“Don
Rodrigo”, como le decía, hace casi cuatro años
me invitó a escribir un artículo sobre religión, para este periódico; me insistió
por unos cuatro meses antes de que aceptara el reto (no soy escritor), hasta
que finalmente me dijo: “joven amigo, se la pongo fácil, escriba una
reflexión sobre el evangelio dominical, comenzando esta Cuaresmal…” y desde
entonces han sido 140 entregas a la fecha de hoy…
Don Rodrigo, gracias por invitarme e impulsarme a escribir esta columna semanal, gracias. Descanse en Paz.
Evangelio según
san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él,
volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me
prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a
sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga
su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se
pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea
que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que
se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a
construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a
considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que
viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le
enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus
bienes, no puede ser mi discípulo”.
Reflexión:
¿Cómo seguir a
Jesús?
Hoy la Palabra nos invita a reconocer que seguir a
Jesús es una decisión radical y sabia. No basta con cálculos humanos;
necesitamos la luz de Dios para orientar nuestra vida y poder comprender el
sentido de esta. Como leemos en la primera lectura (Sab 9, 13-19): “¿Quién
conocerá lo que Dios quiere?” (para cada uno de nosotros). Por eso pedimos
su Espíritu, porque es Él quien ilumina nuestros pasos.
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos enseña el
discernimiento de espíritus (como hemos hablado en las semanas
anteriores), y así podemos ver la vida con los ojos de Dios, para reconocer
cuando es su espíritu, el BUEN ESPÍRITU, el que nos guía y no el mal espíritu,
que nos aleja de lo que Dios quiere para nosotros. Guiados por el Buen
Espíritu, es como adquirimos un corazón sensato y sabiduría, para no gastar la
vida en lo que no vale la pena (cfr. Sal 89).
Es la sabiduría de Dios, la que transforma nuestra persona y nos
hace reflejar su amor y cercanía fraternal en las relaciones interpersonales; donde
está el espíritu de Dios, desaparece la esclavitud, el egoísmo y la desigualdad
y aparece la fraternidad, como lo describe San Pablo en la segunda lectura (Fil 9b-10. 12-17).
“Si alguno quiere seguirme…” entonces tendrá que poner a Jesús en
el centro, incluso por encima de afectos y posesiones. Ignacio
nos invita a la indiferencia ignaciana (EE 23): no a la indiferencia
fría, sino a la libertad interior para elegir lo que más nos
conduce al fin para el cual hemos sido creados: “alabar, hacer reverencia y
servir a Dios”, es decir ir por el camino que él mismo ha seguido “pobreza,
oprobios (cruz) y humildad” … acompañar a Jesús en su camino,
implica su entrega y su amor hasta el extremo; es asumir las consecuencias de
vivir según el Evangelio: resistir la injusticia, ser fiel en el servicio,
aceptar incomprensiones, es vivir el amor que se solidariza con quien lo
necesita.
¿Dónde
descubro hoy que necesito la sabiduría de Dios y no mis propios cálculos?... ¿Qué
“apegos” o seguridades debo soltar para seguir más libremente a Jesús?... ¿Cuál
es la cruz que hoy estoy llamado a cargar con amor, junto a Cristo, para más amar
y servir?
Alfredo
Aguilar Pelayo
#RecursosParaVivirMejor
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP
Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-23C-250907
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