jueves, 4 de septiembre de 2025

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XXIII de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – septiembre 7, 2025 
Sabiduría 9, 13-19 / Salmo 89 / Filemón 9b-10. 12-17


Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. 

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva


#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hoy la Palabra nos presenta unas exigencias que aturden: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. “Quien no carga con su cruz”, “quien no renuncia a todos sus bienes”, tampoco puede ser discípulo de Jesús. Estas exigencias en boca de Jesús nos dejan confundidos. Respiremos, encontremos el mensaje de fondo que expresan estas exigencias: LIBERTAD. Para ser auténticamente discípulos de Jesús, necesitamos extirpar los apegos, es decir, eso en que fundamos nuestra seguridad y “felicidad”: cosas, personas, proyectos, e incluso, a mí mismo. Desplazar a Dios del centro de nuestras vidas, provoca el desorden de nuestros afectos; nos llenamos de miedos y comenzamos a poseer lo que deberíamos solo amar, somos dominados por la inseguridad, la avaricia y los celos. Cuando Jesús es colocado al centro, cuando Él es nuestro principio y fundamento, se nos ordena todo, y entonces, somos libres y aunque carguemos una cruz, somos valientes y seguros, alegres, capaces del amor generoso y verdadero. 

Seguir a Jesús no es cosa fácil, no basta con voluntad, requerimos que Él nos envíe sabiduría y su Espíritu. ¿Soy libre? ¿Qué temo? ¿qué tengo en mi vida por fundamento?

Pidamos a Dios su gracia, que nos ayude a ponerlo a Él, sólo a Jesús, al centro, para que amemos a todos y todo, de un modo nuevo. 

#FelizDomingo

Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Una amiga religiosa, escribe de vez en cuando sus experiencias espirituales en forma de poemas. Hace algunos meses me envió estos versos que me parece que nos pueden ayudar a entender lo que hoy nos presenta el evangelio: 
Quiero bajar de nuevo a tu bodega, 
para darte mi amor, ser toda entrega 
y embriagarme de ti, pues son mejores 
y más suave que el vino tus amores.
  
No acercaré mis labios a otra fuente 
para calmar mi sed, mi sed ardiente 
ni volveré a beber otros licores 
que el vino embriagador de tus amores. 
 
Mira que vengo como cierva herida 
ve que me entrego a Ti, que estoy rendida 
y sacia tu mi sed, pues son mejores 
que el más sabroso vino tus amores.

“Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: ‘Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Jesús dirige estas palabras a la gente que lo seguía. No se trata de una disyuntiva excluyente. No nos pide que dejemos de querer a las personas que están más cerca de nuestro corazón. Esas personas pueden y deben permanecer en el centro de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el Señor es que nuestro amor hacia ellos no esté por encima del amor que sentimos por Él y por su reino. No puede haber nada ni nadie que distraiga el camino de seguimiento.

Las dos comparaciones que ofrece enseguida el evangelio de hoy recogen situaciones humanas muy concretas. No podemos comenzar a construir una torre si no vislumbramos claramente la posibilidad de terminarla. De lo contrario la gente se burlará de nosotros por pretender algo que no podemos terminar. Por otra parte, ningún líder militar se involucra en una guerra si no piensa que puede llegar a vencer a su enemigo con las fuerzas que tiene. Si no puede hacerle frente a su contrario, tratará de establecer condiciones de paz cuando el otro grupo está todavía lejos y no se ha entablado la batalla. “Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo”, es lo que concluye el Señor después de presentar estos dos ejemplos.

Podríamos añadir que la persona que ha probado un buen vino ya no podrá contentarse con otra bebida. Así es el seguimiento del Señor. Si nos hemos encontrado auténticamente con él, tendremos que reconocer que ya no podemos saciar nuestra sed en otras fuentes, ni habrá otros licores que sustituyan el vino embriagador de sus amores.


ÍDOLOS PRIVADOS  

José Antonio Pagola

Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autosuficiencia que se vive en la sociedad moderna. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. Su discípulo ha de subordinarlo todo al seguimiento incondicional.

No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Todos sentimos en lo más hondo de nuestro ser el anhelo de libertad. Y, sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación: el ser humano parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de bastarnos a nosotros mismos, nos pasamos la vida buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.

Cada uno buscamos un «dios» para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida: algo que nos domina y se adueña de nosotros. Buscamos ser libres y autónomos, pero, al parecer, no podemos vivir sin entregarnos a algún «ídolo», que determina nuestra vida entera.

Estos ídolos son muy diversos: dinero, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa... Cada uno sabe el nombre de su «dios privado», al que rinde secretamente su ser. Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», hemos de preguntarnos qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.

La invitación de Jesús es provocativa. Solo hay un camino para crecer en libertad, y solo lo conocen quienes se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente, colaborando con él en el proyecto del Padre: construir un mundo justo y digno para todos.

 

EL MENSAJE NO VA DIRIGIDO A LA RAZÓN

Fray Marcos

Ningún lenguaje sobre Dios podemos entenderlo al pie de la letra. Jesús nunca se predicó a sí mismo. Su oferta fue el Reino de Dios. En los relatos de hoy podemos apreciar, con toda claridad, que ya se ha dado el paso del Jesús que predica al Cristo predicado. Hoy estamos en condiciones de revertir este paso equivocado y atender al mensaje de Jesús.

1.- Posponer a la familia. Es un lenguaje que sigue considerando a Dios (a Jesús divinizado) como un Ser separado, sujeto de acciones y pasiones como los humanos. Dios no es un ser que ama a la manera humana, ni alguien a quien podemos amar como amamos a una madre. Son realidades distintas que no se oponen ni se interfieren.

Un auténtico amor a la familia me llevaría al amor de Dios. Y un verdadero amor a Dios me llevaría a amar más y mejor a mis familiares. La propuesta del evangelio, tal como está planteada, nos llevaría a la esquizofrenia absoluta. Debemos amar a la familia con toda el alma, con tal de que ese amor no sea la manifestación de un egoísmo amplificado.

2.- Cargar con la cruz. Hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Esta frase refleja el sentido que los primeros cristianos dieron a la cruz de Jesús. No es nada probable que pudiera ser dicha por Jesús.

La frase está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo. Cuando se escribió este evangelio, la comunidad llevaba ya décadas afrontando la oposición del judaísmo y del imperio.

3.- Renunciar a todos sus bienes. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos pensando en renuncia, no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser.

Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran lo que tenían a disposición de todos. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos, pero hecho con plena libertad.

Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otros.

Sobre las dos parábolas. Si me pongo a construir o declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el que va a salir perdiendo soy yo. No solo no conseguiré el objetivo, sino que perderé todo lo que he empleado en el intento. Los cristianos nos hemos conformado con rodar por la pista sin levantar el vuelo nunca.

Lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir; si no lo hacemos, ya hemos elegido.

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