Evangelio según
san Lucas 14, 1.
7-14
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los
fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los
primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de
bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado
más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale
el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último
asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que,
cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’.
Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que
se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será
engrandecido”.
Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una
cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los
vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso
quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los
pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque
ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los
justos”.
Para
profundizar:
“Cuando alguien te invite a un banquete de bodas (...”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Le oí a alguien esta historia, que nos puede servir hoy de contexto: “Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es –dijo mi padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para permitir que los demás las descubran por sí mismos.
Jesús fue a comer muchas veces con gente importante; Él no era un mojigato que se pasaba la vida metido entre cuatro paredes por miedo a contaminarse con el mundo que lo rodeaba. Vino a anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no podía hacerlo encerrado en cuatro paredes. Estando en casa de un jefe fariseo, otros fariseos lo estaban espiando para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver “cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: ‘–Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Además de esta enseñanza tan útil y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra para el que lo había invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten”.
En un retiro al que asistí con Jean Vanier, en Oporto, al norte de Portugal, le escuché decir que alguna vez había leído este texto con un grupo de empresarios del Primer mundo. La reacción que produjo fue de protesta y descontento. Pero también contó que había leído este texto con un grupo de menesterosos de un país pobre. La reacción fue de alegría y júbilo. Los pordioseros saltaban y gritaban de alegría por lo que estaban escuchando. Para ellos esta era una Buena Noticia, mientras que para los primeros era mala. ¿Qué tal nos caen a nosotros estas palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de incertidumbre y molestia? Cada uno puede evaluar la sintonía que siente con las palabras del Señor, para reconocer la llamada del día de hoy. Recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo. Preguntémonos si nuestra carreta hace mucho ruido, o si va cargada de valores y buenas obras para enriquecernos con una riqueza que sólo se podrá apreciar el día en que los justos resuciten..
GRATIS
José Antonio Pagola
Hay una
«bienaventuranza» de Jesús que los cristianos hemos ignorado. «Cuando des un
banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú si no
pueden pagarte». En realidad se nos hace difícil entender estas palabras, pues
el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño e incomprensible.
En nuestra
«civilización del poseer», casi nada hay gratuito. Todo se intercambia, se
presta, se debe o se exige. Nadie cree que «es mejor dar que recibir». Solo
sabemos prestar servicios remunerados y «cobrar intereses» por todo lo que
hacemos a lo largo de los días.
Sin embargo, los
momentos más intensos y culminantes de la vida son los que sabemos vivir la
gratuidad. Solo en la entrega desinteresada se puede saborear el verdadero
amor, el gozo, la solidaridad, la confianza mutua. Dice Gregorio Nacianzeno que
«Dios ha hecho al hombre cantor de su irradiación», y, ciertamente, nunca el
hombre es tan grande como cuando sabe irradiar amor gratuito y desinteresado.
¿No podríamos ser
más generosos con quienes nunca nos podrán devolver lo que hagamos por ellos?
¿No podríamos acercarnos a quienes viven solos y desvalidos, pensando solo en
su bien? ¿Viviremos siempre buscando nuestro interés?
Acostumbrados a
correr detrás de toda clase de goces y satisfacciones, ¿nos atreveremos a
saborear la dicha oculta, pero auténtica, que se encierra en la entrega
gratuita al que nos necesita? Ese seguidor fiel de Jesús que fue Charles Péguy
vivía convencido de que, en la vida, «el que pierde, gana»..
HACER ALGO PARA QUE TE LO PAGUEN ES
UNA TRAMPA
Fray
Marcos
Hoy tiene
importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús. Los judíos
hacían los sábados una comida especial. Aprovechaban para invitar a personas
importantes y así presumir ante los demás invitados. Jesús era una persona muy
conocida y discutida.
Jesús aconseja no
buscar los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer.
Condena toda vanagloria como contraria a su mensaje. El texto conecta con el
domingo: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.
La segunda encierra
un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a
familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del
egoísmo amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que
nos pide Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés personal
del ego.
La demostración de
que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los
demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden
pagarte”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen más allá.
Jesús trastoca
comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva,
que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es
ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Se trata de desplegar
al máximo lo que realmente eres y no quedarte en el falso yo.
La falsa humildad es
demoledora en el orden espiritual. Existen dos clases de falsa humildad. Una es
estratégica y se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar
de ellos una alabanza. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la
persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella.
Ser humilde es
reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de
ello, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria,
soberbia, altivez, arrogancia, etc. "Humildad es andar en
verdad" (Sta. Teresa). Se trata de conocer la verdad de lo que uno es, y
además vivir (andar en) esa realidad.
Siempre que se
violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la
humildad. No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de
descubrir nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas
limitadas.
Si sientes la
necesidad de parecer humilde es que no lo eres. Constantemente estamos
engañándonos a nosotros mismos al creernos más que los demás, incluido más
humildes. La mentira más común es la que nos decimos a nosotros mismos.
En los evangelios
encontramos rabotazos que nos despistan. Parece que se vieron obligados a
responder a los intereses egoístas para ratificar el mensaje. Jesús nunca pudo
decir que te pongas el último para que te hagan subir y así ‘quedar muy bien’.
Lo mismo en la
segunda propuesta; ‘te lo pagarán cuando resuciten los justos’. El ser humano
es capaz de remover cielo y tierra para salirse con la suya, para potenciar su
falso yo. Nuestro ego es tan sutil que se mete hasta en la vida más espiritual.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario