jueves, 31 de julio de 2025

Domingo XVIII de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XVIII de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 12, 13-21) – agosto 3, 2025 
Eclesiastés 1,2; 2,21-23 / Salmo 89 / Colosenses 3, 1-5.9-11


Evangelio según san Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me
ha puesto como juez en la distribución de herencias?”

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”. 

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

La palabra vanidad, viene del latín "vanitas, vanitatis", que significa vacío, vano; y con el sufijo "itas", indica cualidad; así, quien tiene vanidad, tiene la cualidad de estar vacío. 

Nuestro mundo sufre de la epidemia de la vanidad, que se expresa (falsamente) como auto seguridad, cuando en realidad, se tiene el corazón vacío. Aquejados por este mal nos esforzamos por acumular y llenarnos de experiencias, personas o cosas, nuestra mente no descansa buscando con qué saciar nuestra codicia y avaricia; y mentimos, nos mentimos vanidoso, vacíos.

Hoy la Palabra es contundente: "Aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra", porque lo de arriba, eso que no se ve, no se agota y dura para la eternidad. "Guárdense de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes", atesorar aquí, no es riqueza ni saciedad.

Detengámonos este domingo y pidamos al Señor con el salmista: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Sácianos de tu misericordia, danos bondad, has prosperas las obras de nuestras manos. Porque lo que nos hacer ricos, no es lo que acumulamos, sino lo que damos.

#FelizDomingo


“(...) la vida no depende del poseer muchas cosas”

 Rodríguez Osorio, S.J.

Mientras viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida. Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.

El evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.

Es impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para sobrevivir como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.

La parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo se llega a la muerte. Una sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el final de una guerra fratricida que se ha prolongado tanto entre nosotros, podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son capaces de crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.

DE MANERA MÁS SANA

José Antonio Pagola

«Túmbate, come, bebe y date una buena vida»: esta consigna del hombre rico de la parábola evangélica no es nueva. Ha sido el ideal de no pocos a lo largo de la historia, pero hoy se vive a gran escala y bajo una presión social tan fuerte que es difícil cultivar un estilo de vida más sobrio y sano.

Hace tiempo que la sociedad moderna ha institucionalizado el consumo: casi todo se orienta a disfrutar de productos, servicios y experiencias siempre nuevas. La consigna del bienestar es clara: «Date una buena vida». Lo que se nos ofrece a través de la publicidad es juventud, elegancia, seguridad, naturalidad, poder, bienestar, felicidad. La vida la hemos de alimentar en el consumo.

Otro factor decisivo en la marcha de la sociedad actual es la moda. Siempre ha habido en la historia de los pueblos corrientes y gustos fluctuantes. Lo nuevo es el «imperio de la moda», que se ha convertido en el guía principal de la sociedad moderna. Ya no son las religiones ni las ideologías las que orientan los comportamientos de la mayoría. La publicidad y la seducción de la moda están sustituyendo a la Iglesia, la familia o la escuela. Es la moda la que nos enseña a vivir y a satisfacer las «necesidades artificiales» del momento.

Otro rasgo que marca el estilo moderno de vida es la seducción de los sentidos y el cuidado de lo externo. Hay que atender al cuerpo, la línea, el peso, la gimnasia y los chequeos; hay que aprender terapias y remedios nuevos; hay que seguir de cerca los consejos médicos y culinarios. Hay que aprender a «sentirse bien» con uno mismo y con los demás; hay que saber moverse de manera hábil en el campo del sexo: conocer todas las formas de posible disfrute, gozar y acumular experiencias nuevas.

Sería un error «satanizar» esta sociedad que ofrece tantas posibilidades para cuidar las diversas dimensiones del ser humano y para desarrollar una vida integral e integradora. Pero no sería menos equivocado dejarnos arrastrar frívolamente por cualquier moda o reclamo, reduciendo la existencia a puro bienestar material. La parábola evangélica nos invita a descubrir la insensatez que se puede encerrar en este planteamiento de la vida.

Para acertar en la vida no basta pasarlo bien. El ser humano no es solo un animal hambriento de placer y bienestar. Está hecho también para cultivar el espíritu, conocer la amistad, experimentar el misterio de lo trascendente, agradecer la vida, vivir la solidaridad. Es inútil quejarnos de la sociedad actual. Lo importante es actuar de manera inteligente.

 

ACAPARAR LOS BIENES NECESARIOS 

PARA LA VIDA DE OTROS, ES CAUSAR MUERTE

Fray Marcos

Es imposible hablar de riqueza y pobreza sin caer en demagogias simplistas. El problema no está solo en los ricos que acumulan a costa del trabajo de otro por un sueldo injusto. El problema está también en los pobres que alegando la justicia social pretenden vivir tan ricamente sin dar un palo al agua. No tener esto en cuenta también es demagogia.

Se trata de un mensaje muy sutil. El mismo relato insinúa que ni el que lo escribió lo tenía muy claro. En efecto. El rico no es necio porque lo que ha acumulado lo va a disfrutar otro. Sería igual de insensato si toda la riqueza acumulada pudiera disfrutarla él mismo.

Tampoco es válido el “debemos ser ricos ante Dios” ni “no acumuléis riquezas en la tierra”. Nos invitan a valorar las riquezas espirituales. Es una propuesta también descabellada, entendida como obligación de hacer obras buenas que se acumularían para garantizar una felicidad para el más allá proporcional a lo buenos que hayamos sido aquí abajo.

Este planteamiento que hemos mantenido durante dos mil años sigue siendo insuficiente, porque sigue proponiendo la necesidad de seguridades para el falso yo. No importa que sean seguridades espirituales y para el más allá, porque siguen siendo necesidad de seguridades que necesita el falso yo para subsistir y afianzarse. Jesús nunca pudo hacer esta propuesta.

Intentaré explicarme. Si necesito cualquier seguridad o echo algo en falta, es señal de que estoy planteando mi existencia desde mi falso ser (“creatural”, decía Eckhart). Mi verdadero ser es absoluto y no le falta nada. Este ser que soy ha existido siempre. Ni ha nacido ni puede morir. No debo echar en falta ni siquiera la vida que sería el aparente valor supremo.

El evangelio nos está diciendo que tener más no nos hace más humanos. La posesión de bienes de cualquier tipo no puede ser el objetivo último. La trampa está en que cuánta mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de alcanzar la meta definitiva.

El hombre tiene necesidades biológicas, que debe atender. Pero descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas.

Es muy difícil mantener un equilibrio. Podemos hablar de la pobreza muy pobremente y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Pero rechaza que lo hagamos a costa de las carencias de los demás.

Se trata de desplegar una vida plenamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza.

 

 

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