jueves, 3 de abril de 2025

V DOMINGO DE CUARESMA – C (Profundizar)

 V DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Juan 8, 1-11) – abril 6, 2025 
Isaías 43, 16-21; Salmo 125; Filipenses 3, 7-14

 

Evangelio según san Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?".

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: ''Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?".
Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 "Yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan?"

"Olvido lo que he dejado atrás y me lanzo hacia adelante." "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar."

Este domingo de Cuaresma se nos propone el horizonte de la esperanza, que brota de la conversión. Es un horizonte capaz de buscar y reconocer lo nuevo, de levantarse y ponerse en marcha, de reconocer que Jesús es defensor y no acusador; sabiendo Él de nuestra miseria, nos defiende y nos reincorpora, nos llama a no volver a pecar más.

El dinamismo cristiano de la Cuaresma no termina en reconocer nuestra miseria, fragilidad y pecado, y mucho menos en llenarnos de terror hacia Dios; el dinamismo cristiano de reconciliación nos provee de una nueva actitud, que reconoce con verdad y exclama con gratitud: "Grandes cosas has hecho por mí, Señor". Pues quien se sabe rescatado, librado, vive agradecido y quiere no volver a pecar más.

#FelizDomingo

“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” 

Cuentan que una vez un sacerdote con cierta experiencia pastoral se iba de paseo un fin de semana y encargó todos los detalles al joven vicario parroquial: “–Tenga en cuenta que el sábado hay dos misas; la de seis y la de siete en la que habrá un matrimonio. El domingo recuerde tocar las campanas, aunque los vecinos se quejen. No se olvide de la misa de niños a las once. Por la tarde, deje las limosnas sobre el escritorio...” Y así, el párroco se fue tranquilo a su paseo.

Al regresar, el lunes por la tarde, recibió un completo informe de lo sucedido el fin de semana. Aparentemente, no hubo nada raro. Pero llegando al final del relato, el joven vicario dijo: “–¡Ah, se me olvidaba comentarle! Resulta que el sábado vino mucha gente al matrimonio. Llegó más gente que a la misa de las seis”. “–Hasta ahí, nada raro”, replicó el párroco. El vicario continuó: “–Pues resulta que vino una señora evangélica. Todo el mundo sabe que ella es evangélica; yo mismo la he visto entrar en un templo que hay cerca de aquí. Es muy amiga de la novia y por eso estaba allí”. “–Hasta ahí, nada raro”, continuó el párroco, ya un poco molesto por los rodeos. “–Pues lo raro fue que en el momento de la comunión la señora se puso en la fila y yo no sabía qué hacer. Mientras iba repartiendo la comunión a los fieles, me iba preguntando interiormente: ¿qué hago, Señor? ¡Ilumíname! Cuando llegó frente a mí, lo único que se me ocurrió preguntarme fue: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este?” Entonces, el párroco, casi gritando, dijo: “¡No me diga que hizo eso! Hoy mismo hablaré con el obispo para que lo sancione por lo que ha hecho. Habrá una ceremonia de desagravio en la que estén presentes los feligreses de la parroquia”.

No sé qué final le ha puesto cada uno de los lectores a esta historia. Propiamente, la historia no cuenta lo que hizo el vicario. Lo único que deja claro es que lo que pensó el joven sacerdote que hubiera hecho Jesús, escandalizó al párroco. Pero ni siquiera éste supo qué hizo el vicario. Se supone que hizo lo que Jesús hubiera hecho en un caso similar. No conozco una mejor forma de explicar lo que es el discernimiento espiritual. La gente se imagina que el discernimiento es una técnica determinada para buscar la voluntad de Dios. Desde luego, hay técnicas que nos pueden ayudar a adelantar un proceso de discernimiento personal o comunitario. Pero, estrictamente hablando, estas técnicas no son el discernimiento. Por eso, prefiero decir que el discernimiento espiritual es una forma de vida que, sin mayores complicaciones, se hace cada día y ante cada situación particular y cotidiana, la pregunta del vicario parroquial: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este? Y no sólo se hace la pregunta, sino que acierta en la respuesta y la realiza sin titubeos. Si nos hemos impregnado de la manera de obrar de Jesús, no debería ser tan complicado saber cómo obraría él en una determinada situación. Lo complicado, normalmente, no es saber qué haría el Señor. Lo difícil es hacerlo... Sobre todo, porque las consecuencias para la propia vida son impredecibles, como fue impredecible la reacción del párroco de la historia, que se escandalizó, no de lo que hizo el vicario, sino de lo que él mismo pensó que hubiera hecho Jesús ante una situación como esa...

La escena que nos presenta el evangelio de san Juan este domingo también debió escandalizar a más de uno en su momento. Incluso hoy, no faltará quien piense que Jesús se pasó de bueno, porque una cosa es tener misericordia y otra dejar pasar estos pecados tan monumentales sin una sanción ejemplar para todos los creyentes. Jesús no condena a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Una persona sensata, con criterios morales, no habría tenido la menor duda de que a esta mujer había que apedrearla, como lo mandaba la ley de Moisés. Pero Jesús no dejará nunca de sorprendernos con su bendita forma de pensar y sobre todo con su más bendita forma de actuar. Lo primero es salvar a la persona humana... a cada ser humano en particular. Y este es el criterio fundamental para discernir su voluntad hoy. Ese fue el criterio del vicario de la historia, y ese debería ser el criterio que nos guíe hoy en nuestros propios discernimientos.

AMIGO DE LA MUJER

José Antonio Pagola

Sorprende ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre de una familia de pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea... De ningún profeta se dice algo parecido.

¿Qué encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? La respuesta que ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes. Las trata con una ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como discípulas. Nadie las había tratado así.

La gente las veía como fuente de impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin temor alguno, las acepta en su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta agradecida.

La sociedad las consideraba como ocasión y fuente de pecado; desde niños se les advertía a los varones para no caer en sus artes de seducción. Jesús, sin embargo, pone el acento en la responsabilidad de los varones: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón».

Se entiende su reacción cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, con intención de lapidarla. Nadie habla del varón. Es lo que ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se condena a la mujer porque ha deshonrado a la familia y se disculpa con facilidad al varón.

Jesús no soporta esta hipocresía social construida por el dominio de los varones. Con sencillez y valentía admirables, pone verdad, justicia y compasión: «El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra». Los acusadores se retiran avergonzados. Saben que ellos son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad.

Jesús se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: «Tampoco yo te condeno». Vete, sigue caminando en tu vida y, «en adelante, no peques más». Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no pecar. Pero de sus labios no saldrá condena alguna.

¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?

 

DIOS NO JUZGA, JESÚS NO CONDENA 

El texto está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos. Es un relato muy antiguo y su mensaje está de acuerdo con los evangelios, incluido el de Juan.

En el relato, se destaca el “fariseísmo” de los acusadores. El texto dice que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con naturalidad.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Aquellos hombres acusaban, pero no se hacían responsables de la muerte.

Jesús perdona a la mujer antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Es el amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. El “perdón” de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor.

Sigue habiendo “cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El Padre estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero y distante. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada.

El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. El miedo paraliza nuestra vida espiritual. El descubrimiento del verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. ¿Quién es el bueno y quién es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? Solo el fariseísmo.

Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el hermano menor (adúltera) como el mayor (fariseos) tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor.


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