jueves, 26 de diciembre de 2024

Domingo I de Navidad – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo I de Navidad – Ciclo C (Lucas 2, 41-52) – diciembre 29, 2024 
Fiesta de la Sagrada Familia 
1 Samuel 1, 20-22. 24-28; Salmo 83; 1 Juan 3,1-2.21-24


En este primer domingo de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia; todavía con la alegría del nacimiento de Jesús, la liturgia nos ayuda a aterrizarla en lo concreto  

Evangelio según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.

Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia". Él les respondió: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?". Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.

Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres. 

Reflexión:

¿Cómo estar en las cosas del Padre?

Todos tenemos una familia, y en ella es donde aprendemos a vivir y a relacionarnos, en ella forjamos las bases de nuestro carácter; por ello, la familia, es dónde debemos enfocar nuestro esfuerzo, para poder vivir en paz, con esperanza: José, María y el niño Jesús, habrán de ser un modelo por seguir.

En Navidad, celebramos que Dios ha venido a habitar entre nosotros, no en un templo físico, sino en nuestros corazones y familias.

La Navidad, nos invita a depositar nuestra confianza en Dios, reconociendo que su plan siempre es para nuestro bien, incluso cuando no entendemos todo en el momento.

Navidad es el momento en que la verdad cobra vida: Dios nos ama tanto que envía a su Hijo al mundo para salvarnos y recordarnos nuestro valor infinito. Este tiempo es una oportunidad para vivir con alegría y esperanza

Así que, pongamos atención a las lecturas y en especial al evangelio, donde comienza ya a darnos pistas de cómo es su salvación:

·        Confiar en Dios-Padre: Reconocer que, como Ana (1 Sam 1, 20-22. 24-28), podemos pedirle y entregarle nuestras vidas con confianza.

·        Vivir la alegría: Agradecer a Dios por su presencia en nuestras vidas y compartir esa alegría con los demás (Salmo 83).

·        Permanecer en Él, como hijos de Dios, llamados a vivir en comunión con Él y a cumplir sus mandamientos: “nos amemos los unos a los otros” (1Jn 3,1-2.21-24).

·        Estar en las cosas del Padre: es buscar, conocer y vivir, con confianza en Su plan, que siempre es para nuestro bien, incluso, cuando no entendemos todo en el momento, como José y María.

Escuchar, aprender y poner en práctica, personal y familiarmente, lo que Jesús nos enseña nos pone en camino y colaboración de nuestra salvación, “creciendo en saber, estatura (espiritual) y en favor de Dios y de los hombres” … como Jesús.

¿De qué manera puedo confiar más en el plan de Dios para mi vida?... ¿Cómo puedo vivir y compartir esta alegría, de Dios con nosotros, en la familia?... ¿Cómo puedo en mi familia, en mi colonia, vivir el ejemplo de Jesús?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Domingo I de Navidad – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo I de Navidad – Ciclo C (Lucas 2, 41-52) – diciembre 29, 2024 
Fiesta de la Sagrada Familia 
1 Samuel 1, 20-22. 24-28; Salmo 83; 1 Juan 3,1-2.21-24


Evangelio según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.

Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia". Él les respondió: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?". Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.

Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Honrar, respetar, cuidar y por encima de todo esto AMAR, "vínculo de la unidad perfecta"; esto constituye y funda la familia, es la llamada que recibimos en este último domingo del año para cuidar y procurar.

La familia no es algo accesorio que podemos tener o no, la familia es vínculo y referencia, sustento y fuerza. Alguien podría decir, -es que mi familia no es la Sagrada Familia- y es verdad, cada familia es única y particular. Pero la misma Sagrada Familia, no tiene nada de ordinaria o convencional, pero sí que contiene todos los elementos expresados y por ello es referencia para mantener, construir o reparar nuestro vínculo familiar. Es mentira que podemos prescindir de la familia sin consecuencias, sin dolor y sin estragos; pero es cierto que sin amor es complicado respetar, cuidar y honrar. El amor no sólo se recibe, se da. El amor es paciencia, compasión y caridad, mansedumbre, bondad y humildad. 

Cerremos el año preguntándonos no cuánto somos amados, sino cuánto amamos. No cuánto son bondadosos y humildes en mi familia conmigo, sino cuánto lo soy yo con ellos. En el amar, no existe el "amar de más", amando no nos equivocamos, reconstituimos y ganamos. La Sagrada Familia refuerce el amor familiar, aunque seamos algunas veces un tanto "complicados". #Feliznavidad #FelizDomingo #familia

“Estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios” 

Un matrimonio de profesionales jóvenes, con dos hijos pequeños, fue asaltado un día por un familiar cercano con una pregunta que nunca se habían esperado: –¿Estarían ustedes dispuestos a prestarle el carro nuevo a la empleada del servicio durante todo un día? Ellos, sin entender para dónde iba el interrogatorio, respondieron casi al tiempo y sin dudar ni un momento: “Ni de riesgos. ¡Cómo se le ocurre! ¡No faltaba más!” El familiar, dejando escapar una sonrisa de satisfacción al ver cómo habían caído redonditos, les dijo: “Y, entonces, ¿cómo es que dejan todo el día a sus dos hijos en manos de la misma empleada del servicio?”

No se trata de juzgar la forma de ejercer la paternidad o la maternidad en los tiempos modernos. Ni soy yo el más indicado para decir qué está bien y qué está mal en la educación de los hijos, puesto que no los tengo; pero cuando escuché esta historia me conmoví interiormente y pensé mucho en la forma como se van levantando actualmente los hijos de matrimonios conocidos.

La familia es el núcleo primordial en el que crecemos y nos vamos desarrollando como personas. Lo que aprendemos en la casa nos estructura interiormente para afrontar los retos que nos plantea la vida. Lo que no se aprende en el seno del hogar es muy difícil que luego se adquiera en el camino de la vida. Los primeros años de nuestro desarrollo son fundamentales y tal vez a veces lo olvidamos.

Es muy poco lo que los Evangelistas nos cuentan sobre la vida familiar de Jesús, José y María; sin embrago, por lo poco que se sabe, ellos tres constituyeron un hogar lleno de amor y cariño en el que se fue formando el corazón del niño Jesús. Y, a juzgar por los resultados, ciertamente, tenemos que reconocer que debió ser una vida familiar que le permitió al Niño crecer hasta la plenitud de sus capacidades: “Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”.

Que nuestros niños crezcan también fuertes y llenos de sabiduría, gozando del favor de Dios, de tal manera que no tengan que rezar a Dios con las palabras que leí alguna vez en una revista:

"Señor, tu que eres bueno y proteges a todos los niños de la tierra, quiero pedirte un gran favor: transfórmame en un televisor.

Para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él, para que me miren con el mismo interés con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el noticiero.

Quiero hablar como algunos animadores que cuando lo hacen, toda la familia calla para escucharlos con atención y sin interrumpirlos.

Quiero sentir sobre mí la preocupación que tienen mis padrescuando el televisor se rompe y rápidamente llaman al técnico.

Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.

Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque sea por un día".


 

DEJAR A JESÚS ENTRAR EN NUESTRA CASA 

Necesitamos ante todo buscar, cuidar y desarrollar un proyecto sano, digno y dichoso de familia que pueda plasmarse en la vida concreta de cada hogar. Jesús, acogido con fe y convicción en nuestra familia, nos puede ayudar a corregir y mejorar nuestro modo de vivir y nos puede descubrir un camino nuevo más digno de seguidores de su Evangelio.

Dejar a Jesús entrar en nuestra casa significa arraigar la familia con más verdad, más pasión y más ilusión en su persona, su mensaje y su proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer los próximos años para reavivar nuestras familias, pero nada más decisivo que poner a Jesús en el centro del hogar, confiando en su promesa: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo» (Mateo 18,20). No estáis solos. En el centro de vuestro hogar está Jesús. Él os reúne, os alienta y os sostiene. Con Jesús todo es posible.

Acoger a Jesús en el hogar es tarea de toda una vida. Lo primero es aprender a vivir en el hogar con un corazón nuevo y un espíritu renovador. Esto significa empezar a vivir una relación nueva con Jesús, una adhesión más viva. Una familia formada por cristianos que apenas conocen a Jesús, que solo lo confiesan de vez en cuando y de manera abstracta, que nunca leen el evangelio, que se relacionan con un Jesús mudo del que no escuchan nada especial, nada de interés para el hombre y la mujer de hoy, un Jesús apagado que no atrae ni seduce, que no toca los corazones…, es una familia que difícilmente podrá sentir su fuerza renovadora.

Si ignoramos a Jesús y desconocemos su mensaje, no podremos orientar nuestra vida de familia desde su Evangelio. Si no sabemos mirar el mundo, la vida, las personas, los hijos, los problemas… con los ojos con que Jesús miraba, diremos que contamos con la luz privilegiada de la revelación, pero seremos una familia ciega que no sabe mirar la vida como la miraba Jesús. Y si no escuchamos el sufrimiento de la gente con la atención, la sensibilidad y la compasión con que Jesús escuchaba a los que encontraba sufriendo en su camino, seremos familias sordas. Y si no sintonizamos con el estilo de vivir de Jesús, con su pasión por hacer un mundo más justo, con su ternura hacia los niños, con su perdón a los despreciados…, no sabremos transmitir lo mejor que Jesús transmitía, lo más valioso, lo más atractivo: su Buena Noticia.

Se trata de vivir en nuestras familias esta experiencia: caminar los próximos años hacia un nivel nuevo de convivencia familiar, más inspirada y motivada por Jesús, y hacia una dinámica y un estilo de vida mejor orientados a abrir caminos al reino de Dios, es decir, a ese mundo nuevo más humano y dichoso que quiere el Padre para todos, empezando por los últimos. Después de veinte siglos de cristianismo, las familias cristianas necesitan un «corazón nuevo» para vivir y comunicar la Buena Noticia del Dios revelado en Jesús en medio de la sociedad actual. Lo decisivo es no resignarnos a vivir hoy en familia sin Jesús

 

EL EVANGELIO NO SACRALIZA NINGÚN MODELO DE FAMILIA 

Solo si conocemos lo que era la familia en tiempo de Jesús, estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio. En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre la madre y los hijos. En su lugar encontramos el clan o familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante milenios. La esposa entraba a formar parte de la familia del varón, olvidándose de la suya propia.

Todos los miembros de la familia formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. No era solo una cuestión social sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.

Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (treinta – cincuenta personas) sube a Jerusalén como familia, los varones irían juntos, las mujeres también y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.

Otros pasajes que se explican mejor desde esta perspectiva: (Mc 3, 20-21) “Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. Lo que pretendía su familia era evitar una catástrofe para él y para todo el clan. El tiempo les dio la razón. Más adelante (Mc 3, 31-34): “Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera. Él contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone que rompiera con sus padres. Este episodio lo recoge también Mateo y Lucas.

Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la media de edad era unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela que daba el clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.

Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaros el ridículo que hacemos cuando, en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo por su madre.

El relato evangélico que acabamos de leer está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural ni de extraordinario en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años se empezaban a considerar personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.

Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Lucas prepara lo que va a significar la vida pública, adelantando una postura que no es de niño. Sus padres no lo comprendían. La verdad es que fue, para todos los que le conocieron incomprensible. Siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses del clan. La última referencia es un fuerte aldabonazo. Dice el texto: Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó  la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para los seres humanos. El ser humano nace como proyecto que tiene que desarrollarse con la ayuda de los demás.

No debemos sacralizar ninguna institución. Las instituciones tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo. Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos. No son las instituciones las culpables sino algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para defender sus propios intereses. No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano.  

La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco ideal para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.

En ninguna parte del NT se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el existente en aquel tiempo. Proponer un único modelo de familia como cristiano es pura ideología. Si dos hermanos viven con uno de los padres forman una familia, cuando muere el padre, ¿dejan de ser una familia? Y si son dos personas que se quieren y deciden vivir juntas, ¿no son una familia? Jesús no defendió instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida.

 

 


viernes, 20 de diciembre de 2024

Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

 Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 1, 39-45) – diciembre 22, 2024 
Miqueas 5, 1-4; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10



En este Cuarto Domingo de Adviento, y a solo tres días para recordar (volver a pasar por el corazón) y celebrar, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre, para salvarnos…

Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".

Reflexión:

¿Porqué festejo el nacimiento del Salvador?

La liturgia de este cuarto domingo de Adviento nos ayuda terminar de disponer nuestro corazón, a la Navidad, que es el nacimiento de Jesús. Para no quedarnos en la superficialidad de “las fiestas”, habremos de profundizar en el hecho de que la segunda persona de la Trinidad se haya encarnado en un hombre, en un ser humano, podemos considerar lo siguiente:

En este tiempo, veintiún siglos después, la Navidad, nos recuerda que:

·        La Santísima Trinidad, miró (y sigue mirando) a la humanidad, “que está entre paz y guerra / alegría y llanto / salud y enfermedad / vida y muerte” (cfr. EE 101) … y decide salvarla de todo aquello que le impide tener vida abundante, una que valga la pena vivir…

·        Los profetas (de antes y de hoy), anuncian la venida del Salvador: “el que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz" (Miq. 5, 1-4)

·        Se hizo uno con nosotros, Emmanuel, para ser él mismo una ofrenda, que se entrega por nosotros; es la encarnación personaliza la voluntad de Dios de permanecer siempre con nosotros… (cfr. Heb 10, 5-10)

·        Además del sí, para ser la madre terrena del Hijo de Dios, María, en el evangelio de hoy nos muestra como el servicio y disponibilidad, al ir a ayudar a su prima Isabel, es el camino de hacer llegar hoy, en nuestro mundo al salvador… (cfr. Lc 1, 39-45)

En síntesis, el mensaje de este IV Domingo de Adviento, en palabras del padre Francisco José Collantes Iglesias O.P.: “Si somos personas llenas del Espíritu de Dios saltará de gozo nuestro corazón y nuestra vida renacerá a la esperanza. Nos visita la Madre del Señor y, al tiempo que experimentamos nuestra pequeñez, abrimos los brazos y el corazón para acoger al Enmanuel que llega para hacer realidad la salvación… La presencia de María que sale a nuestro encuentro, en medio de las dificultades de nuestra vida y de los acontecimientos que hacen sufrir a tantas personas hoy en nuestro mundo, tiene que ser una bocanada de aire fresco que nos haga, al creer en Dios, creer también en una humanidad capaz de abrirse a lo nuevo y experimentar el gozo y la esperanza verdaderos”.

Así, reconocemos que, nuestra preparación y disposición a celebrar el Nacimiento de Jesús, es necesaria para que verdaderamente, Dios este presente entre nosotros.

¡Feliz Noche Buena! ¡Feliz Navidad!

 

¿Soy una persona capaz de ser sensible a las necesidades de los otros?... ¿Fomento en mi vida la actitud de servicio?... ¿Salgo de mi mismo, de mis cosas y de mis seguridades, para encontrarme con los demás?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Profundizar)

 Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 1, 39-45) – diciembre 22, 2024 
Miqueas 5, 1-4; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10


 

Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Imaginemos como la Trinidad mira al mundo; nos propone San Ignacio de Loyola en la contemplación de la encarnación. Unos nacen, otros mueren; uno lloran, otros ríen; unos están en guerra otros en paz. Dios no permanece ajeno ante nuestro sufrimiento, ante nuestros clamores, ante la injusticia y el mal que nos lastima, Dios decide hacer Redención y esto será encarnándose en nuestra realidad, tomando cuerpo. El Hijo desciende, se hace con Nosotros. Dios ha elegido lo pequeño y complicado, lo simple y vulnerable, lo periférico; desde ahí habrá de comenzar a transformarlo todo. Cristo se coloca en nuestros brazos y mueve al milagro de la solidaridad, la entrega, la comunidad, la misericordia; acontece el milagro de la alegría; se incendian los corazones de esperanza. Esta es la expresión de la fuerza transformadora del amor de Dios que habrá de transformar todo y a todos, a todos los que lo recibamos. "Bienaventurada la que ha creído". ¿Crees? ¿Participas con tu solidaridad, entrega, misericordia de este plan de Dios? ¿Necesitas el milagro de la esperanza y la alegría? ¿Dispuesto, dispuesta? #FelizDomingo

¡Dichosa tú por haber creído!” 

No sé si habrá sido cierto o no, pero cuentan que, en un vuelo trasatlántico, un venerable sacerdote, que regresaba de una peregrinación a tierra santa, entabló conversación con su vecino de asiento. La charla estuvo muy animada y duró gran parte del viaje. Cuando el viajero desconocido supo que el sacerdote era el cura párroco de una conocida parroquia en la ciudad donde él iba a estar unos días de trabajo, le ofreció ir el domingo a cantar en la misa mayor. El cura se excusó diciéndole que tenían un coro muy bien organizado y que no veía conveniente desplazarlo de sus funciones precisamente en la eucaristía más concurrida de toda la semana. Agradeció la gentileza del viajero, pero rechazó la oferta. 

Al llegar al aeropuerto de su ciudad, después de haber hecho el proceso de migración y de haber recogido las maletas, el sacerdote salió del aeropuerto y vio a su vecino de asiento respondiendo a una multitud de periodistas con cámaras fotográficas y de televisión y toda clase de micrófonos. Picado por la curiosidad sobre la identidad de su compañero de vuelo, se acercó al primer transeúnte que se le cruzó y le preguntó si por casualidad sabía quién era ese señor que estaban entrevistando; “–Claro que se quién es. Se trata de un famoso tenor que viene a la ciudad a ofrecer una serie de conciertos. Se llama Luciano Pavarotti”. 

Poco después de que María dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”, ella salió “de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea” a visitar a su prima Isabel, que estaba esperando a Juan el Bautista. Este encuentro sencillo de amistad, marcado por la acción de Dios en ambas mujeres, refleja la confianza de la Virgen María en la promesa que había recibido de parte de Dios. Ella creyó en la promesa que se le hizo de que sería la Madre del Salvador: “El ángel le dijo: –María no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin” (Lucas 1, 30-33). 

Una promesa como esta no es fácil de creer. Por eso, su prima Isabel le dijo: “–¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. 

Pidamos para que, en este tiempo de Adviento, crezca en nosotros esa esperanza en que las promesas del Señor se cumplirán. Que el Señor no permita que nos contagiemos de la desconfianza que pulula hoy por todas partes. Las promesas que hemos escuchado en este tiempo son incontables. La pregunta es si las hemos escuchado como promesas electoreras que no entusiasman, o como promesas del Señor que siempre cumple su palabra. Porque nos puede pasar lo que le pasó al sacerdote de la historia, que se queda sin escuchar a Pavarotti por no confiar en lo que le ofrecían.

ACOMPAÑAR A VIVIR 

Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en esos momentos su ayuda.

Hay una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días, y que consiste en «acompañar a vivir» a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.

Estamos consolidando, entre todos, una sociedad hecha solo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.

Estamos fomentando así lo que se ha llamado el «segregarismo social» (Jürgen Moltmann). Juntamos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...

Así, todo está en orden. Cada uno recibe allí la atención que necesita, y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Procuramos rodearnos de personas sin problemas que pongan en peligro nuestro bienestar, y logramos vivir «bastante satisfechos».

Solo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar, tengan la impresión de que la vida se les está escapando aburridamente entre las manos.

El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.

No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño triste marcado por la separación de sus padres…

Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción.

 

MARÍA ES PORTADORA DE LA DIVINIDAD 

Esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos. Son teología narrativa. Que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje que el autor ha querido transmitir. Si fueran noticias de un suceso, nos daríamos por enterados y punto. Si son teología, nos obliga a desentrañar la verdad que sigue siendo válida. Este texto es uno de los más densos y profundos de Lucas.

Hemos leído los textos desde una perspectiva equivocada. Ni María sabía que había engendrado al “Hijo de Dios” ni Isabel que llevaba en su seno la Precursor. No tiene ninguna verosimilitud que noventa años después del suceso, alguien se acuerde de una visita a una prima, mucho menos que recuerde las palabras que se dijeron. No digamos nada si imaginamos a María, arrancándose con el magníficat, recitado palabra por palabra. No, el relato nos está trasmitiendo lo que pensaban los cristianos de finales del siglo primero.

En el texto todo son símbolos. La primera palabra en griego es ‘anastasa’, que significa levantarse, resurgir, que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que emplea el mismo Lucas para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida y sube a la “montaña”, el ámbito de lo divino. Pensamos que la madre da la vida al hijo. Aquí es el Hijo el que da vida a la madre. Inmediatamente, la madre lleva al que le ha dado esa vida, a los demás, es decir da a luz al Hijo. Eckhart decía con gran atrevimiento: todos estamos preñados de Dios y la principal tarea de todo cristiano es darle a luz.

La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. El relato está calcado del libro de Samuel II que narra el traslado del arca de la ciudad de Baalá al monte Sion. David dijo: ¿Quién soy yo para que me visite el arca de mi Señor? El arca permaneció tres meses en casa de Obededón de Gat. En la llegada del arca hubo saltos de alegría. El Señor llenó de bendiciones a la casa de Obededón. Hubo cantos y anuncios de liberación.

Lo sublime se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo. El AT y el nuevo se encuentran y se aceptan, fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, en la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría. Todo quiere indicar que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Se descubre el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús.

Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces hemos repetido esta alabanza? “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza total en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación, María pasa al elogio de Dios con el canto de “el Magníficat”.

Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas es muy distinto. Basta comparar los relatos de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia.

La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, si no que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo, nunca prosperará.

A la vivencia de Jesús, hace referencia la carta de Pablo. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias más profundas de su ser. La clave está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad." No se trata de ofrecer a Dios “dones” o “sacrificios”. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es propia de una persona volcada sobre lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias. Solo haciendo su voluntad, damos verdadero culto a Dios. En Juan, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.

Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron en Él la “naturaleza” de Dios sino porque descubrieron que Jesús cumplió su voluntad. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, imitarle. Esa fidelidad al ser del padre convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin duda alguna, Hijo de Dios.

Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios fuera. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien­tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. ‘La voluntad de Dios’ no es algo venido de fuera y añadido. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios es ser fiel a sí mismo.

En todas las épocas y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van todas nuestras oraciones, los sacrifi­cios, las promesas, votos.

Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo. La salvación de Dios no consiste en quitar sino en poner plenitud, En todo ser humano está ya la plenitud como un proyecto que tiene que ir desarrollando. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo.

 

 


jueves, 12 de diciembre de 2024

Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Reflexión)

 Tercer Domingo de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18) – diciembre 14, 2024
Sofonías 3,14-18; Isaías 12; Filipenses 4,4-7



Tercer domingo de Adviento: una llamada a la alegría y esperanza, preparando nuestro corazón para que el amor habite nuestro corazón…

Evangelio según san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él contestó: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo".

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?" Él les decía: "No cobren más de lo establecido".

Unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?" Él les dijo: "No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario".

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias.

El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue".

Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

Reflexión:

¿Cómo alegrarme en Jesús?

En las lecturas de hoy (Sofonías 3, 14-18, Isaías 12, y Filipenses 4, 4-7), encontramos un mensaje que nos anima a prepararnos para la venida de Jesús (hoy, en este tiempo y para cada día por venir), y el evangelio (Lucas 3, 10-18) nos presenta a Juan Bautista, quien nos dice cómo hacerlo presente.

El mensaje es claro: debemos abrir nuestro corazón para recibir a Dios, cambiar nuestra manera de vivir, de tal manera que nuestra vida sea alegría y gozo, “como en días de fiesta” (Sof 3, 18).

Ante la realidad de la vida, que parece ofrecer dificultades, injusticias, dolor, malestar… el llamado de los profetas lo podemos actualizar hoy, hacerlo nuestro, dando espacio en nuestro corazón a que Dios lo habite, para dar paso a la confianza y esperanza, lo cual significa vivir con la certeza de que no estamos solos,  Él camina a nuestro lado y transforma nuestras vidas con su amor y así  podemos ser sanados y salvados. 

Dios, es como una fuente de agua viva que calma nuestra sed y nos da vida, cuando dejamos que Él habite en nuestro corazón, nos llena de alegría y de esperanza, porque sabemos que Dios siempre está trabajando para salvarnos (cfr. Is 12).

Por otra parte, Pablo nos anima a vivir siempre alegres y a confiar nuestras preocupaciones a Dios; con Él, experimentamos una paz que nos da fuerza para enfrentar los desafíos de cada día (cfr.Fil 4,4-7).

Juan Bautista nos enseña que abrir el corazón a Dios no es algo pasivo. Se trata de preparar el camino, de vivir con generosidad, justicia y amor. Cuando hacemos esto, no solo encontramos alegría y esperanza para nosotros mismos, sino que también ayudamos a los demás a experimentar la salvación de Dios.

Cuando dejamos que Dios habite en nuestro corazón, nos llena de alegría y esperanza, de que todo puede ser transformado para bien. Su salvación no es solo algo que esperamos en el futuro, sino una realidad que comienza ahora, en el momento en que le decimos: "Señor, entra en mi vida".

 

¿Cómo puedo dejar entrar a Dios en mi corazón?... ¿Qué pequeñas acciones puedo hacer para compartir con los demás la alegría y la esperanza de su amor?... ¿Cómo vivir con respeto y justicia, mis relaciones interpersonales?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

V DOMINGO DE CUARESMA – C (Reflexión)

  V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C ( Juan 8, 1-11 ) – abril 6, 2025  Isaías 43, 16-21; Salmo 125; Filipenses 3, 7-14 En esta quinta semana...