jueves, 25 de septiembre de 2025

Domingo XXVI de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XXVI de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – septiembre 28, 2025 
Amos 6, 1a.4-7 / Salmo 115 / 1 Timoteo 6, 11-16

 Evangelio según san Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá».

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos». Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto»”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

En Sion se encontraba la gran fortaleza de Jerusalén, y la montaña de Samaría, representa el centro de un reino marcado por la idolatría. Así, la primera lectura caracteriza a una persona que se siente asegurada, que adora cosas que no son Dios (dinero, poder, prestigio, títulos, etc.) Se trata del frívolo que no se conmueve ante el sufrimiento de otros.

La segunda lectura describe a otro tipo de persona: La gente de Dios. Este busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (fuerza bajo el propio control, se responde a las ofensas y a las críticas con gentileza y respeto). Es el tipo de persona que sigue a Dios.

El Evangelio nos vuelve a colocar otros dos personajes con contrastes: El rico (no posee nombre) y el mendigo, llamado Lázaro, postrado y hambriento. El rico (sin nombre) y Lázaro mueren, y lo que sigue, según la narración contada por Jesús, es una suerte de ajuste: Lázaro recibe todo lo que le faltaba y el rico experimenta la sed extrema. Entre ello se ha abierto un gran abismo que no se puede cruzar. 

¿Qué ha condenado al rico? ¿Qué ha salvado a Lázaro? ¿Qué mensaje nos transmite la Palabra hoy para el cotidiano de nuestras vidas? 

El corazón que pierde la capacidad de conmoverse ante el sufrimiento del otro, rompe y se aleja en todas sus relaciones, va construyendo distancias y abismos con los demás, se queda solo atormentado por su sed de relación, pues los bienes terrenos no nos acompañan al morir, se quedan.

¿Ha que te llama la Palabra hoy? ¿Te conmueves? ¿Eres hombre o mujer de Dios? No se trata sólo de palabras, se trata de acción. #FelizDomingo

“(...) tampoco creerán, aunque un muerto resucite”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Nuestro querido país sigue siendo uno de los más desiguales del mundo. Es verdad que ha habido avances en los últimos años, pero la situación sigue siendo preocupante. La concentración de ingresos y el abismo en el desarrollo de las zonas rurales y urbanas son los elementos más complejos. El 1% de la población obtiene el 18% de los ingresos, mientras el 50% más pobre se distribuye el 7% de los ingresos. Según datos de este año, hay un 36,6% de hogares en pobreza monetaria y un 13,9% en pobreza extrema. Departamentos como Guajira y Chocó tienen tasas de pobreza mucho mayores que regiones como Boyacá y Cundinamarca. En regiones como Vaupés, Guajira, Guainía y Amazones hay más de 390.000 niños menores de 5 años sufriendo desnutrición crónica.

El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un informe de desarrollo humano 2025 con el título “Un llamado a decidir: personas y posibilidades en la era de la IA”. En este documento Colombia aparece como el tercer país con mayor desigualdad del planeta, según el coeficiente Gini, solo superado por Sudáfrica y Namibia. Necesitamos avanzar en la construcción de la paz, cuando vamos a celebrar el próximo año 10 años de la firma del acuerdo de paz entre la guerrilla de las Farc y el Estado. Los especialistas en procesos de paz insisten en la diferencia que existe entre el “hacer la paz” (Peace making) y el construir la paz (Peace building). Una cosa es hacer las ‘paces’, como decíamos cuando habíamos tenido una pelea con un amigo o amiga, y otra distinta, construir las condiciones que hacen posible esa paz que llaman ‘estable y duradera’. Desde luego, esto tiene un costo y será alto… vamos a comenzar a hablar de ‘Los precios de la paz’, en lugar de ‘Los costos de la guerra’… Esto supondrá que los que tienen más, estén dispuestos a compartir sus riquezas con los que tienen menos. Cosa que es bien difícil de que se de modo espontáneo y libre. Precisamente allí creo que está el origen de todas las guerras. Esto va a suponer más impuestos para los que tienen más y más ayudas y apoyos para los que tienen menos. Habrá que pagar más para financiar el desarrollo humano sostenible de toda la población, de modo que se le quite el piso a la violencia en la que ha estado sumido este pobre país durante tantos años.

Después de haber ofrecido estos pocos datos de la repartición de las riquezas en nuestro país, y de la necesidad de crear condiciones de mayor igualdad entre los colombianos, como paso necesario en la construcción de la paz, la parábola que nos cuenta hoy el Señor parece sacada de nuestra propia realidad: “Había un hombre rico que se vestía con ropa fina y elegante y que todos los días ofrecía espléndidos banquetes. Había también un pobre llamado Lázaro, que estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este hombre quería llenarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”. La historia muestra el destino definitivo del pobre después de su muerte, que es llevado al seno de Abraham, y el destino del rico del que solo dice que “fue enterrado” y llevado un lugar de tormento.

El diálogo entre el rico y Abraham es muy interesante. El rico quiere que Abraham advierta a sus hermanos, por algún medio, para que al morir no vayan al mismo lugar a donde él ha sido llevado. Pero Abraham le recuerda que para eso tienen a Moisés y a todos los profetas. Solo tienen que hacerles caso. Por fin, el rico termina diciendo: “Padre Abraham, eso no basta; pero si un muerto resucita y se les aparece, ellos se convertirán. Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque algún muerto resucite”. Resucitó el Señor, y tampoco le hemos hecho caso. Incluso, al que predica estas cosas lo acusan de estar echando ‘discursos sociales’, cuando lo que está en juego es el anuncio del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y la vida digna para todos.

 

ACERCARNOS  

José Antonio Pagola

El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre «junto a su puerta», pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo «espléndidamente» ajeno a su sufrimiento. No atraviesa esa «puerta» que le acercaría al mendigo. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo». Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

Junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes. No son «personajes» de una parábola. Son hombres y mujeres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. Sirven en nuestras casas, caminan por nuestras calles. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos viviendo nuestro pequeño bienestar indiferentes al sufrimiento de quienes nos resultan extraños? Esta indiferencia solo se disuelve dando pasos que nos acerquen a ellos.

Podemos comenzar por aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones. Qué fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo Dios.

Es elemental no reírnos de sus costumbres ni burlarnos de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta o la acogida que nos sorprendería.

Hemos de evitar todo lenguaje discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Nos hace más humanos experimentar vitalmente la riqueza de la diversidad. Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la «aldea global» o la «casa común» de todos.

Tienen defectos, pues son como nosotros. Hemos de exigir que respeten nuestra cultura, pero hemos de reconocer sus derechos a la legalidad, al trabajo, a la vivienda o la reagrupación familiar. Y antes aún luchar por romper ese «abismo» que separa hoy a los pueblos ricos de los pobres. Cada vez van a vivir más extranjeros con nosotros. Es una ocasión para aprender a ser más tolerantes, más justos y, en definitiva, más humanos.

 

SIEMPRE HAY UN LÁZARO A MI PUERTA

Fray Marcos

Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lucas de la riqueza, pero está claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos, que son amigos del dinero. Jesús les dice que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan apegados a las riquezas.

Esta parábola es clave para entender lo que dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo de la parábola es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio del pobre.

Nos dice lo mismo que Mateo: Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber. Utilizar los textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que los ricos puedan seguir disfrutando de sus privilegios.

Rico es el que tiene más de lo necesario y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidad. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, empezando por Amós, los que denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre.

Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. No tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre.

Por eso el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que, con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico.

La actitud de Jesús para con los ricos parece contradictoria. No fue excluyente, sino abierta y de acogida. Admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de fariseos ricos. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús.

El evangelio denuncia una falsa actitud religiosa. Está lejos del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer a todos los hombres hermanos. El comunismo despoja al rico por la fuerza, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús quiere hermanos libres y voluntarios.

No basta despojar a los ricos de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían su lugar. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión entre todos.

Ahora entenderemos por qué la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre no es excusa para no hacer nada. Nuestra pasividad demuestra que la religión solo intenta sumar seguridad espiritual a las seguridades materiales. Jesús no está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza.

 

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C (Reflexión)

  XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C noviembre 9, 2025  Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12  / Salmo 45  / 1 Corintios 3, 9-11. 16-17 E...