotros, creer
es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de
fe, como conjunto de doctrinas, es completamente extraña tanto al Antiguo
Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es confiar en... Pero incluso esta
confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la
fidelidad.
La mini parábola del
simple siervo inútil no quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos
aún inútiles, sino que nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos
esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios
que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley que, según ellos,
salvaba.