jueves, 25 de septiembre de 2025

Domingo XXVI de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo XXVI de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – septiembre 28, 2025 
Amos 6, 1a.4-7 / Salmo 115 / 1 Timoteo 6, 11-16


La liturgia de hoy continúa enseñándonos, con parábolas, tanto como somos, como lo que tenemos que hacer, para ser seguidores de Jesús y tener vida eterna…

Evangelio según san Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá».

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos». Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto»”.

Reflexión:

¿Qué tanto me desentiendo de los que sufren?

Las tres lecturas de hoy pueden ser aplicadas a cada uno de nosotros, pues reflejan, por una parte, como somos y cómo es que nos podemos salvar, para tener una vida eterna (vida plena y feliz).

La primera lectura refleja, al igual que la semana pasada, como al poner nuestra seguridad en las cosas (muchas o pocas), podemos caer en la tentación de “echarnos en la hamaca”, para pasarla cómodamente con los míos, olvidándonos de ayudar a los necesitados o de los que sufren; actitud que se nos muestra en la persona del “hombre rico” del evangelio, quien se desentiende de quien tiene en la puerta de su casa, mientras vive de manera egoísta, soberbia e indiferente, disfrutando de su “autosuficiencia”. De igual manera, San Pablo, en la segunda lectura nos exhorta hoy a huir de la codicia y del apego a los bienes materiales.

Jesús vino a salvarnos, y lo sigue haciendo a través de su Palabra y de personas que han encontrado en la oración, fuente de liberación y sentido de servicio, reflejando el amor de Dios con palabras (como profetas) y con hechos concretos, colaborando para que el Reino se haga presente a cada uno de nosotros; lo cual es para nosotros una invitación a ser también testimonio de que Dios está en nuestro corazón, “llevando una vida recta, compasiva, de fe y amor y servicio” (cfr. 1 Tim 6, 11-16).

Ser seguidores de Jesús, implica que respondamos a su manera: ante el egoísmo, con gratitud y servicio; ante la injusticia, con solidaridad y responsabilidad.

En resumen, hoy se nos invita a revisar dónde están nuestros apegos (riqueza, poder, comodidad) y a elegir, con libertad interior, lo que más conduce al servicio y al amor, para como dice San Ignacio de Loyola, “en todo amar y servir”.

¿Cuándo ignoro el sufrimiento de quienes me rodean?... ¿Cómo evitar la tentación del egoísmo y la codicia?... ¿Cómo puedo vivir hoy de manera más solidaria y libre?

 

Alfredo Aguilar Pelayo

alfredo@ccrrsj.org

#RecursosParaVivirMejor

www.ccrrsj.org

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-26C-250928

Domingo XXVI de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XXVI de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – septiembre 28, 2025 
Amos 6, 1a.4-7 / Salmo 115 / 1 Timoteo 6, 11-16

 Evangelio según san Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá».

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos». Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto»”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

En Sion se encontraba la gran fortaleza de Jerusalén, y la montaña de Samaría, representa el centro de un reino marcado por la idolatría. Así, la primera lectura caracteriza a una persona que se siente asegurada, que adora cosas que no son Dios (dinero, poder, prestigio, títulos, etc.) Se trata del frívolo que no se conmueve ante el sufrimiento de otros.

La segunda lectura describe a otro tipo de persona: La gente de Dios. Este busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (fuerza bajo el propio control, se responde a las ofensas y a las críticas con gentileza y respeto). Es el tipo de persona que sigue a Dios.

El Evangelio nos vuelve a colocar otros dos personajes con contrastes: El rico (no posee nombre) y el mendigo, llamado Lázaro, postrado y hambriento. El rico (sin nombre) y Lázaro mueren, y lo que sigue, según la narración contada por Jesús, es una suerte de ajuste: Lázaro recibe todo lo que le faltaba y el rico experimenta la sed extrema. Entre ello se ha abierto un gran abismo que no se puede cruzar. 

¿Qué ha condenado al rico? ¿Qué ha salvado a Lázaro? ¿Qué mensaje nos transmite la Palabra hoy para el cotidiano de nuestras vidas? 

El corazón que pierde la capacidad de conmoverse ante el sufrimiento del otro, rompe y se aleja en todas sus relaciones, va construyendo distancias y abismos con los demás, se queda solo atormentado por su sed de relación, pues los bienes terrenos no nos acompañan al morir, se quedan.

¿Ha que te llama la Palabra hoy? ¿Te conmueves? ¿Eres hombre o mujer de Dios? No se trata sólo de palabras, se trata de acción. #FelizDomingo

“(...) tampoco creerán, aunque un muerto resucite”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Nuestro querido país sigue siendo uno de los más desiguales del mundo. Es verdad que ha habido avances en los últimos años, pero la situación sigue siendo preocupante. La concentración de ingresos y el abismo en el desarrollo de las zonas rurales y urbanas son los elementos más complejos. El 1% de la población obtiene el 18% de los ingresos, mientras el 50% más pobre se distribuye el 7% de los ingresos. Según datos de este año, hay un 36,6% de hogares en pobreza monetaria y un 13,9% en pobreza extrema. Departamentos como Guajira y Chocó tienen tasas de pobreza mucho mayores que regiones como Boyacá y Cundinamarca. En regiones como Vaupés, Guajira, Guainía y Amazones hay más de 390.000 niños menores de 5 años sufriendo desnutrición crónica.

El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un informe de desarrollo humano 2025 con el título “Un llamado a decidir: personas y posibilidades en la era de la IA”. En este documento Colombia aparece como el tercer país con mayor desigualdad del planeta, según el coeficiente Gini, solo superado por Sudáfrica y Namibia. Necesitamos avanzar en la construcción de la paz, cuando vamos a celebrar el próximo año 10 años de la firma del acuerdo de paz entre la guerrilla de las Farc y el Estado. Los especialistas en procesos de paz insisten en la diferencia que existe entre el “hacer la paz” (Peace making) y el construir la paz (Peace building). Una cosa es hacer las ‘paces’, como decíamos cuando habíamos tenido una pelea con un amigo o amiga, y otra distinta, construir las condiciones que hacen posible esa paz que llaman ‘estable y duradera’. Desde luego, esto tiene un costo y será alto… vamos a comenzar a hablar de ‘Los precios de la paz’, en lugar de ‘Los costos de la guerra’… Esto supondrá que los que tienen más, estén dispuestos a compartir sus riquezas con los que tienen menos. Cosa que es bien difícil de que se de modo espontáneo y libre. Precisamente allí creo que está el origen de todas las guerras. Esto va a suponer más impuestos para los que tienen más y más ayudas y apoyos para los que tienen menos. Habrá que pagar más para financiar el desarrollo humano sostenible de toda la población, de modo que se le quite el piso a la violencia en la que ha estado sumido este pobre país durante tantos años.

Después de haber ofrecido estos pocos datos de la repartición de las riquezas en nuestro país, y de la necesidad de crear condiciones de mayor igualdad entre los colombianos, como paso necesario en la construcción de la paz, la parábola que nos cuenta hoy el Señor parece sacada de nuestra propia realidad: “Había un hombre rico que se vestía con ropa fina y elegante y que todos los días ofrecía espléndidos banquetes. Había también un pobre llamado Lázaro, que estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este hombre quería llenarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”. La historia muestra el destino definitivo del pobre después de su muerte, que es llevado al seno de Abraham, y el destino del rico del que solo dice que “fue enterrado” y llevado un lugar de tormento.

El diálogo entre el rico y Abraham es muy interesante. El rico quiere que Abraham advierta a sus hermanos, por algún medio, para que al morir no vayan al mismo lugar a donde él ha sido llevado. Pero Abraham le recuerda que para eso tienen a Moisés y a todos los profetas. Solo tienen que hacerles caso. Por fin, el rico termina diciendo: “Padre Abraham, eso no basta; pero si un muerto resucita y se les aparece, ellos se convertirán. Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque algún muerto resucite”. Resucitó el Señor, y tampoco le hemos hecho caso. Incluso, al que predica estas cosas lo acusan de estar echando ‘discursos sociales’, cuando lo que está en juego es el anuncio del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y la vida digna para todos.

 

ACERCARNOS  

José Antonio Pagola

El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre «junto a su puerta», pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo «espléndidamente» ajeno a su sufrimiento. No atraviesa esa «puerta» que le acercaría al mendigo. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo». Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

Junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes. No son «personajes» de una parábola. Son hombres y mujeres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. Sirven en nuestras casas, caminan por nuestras calles. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos viviendo nuestro pequeño bienestar indiferentes al sufrimiento de quienes nos resultan extraños? Esta indiferencia solo se disuelve dando pasos que nos acerquen a ellos.

Podemos comenzar por aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones. Qué fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo Dios.

Es elemental no reírnos de sus costumbres ni burlarnos de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta o la acogida que nos sorprendería.

Hemos de evitar todo lenguaje discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Nos hace más humanos experimentar vitalmente la riqueza de la diversidad. Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la «aldea global» o la «casa común» de todos.

Tienen defectos, pues son como nosotros. Hemos de exigir que respeten nuestra cultura, pero hemos de reconocer sus derechos a la legalidad, al trabajo, a la vivienda o la reagrupación familiar. Y antes aún luchar por romper ese «abismo» que separa hoy a los pueblos ricos de los pobres. Cada vez van a vivir más extranjeros con nosotros. Es una ocasión para aprender a ser más tolerantes, más justos y, en definitiva, más humanos.

 

SIEMPRE HAY UN LÁZARO A MI PUERTA

Fray Marcos

Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lucas de la riqueza, pero está claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos, que son amigos del dinero. Jesús les dice que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan apegados a las riquezas.

Esta parábola es clave para entender lo que dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo de la parábola es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio del pobre.

Nos dice lo mismo que Mateo: Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber. Utilizar los textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que los ricos puedan seguir disfrutando de sus privilegios.

Rico es el que tiene más de lo necesario y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidad. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, empezando por Amós, los que denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre.

Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. No tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre.

Por eso el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que, con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico.

La actitud de Jesús para con los ricos parece contradictoria. No fue excluyente, sino abierta y de acogida. Admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de fariseos ricos. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús.

El evangelio denuncia una falsa actitud religiosa. Está lejos del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer a todos los hombres hermanos. El comunismo despoja al rico por la fuerza, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús quiere hermanos libres y voluntarios.

No basta despojar a los ricos de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían su lugar. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión entre todos.

Ahora entenderemos por qué la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre no es excusa para no hacer nada. Nuestra pasividad demuestra que la religión solo intenta sumar seguridad espiritual a las seguridades materiales. Jesús no está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza.

 

 

jueves, 18 de septiembre de 2025

Domingo XXV de Tiempo Ordinario – (Reflexión)

 Domingo XXV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 16, 1-13) – septiembre 21, 2025 
Amos 8, 4-7 / Salmo 112 / 1 Timoteo 2, 1-8



Este domingo, la Palabra nos recuerda como estamos llamados a ser buenos administradores, para ser personas de bien, constructoras de de una comunidad fraterna.

Evangelio según san Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador».

Entonces el administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan».

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite». El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta». Luego preguntó al siguiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Este respondió: «Cien sacos de trigo». El administrador le dijo: «Toma tu recibo y haz otro por ochenta».

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.
Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.

El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.

Reflexión:

¿Cómo y para qué, administro mis dones?

Como creyentes, es necesario primero, que reconozcamos que todo lo que hemos recibido es gracia y don de parte de Dios: la vida, los talentos y habilidades, las cuales tenemos que cultivar, cuidar y desarrollar, y con ellas darle gloria a Dios.

San Irineo dijo, “la gloria de Dios, es que el hombre viva”, y en efecto todo lo que nos enseña la Palabra es para que aprendamos a vivir y a colaborar a con él, para que todos, tengamos una vida que valga la pena vivir.

La primera lectura, nos advierte como evitar “hacer mal uso de nuestras capacidades”, para aprovecharnos, engañando y explotando a los más débiles, para enriquecernos y acumular bienes, solo para nosotros (cfr. Amos 8, 4-7), siendo precisamente lo contario, lo Dios desea que hagamos: que usemos nuestras habilidades para ponerlas al servicio y echar una mano a los menos favorecidos, para que también puedan tener una mejor vida y crecer.

De igual manera, en la segunda lectura, san Pablo como tenemos que orar y pedir, para quienes gobiernan las ciudades, estados y países, lo hagan “para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”, “libres de odios y divisiones”, en lugar de que engañen, traiciones y roben a las comunidades. Los dones y habilidades de ser líder (que son riquezas también), habrán de ser puestas al servicio de la gente, no al revés, servirse de la gente, para beneficio propio del líder y/o su grupo. Esto, muy vigente en nuestro tiempo y país.

Finalmente, el evangelio nos previene que el mal, es muy astuto, nos engaña y nos hace creer que “siendo hábiles en cosas del mundo” (egoístas, ambiciosos, tranzas…); al contrario, estamos llamados a poner en juego, todos los dones recibidos de parte de Él, para lo que vale la pena en esta vida: ser y hacer el bien.

Dones, habilidades, conocimiento y dinero, son medio para alcanzar la gloria: reflejar la imagen de Dios, en lo que somos y hacemos.

¿Qué tan buen administrador soy, de lo que he recibido?... ¿Cómo aprovecho mis dones, para hacer de este mundo, uno mejor?... ¿Cómo evitar buscar los bienes, pisando a los demás ?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-25C-250921

Domingo XXV de Tiempo Ordinario – (Profundizar)

 Domingo XXV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 16, 1-13) – septiembre 21, 2025 
Amos 8, 4-7 / Salmo 112 / 1 Timoteo 2, 1-8


Evangelio según san Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador».

Entonces el administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan».

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite». El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta». Luego preguntó al siguiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Este respondió: «Cien sacos de trigo». El administrador le dijo: «Toma tu recibo y haz otro por ochenta».

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.
Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.

El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.


Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

  #Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

"Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo." 

Hoy la Palabra nos lleva a preguntarnos por nuestro Principio y Fundamento, es decir nuestro punto de partida, nuestro eje, nuestro centro. 

A lo largo de la vida podemos desplazar a Dios del centro; podemos a hacer a cosas como el dinero, el miedo, la imagen o a una persona nuestro dios, nuestro centro. A ello seremos leales, a ello serviremos y el corazón se sentirá perdido y siempre insatisfecho. Tampoco, nos recuerda el Evangelio, se pueden tener dos centros: "ningún siervo puede servir a dos Señores", "no se puede servir a Dios y al dinero". Nada puede girar si tiene dos ejes, dos centros. 

Nos resulta pertinente orar el "enamorate" del Padre Arrupe: 

¡Enamórate!

Nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo.

Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué hacer con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.

¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!

Todo será de otra manera. ¿Qué amas? ¿Cuál es tu centro?

#FelizDomingo

“El que se porta honradamente en lo poco (...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Muchos.Cuando Juan recibió su sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de cada mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando el dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes. Se sorprendió al percatarse que le habían dado 50.000 pesos más de lo que correspondía. Miró al contador de reojo para asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el recibo, se guardó el dinero dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor rapidez y discreción posibles, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar de la dicha. Todo quedó así. El primer día del mes siguiente hizo la fila y extendió la mano para recibir el pago. La rutina se repitió y al contar los billetes, notó que faltaban 50.000 pesos. Alzó la cabeza y clavó su mirada en el cajero, y muy serio le dijo: –Señor, disculpe, pero faltan 50.000 pesos. El cajero respondió: –¿Recuerda que el mes pasado le dimos 50.000 pesos más y usted no dijo nada? –Sí, claro –contestó Juan con seguridad–, es que uno perdona un error, pero dos ya son demasiados.

Esta escena, poco común, me vino a la memoria al leer el texto evangélico que hoy nos ofrece la liturgia: “Y es que cuando se trata de sus propios negocios, los que pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz”. Esta es la conclusión a la que llega el Señor después de haber contado la historia del mayordomo que estaba malgastando los bienes de su señor. Y más adelante dirá: “El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho”. La honradez es una virtud que apreciamos mucho en los demás, pero no siempre sabemos poner en práctica en nuestras propias vidas. Nos damos perfectamente cuenta cuando los demás no se portan como deberían, pero no somos capaces de reconocer nuestras propias inconsistencias. Ya decía el Señor, que tenemos una capacidad infinita de reconocer la pelusa que tiene nuestro vecino en su ojo, pero no somos capaces de ver la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mateo 7, 3-5 y Lucas 6, 41-42). Así somos, aunque nos cueste reconocerlo.

Pero allí no queda la cosa. Lo que el Señor quería enseñarnos con esta historia, era que tenemos que utilizar adecuadamente los bienes de este mundo, para alcanzar una vida plena: “De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?” En este sentido, no debemos olvidar que los bienes de este mundo son solamente un medio para alcanzar la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, de la que habla san Ignacio en una de las meditaciones más conocidas de los Ejercicios Espirituales (Cfr. EE 139).

“Ningún sirviente puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”, dirá el Señor más adelante. Valdría la pena que nos preguntáramos si tenemos nuestro corazón dividido entre el servicio de Dios y el servicio que prestamos a los bienes. Si nos servimos de las riquezas para ir construyendo esa vida verdadera a la que Dios nos llama, o si somos como el hombre de la historia, que calla o reclama, de acuerdo con lo que más le conviene...

LA LÓGICA DE JESÚS  

José Antonio Pagola

Jesús era ya adulto cuando Antipas puso en circulación monedas acuñadas en Tiberíades. Sin duda, la monetización suponía un progreso en el desarrollo de Galilea, pero no logró promover una sociedad más justa y equitativa. Fue al revés.

Los ricos de las ciudades podían ahora operar mejor en sus negocios. La monetización les permitía «atesorar» monedas de oro y plata que les proporcionaban seguridad, honor y poder. Por eso llamaban a ese tesoro «mammona», dinero «que da seguridad».

Mientras tanto, los campesinos apenas podían hacerse con algunas monedas de bronce o cobre, de escaso valor. Era impensable atesorar mammona en una aldea. Bastante tenían con subsistir intercambiándose entre ellos sus modestos productos.

Como ocurre casi siempre, el progreso daba más poder a los ricos y hundía un poco más a los pobres. Así no era posible acoger el reino de Dios y su justicia. Jesús no se calló: «Ningún siervo puede servir a dos amos, pues se dedicará a uno y no hará caso del otro… No podéis servir a Dios y al Dinero (mammona)». Hay que escoger. No hay alternativa.

La lógica de Jesús es aplastante. Si uno vive subyugado por el Dinero, pensando solo en acumular bienes, no puede servir a ese Dios que quiere una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos.

Para ser de Dios no basta formar parte del pueblo elegido ni darle culto en el templo. Es necesario mantenerse libre ante el Dinero y escuchar su llamada a trabajar por un mundo más humano.

Algo falla en el cristianismo de los países ricos cuando somos capaces de afanarnos por acrecentar más y más nuestro bienestar sin sentirnos interpelados por el mensaje de Jesús y el sufrimiento de los pobres del mundo. Algo falla cuando pretendemos vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Bienestar.

Algo va mal en la Iglesia de Jesús cuando, en vez de gritar con nuestra palabra y nuestra vida que no es posible la fidelidad a Dios y el culto a la riqueza, contribuimos a adormecer las conciencias desarrollando una religión burguesa y tranquilizadora.

 

A DIOS NO LE SERVIMOS PARA NADA

Fray Marcos

Jesús hablaba para que le entendiera la gente sencilla. Debemos evitar toda demagogia en el tema de las riquezas. Pero no podemos ignorar el mensaje evangélico. En el tema de las riquezas, ni siquiera la teoría está muy clara. Hoy, menos que nunca, podemos responder con recetas a las propuestas del evangelio.

Cada uno tiene que encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para su falso yo, sino para su verdadero ser. Si somos sinceros, descubriremos que, en nuestra vida, todos ponemos demasiada confianza en lo externo (material o espiritual) y demasiado poca en lo que realmente somos.

“Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de la luz”. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y prontitud con que actúa.

Él fue sagaz porque supo aprovecharse materialmente de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios para aprovecharnos en el orden espiritual. Hoy la diferencia no está entre los hijos del mundo y los hijos de la luz, sino en la diferente manera que los cristianos tenemos de tratar los asuntos mundanos y los asuntos espirituales.

No podéis servir a Dios y al dinero. No está bien traducido. El texto griego dice mamwna. Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se trata, pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la incompatibilidad entre dos dioses. Servir al dinero sería orientar mi existencia al consumo de bienes materiales.

Sería tener como objetivo buscar por encima de todo el placer sensorial y las seguridades que proporcionan las riquezas. Significaría que he puesto en el centro de mi vida, el falso yo y buscar la potenciación y seguridades de ese yo.

Podemos dar un paso más allá de lo que dice la parábola. A Dios no le servimos para nada. Si algo dejó claro Jesús fue que Dios no quiere siervos. No se trata de doblegarse con sumisión externa, a lo que mande desde fuera un Señor Poderoso. Se trata de ser fiel a mí mismo, respondiendo a las exigencias de mi ser.

Servir a un dios externo soberano y poderoso, que puede premiarme o castigarme es idolatría y, en el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún “dios”. Al verdadero Dios solo se le puede servir, sirviendo al ser humano.

Lo que tengo debo subordinarlo siempre a los que soy. Soy plenitud, totalidad. De lo esencial no me falta nada. Si echo algo en falta puedo estar seguro de que pertenece a lo accidental. Bebemos los vientos buscando lo que nos falta y no somos capaces de vivir lo que ya tenemos. No necesito más de lo que tengo sino menos.

“Ganaos amigos con el dinero injusto”. Es una invitación a poner todo lo que tenemos al servicio de lo que vale de veras. Utilizamos con sabiduría el dinero cuando lo compartimos con el que pasa necesidad. Lo empleamos sagazmente, pero en contra nuestra, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás.

 

 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – (Reflexión)


 Domingo XXIV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 15, 1-32) – septiembre 14, 2025 
Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50 / 1 Timoteo 1, 12-17


Hoy, el evangelio nos presenta como es nuestro Padre, con tres parábolas.

Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’».

Reflexión:

¿Quién me busca, cuando me pierdo?

Ante la realidad de que los seres humanos somos pecadores, esto es, que nos equivocamos al hacer elecciones en nuestra vida, somos “cabeza dura”, creamos diosecitos e ídolos a nuestra medida (cfr. Éx 32, 7-11. 13-14), somos blasfemos, maltratamos y violentamos a las creaturas de Dios, hombres y creación (cfr. 1 Tim 1, 12-17)… nuestro Padre del Cielo, es bueno, es misericordioso con nosotros.

En las parábolas del evangelio, nosotros somos los pecadores a quien Jesús recibe y con quien comparte comida (eucaristía); somos la oveja o moneda perdida, nos busca; somos el hijo que pide y despilfarra la herencia, o el hijo envidioso … y él, nuestro Padre hace fiesta, cuando nos dejamos encontrar y volvemos a Él; somos valiosos, somos sus hijos y lo único que desea es nuestro bien.

Podemos fallarle, pero él, siempre nos espera con los brazos abiertos.

¿Cómo me hace sentir la misericordia de Dios Padre?... ¿Qué tan compasivo soy con quién se equivoca?... ¿Me esfuerzo en regresar al camino del bien, como me enseña Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo

alfredo@ccrrsj.org

#RecursosParaVivirMejor

www.ccrrsj.org

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-24C-250914

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario – (Profundizar)

Domingo XXIV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 15, 1-32) – septiembre 7, 2025
Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50 / 1 Timoteo 1, 12-17



Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’».

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hoy escuchamos las parábolas de la misericordia y, a través de ellas, Jesús nos cuenta cómo es Dios. Dios es misericordioso, tiene la iniciativa de buscarnos, y cuando nos encuentra, nos trae de vuelta para curarnos, levantarnos, restaurarnos y perdonarnos; todo por una simple razón: porque somos suyos. 

La Palabra de hoy también nos narra a nosotros mismos; como aquel hijo aventurero, creemos que con lo que ya tenemos nos basta y que no necesitamos de Dios. Mientras tenemos saldo, no nos acordamos de Él, ni nos arrepentimos. Como aquel hijo ingrato, también nos hace volver el hambre, no el arrepentimiento; y a Dios, no le importa, ya nos busca, ya nos espera, y cuando nos mira regresar, sin reclamos nos perdona y devuelve todo lo que derrochamos. Ese amor gratuito resulta un escándalo, pues no hay que ganarlo, ni siquiera hay que pedir perdón, pero esa es la experiencia que provoca la auténtica conversión. 

Preguntémonos ¿Cuándo te has sentido gratuitamente amado? ¿quién te ha amado sin que te hayas tenido que ganar su amor? ¿cómo has experimentado en tu vida el perdón de Dios? Quien tiene conciencia de la misericordia, puede recibir con paz el perdón; y solo quien se sabe y reconoce inmerecidamente perdonado, también puede amar y otorgar perdón, así, gratis, sin reclamos, sin condiciones, como lo hace Dios.

Pidamos a Dios, este domingo de la misericordia, dar y recibir amor.

#FelizDomingo

(...) hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte (...)

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Ya habían pasado las 9 de la noche cuando llegué a la casa cansado por el día de trabajo y de estudio que terminaba. Me llamó la atención oír ruido al acercarme al apartamento. Le pregunté al portero qué pasaba. Me contó que mi hermano menor había llegado y cómo mi papá y mi mamá habían organizado una fiesta para recibirlo. Habían invitado a algunos vecinos y familiares a comer. Quedé sorprendido porque ya habían pasado tres años desde el día en que mi hermano se había marchado sin dejar el menor rastro. Antes de desaparecer, había hecho sufrir mucho a mis papás, porque en su afán por conseguir con qué comprar la droga que lo tenía esclavizado, había ido desmantelando la casa de todo tipo de electrodomésticos y objetos de cierto valor. Lo último que hizo, antes de irse, fue robarse los pocos ahorros que mis papás habían logrado reunir a lo largo de toda la vida de sacrificios y esfuerzos. 

Sentí mucha rabia al saber que se había organizado una fiesta para recibir a este zángano que no sabía sino gastar lo que otros trabajaban. Me negué a entrar. Mi papá y mi mamá salieron para tratar de convencerme de que me uniera a la fiesta. Confieso que mi reacción fue muy dura con ellos: “De ninguna manera pienso aprobar con mi presencia la alcahuetería de ustedes con este vago que no ha hecho otra cosa que hacerlos sufrir, primero con sus vicios y robos, y luego con una ausencia de tres años sin dar la menor señal de vida. ¿No se dan cuenta de lo que están haciendo? Le están diciendo que todo lo que hizo estuvo bien y que puede seguir con lo mismo siempre. En lugar de educarlo y hacerle ver su error, lo que están haciendo es premiarlo por lo que hizo. ¿Cuándo han organizado ustedes una fiesta para celebrar mis cumpleaños con mis amigos? Me he pasado la vida aquí al lado de ustedes sin desacatar la más mínima orden, estudiando y trabajando para ayudar a sostener los gastos de la casa, y nunca me lo han agradecido. En cambio, ahora, llega este muchachito y convierten esto en una fiesta”. 

Los argumentos que me dieron no me convencieron. Decían de todas las formas que estaban contentos porque el hijo que se les había perdido había aparecido y que se alegraban por saber que estaba vivo el que ya daban por muerto. No lo podía creer. Era algo que desbordaba mi capacidad de comprensión. No entendía cómo podía ser posible que hubieran olvidado los muchos ratos amargos que habían tenido por su culpa, antes y después de su desaparición tres años atrás. Estoy seguro de que ustedes también comparten mis sentimientos y no tendrían agallas para celebrar la llegada de un hijo o un hermano que se hubiera portado así con la familia. No me cabe en la cabeza que haya alguien que no sienta lo mismo que yo. Después de todo, Dios no nos pide cosas que estén por encima de nuestras capacidades. Las parábolas que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra son la manera como Jesús quiso revolucionar radicalmente la imagen de Dios que tenían sus contemporáneos. En lugar de un Dios justiciero y castigador, Jesús nos presenta un Dios que se alegra más por la conversión de un solo pecador, que por noventa y nueve justos que no necesitan cambiar nada de su vida. ¿Nuestra imagen de Dios se parece más al del hijo mayor que no es capaz de perdonar, o al padre que se alegra por encontrar al que estaba perdido?

EL OTRO HIJO  

José Antonio Pagola

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído casi siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre sin imitar la vida desordenada de su hermano lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «Se indigna y se niega a entrar» en la fiesta. Nunca se ha marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota, dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos, pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada de su hermano. Jesús concluye su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, practicantes y alejados, matrimonios bendecidos por la Iglesia y parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos e hijas, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad solo de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El «hijo mayor» nos interpela a quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo los que no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

NO DEBEMOS BUSCAR A DIOS NI ÉL NOS BUSCA

Fray Marcos

Hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús, porque los aceptaba tal como eran. Los fariseos y letrados se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está en contra del sentir excluyente de los fariseos.

Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación. El problema está en que entendemos a Dios como pastor de un rebaño, como dueño de unas monedas o como padre defraudado que espera que el hijo cambie de postura ante Él.

Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios. Dios no nos tiene que buscar porque para Él nadie está perdido. Está siempre identificado con cada uno de nosotros y no puede cambiar esa actitud. Nosotros olvidamos esta realidad y vivimos como si nada tuviéramos con Él.

Sé que tengo la batalla perdida, pero no dejaré de pelear. Llevamos veinte siglos sin aceptar al Dios de Jesús y adorando al dios del AT y de los fariseos. El dios que premia a los buenos y castiga a los malos no es el Dios de Jesús. El Dios que esta esperando a que nosotros nos portemos bien para amarnos, no es el Dios de Jesús. Dios es solo amor.

Olvidamos algunos detalles de las parábolas. La oveja no tiene que hacer nada para que el pastor la encuentre, mucho menos la moneda. Pero el caso del hijo es todavía peor. ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí me muero de hambre! Lo que le empuja a volver a la casa del padre es un interés rastrero y egoísta.

Seguimos creyendo que nuestras actitudes condicionan la acción de Dios y eso es una barbaridad. En Dios el amor es su esencia (capacidad de identificarnos con Él) y no puede dejar de amar un instante a una de sus criaturas. Si dejara de amar dejaría de ser Dios.

Es ridículo querer comprender a Dios poniendo como ejemplo la bondad de los seres humanos. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido. Dios es don absoluto y total desde antes que empezara a existir.

Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno puede o no hacer. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es una aberración incompatible con el espíritu de Jesús.

Para nosotros la máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios, tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa que el otro me ha causado. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Es amor.

Pensar que si Dios me ama igual cuando soy bueno que cuando fallo, no merece la pena esforzarse, es ridículo. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, infinita y eterna, pero tengo que aceptarla. La actitud de Dios debe ser el motor de cambio en mí. Dios no va a cambiar porque yo cambie de actitud con Él.

 

Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos – Ciclo C (Reflexión)

  Conmemoración de todos los Fieles Difuntos – Ciclo C Noviembre 2, 2025  Isaías 25, 6. 7-9  / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-...