viernes, 20 de diciembre de 2024

Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

 Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 1, 39-45) – diciembre 22, 2024 
Miqueas 5, 1-4; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10



En este Cuarto Domingo de Adviento, y a solo tres días para recordar (volver a pasar por el corazón) y celebrar, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre, para salvarnos…

Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".

Reflexión:

¿Porqué festejo el nacimiento del Salvador?

La liturgia de este cuarto domingo de Adviento nos ayuda terminar de disponer nuestro corazón, a la Navidad, que es el nacimiento de Jesús. Para no quedarnos en la superficialidad de “las fiestas”, habremos de profundizar en el hecho de que la segunda persona de la Trinidad se haya encarnado en un hombre, en un ser humano, podemos considerar lo siguiente:

En este tiempo, veintiún siglos después, la Navidad, nos recuerda que:

·        La Santísima Trinidad, miró (y sigue mirando) a la humanidad, “que está entre paz y guerra / alegría y llanto / salud y enfermedad / vida y muerte” (cfr. EE 101) … y decide salvarla de todo aquello que le impide tener vida abundante, una que valga la pena vivir…

·        Los profetas (de antes y de hoy), anuncian la venida del Salvador: “el que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz" (Miq. 5, 1-4)

·        Se hizo uno con nosotros, Emmanuel, para ser él mismo una ofrenda, que se entrega por nosotros; es la encarnación personaliza la voluntad de Dios de permanecer siempre con nosotros… (cfr. Heb 10, 5-10)

·        Además del sí, para ser la madre terrena del Hijo de Dios, María, en el evangelio de hoy nos muestra como el servicio y disponibilidad, al ir a ayudar a su prima Isabel, es el camino de hacer llegar hoy, en nuestro mundo al salvador… (cfr. Lc 1, 39-45)

En síntesis, el mensaje de este IV Domingo de Adviento, en palabras del padre Francisco José Collantes Iglesias O.P.: “Si somos personas llenas del Espíritu de Dios saltará de gozo nuestro corazón y nuestra vida renacerá a la esperanza. Nos visita la Madre del Señor y, al tiempo que experimentamos nuestra pequeñez, abrimos los brazos y el corazón para acoger al Enmanuel que llega para hacer realidad la salvación… La presencia de María que sale a nuestro encuentro, en medio de las dificultades de nuestra vida y de los acontecimientos que hacen sufrir a tantas personas hoy en nuestro mundo, tiene que ser una bocanada de aire fresco que nos haga, al creer en Dios, creer también en una humanidad capaz de abrirse a lo nuevo y experimentar el gozo y la esperanza verdaderos”.

Así, reconocemos que, nuestra preparación y disposición a celebrar el Nacimiento de Jesús, es necesaria para que verdaderamente, Dios este presente entre nosotros.

¡Feliz Noche Buena! ¡Feliz Navidad!

 

¿Soy una persona capaz de ser sensible a las necesidades de los otros?... ¿Fomento en mi vida la actitud de servicio?... ¿Salgo de mi mismo, de mis cosas y de mis seguridades, para encontrarme con los demás?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Profundizar)

 Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 1, 39-45) – diciembre 22, 2024 
Miqueas 5, 1-4; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10


 

Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 

“...” 

 

ACOMPAÑAR A VIVIR 

Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en esos momentos su ayuda.

Hay una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días, y que consiste en «acompañar a vivir» a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.

Estamos consolidando, entre todos, una sociedad hecha solo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.

Estamos fomentando así lo que se ha llamado el «segregarismo social» (Jürgen Moltmann). Juntamos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...

Así, todo está en orden. Cada uno recibe allí la atención que necesita, y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Procuramos rodearnos de personas sin problemas que pongan en peligro nuestro bienestar, y logramos vivir «bastante satisfechos».

Solo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar, tengan la impresión de que la vida se les está escapando aburridamente entre las manos.

El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.

No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño triste marcado por la separación de sus padres…

Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción.

 

MARÍA ES PORTADORA DE LA DIVINIDAD 

Esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos. Son teología narrativa. Que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje que el autor ha querido transmitir. Si fueran noticias de un suceso, nos daríamos por enterados y punto. Si son teología, nos obliga a desentrañar la verdad que sigue siendo válida. Este texto es uno de los más densos y profundos de Lucas.

Hemos leído los textos desde una perspectiva equivocada. Ni María sabía que había engendrado al “Hijo de Dios” ni Isabel que llevaba en su seno la Precursor. No tiene ninguna verosimilitud que noventa años después del suceso, alguien se acuerde de una visita a una prima, mucho menos que recuerde las palabras que se dijeron. No digamos nada si imaginamos a María, arrancándose con el magníficat, recitado palabra por palabra. No, el relato nos está trasmitiendo lo que pensaban los cristianos de finales del siglo primero.

En el texto todo son símbolos. La primera palabra en griego es ‘anastasa’, que significa levantarse, resurgir, que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que emplea el mismo Lucas para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida y sube a la “montaña”, el ámbito de lo divino. Pensamos que la madre da la vida al hijo. Aquí es el Hijo el que da vida a la madre. Inmediatamente, la madre lleva al que le ha dado esa vida, a los demás, es decir da a luz al Hijo. Eckhart decía con gran atrevimiento: todos estamos preñados de Dios y la principal tarea de todo cristiano es darle a luz.

La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. El relato está calcado del libro de Samuel II que narra el traslado del arca de la ciudad de Baalá al monte Sion. David dijo: ¿Quién soy yo para que me visite el arca de mi Señor? El arca permaneció tres meses en casa de Obededón de Gat. En la llegada del arca hubo saltos de alegría. El Señor llenó de bendiciones a la casa de Obededón. Hubo cantos y anuncios de liberación.

Lo sublime se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo. El AT y el nuevo se encuentran y se aceptan, fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, en la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría. Todo quiere indicar que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Se descubre el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús.

Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces hemos repetido esta alabanza? “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza total en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación, María pasa al elogio de Dios con el canto de “el Magníficat”.

Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas es muy distinto. Basta comparar los relatos de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia.

La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, si no que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo, nunca prosperará.

A la vivencia de Jesús, hace referencia la carta de Pablo. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias más profundas de su ser. La clave está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad." No se trata de ofrecer a Dios “dones” o “sacrificios”. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es propia de una persona volcada sobre lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias. Solo haciendo su voluntad, damos verdadero culto a Dios. En Juan, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.

Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron en Él la “naturaleza” de Dios sino porque descubrieron que Jesús cumplió su voluntad. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, imitarle. Esa fidelidad al ser del padre convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin duda alguna, Hijo de Dios.

Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios fuera. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien­tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. ‘La voluntad de Dios’ no es algo venido de fuera y añadido. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios es ser fiel a sí mismo.

En todas las épocas y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van todas nuestras oraciones, los sacrifi­cios, las promesas, votos.

Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo. La salvación de Dios no consiste en quitar sino en poner plenitud, En todo ser humano está ya la plenitud como un proyecto que tiene que ir desarrollando. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo.

 

 


jueves, 12 de diciembre de 2024

Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

 Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) – diciembre 14, 2024
Sofonías 3,14-18; Isaías 12; Filipenses 4,4-7



Tercer domingo de Adviento: una llamada a la alegría y esperanza, preparando nuestro corazón para que el amor habite nuestro corazón…

Evangelio según san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él contestó: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo".

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?" Él les decía: "No cobren más de lo establecido".

Unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?" Él les dijo: "No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario".

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias.

El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue".

Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

Reflexión:

¿Cómo alegrarme en Jesús?

En las lecturas de hoy (Sofonías 3, 14-18, Isaías 12, y Filipenses 4, 4-7), encontramos un mensaje que nos anima a prepararnos para la venida de Jesús (hoy, en este tiempo y para cada día por venir), y el evangelio (Lucas 3, 10-18) nos presenta a Juan Bautista, quien nos dice cómo hacerlo presente.

El mensaje es claro: debemos abrir nuestro corazón para recibir a Dios, cambiar nuestra manera de vivir, de tal manera que nuestra vida sea alegría y gozo, “como en días de fiesta” (Sof 3, 18).

Ante la realidad de la vida, que parece ofrecer dificultades, injusticias, dolor, malestar… el llamado de los profetas lo podemos actualizar hoy, hacerlo nuestro, dando espacio en nuestro corazón a que Dios lo habite, para dar paso a la confianza y esperanza, lo cual significa vivir con la certeza de que no estamos solos,  Él camina a nuestro lado y transforma nuestras vidas con su amor y así  podemos ser sanados y salvados. 

Dios, es como una fuente de agua viva que calma nuestra sed y nos da vida, cuando dejamos que Él habite en nuestro corazón, nos llena de alegría y de esperanza, porque sabemos que Dios siempre está trabajando para salvarnos (cfr. Is 12).

Por otra parte, Pablo nos anima a vivir siempre alegres y a confiar nuestras preocupaciones a Dios; con Él, experimentamos una paz que nos da fuerza para enfrentar los desafíos de cada día (cfr.Fil 4,4-7).

Juan Bautista nos enseña que abrir el corazón a Dios no es algo pasivo. Se trata de preparar el camino, de vivir con generosidad, justicia y amor. Cuando hacemos esto, no solo encontramos alegría y esperanza para nosotros mismos, sino que también ayudamos a los demás a experimentar la salvación de Dios.

Cuando dejamos que Dios habite en nuestro corazón, nos llena de alegría y esperanza, de que todo puede ser transformado para bien. Su salvación no es solo algo que esperamos en el futuro, sino una realidad que comienza ahora, en el momento en que le decimos: "Señor, entra en mi vida".

 

¿Cómo puedo dejar entrar a Dios en mi corazón?... ¿Qué pequeñas acciones puedo hacer para compartir con los demás la alegría y la esperanza de su amor?... ¿Cómo vivir con respeto y justicia, mis relaciones interpersonales?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Profundizar)

 Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) – diciembre 15, 2024
Sofonías 3,14-18; Isaías 12; Filipenses 4,4-7


Evangelio según san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él contestó: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo".

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?" Él les decía: "No cobren más de lo establecido".

Unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?" Él les dijo: "No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario".

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias.

El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue".

Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

¡Alégrense! Es la llamada de este III Domingo de Adviento. Quien se alegra es benevolente y sólo quien es benevolente tiene el corazón alegre, lleno de júbilo. Entonces, tenemos llamada y camino, llamado a la alegría por la ruta de la benevolencia. ¿Qué debemos hacer para ser benevolentes? Ser compartidos, justos, honestos, agradecidos y vivir en la verdad; nos dice en el Evangelio de Lucas, el Bautista Juan. Ya muy cerca de la navidad examinemos nuestra benevolencia y seamos benevolentes. Llenemos nuestro arbolito y nacimiento de acciones benevolentes, compartamos, no de lo que nos sobra, sino de lo mejor que tenemos; devolvamos, aclaremos, perdonemos. La benevolencia llenará y regocijará nuestros corazones, más que cualquier cosa envuelta en papel brillante en esta Navidad. 

¿A qué te sientes invitado, invitada? ¿Qué acciones de benevolencia van a organizar con tu familia en torno a la Navidad? 

#FelizDomingo

“Juan anunciaba las buenas noticias a la gente” 

La predicación es un arte que no es fácil adquirir y siempre habrá quejas porque es muy extensa, o muy breve o porque en lugar de referirse a la Palabra de Dios nos detenemos en asuntos de la política o de los problemas económicos. Pero si el predicador hace referencia a las Escrituras, es fácil escuchar también a otros que se quejan que lo único que hace el predicador es repetir las lecturas sin hacer referencias a la realidad actual. Es muy difícil tener contenta a la gente con nuestra predicación, pero también hay que reconocer que muchas veces los que prestamos este servicio en la Iglesia, necesitamos preparar con mayor cuidado lo que vamos a decir, de manera que las personas que nos escuchan se sientan ‘edificados’ e invitados a cambiar su propia vida. En el Oficio de lectura de la memoria de San Vicente Ferrer, se ofrece un texto tomado de su Tratado sobre la vida espiritual, en el que hay una serie de recomendaciones sobre la predicación que vale la pena recordar hoy:

“En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado; pero de tal manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino que lo haces llevado de la caridad y espíritu paternal, como un padre que se compadece de sus hijos cuando los ve en pecado o gravemente enfermos o que han caído en un hoyo, esforzándose por sacarlos del peligro y acariciándoles como una madre. Hazlo alegrándote del bien que obtendrán los pecadores y del cielo que les espera si se convierten. Este modo de hablar suele ser de gran utilidad para el auditorio. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios no produce impacto en los oyentes”.

El texto del evangelio que nos presenta la Escritura en el día de hoy nos cuenta cómo predicaba San Juan Bautista, poniendo ejemplos muy claros y comprensibles para aquellos que le preguntaban qué debían hacer: “El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene”. Y cuando le preguntaron unos publicanos sobre lo que debían hacer, les dijo: “No cobren más de lo que deben cobrar”. Más adelante se habla de unos soldados que también se acercaron para saber qué debían hacer ellos, y Juan les dice: “No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho, y conformándose con su sueldo”. Todo esto, lo decía Juan, teniendo claro que no se anunciaba a sí mismo, sino que su tarea era preparar el encuentro de cada uno de sus oyentes con el Señor que venía a su encuentro de modo personal.

Al acercarse la celebración de la Navidad, nos sentimos invitados a cambiar muchas cosas en nuestra vida y la predicación debe señalar con ejemplos claros y sencillos las cosas que podemos cambiar, invitando a las personas que buscan una respuesta a descubrir lo que podemos y debemos hacer para que hoy vuelva a ser Navidad en medio de nosotros y en medio de nuestro pueblo. De acuerdo con la situación concreta de los oyentes que tenemos delante, deberíamos hacer el esfuerzo por concretar los cambios que podrían hacer en sus propias vidas y bajar a lo concreto, como lo recomiendo San Vicente Ferrer y como lo hace el Bautista… Esto es anunciar “las buenas noticias a la gente”.


¿QUÉ DEBEMOS HACER? 

A pesar de toda la información que ofrecen los medios de comunicación se nos hace difícil tomar conciencia de que vivimos en una especie de «isla de la abundancia», en medio de un mundo en el que más de un tercio de la humanidad vive en la miseria. Sin embargo, basta volar unas horas en cualquier dirección para encontrarnos con el hambre y la destrucción.

Esta situación solo tiene un nombre: injusticia. Y solo admite una explicación: inconsciencia. ¿Cómo nos podemos sentir humanos cuando a pocos kilómetros de nosotros –¿qué son, en definitiva, seis mil kilómetros?– hay seres humanos que no tienen casa ni terreno alguno para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo que comer; niños que no podrán ya superar la desnutrición?

Nuestra primera reacción suele ser casi siempre la misma: «Pero nosotros, ¿qué podemos hacer ante tanta miseria?». Mientras nos hacemos preguntas de este género nos sentimos más o menos tranquilos. Y vienen las justificaciones de siempre: no es fácil establecer un orden internacional más justo; hay que respetar la autonomía de cada país; es difícil asegurar cauces eficaces para distribuir alimentos; más aún movilizar a un país para que salga de la miseria.

Pero todo esto se viene abajo cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que reciben del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para «preparar el camino al Señor». El profeta del desierto les responde con genial simplicidad: «El que tenga dos túnicas que dé una a quien no tiene ninguna; y el que tiene para comer que haga lo mismo».

Aquí se terminan todas nuestras teorías y justificaciones. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente no acaparar más de lo que necesitamos mientras haya pueblos que lo necesitan para vivir. No seguir desarrollando sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de hambre. El verdadero progreso no consiste en que una minoría alcance un bienestar material cada vez mayor, sino en que la humanidad entera viva con más dignidad y menos sufrimiento.

Hace unos años estaba yo por Navidad en Butare (Ruanda), dando un curso de cristología a misioneras españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su casa, había encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no tenía ninguna enfermedad grave, solo desnutrición. Era uno más de tantos huérfanos ruandeses que luchan cada día por sobrevivir. Recuerdo que solo pensé una cosa. No se me olvidará nunca: ¿podemos los cristianos de Occidente acoger cantando al niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos niños del Tercer Mundo?

 

 

PARA QUE DIOS TE AME NO TIENES QUE HACER NADA 

La primera palabra de la liturgia de este domingo es una invitación a la alegría. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado lo que Él mismo es. No tenemos que estar contentos ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios está ya en nosotros.

La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente sino la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por la toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mí, encontraré la absoluta felicidad.

¿Qué tenemos que hacer? La respuesta manifiesta la igualdad y la diferencia entre el mensaje de Jesús y de Juan. El Bautista se creía que la salvación que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la actitud de los fariseos. Jesús sabe que la salvación de Dios es gratuita e incondicional. Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a gusto con la predicación de Juan que con la del mismo Jesús. Esto queda muy claro en los evangelios.

Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos, cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio la frase como “las prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para Jesús había algo más importante que el cumplimiento de la Ley. S. Agustín en una de sus genialidades lo expresó con rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del evangelio.

Todas las respuestas que da Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los demás. Se percibe una preocupación por hacer más humanas esas relaciones, superando todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios, es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro. La pena es que seguimos esperando que venga a nosotros lo que ya tenemos.

El pueblo estaba en expectación. Una manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.

La presencia de Dios en mí no depende de mis acciones u omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos del evangelio que nos dice lo contrario.

Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre a lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad es absurda. Estamos dispuestos a hacer “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo.

No hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que podría esperar. Ésta tendría que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría.

La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos, las pasiones, nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Hacemos lo imposible para que Dios tenga que darnos la salvación que esperamos. Incluso hemos puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación.

Este conocimiento no es racional ni discursivo, sino vivencial. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos. Pidiendo a Dios que potencie ese falso ser.

La alegría de la que habla la liturgia de hoy no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me apoyo en esa parte de mi ser, fracasaré.

La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues la realización de las obras puede ser programación. No se trata de hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro.

 

jueves, 5 de diciembre de 2024

Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 1-6) – diciembre 8, 2024 
Baruc 5, 1-9 / Salmo 125 / Filipenses 1,4-6.8-11

Este segundo domingo de Adviento, nos ayuda a seguir preparando nuestro corazón a la venida del Salvador

Evangelio según san Lucas 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Reflexión:

¿Cómo ordenar mi vida?

En la liturgia de este segundo domingo de Adviento, cada uno de nosotros estamos invitados a reflexionar sobre la esperanza, la transformación personal y a cómo preparar nuestro corazón para que Dios actúe en nuestra vida.

Preparar la venida del Señor, es estar atentos a la presencia de Dios en nuestra vida ordinaria, y darnos cuenta como es que “cada día” podemos ser liberados de aquello que nos aleja / destierra, de una vida que vale la pena vivir; es seguir aprendiendo a vivir, poniendo en práctica lo que nos enseña la Palabra:

  •      Dios viene a transformar la tristeza en alegría, a cambiar lo que está roto en algo hermoso. Es como si Dios dijera: "Levántate, no te quedes atrapado en tus problemas. Yo haré un camino nuevo para ti, un camino de paz y justicia". Esto nos enseña que, incluso en los momentos más difíciles, Dios no se olvida de nosotros. Él está preparando algo bueno, pero necesitamos estar atentos y dispuestos a caminar con Él. (Cfr. Baruc 5, 1-9)
  •      Él convierte las lágrimas en risas, los caminos cerrados en senderos nuevos. Piensa en un momento en que creías que todo estaba perdido y algo cambió para mejor. Eso es lo que Dios hace… (Salmo 125)
  •      San Pablo habla de cómo ora por sus amigos para que crezcan en amor, sabiduría y santidad. Esto es un recordatorio de que nuestra relación con Dios no se trata solo de cumplir reglas, sino de crecer cada día en amor y entrega. Pablo también dice algo muy importante: Dios, que comenzó algo bueno en nosotros, lo llevará a la perfección. A veces podemos sentirnos incapaces o no lo suficientemente buenos, pero Dios nunca abandona la obra que ha comenzado en nosotros. (Filipenses 1,4-6.8-11)
  •      Juan Bautista llama al pueblo a preparar el camino para la llegada de Jesús. Habla de "enderezar lo torcido" y "rellenar los valles", que es una forma de decir que necesitamos revisar nuestra vida y quitar todo lo que nos impide recibir a Dios: egoísmo, envidia, miedos. Imagínate que tu corazón es un camino por donde Jesús quiere pasar. Si está lleno de piedras o bloqueado, Él no puede entrar. Preparar el camino significa abrirnos a su amor, pedir perdón, reconciliarnos con los demás y ser más generosos. ( Lucas 3, 1-6)

Dios nos ama tal como somos, pero también quiere ayudarnos a crecer y ser mejores personas. Él tiene un plan de esperanza y alegría para nuestra vida, pero necesitas confiar en Él y prepararnos para recibirlo. Al igual que un camino necesita ser “transitable” para que alguien pueda llegar, también podemos preparar nuestro corazón, llenarlo de amor y dejar que Dios lo transforme. Además, no importa cuán difícil sea el camino, Dios camina con nosotros, nos sostiene como una montaña firme y nunca abandona la obra que ha comenzado en ti. Confía en su plan, actúa con amor y deja que su luz ilumine tu vida.

¿Qué áreas de tu vida necesitan ser iluminadas por la esperanza de Dios?... ¿Qué cosas en tu vida te dan alegría?... ¿Qué "piedras" u "obstáculos" necesitas quitar de tu vida para que Jesús pueda entrar a tu corazón?


Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

Para profundizar: Leer

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C (Profundizar)

 Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 1-6) – diciembre 8, 2024
Baruc 5, 1-9 / Salmo 125 / Filipenses 1,4-6.8-11


Evangelio según san Lucas 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Despójate de la aflicción, ponte de pie, levanta los ojos. Dios ha ordenado que se abajen las colinas (ya no hay nada "de subida") que se aplane la tierra (nada en que tropezar); nos grita el profeta Baruc el día de hoy, con el deseo de sacudirnos la desesperanza. 

El Salmista, nos refresca la memoria: ¡Grandes cosas has hecho por nosotros Señor!, ¿Cuántas veces el Señor ha cambiado nuestras tristezas por alegrías? y luego viene Pablo, recordando que "Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando". Somos proyectos inacabados e imperfectos, pero Él nos sigue modelando. La ruta para la vida y la perfección es vivir amando, más y más, nos recuerda Pablo. Y finalmente reforzando el tono del Adviento, Lucas en su Evangelio nos recuerda el anuncio del Bautista: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. ¿Qué hay que enderezar de nuestra vida? ¿Qué hay que preparar para cuando el Señor llegue? 

En medio de las complicaciones, sufrimientos y desesperanzas la Palabra nos llama con fuerza a seguir amando y creyendo, con memoria y esperanza a prepararnos porque el Señor viene de nuevo. #FelizDomingo

Todo el mundo verá la salvación que Dios envía

Hace algunos días un amigo me contaba la historia de su abuela que bordaba unos manteles muy hermosos. “Cuando era niño me quedaba junto a ella las tardes enteras charlando mientras sus hábiles manos danzaban en perfecta armonía con los hilos y las telas. Su estado de ánimo variaba dependiendo del día. A veces estaba alegre y conversadora; otras, lucía seria y silenciosa. Y de vez en cuando se quejaba más de la cuenta. Sin embargo, siempre, sin importar el día, cosía con la misma mística. Frecuentemente la encontraba en su silla, dormitando, con la cabeza inclinada levemente hacia adelante, pero aferrada con firmeza a su tejido. Durante semanas sus bordados me parecían extraños y confusos, puesto que mezclaba hilos de distintos colores y texturas, que se veían en completo desorden. Cuando le preguntaba qué estaba tejiendo o bordando, sonreía y gentilmente me decía: –Ten paciencia, ya lo verás. Al mostrarme la obra terminada, me percataba que donde había habido hilos de colores oscuros y claros, resplandecía bordada una linda flor o un precioso paisaje. Lo que antes parecía desordenado y sin sentido, se entrelazaba creando una hermosa figura. Me sorprendía y le preguntaba: –Abuela, ¿cómo lo haces? ¿Cómo puedes tener tanta paciencia? –Es como la vida –respondía–. Si te fijas en la tela y los hilos en su estado original, se asemejarán a un caos, sin sentido ni relación, pero si recuerdas lo que estás creando, todo tendrá sentido”. 

Cuando leo las circunstancias que describe el Evangelio que nos presenta hoy la liturgia, tengo la impresión de ver un tejido, todavía sin forma, como el de la abuela de mi amigo: “Era el año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes”. Pero cada uno de estos hilos, con los que Dios iba tejiendo la historia humana, se iba también tejiendo la historia de nuestra salvación. 

Dice san Lucas que “por aquel tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, y Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados”. El oficio de Juan el Bautista ha sido siempre reconocido como el anuncio de la llegada del Mesías; Juan fue quien supo señalar, entre la multitud, al Cordero de Dios que venía a quitar el pecado del mundo. Juan le enseñó a la gente a reconocer, entre los hilos y las telas de una historia confusa, la presencia del Emmanuel, es decir, del Dios con nosotros, que se hizo historia y sangre, pueblo y cultura, súplica y grito de protesta, en el vientre de María, la Virgen fecunda, la llena de gracia y simpatía. 

Juan viene a dar cumplimiento a la profecía de Isaías que invitaba a levantar la voz en medio del desierto: “Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto. Todo valle será rellenado, todo cerro y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados, y allanados los caminos disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios envía”. Que, en estos días de adviento, podamos preparar nuestras vidas para que seamos capaces de reconocer, como Juan, o como la abuela de mi amigo, los planes de Dios en medio de los hilos caóticos de nuestra historia personal y colectiva.


ABRIR CAMINOS A DIOS

Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en su corazón la fe en un Dios Salvador. Su grito se concentra en una llamada: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?

Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas o la misa. Lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan.

Atención interior. Para abrir un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío... No importa. Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no descansará si no es en él.

Con un corazón sincero. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración: «¡Oh, Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Este es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.

En actitud confiada. El miedo cierra a no pocos el camino hacia Dios. Les da miedo encontrarse con él: solo piensan en su juicio y sus posibles castigos. No terminan de creerse que Dios solo es amor y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito. Despertar la confianza en este amor es empezar a vivir de manera nueva y gozosa con Dios.

Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie, y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante es no perder el deseo humilde de Dios. Quien sigue confiando, quien de alguna manera desea creer, es ya «creyente» ante ese Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

 

JUAN FUE TODO UN PROFETA, DE ÉL PARTIÓ JESÚS PARA SU MENSAJE 

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lucas la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lucas la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.  

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades, a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado, nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan, y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso. A Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lucas se olvida de todo lo que dijo en los capítulos 1 y 2. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los hechos para dejar claro que no inventa los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso, y que esa oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verán la salvación de Dios”. 

Como buen profeta, Juan descubrió que, para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo. 

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir" pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas. 

Para los evangelios, Jesús predica una “buena noticia”. Dios es Abbá, Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Me pregunto, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús. 

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley. 

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo. 

No encontramos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, porque nos limitamos a repetir lo ya dicho. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del gozo inmediato acaba contrarrestando la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida. 

Más que nunca, necesitamos una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera. 

Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta, caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación. 

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriéndola en lo hondo de nuestro ser que tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo. 

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación, pero ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios. 

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia, es el romano, que era la restitución según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza.


Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

  Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 1, 39-45) – diciembre 22, 2024  Miqueas 5, 1-4; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10 En este Cuarto Dom...